Juani, curaca trans comechingona: “Somos territorio”

Juani, curaca trans comechingona: “Somos territorio”
Anabella Antonelli
31 octubre, 2022 por Anabella Antonelli

Juana Manuela López, la Juani, es casqui curaca trans de la Comunidad Indígena Hijos del Sol Comechingón. Conversamos con ella en un nuevo octubre, repensando cómo sigue operando la colonización sobre los territorios, los cuerpos, las identidades y resistencias indígenas en una Córdoba que quiso invisibilizar a los pueblos preexistentes a la colonia.

Por Anabella Antonelli para La tinta

En la Sierra del Cuniputo, en el departamento de Punilla, en la localidad que hoy se nombra como San Esteban, habita la Comunidad Indígena Hijos del Sol Comechingón. Juani nos espera en la rotonda del pequeño pueblo, 8 kilómetros al sur de Capilla del Monte sobre Ruta 38. Es casi mediodía y el cielo amenaza con cubrirse de nubes oscuras. Sube a su cuatriciclo y nos indica que la sigamos. El camino, minado de cuarzo, se alza hasta una tranquera que anuncia la presencia de la comunidad. Como escoltando la entrada, un antiguo bosque de chañares, testigo de tiempos precoloniales, da la bienvenida. La casa de Juani aparece a la derecha. Caen las primeras gotas, nos sentamos en la cocina y empieza una generosa conversación.

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(Imagen: Diana Segado para La tinta)

Juana Manuela López, la Juani, es casqui curaca de su comunidad, autoridad espiritual, política y social. “Soy la voz y la cara de la comunidad, y también hay un consejo comunitario. Algunos dicen que hay ‘mucho cacique y poco indio’, pero es porque tienen la imagen colonial del cacique heteropatriarcal, como un hombre que todo lo puede y que no hace nada -explica-. Mis maestros me enseñaron que, cuando se llega a cierto grado de autoridad, no solo porque te hayan votado y elegido los comuneros y comuneras, sino por tu propia capacidad, sos lo mismo que el indio, no existen esas jerarquías, es más horizontal, todo tiene otra forma”.

El territorio, que comprende lo que habita en y con él, fue declarado Reserva Prehispánica. “Lo recuperamos para las comunidades indígenas, estamos acá hace 23 años y, en el 2010, nos conformamos como comunidad. Esto es la sierra de Cuniputo, que quiere decir Cerro de las Tinajas, porque acá se dedicaban a la alfarería, encontramos un montón de vestigios y restos”, nos cuenta. Si bien el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) reconoce la preexistencia del pueblo comechingón en estas tierras y relevó la presencia de la comunidad, no identifica el territorio como indígena: «¿Entonces cómo es? ¿Lo alquilamos?», se pregunta irónicamente.

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(Imagen: Diana Segado para La tinta)

“Somos la tierra que habitamos, no estamos separados de ella”, repite Juani, sintetizando la cosmovisión. En un capitalismo de saqueo y despojo, el territorio y los saberes están fuertemente amenazados. Para los pueblos indígenas, se trata de lo más sagrado, lo que les da identidad.

Gran parte de la reserva es propiedad de privados. Muy cerca de la casa de Juani, el dueño de un criadero de pollos busca expandirse arrasando el patrimonio ancestral. “Para abrir un camino, destruyó unas pircas, pasó muy cerca de casas, a un metro de morteros y de unos aleros, todo parte de la Reserva Prehispánica”, explica Juani, que se paró frente a la máquina impidiendo su paso. Las denuncias sirven momentáneamente para contener la situación, aunque reconoce que todo pende de un hilo y que la propiedad privada les amenaza constantemente y divide a las comunidades: “Antiguamente, no decíamos ‘de acá para allá, es tu territorio y, de allá para acá, es el mío’, sino que tenía que ver con los recursos, con lo que se necesitaba para poder cosechar, con las medicinas que hay”, explica. 

