Santiago Sarandón: “Los síntomas de colapso del modelo de agricultura son cada vez más evidentes”

Santiago Sarandón: “Los síntomas de colapso del modelo de agricultura son cada vez más evidentes”
14 noviembre, 2019 por Redacción La tinta

Santiago Sarandón descubrió tempranamente otras formas de pensar la producción agropecuaria, sin siquiera saber entonces -a mediados de los años 80- que estaba empezando a surcar una historia que hoy promete sacudir todo el sistema agrario. Hoy es presidente de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología y analiza el cambio que esta manera de producir está generando en el actual contexto.

Por Franco Spinetta para Almagro

El pensamiento crítico como insumo de vida, una invitación permanente a la aventura, al abandono de la inercia académica y sistémica que Santiago Sarandón veía como el perfecto aburrimiento. Un modo de vivir que lo llevó a descubrir tempranamente otras formas de encarar y pensar la producción agropecuaria, sin siquiera saber entonces -a mediados de los años 80- que estaba empezando a surcar una historia que hoy promete sacudir todo el sistema agrario. Sin siquiera hablar de agroecología, un término que conocería posteriormente, Sarandón y un grupo de investigadores comenzaron a mezclar disciplinas, a interrelacionar conocimientos, a complejizar lo supuestamente dado como un hecho. Y como todo cuestionamiento, molestaba.

Sin embargo, ese pequeño de jóvenes inquietos, que formó la Asociación de Ecología Agrícola, avanzaba arrancando malezas, macheteando lugares comunes que se esparcían por toda la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales de La Plata. “Tengo un hermano que es ecólogo, y entonces yo veía lo que ellos estudiaban. Y después trabajando acá, en la facultad, y ya siendo investigador de la Comisión de Investigaciones Científicas, y dedicándome a los cereales, al trigo, a la fertilización, llegó un momento que me di cuenta que la agronomía estaba quedando muy elemental, muy simple, como una receta de cocina, ¿viste? Tanto estudio para un modelo tan simple”, recuerda.

En su contacto con los ecólogos, Sarandón estudió conceptos que podían trasladarse a la práctica agraria, sobre todo, el entendimiento sobre cómo funcionan los ecosistemas. “Todavía no teníamos claro que eso era la agroecología, pero yo ya quería algo parecido”, dice.

— Algo te estaba haciendo ruido.

— Hablábamos de ecología de los sistemas agrícolas, nos juntábamos y leíamos artículos de estas ramas intermedias. Alguien decía, mirá encontré un artículo, entonces los biólogos y los agrónomos nos juntábamos y… ¡Ah qué interesante! Tratábamos de entender, y por ahí apareció un tal Miguel Altieri que hablaba de agroecología y ahí como que empezamos de a poco, porque vos podés tener un primer momento donde empezás a percibir que este enfoque (el que nos enseñaron en la facultad) no está del todo bien. Ahora, de ahí a tener otro enfoque, es un paso enorme. Vos sabés que es lo que no querés, pero no sabés en qué te vas a transformar. Hoy es mucho más fácil. Pero ahí no había referentes, era como… a ver qué hay, y meterte en un camino.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

— Y más, sobre todo, cuando hay tantas cosas metidas en el medio, como la cuestión científica, de la autoridad, de los estudios, de la comprobación.

— Sí. Igualmente a mí nunca me preocupó, nunca sentí que acá en la facultad me atacaran, nunca me pasó sentir que tenía trabas. Sí que te metías en un campo en el que abandonabas como una zona donde vos ya habías aprendido a cómo se hacían los trabajos científicos.

— Salías de la zona confort.

— Y que te resultaba fácil. Porque es así. Llega un momento en que la metodología, la forma de escribir, cómo se expresa, lo tenés más o menos ordenado, qué revista científica tenés… yo digo «el publicaducto». Pero por algo lo cambiás, porque te parece que lo otro es más interesante, es un desafío. A mí me encanta abrir caminos. Me gusta abordar otros temas. Nuevos desafíos. Cosas raras… Y eso me da el placer de la aventura, del descubrimiento. La aventura de lo raro, de lo extraño, de ver qué se puede hacer, y todo eso, a mi me da satisfacción. El espíritu de aventura de alguna manera siempre debería estar en la ciencia. Pero se perdió porque siempre se va a lo seguro.

