Devaluación del (salario) docente y modulación de conductas
Por Romina Andrea Barboza para La tinta
Preparo unos apuntes antes de dar una clase pública para docentes universitarios. Tengo serias dudas acerca del valor de una clase de 20 minutos (eso estipula la normativa para aprobar la adscripción docente). Pero me tomo el atrevimiento de salirme del guión, asumiendo las consecuencias del acto de “rebeldía”. Pero quiero experimentar y creo que con estos oyentes vale la pena ponerme en riesgo. Salió sorteado el tema «el control como forma de modulación de conductas” y entonces empiezo a releer a Tiqqun y a Deleuze, y, mientras voy leyendo y asombrándome por cosas viejas-nuevas ya leídas y por su vigencia, pienso que no soy capaz de dar la clase que me toca.
Quiero hablar de mí. Podría dar una clase tradicional o una clase new age, pero prefiero hablar de mí. Se me hace urgente compartir la angustia docente, la que arrastro todo el semestre y un poco más también. Voy a hablar de mí porque no voy a hablar solo de mí, sino del rol que elijo. Estoy profundamente cansada. Exhausta. No puedo más, pero el semestre todavía no termina, tengo que dar un poquito más, no por la miseria que me pagan, sino porque esto es lo mío, porque la pasión se pone en juego en cada clase. ¿Y por qué no puedo dar una clase común y silvestre con presentación audiovisual, repasando conceptos y mostrando ejemplos? Porque el cuerpo se me contrae, el estómago se me cierra. Pero me esfuerzo en hacer el intento, debería hacer una clase tradicional.
Pienso que como el tema es control como forma de modulación, tengo que buscar un ejemplo que ilustre en clase eso del “control” y recuerdo la noticia del nuevo sistema GEM (Gestión Educativa Mendoza) de la Dirección General de Escuelas de Mendoza y su frase gancho del video de presentación: «Una herramienta que facilita, agiliza y organiza la gestión administrativa-pedagógica escolar». La noticia destacaba los beneficios de la plataforma digital: une a más de un millón de usuarios entre alumnos, docentes y padres (yo agregaría madres, pero la noticia dice padres) y “permitirá a las familias acceder a toda la información que las escuelas generan sobre sus hijos” sin necesidad de asistir a la escuela, porque, además, se va a crear una app en poco tiempo. Confirmo que es un buen disparador para la clase, que es una forma clara de hacer visible la hipótesis cibernética de los Tiqqun y entonces diagramo que eso debería ir al inicio de la presentación, a pesar de mi falta de convencimiento de dar una clase típica. Con eso, tengo para arrancar con el tema del control en entornos abiertos o semiabiertos, o antiguamente cerrados, para dar cuenta de la transición entre la sociedad disciplinaria y la sociedad de control, trato de convencerme.
Dice Pablo Rodríguez, retomando a Tiqqun, modulación es un «pequeño cambio en una zona determinada que implica el cambio regulado en toda la estructura, lo que queda afuera es la repetición constante y la revolución». Cuando releo eso, hay algo del concepto de modulación que me queda resonando… Y no tiene que ver con la DGE (Dirección General de Escuelas), sino conmigo, con los pequeños cambios. Pienso en la llegada de Sigeva, pero más bien del CONICET y su modo de evaluación a mi vida. Pienso en lo sutil de la introducción en mis hábitos cotidianos, más allá de lo engorroso del aprendizaje contra el sistema técnico y en cómo llegué a este punto, fue sutil. Y también evalúo que el ejemplo de la plataforma GEM es ilustrativo, pero insuficiente, que debo ahondar más.
En mi esquema de clase magistral, acá debería hacer una pausa. Pausar para que tengan tiempo de procesar la información para luego continuar con la mirada holística y extensiva de la cibernética a todas las instituciones y relaciones sociales. Luego, me acuerdo de la entrevista al presidente de Godoy Cruz, Antonio Tomba, José Mansur, en Los Andes (en ese ciclo que llamaron Argentina 2020). En siete minutos, pueden ver cómo la cibernética como tecnología de gobierno ha llegado también al deporte, también a Mendoza y no solo a la educación. Considero que sería importante, si diera la clase clásica, remarcar la frase de Mansur sobre la potencialidad de la medición, gracias al sistema GPS, del rendimiento semanal de los pibes de cuarta o quinta división de fútbol para comparar con los rendimientos de jugadores europeos.