Fragmentos de la identidad indígena

La historia de su pueblo se compone de fragmentos, de una pieza de cerámica que encuentran en el monte, de pequeños relatos atravesados por la colonización, el Estado y la invisibilización de su pueblo. Juani siempre supo de dónde venía, su familia guardó la memoria ancestral. De sangre diaguita, guaraní, mora, italiana, la comechingona la llamó con fuerza. Volver a territorio “fue empezar un camino de conectar más con la ancestralidad y reencontrarnos con nuestra identidad”, dice. Sin embargo, completar la historia no es tarea fácil. Las piezas se pierden en el silencio impuesto al pueblo indígena, en el borramiento patriarcal del linaje femenino, que muchas veces eran las que venían de las comunidades, y en el proceso de rebautismo que operó sobre las personas indígenas esclavizadas en estancias, que fueron renombradas con los apellidos de sus esclavistas.

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(Imagen: Diana Segado para La tinta)

Conocer de dónde vienen y reivindicar ese origen son caminos que recién ahora algunas personas se animan a conectar. “Es un proceso, hay que recordar que fueron 529 años de colonización, de negación, de muerte, que generaron un terror dentro del pueblo indígena, no era fácil decir que eras indígena”, dice Juani y señala costumbres y conceptos coloniales que su pueblo adoptó como forma de supervivencia. Algunos hoy están tan naturalizados que parecen ancestrales, como la mirada sobre la transexualidad.

Identidad indígena trans

“Yo siempre supe que había algo dentro de mí que no era lo que mi cuerpo expresaba. Toda mi vida me confundieron con una mujer”, explica alternando la sonrisa y la gravedad de lo que significó “ser el hazmerreír” por ser «rara» y por tener «un color de piel que no es el indicado según la norma». Al proceso de reafirmarse indígena, se le superpuso abrazar «eso que sentía y no sabía bien qué era, esa mujer que estaba dentro de mí y que pretendía salir».

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(Imagen: Diana Segado para La tinta)

De más chica, comenzó a incursionar con drogas, aunque las plantas y lo relacionado a su pueblo siempre llamó su atención. Investigó más, le llegaron libros, su mamá le acercó a Castaneda. “Mi cabeza empezó a volar, me perdí en el monte, me quedaba meses encerrada en el monte, no iba al colegio porque me iba ahí, con un amigo que hoy es un comunero, nos íbamos siempre a acampar al Uritorco, nos hemos caminado toda la sierra, al territorio lo conozco como la palma de la mano”, narra.

En ese proceso, conoció a sus maestros iniciando el camino espiritual indígena. “Al comienzo, fue aprender a sanar y aprender a ver, pero primero para mí misma. Y, en ese proceso de trabajar con las medicinas, empecé a descubrir que yo había tapado una parte en mí -recuerda Juani-. Fui el macho alfa en algún momento, el hombre proveedor de la casa, pero ya basta, no me salía, estaba podrido, mi cuerpo no me daba más y no era lo mío. Era un sufrimiento constante y era hacer sufrir a otra persona, no porque tenía el deseo de estar con un hombre, sino porque quería ser mujer, quería hacer cosas de mujer, me quería vestir de mujer”.


La huachuma o San Pedro fue una de las medicinas que le abrió la posibilidad de sanar esos dolores y redescubrir su identidad indígena y quiénes eran los espíritus que la habitaban. “Descubrí que no era uno solo, que eran dos. Investigando y estudiando, me encuentro con la teoría de los dos espíritus de Norteamérica, que habla de otras identidades que existían y que podía haber más de dos espíritus dentro de una persona”, explica y lo coloca en la cosmovisión: “Tenemos que entender al mundo como un espíritu donde conviven un montón de espíritus, que todo tiene espíritu y que hay varios dentro de una persona y dentro del mundo entero. En esas ceremonias, empecé a ver que había una parte femenina muy predominante en mí”.