Sarandón no proviene de una familia rural. Eligió estudiar agronomía porque le gustaba el campo, una especie de idealización en medio de la nebulosa adolescente: la vida al aire libre, el contacto con la naturaleza. Cuando comenzó a estudiar, la disciplina estaba en plena transformación con la llegada de nuevas técnicas, supuestos progresos tecnológicos: alteración de semillas, aplicación de químicos, siembra directa. “La modernización que los profesores te iban enseñando era, bueno, algo que nosotros no cuestionábamos: la agricultura tiene que ser productiva, cómo sacar rendimiento, cómo se hace el trigo, cómo se hace el maíz. Y todos nosotros pensábamos, está bien, así será, qué sé yo. Y sobre los pesticidas en aquella época, no había una percepción de la sociedad sobre su peligrosidad, a nadie se le habría ocurrido prohibir zonas, simplemente nos decían ‘de esto hay que poner tantos kilos’, entonces nosotros anotábamos: ‘Tantos kilos’”.

— En aquellos años era otra la conformación del campo, ¿no?

-No había lo que después se conocieron como pooles de siembra. Grandes empresas que siembran cien mil, ciento cincuenta mil hectáreas, eso no había. La gente vivía en el campo y había sistemas mixtos.Porque lo que te hace vivir en el campo es el ganado, tenés que darle agua todos los días. Si vos tenés soja, la sembrás, te vas, cada tanto tenés que ver si no hay alguna plaga, a veces ni siquiera tenés que ir, porque te avisa el aeroaplicador, que te dice: “Che mirá que en la zona ya están aplicando para el gusano tal”. Y te pregunta si le pasa a tu lote. Entonces, había como un modelo más mixto porque el ganado te brindaba otras cosas. Pero claro, después vinieron los cultivos altamente rentables y toda una filosofía…

— Eso que vos decís que ya estaba en la filosofía de la Universidad, ¿no era cuestionado en ese momento, tampoco?

— No, para nada. Al contrario, lo que se veía era que venía la siembra directa. Hay grandes concepciones filosóficas que son parte de lo que te parece normal. Por ejemplo: “si tiene más rendimiento, es mejor”, “lo cultivado es mejor que lo que no está cultivado”. O sea que todo espacio que no tenga vegetación cultivada y tenga vegetación espontánea, lo silvestre, lo salvaje, cumple algún rol, pero no todo el mundo lo tiene claro. La connotación del lenguaje es despectiva. Un hombre culto, la cultura, lo cultivado versus lo silvestre, lo salvaje, lo oscuro. ¿Se entiende? Un hombre cultivado es mucho más que uno silvestre.


Entonces, todo lo que no esté cultivado, está en estado silvestre. Es negativo, es bruto. Es algo que hay que pasarlo del lado luminoso del mundo, que es lo cultivado, la cultura, ¿no? Lo que tiene utilidad. Y eso es muy fuerte, muy potente. Eso aparece en todas las áreas, pero mucho más en la agricultura, que se trata de cultivar. Entonces pareciera ser que en los espacios que no se cultiva están siendo inútiles y que lo ideal sería cultivarlos. Y bueno, hoy eso choca contra el conocimiento que se tiene, de cómo funcionan los sistemas.


— Pensándolo desde el punto de vista universitario, ¿no es contradictorio que se mantenga esa mirada? Es el espacio para cuestionar o para decir “miren que hay otro camino”.

— Teóricamente, debería ser así. Pero en lo que son las universidades, en lo que se han transformado, no es una sorpresa que no sea de esa manera. La Universidad debiera ser la cuna del pensamiento, el libre pensamiento, la no inmediatez, la no utilidad directa. O sea, es el lugar donde vos podés reflexionar y señalar “miren, aunque estén todos contentos les aviso, el tren va a chocar”. Ese es el rol. Somos los últimos que quedamos para hacer eso. Si nosotros no lo hacemos, ya no queda nadie, porque además entre todos los intereses, nosotros se supone que todavía gozamos de la libertad de poder pensar lo que queramos, existe la libertad de cátedra, es muy raro que un decano venga y te diga “eso no lo podés decir”. A mí nunca me pasó. Es algo que en la Universidad es inadmisible. Pero también está lo que los universitarios han visto, se han embebido y consideran que es su rol. Y a veces se desdibuja: un rol que no es tan crítico y debiera serlo. Entonces se dio todo este avance de este modelo, que está muy cuestionado, altamente industrial, basado en el alto uso de energía, de químicos, de la disminución de la biodiversidad, que no es adecuado para todos los productores, socialmente inaceptable… No es un modelo que se expandió a pesar de todas las advertencias de las universidades, y de las instituciones nacionales de investigación agropecuaria, como puede ser el INTA. No fue que un grupo marginal, de noche y cuando nadie lo veía, a pesar de que toda la ciencia lo señaló, hizo un modelo que iba a colapsar. No. Y esto es lo que hay que reflexionar: ¿Qué pasó en estas situaciones?

