La avalancha digital

La avalancha digital
11 noviembre, 2019 por Redacción La tinta

El vuelco que ha significado la convergencia digital y la expansión de internet en los modos de producción y consumo de contenidos inauguran una nueva era en el campo del arte y la cultura a nivel global. Un estudio sobre los consumos culturales en Argentina en los últimos años muestra el impacto de este proceso, y obliga a replantear los posicionamientos de artistas, productorxs y agentes estatales en el nuevo escenario.

Por Pablo Caccia para UN RATO

Hace apenas 25 años, leer un diario significada abrir un pliego de papel entintado de 60 centímetros de alto por 70 de largo que comprimía en su superficie un archipiélago de noticias del día anterior, que se destacaban más o menos según su ubicación y el tamaño de los títulos. Las películas se estrenaban en los cines y había que esperar meses hasta que llegaran al videoclub o a la TV por cable para poder verlas en casa; se lanzaban al mercado equipos de música que incluían reproductor de casettes de cinta magnética y lectores de compact discs, y todavía había gente que guardaba la costumbre de enviar postales cuando se iba de vacaciones.

Sin embargo, alguien que tenga hoy 25 años apenas habrá experimentado cualquiera de estas formas de consumo cultural. Cuando en 1995 se realizaron las primeras conexiones comerciales a internet en Argentina, el tren de la cultura digital global llegaba a nuestro país lanzándose a una carrera frenética de expansión que alcanza hoy la cumbre de los contenidos multimedia disponibles online y accesibles mediante smartphones del tamaño, precisamente, de una tarjeta postal. Y esto quizás sea apenas una estación de lo que aún nos falta ver en el futuro. Mientras tanto, los restos de la cultura analógica se acumulan en basureros tecnológicos o en los estantes de usuarios de más de 30.

La convergencia digital es un movimiento doble en el que diversas expresiones culturales y artísticas tienden a migrar a un único formato, el digital, para ser consumidos generalmente mediante un único dispositivo, el smartphone, que además permite realizar prácticamente en cualquier momento y lugar, toda una serie de funciones que antes requerían su propia aparatología específica. En todo caso, la digitalización de la vida cotidiana y la mediatización de los vínculos personales vía redes sociales, impactan necesariamente en los modos de percibir el espacio, el tiempo, la propia identidad y la de los demás.

En relación al arte y la cultura, las nuevas tecnologías parecen desmaterializar los procesos de producción.


Las utopías del libre acceso, del borramiento de las fronteras entre productorxs y espectadorxs, de las experiencias participativas y colaborativas en tiempo real, nos ocultan la materialidad en la que se asienta las producciones culturales y los intrincados vericuetos técnicos y financieros que subyacen al mundo digital.


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Tod@s conectad@s

Pero no hace falta tomar un período de 25 años para dimensionar los impactos de la era digital en la cultura. Apenas en tres o cuatro años las experiencias de acceso al arte y a la información parecen virar 180 grados.

En el año 2013, el Sistema de Información Cultural de la Argentina (SINCA), dependiente de la Secretaría de Cultura de la Nación, realizó una inédita Encuesta Nacional de Consumos Culturales, quizá el primer estudio estadístico de alcance nacional exclusivamente orientado a esta temática. Allí se relevaron los hábitos y modalidades de consumo cultural, el tiempo y recursos invertidos para el mismo, los contenidos y prácticas preferidos, y el grado de digitalización de todo esto, analizándolo a partir de cuatro variables independientes: edad, región, nivel socioeconómico y sexo.

En 2017, el SINCA repitió la encuesta y se encontró con diferencias demasiado significativas para haber transcurrido apenas cuatro años. Como lo dice el propio informe de la encuesta:


“En 2013 internet equivalía a PC y conexión domiciliaria. En cambio, en 2017 internet se deslocalizó, perdió arraigo a un lugar físico determinado debido al crecimiento del uso del smartphone y la extensión de la frecuencia 4G. En 2013 apenas un 9% de la población se conectaba a internet principalmente desde el celular, mientras que en 2017 más del 70% se conectó todos los días vía smartphone».


«El crecimiento exponencial de la digitalización de contenidos culturales posibilitada por la expansión de la red de internet, junto con la masividad del uso del celular permiten decir que, potencialmente, hoy podemos acceder a la cultura en cualquier momento y lugar”. El mismo informe puntualiza que el 80% de la población usa internet y el 90% posee celular, a la vez que el 75% lo utiliza como portal multifunción.

Simultaneidad, portabilidad, fragmentación, dispersión, velocidad: éstas parecen ser las nuevas coordenadas de la experiencia cultural. Quizás sea en la práctica de escuchar música donde mejor se perciba la ebullición y las contradicciones de estos cambios.

Siempre según la encuesta del SINCA, el 98% de los argentinos tiene la costumbre de escuchar música, de distintos modos. A su vez, la práctica de escuchar música online pasó de un 16% de la población en 2013 a un 44,6% en 2017. Inversamente, la costumbre de descargar música para luego ser reproducida bajó de un 35,9% en 2013 a un 26% en 2017.

Al mismo tiempo, en el 2017 el celular se transformó en el dispositivo más utilizado para la escucha: el 56% lo utilizó frecuentemente o de vez en cuando para tal fin. Notoriamente, en segundo lugar se ubicó el reproductor de cd, con un 50%, y luego la televisión (smart tv) en un 46%, la computadora en un 36%, y el estéreo del auto, en un 31%. Otras tecnologías de distinta generación (Ipods, Mp3/4, Reproductor de casettes, Tablets, tocadiscos, etc.) no alcanzan cada una al 10% de la población usuaria.