En su proceso de aprendizaje con las medicinas, sus maestros le decían que hiciera alguna curación mientras ellos observaban su desempeño y veían si tenía espíritu para eso. “Me decían que, cuando yo pasaba, veían siempre a una mujer, pero yo no veía eso. Hasta que empecé a romper estructuras y a darme cuenta que, dentro del mundo indígena, había un montón de estructuras patriarcales que no me permitían decir ‘soy esto’, porque siempre el discurso era binario: el sol y la luna, la tierra y el sol. Pero es todo un conjunto de cosas, existe todo y hay infinidad de cosas, el mundo es diverso. Empecé a ver desde el espíritu y a darme cuenta de que mi otro espíritu era femenino. No sé qué le habrá pasado a Juancito, pero ahora estoy yo”, dice riendo.

Otra política

Juani recibió de su mamá el rol de casqui curaca de la Comunidad Indígena Hijos del Sol Comechingón. Hubo un pedido y un ofrecimiento, y la elección de la comunidad confirmó su autoridad como líder espiritual, político y social. “Nosotros hacemos política desde nuestra forma, sin dejarnos llevar por un partido político y entrar en ese circo que termina siendo un show mediático y un círculo de violencia interminable, y nosotros no queremos más eso”, afirma. Para ella, no se trata de cuál es el mejor político, sino de cuán funcionales son a un sistema capitalista extractivo para el agronegocio o el desarrollo inmobiliario, “algo que siempre demanda más y más de la Pachamama, y que destruye lo que nos está dando la vida”, afirma.

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(Imagen: Diana Segado para La tinta)

La colonización es un hilo que cambia sus texturas y colores, pero que no se corta y conecta estos 529 años. “El espejo de color cambió, llama más la atención, pero lo que estamos diciendo las comunidades indígenas es que no compramos más los espejos de colores; ahora reclamamos lo que nos corresponde, tiene que haber un proceso de descolonización, el Estado tiene que desaparecer y tiene que formarse otro tipo de Estado. Tienen que reconocer que hubo un genocidio indígena, las bulas papales que emitió la Iglesia católica para colonizar los pueblos de América y de Europa que no eran católicos -documentos donde se declaraba tierras baldías a las tierras donde no había un católico- todavía están vigentes y, con eso, se conformaron los Estados, que siguen sentados sobre esas bases”.

El proceso de cada vez más personas reconociendo su ancestralidad indígena tiene que ver, para Juani, con un despertar de la sangre y con una mayor visibilización y alzamiento de los pueblos indígenas, pero también es síntoma de un cansancio generalizado y de la falta de opciones. “Es Macri o es Cristina, y, si no, es Milei, que es peor que los otros dos, la mismísima crueldad. Los otros también son crueles, pero te la disfrazan más y no tenés otra opción, y la gente entonces empieza a buscar en distintos lugares, más sociales, comunales, en espacios como centros culturales, generando otro tipo de círculo -refiere-. El Estado no quiere que la gente se reconozca indígena porque perdería peso, tendría que decir que es un Estado colonizador en base a la conquista, que fue genocidio, que están en deuda y que deberían entregarnos el país”.

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(Imagen: Diana Segado para La tinta)

Ya no llueve y el sol se asoma justo a tiempo para que recorramos el territorio. Juani dice que habló un montón, pero siempre quedan cosas para decir. Abajo de un tacu de 500 años, nos va a contar sobre las medicinas, las manifestaciones del espíritu y las redes disidentes que se sostienen en la zona. Antes de apagar el grabador, retoma una pregunta que para ella es central: “¿Necesitamos un padre Estado o necesitamos una madre comunidad, que sostenga la familia, que dé vida, una madre comunidad en la que trabajemos todos?”.

*Por Anabella Antonelli para La tinta / Imagen de portada: Diana Segado para La tinta.

Palabras claves: Comechingón, LGBTIQ, pueblos originarios, trans

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Organizaciones trabajan en red por la salud sexual y reproductiva de comunidades rurales de Córdoba 

Organizaciones trabajan en red por la salud sexual y reproductiva de comunidades rurales de Córdoba 
26 noviembre, 2024 por Soledad Sgarella

El trabajo del Movimiento Campesino de Córdoba (MCC) es fundamental ―desde hace 25 años― en la lucha por una vida digna en el campo, abarcando aspectos como la tierra, la educación y la salud. En alianza con Católicas por el Derecho a Decidir (CDD), desde 2021, se han potenciado acciones en torno a garantizar los derechos sexuales y reproductivos, especialmente, en zonas rurales invisibilizadas. “Contar con redes ayuda a entender que la salida siempre es colectiva y con organización”, sostiene Camila Recalde, médica y militante del MCC.