— ¿Qué pasó? ¿Por qué se expandió esta mirada?

— Para mí es un problema de enfoque. De desconocimiento y de enfoque. Son dos cosas.

— ¿No es un problema de plata en el fondo?

— No, ¿por qué? A ver.

— Por un modelo de país que depende de eso.

— Para mí es un problema de paradigma, de enfoque, de manera de pensar, de estructura de pensamiento. ¿Quién inventó ese modelo? ¿Por qué eso pareció adecuado? Entonces, toda esta corriente que viene de la agroecología viene a cuestionar, y acá está lo importante, no las consecuencias del modelo, sino el modelo. Es la gran discusión. Hace 20 años empezaban a percibirse problemas serios de la agricultura, pero la discusión te marcaba que “estos problemas son problemas de hacer agricultura”. Y como es una actividad que no se puede interrumpir, porque tiene que ver con producir alimentos, así seguía.


Entonces la gente decía “bueno, si esto es producir agricultura, tiene sus consecuencias, que a nadie le gustan, pero son inevitables, ¡qué le vamos a hacer!”. Lo que pasa es que ahora, lo que se está percibiendo, es que estas consecuencias no son las consecuencias de hacer agricultura. Y tampoco son las consecuencias, como hoy hay un discurso, de aplicar mal la tecnología.


— Las “buenas prácticas”.

— Claro, te dicen que es un problema de una mala aplicación de un buen modelo. Lo que hay que hacer es aplicarlo bien.

— O sea, le están echando la culpa a los productores.

— ¡Claro! Hagan buenas prácticas, che. Entonces este es el discurso de las distancias, el equipamiento adecuado, el ponerse las máscaras, que no aplique con viento, el período de carencia. Entonces la agroecología dice: nosotros no somos necios y creemos que eso es mejor que hacerlo mal, pero no soluciona el problema. Este es el síntoma de un problema. El problema es el modelo de agricultura, en qué consiste hacer agricultura. Esa idea de hacer, es la que está equivocada. Es una idea que lleva a que haya problemas. Y lo único que usted hace, dentro de ese paradigma que generó el problema, es patear la pelota para adelante. Entonces usted propone soluciones que no son soluciones. Son disminuciones del síntoma. Nosotros vemos: todo lo que se ve es un síntoma de una enfermedad. O sea, el problema es, si le sale una erupción, poner una crema, esa crema le trae alergia, cambiar de crema. No: hay averiguar por qué tiene esa erupción.

— Es que, conceptualmente, sucede lo mismo en la facultad de Medicina, se enfoca el síntoma, que es la enfermedad, pero no las causas.

— Ahí está, ahí está. Es lo mismo y esto está pasando… porque, lo que vos comentás que sucede en medicina, pasa en arquitectura, en economía. Hay todo un replanteo, de grupos todavía pequeños, dentro de las visiones clásicas, están reconsiderando todo.


Somos un montón de gente que estamos replanteando el enfoque, el paradigma, la manera de pararse para enfrentar el problema y cuando lo hacés así, desde este punto de vista, profundo, entonces eso te plantea discutir la formación de los profesionales, de los investigadores, cómo se investiga, cómo se evalúa a los investigadores, el rol de las revistas científicas.


Hay que darlo vuelta. Y esto requiere un cambio total. Otros conocimientos, otra filosofía, otra manera de encarar, otra manera de hacer investigación, otra manera de aprender, otro diálogo con los agricultores. Muchísimas cosas, es mucho más apasionante y más complejo.

— ¿Qué sucede cuando desde el otro lado atacan con la “evidencia científica” sobre el funcionamiento de la agroecología? 

— Yo creo que hoy es al revés. Hace 20 años, te decían “eso no tiene evidencia científica” y se quedaron con ese discurso, como que se hubiera congelado la cosa. No es así. Hoy hay mucha evidencia científica. En realidad, según el principio de precaución, que está incorporada a la ley argentina, los que deberían demostrar las cosas, son ellos.

— Pero el supuesto sentido común, adiestrado por la industria, te dice que es al revés. 