El modelo de clase que tantas veces recibí como estudiante, casi en toda mi formación, y el que reproduje durante el semestre insiste en aparecer y se me presenta como evidente imitar, de una forma más o menos creativa, el molde: breve introducción de la biografía de los autores, contexto histórico, exposición del tema general, explicación de conceptos centrales, presentación de ejemplos, repetición de relaciones entre ideas principales, cuarenta minutos hablando, preguntar si hay alguna duda y un “hasta la próxima”. Si hago eso, todo va a salir bien. Así es como SE hace una clase. Entonces, reordeno las ideas para seguir el guión, respetarlo me da seguridad de que todo saldrá bien, me repito que no vale la pena ponerme en riesgo, que mejor sigo la receta. Pero vuelvo a distraerme, me distraigo porque ese ordenamiento no es mío, porque lo advierto como tradicional y clásico, pero insuficiente, porque vuelvo a pensar en las reacciones de les estudiantes en las clases que di en este semestre y en la frustración que sentí algunos días por no haberlos movilizado, porque estaban tan entretenidos con el celular o tan apáticos mirando hacia delante sin mirar, que siento que no puedo (¿o no quiero?) repetir la historia, porque se hacía un silencio espectral que me dejaba atónita, porque no logré conectarlos (a veces sí, a veces no) con el momento de la clase. Y, entonces, me digo: el modelo disciplinario de tener encerrados a decenas de alumnes por un tiempo determinado caducó. No va más.
Esas vivencias reverberan en mí mientras imagino cómo dar cuenta entonces, ya no de la cibernética intrincada en la vida cotidiana como modo de control, creo que con el caso de la plataforma GEM y del GPS del Tomba empieza a quedar claro. Ahora bien, sería el momento de pasar al asunto más complejo de “demostrar”, la modulación de conductas.
Si me decido por dar una clase no tan clásica y más adecuada a los tiempos de hoy, debería mostrar el video y la noticia, con una presentación en Prezi, tal vez, pueda darle más dinamicidad al asunto. La angustia inicial debe contenerse y ser sublimada para poder hacer una buena clase, una parte de mí insiste en eso. Me digo: lo importante es captar la atención, que no se aburran, que sea interesante y que se vea la relación del texto con la situación actual. Sí, eso, debo pensar una forma “creativa, eficiente y óptima de llegar al público”, de lograr reacciones positivas clase.
Eureka, esa es la clave. Puedo no dar una clase clásica, sino una interactiva: aplico esos recursos para presentar el punto central acerca de la modulación de conductas, es decir: control regulado de las acciones bajo un gobierno de sí y de los otres bajo idénticas premisas, normalización y regulación de la mano. Imagino que, llegado a este punto, será indispensable agregar una nueva pausa. Para que se entienda que eso del gobierno de sí y gobierno de los otres implica una imbricación entre lo macropolítico y lo micropolítico, una interiorización en la vida cotidiana de lógicas que no vienen de ningún centro de poder, sino que están inscriptas en las relaciones diarias.
Ante esta mejorada idea de clase, la angustia sobre la fragilidad, la contingencia y el carácter efímero e impersonal que le doy me vuelven a angustiar, me doy cuenta de que soy la encarnación del problema que Jesús Martín Barbero planteaba, con la introducción de la televisión a América Latina, a fines de los 60, siguiendo a Debord. Martín Barbero decía que una de las lecciones más importantes era que, con la aparición de la televisión, la escuela debía cambiar, “ya que en las cuatro horas promedio de presencia en las aulas ningún niño asimila sino una pequeña fracción de la información que le transmite diariamente su receptor de televisión”. La escuela debía cambiar por la aparición de la televisión. La televisión disputando la atención, modulando la atención desde aquellos tiempos… Entonces, pienso en la organización de mi clase y sé que todas esas estrategias apuntaban a eso, a captar la atención. Pero tal vez en ese aggiornamiento que una y otra vez intenté/intento (sigo intentando en cada clase), hubo una imposibilidad de afectar (en términos spinozistas) a otres.