Desde hace 25 años, el Movimiento Campesino de Córdoba (MCC) trabaja por el acceso a una vida digna, enfocándose en derechos fundamentales como la salud, la educación y la tierra en las comunidades rurales. La articulación y el trabajo colaborativo con la organización Católicas por el Derecho a Decidir (CDD), a partir del 2021, fortaleció el plan de acción orientado al acceso a derechos sexuales y reproductivos de mujeres y personas del colectivo LGBTQ+ que habitan la ruralidad. En esta nota, integrantes de las organizaciones reflexionan sobre los avances alcanzados y los desafíos que aún persisten en la construcción de un futuro más justo.

Camila Recalde es militante del Movimiento Campesino de Córdoba (MCC) e integrante de los equipos de Salud y Feminismo. En diálogo con La tinta, comparte la experiencia de su organización, que lleva un cuarto de siglo de trabajo territorial en el norte y noroeste de la provincia de Córdoba. La médica destaca que el MCC se ha enfocado en visibilizar a lxs campesinxs y en luchar por el acceso a la tierra y a una vida digna en el campo. Hablar de «vida digna» abarca aspectos fundamentales del desarrollo humano, como la salud, la educación, la producción, el acceso al agua potable, la tierra y el trabajo.


«En todo el recorrido, hemos visibilizado y trabajado sobre el rol de las mujeres en el campo, una multiplicidad de acciones que ahora podemos poner bajo la bandera del feminismo campesino indígena popular, pero que, en aquellos tiempos, ni siquiera hablábamos sobre feminismo”. 


Entre las múltiples iniciativas, destacan las campañas de papanicolau, el acceso a métodos anticonceptivos, jornadas de atención sanitaria, espacios de formación para mujeres, promotoras de salud, promotoras territoriales contra la violencia de género, escuelas populares de género, talleres sobre economía feminista “y muchas otras acciones que, a lo largo de este tiempo, demuestran que la constancia del trabajo organizado genera que las políticas que se piensan o se articulan con el Estado y ONG puedan llegar de manera oportuna a los territorios”. 

Camila hace énfasis en que, desde el MCC, siempre tuvieron en claro que son una organización social y que el Estado es quien debería encargarse de gestionar la política pública para el sector. “Pero como ha sido un sector históricamente invisibilizado, hemos estado ahí para señalarlo, reivindicarlo y no dejar de demandar nunca lo que nos corresponde”, dice la médica y celebra como una victoria del movimiento que exista un programa como Familia Rural Sana, donde se ha podido pensar, construir y sostener conjuntamente políticas públicas de salud para una parte del campesinado cordobés, sabiendo y reconociendo que queda mucho territorio por cubrir.

“Contar con estas redes generadas en el contexto que estamos viviendo ayudan a entender que la salida siempre es colectiva y con organización”, agrega la militante. A lo largo de estos 25 años, explica, el MCC ha ido encontrándose con otros actores que reconocen su trabajo y que apoyan la lucha campesina y la mirada feminista, como CDD.

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Imagen: Diana Hernández para Católicas por el Derecho a Decidir.

Tejer las redes para una vida digna

Ana Morillo, coordinadora del área Salud de Católicas por el Derecho a Decidir, relata que la articulación con el MCC ya tiene varios años, más precisamente, desde el 2021. Con apoyos institucionales, planificación de acciones concretas o encontrándose como activistas feministas y trabajadoras de la salud en la Red de Profesionales de la Salud por el Derecho a Decidir ―para la implementación integral de la Ley n.° 27.610 IVE―, ambas organizaciones tienen un trayecto recorrido en conjunto que potencia y fortalece el trabajo.