— Vos fijate que eso está tan aceptado y hasta se admite como válido. Te dicen: “Bueno, no es posible producir sin pesticida”. Y yo les digo: “Bueno, traeme el trabajo científico ese” porque lo deben haber leído mucho. Yo no lo conozco. Nunca lo vi. Y a mis alumnos los desafío: “tráiganme un trabajo científico que demuestre que no se puede producir sin pesticida”. Todavía no me lo trajeron. Y nadie me lo va a traer porque no existe. Entonces si no existe un trabajo científico que demuestre que no se puede producir, ¿por qué todo el mundo lo asume? Ellos son los que les falta evidencia científica, no nosotros.

— Porque tienen poder de lobby.

— Claro, pero que no te digan entonces que es científica. En ese terreno están quedando expuestos. Hoy se abre como una especie de esperanza, y por eso está creciendo tanto. Porque ellos se quedaron como el campeón mundial de boxeo, yo estoy acá, soy el campeón mundial, me tienen que venir a sacar. Y hace 20 años no estábamos preparados, a lo mejor, porque no éramos muchos, no había tanta investigación. Pero hoy, como ellos nunca tuvieron que argumentar por qué este modelo era válido, no aprendieron a argumentar. Y eso fue lo que nosotros tuvimos que aprender. Entonces nosotros estamos más preparados para poder cuestionar, para argumentar, para refutar, para buscar bibliografía, esa fue nuestra manera de prepararnos, y ellos no. Entonces, son muy burdos todavía. No quiere decir que en cuatro o cinco años no se den cuenta.

— ¿Qué opinás de los argumentos a favor de ese modelo que criticás?

— Los argumentos, son: hambre en el mundo, no lo pueden demostrar. Aparte la FAO, firmó un convenio con la SOCLA, Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología, de la que soy presidente, reconociendo a la agroecología como un instrumento en el combate contra el hambre.


Si la agroecología va a producir hambre, ¿por qué la FAO hace un convenio con la agroecología? Evidentemente se han quedado como en un pasado, una percepción muy estereotipada de lo que es la agroecología y que no coincide con lo que está pasando. Entonces, creo que hoy se abre una ventana, que es ésta: los síntomas de la descomposición, del colapso de un modelo de agricultura, son cada vez más evidentes.


— ¿Cuáles son esos síntomas, las consecuencias que está dejando este modelo de producción?

— Tenés dos planos: lo ambiental y lo social. Es un modelo que está usando cada vez más pesticidas. Hay datos: en la Argentina, año 93, se usaban 73 millones de litros o kilos por país, y en los últimos datos que son del año 2012, estaban algo así de trescientos y pico. Extrapolando ese ritmo, hoy a mí me da unos cuatrocientos cuarenta millones de litros por año que se liberan en la superficie. Brasil está en mil millones. Ello empieza a coincidir con la percepción de la sociedad. No es que la sociedad se volvió más susceptible, sino que también coincide con que le están tirando más litros.

— Empieza a haber tensión social.

— Claro. Entonces, de un lado, tenés una cantidad creciente de pesticidas. Segundo, la peligrosidad y que se encuentra en lugares donde antes no se encontraban. Desde estudios que se encuentran en los músculos de peces en el río Uruguay. El doctor Marino ha encontrado en el agua de lluvia, incluso, ha encontrado en el delta del Paraná, en zonas no agrícolas, pesticidas que decían que se degradaban rápidamente, pero que en realidad no se degradan. O que el ritmo de degradación es menor a la acumulación diaria porque todos los años se aplica y entonces llega un momento que actúa como semipersistente. Después lo otro es que las plagas empezaron a ser resistentes. Entonces hoy hay resistencia en plagas insectiles y en malezas. En realidad no es que la maleza se volvió resistente, ya era, lo que hicimos fue seleccionar… Al estar siempre aplicando, se llama presión de selectores, eso es Darwin puro, 1859. O sea, lo que está ocurriendo es algo que, si hubieran leído “El Origen de las Especies” del año 1859, sabrían que podía ocurrir. Y está siendo percibido como una sorpresa.

— O sea se echa más, no solamente porque se expandió la frontera agrícola, sino que se echa más porque es cada vez más resistente.

