La escuela albergue Obispo Salguero en Pampa de Olaen: rastrear huellas y echar raíces
«Voces en educación» es la columna de la Escuela de Ciencias de la Educación de la UNC que apuesta por poner una palabra en el debate público desde el campo educativo y una pluralidad de miradas. En esta segunda entrega, una experiencia de extensión universitaria. Las narrativas sobre la vida cotidiana y la historia de la escuela, la producción cultural de niños, niñas y el teatro, los títeres de sombras y el relato visual para ensanchar horizontes.
Por Mariano Pussetto, Olga Bartolomé y Agustín Córdoba para La tinta
Es viernes 22 de septiembre de 2023 y, mientras caminamos por la ciudad universitaria con los niños y las niñas de una escuela rural de la Pampa de Olaen, Celeste, de quinto grado, le pregunta a Marco, estudiante avanzado de la Facultad de Filosofía y Humanidades, por qué sigue estudiando si ya terminó la secundaria.
―Es que ahora estudio en la universidad. Cuando terminás la escuela, podés venir acá.
Ella escucha atenta, pero no lo entiende completamente. Se miran, como quien empieza a comprender que hay algo más allá de su propio mundo y ese más allá se representa en el joven y la niña que caminan tomados de la mano.
La pregunta de Celeste golpea en la cara a nuestro sentido común. No es que sean novedosas las desigualdades ni las formas concretas en las que se materializan, lo verdaderamente significativo acá es la transparencia con la que se nos presenta: una niña, sentada en el mismo banco que se sientan cientos de estudiantes universitarios, nos pregunta por qué ese universo no le pertenece.
La escuela primaria Obispo Salguero se encuentra ubicada en la Pampa de Olaen, dentro del departamento de Punilla, a unos 80 km de nuestra casa de estudio. Tomando la ruta nacional 38, se accede desde la localidad de Molinari y se asciende por un camino de tierra, de unos 20 km aproximadamente, que se va modificando día a día con la controvertida autopista de Punilla. Se encuentra ubicada en tierras que le pertenecen a la Fundación San Roque (35.000 ha) y que fueron donadas por el obispo Salguero con el objetivo de recaudar fondos para el hospital San Roque.
La escuela, fundada en 1978 por doña Rubia Cuello y Lucerina San Martín de Campos ―con apoyo de la Fundación―, quienes buscaron garantizar el acceso a la educación de los hijos y las hijas de los trabajadores de las canteras y campos productivos de la zona, llegó a hospedar a más de cuarenta estudiantes. En la actualidad, alberga a catorce niños y niñas que viven allí de lunes a viernes junto a dos maestras, preceptoras, cocineras, un auxiliar y un profesor de tecnología.
Esa relación fundante entre la escuela y el sistema productivo de la región fue variando con el paso de los años. De acuerdo a la reconstrucción histórica que venimos realizando a partir de entrevistas con las fundadoras de la escuela, así como también mediante diversos documentos (periódicos de la época y archivos ministeriales), sabemos que en los últimos veinte años se transformó el tipo de desarrollo económico en la zona, con una drástica disminución de la explotación minera como principal actividad. Estas transformaciones socioproductivas tensionan los límites rural-urbano, en el marco de una tendencia hegemónica de despoblamiento de las zonas rurales junto al incremento de las desigualdades en las ciudades.
Este proceso de movilidad tuvo relación directa con la población escolar y, actualmente, de los catorce niños y niñas que asisten, sólo dos de ellos viven con sus familias en la zona. El resto del estudiantado es trasladado desde los poblados urbanos aledaños por un transporte municipal que los lleva el día lunes y los busca al finalizar la semana. La principal elección de esta escuela responde a diversos tipos de vulnerabilidades y situaciones familiares, principalmente de índole socioeconómicas y judiciales.
