“Mirá lo que lograste”: carta a Fabián Tomasi a un año de su partida
Fabián Tomasi es un símbolo de la lucha contra el modelo de los agronegocios y sus consecuencias en la salud y el ambiente. Al cumplirse un año de su fallecimiento, el pasado 7 de septiembre, el periodista Patricio Eleisegui, especializado en la temática y autor de los libros Envenenados y Agrotóxicos, escribe estas líneas en primera persona para recordarlo y traer al presente su fortaleza de siempre.
Por Patricio Eleisegui
Mirá lo que lograste, Fabián.
Quién sabe qué dirías respecto de estas líneas póstumas.
¿Reirías porque te saliste con la tuya en ese pedido, aquel que me hiciste hace más de siete años, de no olvidarte? ¿Me preguntarías por qué te saqué tan cabezón en la primera tapa de “Envenenados”? ¿O hablaríamos de esos paisajes y lugares que te hubiese gustado conocer?
Repaso líneas, conversaciones, cosas que he anotado: tu historia en la mía.
Vuelvo a un primer email: “Estimado Patricio, con gusto contribuiré con su investigación”. Remitido desde la casilla de Fabián Carlos María Tomasi. Contundente como cada una de las certezas que encarnaste. Porque sí: lo tuyo fue narrar desde el cuerpo.
Doy vueltas sobre la hoja. Escribo una frase, descarto veintitrés.
Hace un año decidiste que ya había sido suficiente. Rememoro: cuando nos conocimos, allá por el 2012, me contaste que tu pronóstico de vida era de seis meses.
“Mirá lo que lograste”, bromeé una vez en tu casa -siempre hogar- en Basavilbaso, mucho tiempo después. “Mirá lo que lograste, Fabián”. Moviste la cabeza en negativa. Relativizar la trascendencia de los gestos que promoviste en defensa de los fumigados siempre fue uno de tus hábitos cotidianos.
Te había caído en compañía de unos italianos locos, llegamos tapizados de barro, y privilegiaste la calidez del anfitrión antes que el detalle de tu condición de afectado y emblema de la resistencia. Sólo se te escurrió un poco la sonrisa cuando notaste que nos habíamos despachado cierto licor de mandarinas.
Me lo echaste en cara después. Como otra vez que caí en tu casa a cualquier hora de la tarde y devoré quién sabe qué cantidad de sandwichs de mortadela. “Te perdiste el asado”, me gozaste. Esa casa colorida, la tuya, parecía y parece no tener puertas: abierta para quien se acerque. Con obligación de volver, por supuesto.
Repaso esas charlas de nuestro tiempo del conocernos. La preocupación por el futuro de Nadia, tu hija. La situación de Roberto, tu hermano en silla de ruedas tras un accidente de servicio militar en la Patagonia. Siempre dijiste que el cáncer de hígado que terminó apagándole la vida también resultó consecuencia de las fumigaciones.
“Pirulo”, tu papá. “Se lo llevó la tristeza”, me confiaste una vez. Bety, tu mamá. Nélida Beatriz Obispo. Bety y sus manos limpiando ese cuerpo, el tuyo, que de un día para otro pasó de la robustez de los 80 kilos a sólo 40. Bety y las heridas en los pies de ese hijo, vos mismo, hecho testimonio vivo de la muerte cuando llega por goteo.
Por decantación.
“¿A vos te parece que ella me tenga que estar cuidando a mí? Es la única que jamás me soltó la mano. Ella y mi hija”. Te escuché sin saber qué decir, como siempre.
Hoy me pregunto: ¿debería volver a contar tu historia, lo que ocurrió? ¿te parece? Después pienso en cómo hice en su momento. Tremendo atrevimiento el mío: con el tiempo entendí que sos inabarcable.
Ensayaré un punteo pensado para los recién llegados a esta, mi carta a Fabián Tomasi a un año de iniciado su viaje:
«Empleado de la compañía de fumigaciones Molina & Cia. SRL a partir de 2006, trabajó durante años cargando con agrotóxicos sendos aviones pulverizadores. En campos en torno a Basavilbaso, su ciudad, natal, Tomasi manipuló glifosato, 2,4-D, endosulfán, atrazina y clorpirifos, entre otros plaguicidas.