— En realidad no es por la expansión de la frontera agrícola, si vos analizas las hectáreas y los litros, es más que proporcional. O sea que lo que está ocurriendo es que ya no están funcionando los mismos litros que cuando empezó el glifosato. ¿Por qué? Porque, bueno, era obvio. La aplicación de un solo producto, en grandes extensiones, todos los años, genera que la variabilidad genética de esa población de maleza, empieza a ser seleccionada por aquellos genotipos que resisten el proceso. Al principio es el 1 x mil, el 2%, el 5%, el 20, el 80. Hablamos también de la peligrosidad de los pesticidas. Que en los pueblos que están en la zona sojera haya muchos donde ya se hayan establecido prohibiciones, es algo inédito. Nunca había ocurrido. Esa sociedad nos paga los estudios, nos está diciendo que eso aprendimos con su dinero, lo hagamos a mil metros del pueblo porque no soportan la manera que tenemos de resolver los problemas de plata. Entonces ahí hay dos visiones, la que todavía intentan algunos que predomine “uy qué sensible está la gente, seguro que algún ecologista anduvo por aquí”, y la segunda más crítica que se pregunta si “no será que nuestra manera de producir deberíamos flexibilizarla más para tener más opciones de producción, incluso sin el uso de pesticidas”. ¿Y se puede? Sí, claro que se puede.


Entonces debiera ser prioridad de las Universidades públicas. ¿Por qué, si existen formas de producir sin uso de pesticidas, y este es un problema de la sociedad que paga los estudios, las facultades de agronomía no desarrollan más habilidades en los agrónomos para tener alternativas al uso de pesticidas?


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— ¿Te imaginabas que iba a pasar lo que está pasando hoy?

— Que íbamos a tener tanto éxito, no. Igual nunca me importó ¿me entendés? Estas batallas se ganan sí o sí. Hay una demanda, y eso es imparable. Una vez que una persona lo ve, ya no vuelve atrás. En los últimos cuatro o cinco años explotó. Porque cada vez da avances mayores. Entonces, al principio éramos tan pocos, que por más que vos dupliques… Éramos dos y hoy somos cuatro. Pero ahora somos miles y se duplica… Y además es así, es como que se ve claro, y el hecho de que una facultad como La Plata, que es la más antigua de agronomía de Argentina, tenga una materia ‘obligatoria’ de agroecología… yo creo que una de las dificultades es, todavía, formar gente. Y para mí, es lo más importante. Es lo que yo creo que es lo que va a cambiar. Ninguna otra cosa tiene tanto poder.

— ¿Y qué le da al estudiante la agroecología que no le da el otro modelo? 

— Yo creo que el gran impacto de la agroecología es su enfoque global, holístico, sistémico, es más compleja pero es más interdisciplinaria. Una mirada más integral y más humanista.

— ¿Y qué decís -seguramente te debe haber pasado-, cuando algún productor te dice «Yo no puedo, no sirve»?

— Nada, nada. Porque lo primero que la agroecología busca es que el productor lo pida. Es como los alumnos. Después de tantos años de docencia entendí que nadie puede ser educado en contra de su voluntad, no podés enseñar a un alumno que no quiere aprender. No hay un método. Esto es exactamente lo mismo. Entonces, lo que vos hacés es trabajar con un productor al que ya le picó el ‘bicho’ de la curiosidad, del querer.


Hasta que vea el problema, que hoy entra por el lado económico: muchos productores ven que este sistema no da más, está colapsando por los costos. Los costos para controlar adversidades se han ido a las nubes. Maleza resistente, que requiere varias dosis… Entonces ellos ven que la agroecología permite bajar enormemente los costos. Y, si lo hacés bien, incluso hasta mejorar los sistemas, la producción.


Entonces cuando van a un campo que funciona exitosamente basado en los principios de la agroecología, ya está. Ya se le cayó la venda. Ya saben que se puede, ya no dicen «esto no se puede», quizá dicen «yo no puedo», que no es lo mismo. Porque la gente dice «no se puede». No. Para que vos digas «no se puede», no debería haber ningún caso en el mundo, pero resulta que hay muchos. Ya no es cierto que no se puede producir sin pesticidas porque hay muchos casos que lo pueden hacer. Y eso es lo que hoy está ocurriendo. Hay una demanda de muchos productores, se juntan y piden: «Mándenme un asesor, queremos que alguien nos asesore para ir en ésta dirección». Dentro de 10 años la gente le va a decir a un productor “che pero, ¿aplicaron pesticidas? ¿No sabían que eran peligrosos? ¿No había otra manera?”. Y todas las respuestas son un sí.

— Es muy esperanzador lo que estás diciendo.

— En diez años va a cambiar todo.

