Educación especial en tiempo de tempestades: aprender en comunidad es el tema nodal

Educación especial en tiempo de tempestades: aprender en comunidad es el tema nodal
7 abril, 2020 por Redacción La tinta

Quienes trabajamos en escuelas estamos entendiendo de otras responsabilidades colaterales: hacer crecer el vínculo pedagógico con raíces en lo humano. La situación de las personas con discapacidad debe ser pensada globalmente para establecer acciones individuales y cotidianas que posibiliten hablar de calidad de vida en pleno aislamiento.

Por Ester Frola para La tinta

Hoy, con el nuevo escenario social centrado en el ámbito de la salud, transitamos una pandemia como la de las películas, pero sin actores famosos y con nosotros como protagonistas principales. No es un problema que vemos por las redes, somos parte del problema. No hay guión, los recursos no son escenográficos y, en el reparto, muchos se encuentran en desventaja.

Y, en este contexto, la educación está en segundo plano, pero está siendo repensada y con exigencias. Del pizarrón, pasamos a las tablets en dos días. ¿Sin previo aviso?: es algo que podríamos cuestionar. Los estudiantes no nos avisaron de la pandemia, nos avisaron que son una generación tecnológica y nosotros no quisimos oír. De pronto, las aulas se volvieron virtuales, pero los alumnos siguen siendo los mismos y nos desafían a armar -con las familias- nuevas redes de confianza.

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Creemos saber mucho sobre cómo acompañar a un estudiante con discapacidad en su trayectoria educativa. Sabemos de recursos materiales, estrategias, juegos, miradas, complicidades. Pero, para eso, tenemos que estar cara a cara. Cuando eso no es posible, será cuestión de replantearnos cómo mediamos ese aprendizaje, de qué manera hacemos que la escritura y la lectura sean posibles en estudiantes que no están alfabetizados y que, en general, no tienen estilos de aprendizaje de los manuales escolares.

En 2006, la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de la ONU, en uno de sus artículos que clarifica: “por ajustes razonables se entenderán las modificaciones y adaptaciones necesarias y adecuadas que no impongan una carga desproporcionada o indebida, cuando se requieran en un caso particular, para garantizar a las personas con discapacidad el goce o ejercicio, en igualdad de condiciones con las demás, de todos los derechos humanos y libertades fundamentales”.

La educación es un derecho humano y debemos garantizarlo en cualquier circunstancia. Los y las estudiantes con discapacidad, hoy -en pandemia-, transitan un tiempo complejo en sus procesos de aprendizaje. En muchos casos, no existen los recursos económicos y tecnológicos que hoy sostienen las clases virtuales, debiendo redefinirse las prioridades pedagógicas. ¿Será cuestión, entonces, de que la mediación en los procesos de aprendizaje de los estudiantes o el facilitar el interés por descubrir los saberes de otras formas deba ser permanente y no sólo ante la emergencia y la urgencia del Covid? La respuesta es sí: deberemos, todos juntos, explorar, buscar e investigar otras formas de acceder, desde mínimas acciones. Si miramos a un estudiante realizar una secuencia doméstica con autonomía (por ejemplo, cocinar), podríamos dar cuenta de muchos procesos de pensamiento abstracto que serían imposibles de grabar en un papel. Pero sí en un video. Es ahí donde, amigados con la tecnología, pequeñas acciones facilitan descubrir potencialidades y capacidades. La inquietud del estudiante, ese hormigueo en el que se ven los docentes frente al desafío pedagógico, es un valor y una oportunidad para lograr aprendizajes significativos. La cotidianeidad de la escuela, hoy, quedó en suspenso hasta nuevo aviso, pero la educación no y es momento de intentar lograr el máximo de desarrollo de capacidades de todos los que habitamos las escuelas.


Es necesario que la escuela sea un puente estratégico para conocer, aprehender y participar en el mundo. Los niños, niñas y jóvenes con discapacidad requieren herramientas para comprender esta situación que nos ha sorprendido a los adultos. Los aprendizajes deben ser significativos y en contexto, progresivos, superadores, acordes a los tiempos de cada estudiante, pero permanentes.


Lejos de mirar con inocencia lo que la pandemia dejará tras sí, sabemos que esta situación tendrá un costo en las personas con discapacidad y sus familias. No solo la formas de aprender se han visto afectadas, sino también muchos de los aspectos sociales. La vida social de muchos niños y jóvenes está estrechamente ligada a la asistencia a la escuela. Los amigos están allí. Las parejas se ven en ese contexto. Porque las escuelas tienen una fuerte huella de espacio social.

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Y hoy, en la mayor crisis de esta época, donde cada uno redescubre sus familias y potencialidades, les delegamos a los padres que vehiculicen nuestras intenciones pedagógicas. Por fortuna y para potenciar las esperanzas, nos llegan, vía redes, evidencias de aprendizajes: en un video casero que manda donde un estudiante (en su máxima expresión de hijo, pensando en contextos) puede dar cuenta que la basura de la familia debe estar separada en tarros diferentes como lo vio en Ciencias Naturales, lo redactó en Lengua y lo organizó en Formación Laboral. O en un audio, donde una madre agradece todas las actividades que le mandan los profesores, pero a ella le cuesta que su hijo las haga, así que manda fotos y videos del desempeño “responsable” del joven en las actividades del hogar.

Como dice una colega en relación al vínculo Familia/Escuela: “Confiar, abrir los brazos y sonreírles a los que están del otro lado de la tecnología los hace aprender. Se puede encuadrar en el empirismo, en la inteligencia emocional o en el paradigma que cada uno elija”. Aprender en comunidad sería el tema nodal.

Las escuelas entendieron de otras responsabilidades colaterales, esas que van más allá de los diseños curriculares, asumiendo el compromiso de acompañar otras tempestades, las que no se escriben en las carpetas y que nos cruzan como seres humanos como son las emocionales. Y, aquí, aparecen los decretos y resoluciones para acompañar de la mejor forma este tiempo y que las instituciones educativas han aprendido con cada estudiante a hacerlo. La situación de discapacidad de muchas personas debe ser pensada globalmente para que se establezcan acciones individuales que posibiliten hablar de calidad de vida.


Quizás, el coronavirus nos muestre otras pandemias existentes: que la discapacidad todavía se antepone a la condición de estudiantes, que tenemos una población itinerante entre niveles y modalidades, que todavía son un desafío aquellos niños, niñas y jóvenes que requieren abordajes pedagógicos complejos, que la propia ignorancia nos asusta.


Pero también, estos tiempos en que el mundo se detuvo momentáneamente demuestran que las escuelas siempre están, lejos, cerca, virtuales por whastapp, por videollamada, para sostener ese vínculo pedagógico con raíces en lo humano.

*Por Ester Frola para La tinta / Imagen de portada: Colectivo Manifiesto.

Palabras claves: coronavirus, cuarentena, educación, Educación especial, escuelas

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