¿Cómo enfrentamos el cansancio que afecta la política?

¿Cómo enfrentamos el cansancio que afecta la política?
26 diciembre, 2023 por Redacción La tinta

Por Federico Uanini y Sasha Hilas para La tinta

En nuestro ambiente, vemos que no sólo hay malestar, sino, tal vez, un cansancio. Desazón que trasciende las fronteras y afecta al sistema democrático todo: a nivel mundial, las encuestas de opinión reflejan que la población ya no se siente interpelada por la democracia. Javier Milei es el nuevo presidente de la Argentina y, tras una semana y media de gobierno, la desorientación social no deja de crecer y de hacerse patente. Esta desorientación de no saber qué trole tomar para seguir, como reza el tango, nos muestra lo huérfanxs que estamos de algo que nos sirva de guía y dirección. Usualmente, llamamos a eso «experiencia». 


Varixs no somos nuevxs en el tema «crisis» y hemos atravesado muchas, incluso la del 2001. Ya sea porque nos pasó estar allí o porque nos la contaron, la pregunta se abre para todxs: ¿acaso “hicimos experiencia” de los traumas políticos, sociales y económicos de nuestro país?


Freud esboza, al final de “El malestar en la cultura” de 1930, una breve oración de tinte casi religioso. En este escrito, que considera el problemático vínculo entre pulsiones y cultura, el médico austríaco analiza cómo la “pulsión tanática” amenaza con disgregar la experiencia común y la vida en sociedad. Tenemos dentro de nosotrxs un impulso que nos lleva a destruir lo comunitario y lo colectivo. Frente a esa pulsión de muerte, como se la llamó, se encuentra otra: la de Eros, aquella que parece oponerse y generar comunidad frente al desierto que podemos causar. Analizando su época, Freud consideraba que “algo” recorría las calles, un malestar que sentía y que ganaba cada día más fuerza en Alemania. El ascenso al poder del nazismo prefiguraba el triunfo de ese poder de muerte de exterminar la vida común.

Tal vez, la preocupación de Freud allí podría entenderse como lo problemático que resulta dentro de una sociedad que su conjunto de valores nutra y otorgue fortaleza a esa parte de nosotrxs que busca la destrucción, precisamente, de un “nosotrxs”. Freud reconoce el poder de Eros, a quien nombra como adversario de esa fuerza capaz de destruir la integración social, pero también entiende que no siempre triunfa y que, en el mundo social, el impulso de muerte está copando la agenda. Al final del escrito, el autor apela a una especie de oración, gesto irónico y a la vez trágico, pues muestra la impotencia frente a lo social por parte de un personaje tan crítico de la religión como fue Freud: “Sólo nos queda esperar que la otra de ambas ‘potencias celestes’, el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final?”. Frente al avance del “malestar”, nada se podía hacer más que esperar, como si de un milagro se tratara que Eros triunfara. Freud no pudo presenciar, a causa de su muerte, cómo su oración fue derrotada de forma categórica cuando, como humanidad, creamos los campos de concentración. 

Protestas en Plaza de Mayo, diciembre de 2001 / Imagen: Fototeca ARGRA

Estamos alejadxs del mundo de Freud. Hay malestar y el cansancio de nuestra época, algo así como un cansancio con respecto al conocimiento de nuestras historias y culturas, nos arroja a muchxs a vivir el desesperante tiempo presente depositando nuestra esperanza en quienes se presentan como lo nuevo, actual y nunca visto. 

Como si, para sobrevivir al tenebroso tiempo presente, la receta fuera deshacerse de las historias que forman parte de la Argentina (las que se anuncian bajo frases bien conocidas como “así es este país”) por algo que huele a nuevo, que no tiene contacto con esas historias de frustración y sufrimiento más difundidas, y que parece (por contraste) más contestatario. Lo cierto es que después del cansancio sigue el sueño, tanto para quienes se entusiasman con las nuevas derechas como para quienes imaginan un mundo de justicia social efectiva. Así, cansadxs todxs, el sueño y el ensueño indemnizan al menos un poco el duro día a día. Habrá que preguntarse a qué ensueño nos entregamos quienes advertíamos el sufrimiento que nos iba a deparar este gobierno.