Por más que intente ser innovadora con diferentes recursos, admito que no sirve a veces. O, en el mejor de los casos, que podría llegar a servir alguna vez. Me distraigo de nuevo ante la frustración. El link del diario me lleva a otra noticia y, 20 minutos después, estoy en el Facebook mirando sin saber qué. Tengo que volver a la clase, decidir qué material queda definitivamente y qué saco en relación a los puntos centrales que den cuenta de cómo opera la modulación de conductas en la memoria, en la atención, en la distracción.
Definitivamente, tengo que dejar de intentar armar una clase común y silvestre, no puedo. Divago pensando en mi reciente descubierta, o más bien aceptada, vocación docente, tras más de una década de negación (porque lo mío era la investigación). Y trato de entender cómo eso se conjuga con el ideal del empresario que tan bien encarna el discurso científico (como dispositivo que se condensa en Sigeva) y que me ordena armar una clase productiva… ¿Pensar por un segundo una clase en estos términos, sentirme obligada a cumplir con el rol de lo que se espera y no aventurarme a hacer algo diferente no es una forma de vivir esa modulación de conductas en mi propio cuerpo? ¿No es trasladar la lógica de la investigación cientificista-conicetista a la docencia?
Puede ser, puede ser que la respuesta sea afirmativa, que les docentes no nos mantenemos indemnes y que eso claramente puede o va a cambiar al vínculo pedagógico. Pero preguntármelo y preguntarlo es también dejarme afectar y tratar de hacer algo con eso. Dejarme afectar significa aceptar la angustia y el terror que involucra sentir que el espacio de maniobra dentro del aula es menor, que atrapa el vínculo pedagógico-amoroso con el estudiantado (ese que reivindicaban los reformistas hace un siglo), es defender la autonomía de las 4, 6 u 8 horas semanales del encuentro fortuito con inquietudes de les estudiantes, que, a veces, no pasan por los contenidos de las materias, es sentir a veces el regocijo de haber conectado un rato con la afectividad que los convoca al aula, es sentir otras el “fracaso” de que fue insuficiente para que piensen que pueden transformar sus vidas, es convivir con la tensión entre el objetivo implícito que guía cada clase, es decir, “que puedan pensar por sí mismos” y las limitaciones estructurales de una lógica educativa históricamente disciplinadora y adormecedora que, encima de problemática, ahora deviene en una peor pesadilla, “libertaria” (o neoliberal) bajo un individualismo egoísta, productivo y, encima, mal pago.
Repienso, entonces, que introduciendo algunas variantes en cuanto a material didáctico era repetir aquello que Fernández Savater llama crítica como dispositivo: minimizar el dolor, privatizar la elaboración, la crisis, ausentarme del mundo, explicando conceptos desde el pedestal, como si no me afectara. ¿La clase no es un dispositivo también? ¿Puede ser entendida en tanto tal? ¿En tanto monólogo o diálogo tibio que lejos está de conmover a estudiantes porque cobra más sentido la planificación, la asistencia, la evaluación y la ejecución?
Releo que la cibernética apunta a “dominar la incertidumbre” mediante la generación de una red descentralizada en la que se puedan determinar, cada vez con mayor precisión, los lazos de retroacción, de feedback. Máquina de predicción y control. Y su efectividad para el logro del orden social cibernético depende de que se aplique un ajuste ante la anomalía desde el punto más cercano posible, a fin de restablecer el equilibrio, socialización del control, dice Tiqqun. Pienso, entonces, que la clase podría ser un dispositivo. En términos de Agamben, cumple con todas las características: es una cosa, inscrita en una relación de poder y que sostiene un tipo de saber, en este caso, el académico. Como dicen Tiqqun, retomando el uso que Heiddeger hace del SE, así “se trabaja, se vive y se piensa”. Y podríamos agregar: así se da una clase.