— ¿Diez años le das?

— Sí, totalmente. Porque esto es exponencial. Lento, lento hasta que se ve. Pero una vez que se ve… No hay manera de pararlo. Ya lo viste. Mirá, cuando un productor se da cuenta de que todos le hablan con eufemismos… los agrónomos hablan de “voy a curar” y de “remedios”, cuando en realidad son pesticidas y son veneno. Pero te dicen ‘Dame un remedio’. Y ese es un problema. ¿Por qué? Porque el remedio en tu casa, ¿en dónde lo pones? En el botiquín. ¿Los venenos en dónde los pones? Entonces, remedio, no, no, no… Cuando esa persona que dice «Curar… remedio… filtro sanitario… agente protector de cultivos… fitoterapia…», son todas palabras inventadas para bajar la carga de lo que es. La que corresponde es: pesticida. Pesticida, el sufijo ‘cida’ significa que mata. Pesticida, insecticida, homicida… Ese es el nombre correcto. Sin embargo se usa el nombre de fantasía y ocultan. Pero una vez que un productor lo ve y dice ‘VENENO’, nunca más. Nunca más es ‘curar’, nunca más es ‘remedio’, nunca más lo pone en la cocina. Una vez que se percibe, ya no cambia. Y esa es la potencia que tiene. Quizás tarda. Hay mucho miedo. Gran parte (nosotros trabajamos en eso), muchos productores y productoras no cambian, pero no porque es un problema técnico, o económico, muchos es ‘por el qué dirán’: «No, nos van a decir hippies».

— Que viven en una casa de adobe… 

— Claro, que son hippies, locos… Todo eso pesa mucho. Mueve capital simbólico. Qué es lo que vos creés que te da prestigio y qué cosas creen que no te da prestigio. Entonces para muchos ‘no da prestigio’ la agroecología. Para otros es al revés. Para otros, ser agroecólogo les da prestigio en su mundo, versus no ser. Tenés que darles condiciones a los productores. Dos cosas: uno es la condición material y otro, un valor simbólico, a ser agricultor y vivir en el campo. Es decir, un prestigio que hay que reconstruir. Hay que volver a construir un prestigio de que vivir en el campo y ser agricultor es algo que no es degradante.

— ¿Qué pasaría si la agroecología fuese un modelo imperante?

— Es mucho más eficiente, más racional. Habría más alimento y aparte no habría toxicidad… No habría prácticamente impacto. Por supuesto que hacer agricultura implica una transformación de los ecosistemas naturales. Eso es inevitable. Pero se pueden hacer sistemas mucho más compatibles con la vida e introducir muchas cosas. Lo que requiere una educación del paladar de los seres humanos. Hoy uno de los secretos de los sistemas que pueden funcionar sin tantos pesticidas es que sean diversos, que tengan muchas cosas. El tema es que, si un productor siembra muchas cosas y vende sólo una, no lo va a hacer más. Se supone que, si siembra diez cosas debería poder vender las diez. ¿Y quién se las va a comprar…? Si hay una enorme reducción en la demanda del público por alimentos, hoy hay hasta lo que llaman ‘la gordura de la pobreza’, la obesidad de la pobreza: harinas, grasas, azúcares… son tres cosas baratas y estas tres cosas engordan y satisfacen. Vos podes comer eso y te sacia, pero la grasa sacia y es rico, es sabroso, y te sentís gordito y decís «Estoy bien alimentado». Pero en la realidad estás mal alimentado.


Bueno, eso es uno de los problemas. Que ha habido una reducción enorme en la oferta y la agroecología requiere y promueve, o quiere promover simultáneamente, que haya diversidad en el campo, requiere diversidad de demanda. Entonces, simultáneamente la agroecología también interpela al consumidor.


Porque esa es otra fuerza la que viene. Los socios son los propios agricultores (que encuentran en la agroecología un modelo más barato para hacer agricultura, sin necesidad de tantos insumos), son los pobladores de las regiones que dicen «Nosotros no queremos más los pesticidas, así que si lo hacen agroecológico se los dejamos hacer» y los consumidores, que empiezan ya a demandar. Y el crecimiento se ve en las ferias naturistas, agroecológicas, ecológicas, dietéticas, que venden otra cosa.

*Por Franco Spinetta para Almagro. Imagen de portada: Daiana Valencia

 

Palabras claves: agroecología, agronegocios, agrotóxicos, Alimentación, Fumigaciones, Movimiento de Pequeños Agricultores

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