Morillo destaca una actividad que realizaron en coordinación con la UNC: «Hicimos un mapa de Córdoba plasmando en papel una georeferenciación de servicios y de organizaciones que atendían y acompañaban mujeres que habían decidido interrumpir el embarazo ―u otras cuestiones de salud reproductiva, pero, principalmente, de IVE-ILE―. Marcamos con puntos verdes donde había servicio para la atención. Y, después, decidimos hacer puntos violetas para los lugares donde existían organizaciones que acompañaban… Y ahí, en ese mapa, se vio, hermosamente, cómo las sedes donde había organización de mujeres campesinas del Movimiento daban acompañamiento donde no había verde. Eso fue una foto muy importante para pensar ―aún más― en el fortalecimiento de las organizaciones acompañando a las mujeres y, más que nada, a las mujeres campesinas, mujeres que viven a kilómetros de los servicios de salud y con caminos muy difíciles de transitar”.

En septiembre de 2023, se organizó un encuentro entre el MCC, CDD y la Dirección Nacional de Salud Sexual y Reproductiva (DNSSR), con la presencia de Valeria Isla, directora en ese momento de dicha repartición. El evento tuvo lugar en la radio comunitaria “Radio Pueblo”, en una de las localidades del norte cordobés, donde también funciona una extensión de la escuela para adultos destinada a la terminalidad de la secundaria, y participaron promotoras de diversas localidades del norte de la provincia ―como Deán Funes, El Tuscal y Mansilla del departamento Ischilín―, así como miembros del MCC de los departamentos de Cruz del Eje, Minas y Traslasierra.

Con la necesidad planteada de seguir articulando esfuerzos para consolidar la garantía de derechos en todos los territorios rurales de Córdoba, el trabajo conjunto entre el MCC y CDD se intensificó durante 2024. Las acciones buscan asegurar el acceso a métodos anticonceptivos, la prevención de enfermedades de transmisión sexual (ETS) y la promoción de la salud sexual y reproductiva en comunidades rurales y barriales que, históricamente, han estado excluidas del sistema de salud pública.

El 2 de noviembre, se llevó a cabo en la sede del MCC en Cruz del Eje ―en el barrio La Rinconada― una campaña de colocación de implantes subdérmicos, producto de la articulación con Católicas por el Derecho a Decidir y la Fundación CIGESAR de Buenos Aires, jornada en la que se colocaron 50 implantes y se ofreció consejería a las mujeres de la zona. También se realizó en Ciénaga del Coro, incluyendo a comunidades cercanas como Tosno, Guasapampa y La Higuera. En total, se colocaron 49 implantes y, además, se ofrecieron consejerías sobre salud sexual y reproductiva a las participantes.

Otra de las campañas tuvo lugar en Cerro Colorado, donde, por cuarto año consecutivo, se realizó una jornada de salud sexual integral que incluyó consejerías, testeos de ETS y la colocación de implantes. Realizada en articulación con el MCC, Redes Cuidadas del Norte, la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y el colectivo de mujeres del norte, se recibieron más de 40 consultas que fueron acompañadas de manera personalizada y se llevó a cabo un taller titulado «Desdibujando violencia», abierto a la comunidad, donde se buscó reflexionar sobre la violencia de género y las herramientas para erradicarla.

Finalmente, a finales de noviembre, se llevará a cabo otra campaña en Los Pozos, que incluirá un taller de prevención y erradicación de la violencia de género, así como un espacio dirigido a las infancias para promover un entorno libre de violencia.

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Imagen: Diana Hernández para Católicas por el Derecho a Decidir.

Las promotoras de salud, ese fuerte hilo conector

Jesica Otazua es militante del MCC de la Ciudad de Cruz del Eje. En la ciudad del norte cordobés, existen nueve barrios populares donde la organización trabaja con el equipo de feminismo: «Desde el inicio de las experiencias barriales en el año 2018, nos inclinamos a la formación de promotoras de género y en acompañamiento de IVE/ILE en articulación con los organismos estatales. Actualmente, con la presentación de un proyecto político de desmantelamiento del Estado, los derechos conquistados se fueron achicando y las legislaciones vigentes se relegaron a las voluntades políticas de quienes gestionaban la salud y al acompañamiento de las organizaciones sociales”, historiza. 