Advierto que eso está en juego. Pero, al mismo tiempo, siento que esos saberes están puestos en jaque, que, luego de cada clase en que los estudiantes se van indiferentes, se enciende una alarma para repensar esos saberes, que la alienación total que, por momentos, se ve dentro de un aula es otra: nosotres, docentes, repitiendo algunos conceptos, aunque tratando de ser, en el mejor de los casos, creativos, empáticos y divertidos para captar la atención, les estudiantes, también en el mejor de los casos, mirando hacia el pizarrón, la presentación de power point o a nosotres, y, en el peor, mirando el celular, pero escuchando un rumor lejano. Esa situación, que se repitió varias veces en el año, deja un vacío, una incomodidad. Entonces, creo que aquello que decían Fernández Savater y Tiqqun sobre la inquietud que provoca el Bloom es necesaria no hacerla más a un lado, es indispensable encararla de frente, elaborar la crisis de la presencia soberana, de esa visión holística, totalizadora, completa de la educación para hacer algo creativo con esa incomodidad. Una creatividad que experimente, que se salga de los lazos de retroacción esperables, no para provocar golpes de efecto al estilo Ted talk, sino para traer a la mesa esa otra forma de política, la micropolítica de los afectos, de lo común. Lo común que nos reúne hoy, la educación y su tarea impostergable, invaluable, inconmensurable con la cibernética e incluso boicoteadora de la cibernética en tanto pongamos nuestro propio cuerpo a experimentar.
Siento la necesidad, entonces, de ser sincera, de admitir que el Bloom del que habla Tiqqun, esa figura ambivalente que conjuga la alienación y desposesión extrema, y, al mismo tiempo, la pura disposición para dejarse afectar, es decir, la posibilidad de recrear lo común, vive en mí. Me atraviesa hace unos meses y llega a uno de los clímax al pensar esta clase, al cuestionarme el rol docente que cumplo. Y, entonces, creo que sería mejor decírselos, ponerlo en común, para ya no criticar la hipótesis cibernética y su proyecto totalitario de la política como fin de la política, sino para que podamos vencerla, colectivamente en las aulas, en lo micropolítico de grupos docentes que quieren hacer otra cosa distinta, que no saben bien cómo, pero sí se saben acompañados por otres que quieren lo mismo.
El aula ya no la veo como encierro disciplinador, sino, incluso, advirtiendo la paradoja del asunto, como espacio de encuentro y casi como último foco de resistencia.
Quiero clases intensas, en algunos momentos del semestre lo logré y fueron los momentos menos planificados, que me pusieron más incómoda, pero en los que sentí que toqué una fibra, que les pibes no salieron indiferentes, aún cuando el contenido de tal o cual autor no haya quedado claro; clases donde la atención esté con nosotres porque conmovemos, porque lo que decimos nos está atravesando; clases donde haya vibraciones de un humanismo territorial, un humanismo feminista callejero.
Para terminar y proponerles pensar entre todas/os, ¿cómo insistir en la micropolítica del aula en el marco de un sistema educativo-científico que promueve cada vez más un cientificismo del gueto y del certificadismo individualista? ¿Cómo defender una universidad que tiende a convertir a los docentes en tecnócratas dependientes de su imagen condensada en lista de publicaciones, que, lentamente, va privilegiando el contenidismo de las clases sobre el encuentro? ¿Cómo sostener en el tiempo que, ahí, hay todavía uno de los últimos focos de resistencia de la sociedad a la lógica del espectáculo debordiano? ¿Cómo defender una universidad pública donde la frontera público-privado se vuelve obsoleta porque empieza a operar el new public management? ¿Cómo saber no esperar de una clase los “resultados” y convivir con una planilla del servicio pedagógico de la universidad que mide la eficiencia de las tutorías? ¿Cómo la energía de estas preguntas y de las acciones diarias, sin caer en el ánimo derrotista en el marco de recortes y devaluación, no (solo) del salario, sino, más triste como eso, del rol docente?
*Por Romina Andrea Barboza para La tinta.