“Salir del ‘agronegocio’ implica un cambio de estructuras mentales profundas»
Voces desde el Primer Encuentro Nacional de Estudiantes por la Agroecología.
Más de 150 estudiantes de Agronomía y afines de diversas regiones del país se encontraron a pensar en otra agricultura posible, por fuera del agronegocio. Fue justamente en Zavalla, cercanías de Rosario (sede portuaria de las grandes cerealeras) donde se concretó el Primer Encuentro Nacional de Estudiantes por la Agroecología .
Paneles, talleres, visitas a campos sirvieron para sembrar y potenciar una mirada de la producción y consumo de alimentos más humana que la dominante. “Ya no nos alcanza con los estudiantes, los técnicos, los productores, tenemos que llegar a todas las partes de la cadena y crear un gran movimiento por la agroecología”, dejó planteado Antonio Lattuca, coordinador del programa de Agricultura Urbana de Rosario.
El encuentro fue impulsado por el Movimiento Universitario por la Agroecología (Rosario), Movimiento de Base Agronomía (Córdoba), Huerta Estudiantil Agroecológica (La Pampa) y la Juventud de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología. Esta disciplina con diversas ascendencias apunta a concretar un modelo agropecuario diverso, que reduzca el uso de insumos externos al ciclo ecológico natural, que fomente productos de estación y afines a cada eco-región, con una perspectiva política en diálogo con la soberanía alimentaria, la relación directa entre productor y consumidor, el comercio justo y solidario.
Alimentos, no mercancías
Durante el panel «Soberanía alimentaria y desarrollos regionales», en la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Rosario, Lattuca punteó algunos datos de informes internacionales. “Se producen alimentos para 12 mil millones de habitantes y somos 7 mil millones. Sólo un 30 por ciento de los cereales va a consumo humano directo. Está claro que los alimentos son un mero instrumento de negocio.” En esa línea, recordó que “hay un mito que nos dice que la Revolución Verde (cambio de paradigma tecnológico de los años sesenta) vino a alimentar al mundo, cuando en realidad vino a favorecer un modelo de concentración de grandes empresas químicas”. Según datos del ETC Group, tres compañías (Monsanto, DuPont y Syngenta) controlan el 55 por ciento de las ventas de semillas comerciales y otra tríada (Syngenta, BASF y Bayer) hace lo propio con el 51 por ciento de las ventas de químicos para los cultivos.
Se producen alimentos para 12 mil millones de habitantes y somos 7 mil millones. Sólo un 30 por ciento de los cereales va a consumo humano directo. Está claro que los alimentos son un mero instrumento de negocio.
Respecto al plano político, Lattuca señaló que “el INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) y las facultades han pensado y funcionado para el modelo de agricultura industrial”. “Hay que dar la pelea ahí pero necesitamos también mucha fuerza afuera de las instituciones porque hay cambios que no pueden esperar cinco años de estudios y validaciones de los organismos técnicos-burocráticos”, completó.
Según la opinión de este técnico, para revertir este escenario, se hace imperioso potenciar a los pequeños productores. “En Rosario hoy sólo nos quedan 25 productores periurbanos. Para que haya soberanía alimentaria, tiene que haber soberanía productiva ”, manifestó. Y puso el foco en la necesidad de transitar hacia modelos agroecológicos, que no sólo dejen de lado el uso de plaguicidas (tal como pueden ser los orgánicos) sino que aporten una mirada más profunda de lo que significa la alimentación desde una perspectiva política.
“La agroecología puede alimentar el mundo y de una forma más sana: los alimentos agroecológicos tienen más proteína, más fibra, menos agua; se conservan por más tiempo, son completos y equilibrados”, detalló. En un sentido más extenso, comparó: “Por algo hoy nos tienen que dar tantos suplementos, que antes lo brindaba el propio alimento sano, por eso decimos que los alimentos agroecológicos son como una medicina natural”.
Campo-ciudad-campo
Para aprovechar las diversas legislaciones que restringen el uso de plaguicidas en zonas periurbanas, Beatriz Giobellina (INTA-Córdoba), arquitecta especializada en planeamiento de cinturones verdes, indicó que “si aplicáramos la ley que regula el uso de plaguicidas (9.164), liberaríamos 100 mil hectáreas del cinturón verde de Córdoba para la producción sana de alimentos”. Pero remarcó que este cambio no puede sólo depender del voluntarismo de algunos productores. “La transición a la agroecología requiere de políticas públicas decididas a apoyar ese modelo.”
La transición a la agroecología requiere de políticas públicas decididas a apoyar ese modelo.