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En contraste, el informe consigna que, si bien la música es probablemente el contenido más digitalizado, el 40% de la población nunca escuchó música por internet y el 46% sigue escuchando música sólo a través de soportes tradicionales. Finalmente, en cuanto a la práctica de asistir a recitales, en 2013 el 34% de de la población asistió al menos a un espectáculo de música en vivo en el último año, porcentaje que cayó al 22% en 2017. Entre las personas que dejaron de asistir, el 70% corresponde a sectores socioeconómicos medios y bajos, un dato que subraya la pérdida de poder adquisitivo que sufrió gran parte de la población en los últimos años como otro factor influyente en los cambios ocurridos en los consumos culturales de nuestro país.

El de la música es sólo un ejemplo del modo en que la digitalización impacta en las prácticas de consumo cultural que hasta ahora conocíamos. Se trata de un fenómeno en expansión capaz incluso de ir en contra de las tendencias económicas más estructurales del país.

Según la socióloga Natalia Calcagno, ex directora Nacional de Industrias Culturales, desde 2016 hasta la fecha, al compás de la crisis económica, las industrias culturales tradicionales sufrieron una caída en su actividad incluso más acentuada que la del resto de los rubros productivos. Sin embargo, las industrias digitales mantuvieron su nivel de actividad e incluso crecieron en el mismo período.


En otras palabras, por la crisis económica la gente dejó de comprar libros y discos, dejó de ir al cine, a obras de teatro y a recitales, pero no dejó de pagar el abono de internet y de las plataformas audiovisuales online.


El acceso a internet parece haberse convertido en un nuevo componente de la canasta básica familiar. La universalidad del acceso, sin embargo, no garantiza la igualdad en la calidad de la experiencia cultural que provee, la cual aparece ligada al nivel socioeconómico de lxs participantes. El punto clave que reflejan las encuestas del SINCA pasa por la disponibilidad de tiempo libre para dedicar a las prácticas culturales por este medio. Una persona que deba dedicar más horas al trabajo para subsistir restará tiempo disponible para el consumo de contenidos culturales y verá mermada la cantidad, diversidad, frecuencia y complejidad de los mismos.

Aprendices de brujx

En este contexto, aggiornarse parece ser la consigna para la supervivencia de artistas y productorxs culturales. Pero ¿qué significa esto? Y más aún, ¿qué consecuencias trae ese amoldamiento para las pretensiones sensibles y críticas que fundaron en otros tiempos la constitución del arte como esfera social autónoma, con sus movimientos estéticos y sus vanguardias rupturistas?

Porque, de ahora en más, lxs artistas que conserven dichas aspiraciones pero a la vez incorporen la dimensión digital a su obra, o que directamente tomen como instrumento de trabajo las herramientas digitales, no podrán soslayar que ingresan a un mundo virtual donde lo sensible, la experiencia humana como tal, se reconfigura. Tampoco podrán eludir que su producción comienza a circular en un sistema cuyo funcionamiento suele ser desconocido e incluso vedado y cuyas ramificaciones apenas son percibidas.

Para decirlo de otro modo: si, por ejemplo, anteriormente lxs artistas plásticxs debatían respecto del acceso a muestras y galerías y del rol de comerciantes y curadorxs, o discrepaban respecto de la pertinencia de premios, becas y subsidios como aspectos que definían su reconocimiento y sus posibilidades de vivir del arte, ¿qué deberían decir ahora de la concentración del mercado de los proveedores de internet y de las megafusiones empresariales, de los softwares privativos y los códigos fuente, del derecho de propiedad intelectual, una vez que deciden libremente subir sus obras a Facebook o utilizar Instagram para promocionarlas?

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Debates como el anterior valen para todas las ramas de la producción cultural. Cada vez que músicxs o productorxs audiovisuales suben sus canciones o películas a Youtube y desarrollan estrategias para tener más visualizaciones o likes, generan un tráfico de datos e interacciones que se acumula en lo que hoy se denomina Big Data.


Esta masa de información permite construir patrones de navegación e interacción virtual de lxs usuarixs que se venden para el desarrollo de negocios de todo tipo, desde campañas políticas a plataformas de servicios como Uber o Rappi. Una persona que quiera descansar después de un día de trabajo visualizando distintos contenidos en internet, en realidad seguirá generando ingresos para un capital desconocido que procesará y venderá sus datos de navegación.


No se trata de agitar fantasmas apocalípticos ni de lanzar una cruzada anti-tecnología, sino de reconocer el trasfondo político y económico del nuevo escenario en que se mueve hoy gran parte de la cultura. Los desafíos son tanto para productorxs culturales como para las políticas públicas estatales. La universalización de internet y la convergencia digital inauguran nuevos derechos individuales y sociales a la vez que descubren zonas grises para el accionar de privados y para la regulación e intervención del Estado. Y siempre sin perder de vista que, aunque parezca un tren desbocado y sin frenos, el progreso tecnológico tiene siempre conductores humanos.

*Por Pablo Caccia para UN RATO

Palabras claves: Arte, consumo, Cultura, Facebook, Internet, medios digitales, Música, Netflix, redes sociales, Tecnología

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