Las campañas internas, puestas al servicio de la comunidad, dice Jesica, se vaciaron de contenido cuando los recursos del Estado dejaron de llegar a las comunidades y barrios. “Y ahí es donde nos seguimos organizando para poner parches a la desregulación. Un entramado de redes construidas históricamente desde nuestro movimiento es lo que legitima hoy, un proceso del cual depende el acceso a la salud de nuestras comunidades campesinas y barrios populares”, sostiene Otazua y afirma: “El acceso a los métodos anticonceptivos y a consejerías, en barrios donde el acceso a la información y donde la economía familiar está denunciando la emergencia alimentaria, son inherentes. Y, sin embargo, están siendo recursos que el poder político plantea como un despilfarro, carente de respaldo. El derecho a la anticoncepción gratuita no está siendo rentable para el interés económico”. 

La campaña de Cruz del Eje, asegura Jesica, “dejó en evidencia la importancia de la jornada para una ciudad que cuenta con numerosos centros de salud y un hospital regional a donde no llegan recursos suficientes. Así, entendemos que la organización colectiva es la respuesta en estos tiempos. Apelar a las redes tejidas y a los feminismos como construcción política nos garantiza una vida más digna”.

Ana Morillo señala que, para estas últimas dos campañas de colocación de implantes, se coordinó, por primera vez, con las promotoras: «Ellas se involucraron en la captación de las mujeres, en que llegaran allí… Por ejemplo, en Ciénaga del Coro, las fueron a buscar casa por casa para que estuvieran. Bueno, esto fue una articulación muy fuerte y un hermoso encuentro con las compañeras, para lograr que mujeres y jóvenes de esos barrios llegaran a obtener el método anticonceptivo”.

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Imagen: Diana Hernández para Católicas por el Derecho a Decidir.

Las promotoras de salud, como Carina Reynoso y Yamila Nieto, tienen un papel fundamental en el acompañamiento y educación de las mujeres en las zonas rurales. Ambas son productoras campesinas y hacen el famoso dulce de leche de cabra que se vende en el local Monte Adentro en la ciudad de Córdoba.


Carina trabaja en la comunidad de Piedrita Blanca, en el departamento Minas. La promotora destaca el impacto que han tenido los servicios médicos del programa Familia Rural Sana: «Los médicos rurales, en nuestras zonas aledañas, son muy importantes, tanto para adolescentes y jóvenes como para mujeres mayores, porque se pudo lograr llegar a los métodos de anticonceptivos, como así también los PAP. También a los controles y al llenado de fichas médicas para que cada niño cuente con su control. Visitamos periódicamente las viviendas y, entre charlas, vamos hablando sobre lo importante que es estar sanos. Comer bien y hacer actividades físicas. Para mí, es una gran oportunidad para que, como comunidad, vivamos mejor en el campo”. 

Yamila, de El Duraznal, cuenta cómo el MCC comenzó a trabajar en salud comunitaria desde principios de los años 2000. «Comenzamos aprendiendo a tomar la presión, a colocar inyecciones, todas esas cosas que hacía por ahí un grupo de médico y enfermero… Y también se empezó a plantear el tema de la salud integral de la mujer y, después, se pudo llevar a cabo venir con algunos de los equipos médicos y hacer PAP. Allá, en los primeros años, se usaba un botiquín comunitario acá, donde se conseguían anticonceptivos y se podían repartir a las mujeres. También otra cosa para decir es que, ahora, se han logrado un montón de cosas, las mujeres de acá, de la zona rural. Las promotoras podemos sacar un turno y, de ahí, dirigirse hacia el hospital Aurelio Crespo y poder hacer el circuito de la mujer, todo en un solo día, así que fueron logros y cosas que se fueron avanzando”, concluye Nieto.

*Por Soledad Sgarella para La tinta / Imágenes: Diana Hernández para Católicas por el Derecho a Decidir.

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Palabras claves: Católicas por el Derecho a Decidir, Feminismo popular, Movimiento Campesino de Córdoba, mujeres campesinas, Salud Comunitaria, salud sexual y reproductiva

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