También ejerció labores de ’banderillero’, esto es, persona apostada en un lote con una bandera o trapo de color cuya función es la de marcarle al piloto el inicio y final de la zona a pulverizar con el avión. En más de una ocasión, Fabián detalló cómo las aeronaves lo bañaron completo con esos venenos.
En 2007, Tomasi comenzó a perder peso de forma vertiginosa y a sufrir sangrado en los dedos de las manos y distintas lesiones en los brazos. El doctor Roberto Lescano certificó que todo se debía a la contaminación con agrotóxicos.
En el transcurso de ese mismo año, distintos médicos le diagnosticaron intoxicación por plaguicidas, agravamiento de una diabetes crónica y un mal conocido como ’Enfermedad del zapatero’ producto de la interacción con solventes. La dolencia en cuestión genera daños irreparables en el sistema nervioso periférico.
En 2008, Fabián dejó de caminar. Desesperados, sus padres le dieron cobijo en el hogar familiar mientras se sucedían los chequeos médicos en Basavilbaso y Buenos Aires. En ese contexto, Tomasi puso en marcha los trámites para jubilarse por PAMI. Más de veinte médicos lo revisaron y coincidieron en pronosticarle seis meses de vida.
En ese lapso, Molina & Cia. SRL. -que actualmente continúa operando en Entre Ríos- migró sus operaciones fuera del pueblo de Fabián.
Por acumulación de líquido en una rodilla, se le practicó una biopsia en el hospital público de Basavilbaso. Le extrajeron más de un litro de una sustancia blanca. Nunca se supo el resultado de ese estudio.
‘También me sacaron paredes de calcio de las piernas, los codos. El organismo reacciona frente al veneno generando más y más calcio. Además, empiezo a tener problemas hormonales y me aparece un exceso de vello’.
Meses más tarde, un tratamiento a base de procaína implementado por el doctor Jorge Kaczewer le permitió volver a caminar. Con el correr de los años, el deterioro de Fabián fue acrecentándose. La regresión muscular se volvió más pronunciada.
Hacia 2017 se intensificaron las complicaciones para caminar y se sumaron problemas respiratorios constantes y cada vez más graves. Nuevamente, los médicos coincidieron en que sus dolencias eran consecuencia probada e indiscutible de la contaminación con agrotóxicos”.
¿Cuánto de todo estoy contando?, me pregunto. Cuando uno narra se toma el atrevimiento de comprimir universos. Cree que capta lo significativo. Pero la síntesis atrevida por lo general no perdura. Hoy lo noto, en esta remembranza acotada del Fabián Tomasi que conocí y el mito que nació al mundo en septiembre del año pasado.
Que sigue contagiando compromiso y mantiene la costumbre de alumbrar conocimiento. Que es testimonio de verdad y excede al oportunismo de muchos que, nulos de moral, ahora repiten su nombre y con Tomasi entre nosotros hicieron culto entusiasta al ninguneo.
Te comento, Fabián: a veces, muchas, pienso que voy a soñarte. Y que en ese estado vas a contarme cómo se ve todo desde la eternidad. O, mejor dicho, cómo ves a quienes te conocimos y entendimos de grandezas y dignidades a través de tu sacrificio.
Son tiempos ingratos, otra vez. Pero qué puedo decirte yo ¿no? A vos, que pagaste con vida el sueño dorado de los personajes y entidades sórdidas que deciden nuestro tiempo.
A vos, que entendiste a la perfección que una víctima puede devenir en el mejor ejemplo. Y así fue que lo encarnaste. Siempre el cuerpo, Fabián. Siempre tu cuerpo.
Hoy recuerdo lo que aconteció hace un año, cuando decidiste que ya había sido suficiente, que tu tarea entre nosotros se completaba con un “para siempre”.
Un año después, sigo mencionándote en presente.
Me pediste que no te olvide.
Nos pediste.
Ahora, desde donde me toca estar, vuelvo a abrazarte despacio como aquella última vez en tu casa siempre hogar. Y de forma increíble siento que al apoyarme en tu hombro ya no siento eso que se quiebra adentro. Eso que muchos llamamos “adiós”.
Desde vos como verdad que trasciende; como bandera que reclama vida buena para todos, el recuerdo contagia fortaleza. Sin romperme, amigo querido, puedo decirte otra vez desde el abrazo, con un hilo de voz al oído: “Mirá lo que lograste, Fabián”.
Mirá lo que lograste.
*Por Patricio Eleisegui. Ilustración de portada: Noe Gaillardou