La relación con esta escuela comenzó a construirse en el año 2022. De aquellos primeros encuentros, surgió el proyecto de extensión titulado «Raíces. Narrativas e historias de la escuela albergue Obispo Salguero». Con él, buscamos elaborar diversas narrativas sobre la vida cotidiana y la historia de la escuela con el fin de promover la producción cultural de niños y niñas a partir de la creación, articulación y desarrollo de narrativas orales y escritas. Para ello, proponemos diversos dispositivos que estimulen tales producciones como: el teatro, los títeres de sombras, el libro-álbum y el relato audiovisual.
En un diálogo con quien fuera directora en esas primeras visitas, ella nos expresaba que su deseo era que el paso de cada niño y niña por esta escuela esté marcado por experiencias significativas que les permitan echar raíces para el resto de sus vidas. De allí, la expresión que nos acompaña hasta hoy.
Quienes hacemos extensión desde una perspectiva crítica y buscamos hacer un pequeño aporte a los procesos emancipatorios, sabemos bien que la única transformación posible de garantizar es la propia. A pesar de ello, apostamos a diálogos de saberes en pos de promover una articulación real y representativa de una co-construcción. Desde allí, reflexionamos sobre los saberes puestos en juego en los procesos extensionistas y, más específicamente, en la construcción de estas narrativas: ¿qué hay de propio y de ajeno en estas producciones? ¿Entre lo propio y lo ajeno, nace lo colectivo, lo nuestro, franqueando las distancias entre la universidad y la escuela? ¿Cómo se construye un efecto redistributivo de la cultura y se da paso, también, al reconocimiento identitario y cultural de estas infancias?
Entre tantas enseñanzas que María Saleme de Burnichon nos dejó, una muy específica asoma en nuestras prácticas. Ella sostenía que la universidad tiene cuatro funciones específicas que cumplir y se relacionan entre sí: la investigación científica, sensibilidad social, preservación del patrimonio cultural y formación de profesionales. Y decía: «En la correcta conexión de estos quehaceres, reside la posibilidad de que la universidad esté atenta no sólo para registrar hechos y sucesos, sino para buscar vías para las dos funciones intermedias ineludibles: atención comprometida a los problemas que afligen a nuestro pueblo, a nuestras instituciones, a nosotros, profesionales salidos de sus claustros, y responsabilidad sin atenuantes de resguardar, rescatar, no distorsionar. (…) Ajustar estas cuatro funciones, decir ―no callar― lo que es necesario que desde la universidad sea cumplido, es simplemente reformular nuestra historia como país; es romper los silencios cómplices, aunque porten vestiduras académicas, es rescatar la memoria y tal vez nadie como nosotros, que nos consideramos portadores de un saber de excelencia, esté tan obligado a tenerla».
En la columna anterior de «Voces en educación», Guadalupe Molina nos convocaba a mirar aquellas huellas de convicciones profundas e irrenunciables que nos marcan el rumbo: esta es una de ellas. Los diversos dispositivos narrativos puestos en juego partieron de la misma premisa: no se puede enseñar nada que uno no haya experimentado antes. Desde ese principio de horizontalidad, el interés por conocer sus historias cotidianas supuso también dar a conocer las nuestras, por lo que todos los años hemos organizado encuentros en la ciudad de Córdoba para visitar una heterogeneidad de instituciones y espacios culturales. De uno de estos viajes es que surge la pregunta de Celeste con la que aquí iniciamos.
En tiempos donde el discurso dominante ataca permanentemente lo público, la educación y a quienes formamos parte de ella, las prácticas extensionistas se vuelven un refugio en nuestra incesante tarea por defender una educación pública, gratuita y de calidad, así como también se tornan un recurso valioso para disputar los sentidos sobre nuestras universidades nacionales.
Aquella escena inicial entre Celeste y Marco no es más que un intersticio por donde mirar nuestros quehaceres cotidianos. De rastrear huellas y echar raíces. Tal vez, en la profundización de ese diálogo, se encuentren las mejores pistas para ensanchar algunos horizontes.
*Por Mariano Pussetto, Olga Bartolomé y Agustín Córdoba para La tinta.