En esa línea de planteos, manifestó que “las manchas urbanas están destruyendo las zonas de producción de alimentos de proximidad, un tema que no estamos estudiando y pensando como Estado”. “Estamos liquidando a los pequeños agricultores y podríamos estar ante un colapso”, enfatizó luego de recordar que buena parte de la fruta y verdura que se consume en Córdoba, llega de otras partes del país. “Eso es irracional”, dijo, por ejemplo respecto a que más de la mitad de la verdura de hoja que consumen los cordobeses no llega de su cinturón verde.
“Debemos planificar el territorio con sensibilidad a la producción de alimentos”, fue la idea central de esta técnica, que machacó con la necesidad fomentar los parques agrarios en los alrededores de las ciudades, para alimentar de forma sana a la población local. “Hoy el 94 por ciento de la población argentina vive en las ciudades. Los arquitectos miramos la ciudad y los agrónomos el campo. Nos separaron, no nos hicieron pensar los territorios como tales. Eso tiene que cambiar de forma urgente”. Como análisis dejó en claro que Argentina no puede producir alimentos para 400 millones de personas en el mundo, mientras no cuenta con una oferta básica de frutas y verduras alrededor de Córdoba o Rosario.
Amar la tierra
Con anclaje en territorio disertó Heber García, del Movimiento de Pequeños Productores de La Plata. El cinturón hortícola platense es el más grande del país, y según expresaron desde el MPP “cuenta con más de seis mil familias productoras, mayoritariamente bolivianas”. Cuenta Heber que cuando llegaron a Argentina estas familias entraron a un sistema de producción “en el que se usa mucho veneno”. Y en ese marco, se formaron en la actividad hortícola.
Pero para poder pensar en alternativas a ese modelo tóxico de producción, explica, deben mejorar su situación económica y social.
Una problemática principal es los altos costos de los alquileres: pagan cerca de 10 mil pesos mensuales, en terrenos (2 a 3 hectáreas) a los que prácticamente no les hacen mejoras, porque no saben hasta cuándo durará el arriendo. “Vivimos en casillas muy precarias, porque no podemos construir si no es para quedarnos ahí. Queremos acceder a la tierra, la queremos pagar, necesitamos un plan del Estado para quedarnos a trabajar la tierra, para producir con mejor calidad; no queremos terminar en una villa.”
Por otra parte, se ven afectados por los bajos precios que reciben por su producción. Explican que venden cajones de verdura de hoja a quince pesos, que no cubren los costos, y luego han llegado a ver que cada kilo (de diez que tiene el cajón) se vende a treinta. “Con el tomate decidimos dejar de venderlo, porque no nos cubría el costo, y se lo ponían en góndola a un precio imposible. Lo empezamos a guardar y a hacer conserva para vendérselo directo al consumidor por otro canal.”
Haberse organizado permitió enfrentar mejor el abuso de quienes acopian la producción para luego llevarla al mercado minorista.
Haberse organizado permitió enfrentar mejor el abuso de quienes acopian la producción para luego llevarla al mercado minorista. “A través del movimiento conseguimos un puesto en el Mercado Central, hacemos bolsones para venta directa a sindicatos y organizaciones sociales, y vendemos en ferias. Tener precio justo por nuestra producción, y que le llegue más barato al consumidor, nos permitió empezar a pensar mejor cómo queremos producir”. Actualmente, en los bolsones de verdura, venden sólo productos de estación y de a poco transitan hacia la agroecología. “Vamos estudiando y probando otras formas”. “Venimos de la cultura de la pachamama, sabemos que si no amamos el mundo, a la tierra, no nos amamos.”
Un cambio de conciencia
Ante un auditorio colmado, los disertantes dejaron en claro que la batalla por otra forma de producir alimentos es compleja y abarca varios frentes: acceso a la tierra, regulaciones que restrinjan y efectivicen el uso de plaguicidas, apoyo técnico y recursos específicos, canales de comercialización para este sector, entre otros. Pero como cuestión de fondo, Giobellina dejó planteado, que comenzar a abandonar el paradigma del ‘agronegocio’ “no pasa por un cambio tecnológico, es mental, de estructuras profundas, es un verdadero cambio de conciencia”. Para eso, como dijo Lattuca ya no basta sólo con espacio de debate académicos y técnicos, o de grupos de productores con iniciativa, “hace falta llegar a más sectores, de principio a fin de la cadena, y crear un gran movimiento por la agroecología”.
*Por Leonardo Rossi para La Tinta. Foto de tapa: Francisco Ferioli. Fotografía: Colectivo Manifiesto.