¿Cómo enfrentamos ese cansancio que afecta la política? ¿Cómo generamos entusiasmo, no por un partido en concreto, sino por una forma de vida colectiva que tome a la democracia como un proceso necesario? 


Frente a discursos optimistas sobre “el pasado como promesa del futuro” (frase que le vale tanto al movimiento libertario con su “gran siglo XIX” como al kirchnerismo y su estandarte de “la década ganada”), es hora de ver a los ojos la crisis de nuestro tiempo: cada vez se hace más difícil que eventos como la dictadura cívico-militar, el Juicio a las Juntas, la crisis económica de los 90 o el famoso 2001 se hagan lugar en el campo de la experiencia colectiva. Esta realidad no es única ni nueva, ni se trata meramente de un “no querer saber” o un “no querer escuchar”. Parece, en cambio, un cansancio que no es solo económico o social, sino histórico, que permite que muchos eventos traumáticos e importantes de nuestra historia reciente queden vaciados de sentido. Entonces, enunciamos “2001” (y los nombres propios que trae aparejado) y eso no es capaz de transmitir sentido, como si se hubiera vaciado por completo hasta quedar una cáscara que sólo sostiene el nombre.

La policía reprime a manifestantes en la Plaza de Mayo, diciembre de 2001 / Imagen: AFP

Por continuar con el mismo ejemplo, mucha gente no sabe qué ocurrió en los dos años de gobierno de De La Rúa y en la catástrofe económica, social y política sin precedentes que vivió la Argentina en diciembre de 2001. Es verdad que podemos no haberlo vivido o no saberlo. Pero la particularidad es que quienes sí saben, quienes sí lo han vivido, cuentan lo ocurrido sin que siembre en otrxs una experiencia de su historia. Quizá esto tenga que ver con que hemos dejado de contar, con que los formatos desde los cuales se cuenta lo que ocurre (sean estos la televisión o las redes sociales) brindan información más que experiencias y con que nuestra impresión sobre el mundo termina de formarse con lo que opinan aquellxs en quienes nosotrxs hemos depositado previamente nuestra confianza y pensamiento. Ya otrxs, como el filósofo alemán Walter Benjamin, han llamado a esta situación “pobreza de experiencia”. Esta situación nos obliga a arreglárnoslas con muy poco, frente a un mundo cambiante y en aceleración, cuyas reglas de juego nos vuelven cada vez más precarixs y oprimidxs. Sin un tejido histórico rico en experiencias transmitidas y transmisibles estamos hoy, cada unx huérfanx en un extraño tiempo presente que se ha vuelto incapaz de conectar con su historia. Y por supuesto, esto tiene consecuencias: nos obliga a hacer frente a muchos peligros políticos y sociales, algunos de los cuales ya están sucediendo, como la amenaza a dirigentes y organizaciones políticas, la presión de políticas de ajuste y de represión, y la desorientación de grandes sectores de la sociedad.

La policía reprime a manifestantes en la Plaza de Mayo, diciembre de 2001 / Imagen: AFP

La experiencia, ese tipo de historia que tendría que acudir a nuestro llamado para protegernos de la tormenta, hoy no aparece. Los nombres son vacíos, los traumas ya no evocan las heridas que los causaron y no se trata sólo del aforismo “repetir la historia por no saberla”, sino que la orfandad de la experiencia, a veces, suena a estrategia. Rodolfo Walsh supo escribir que se busca exterminar la historia para que cada lucha, siempre, comience desde cero. Nos hemos hecho pobres, parafraseando a Walter Benjamin, al entregar una porción tras otra de la herencia de la historia de nuestro país y, con frecuencia, teniendo que dejarla en la casa de empeño por 100 veces menos de su valor, para que nos adelanten la moneda inflada e incierta de lo actual


¿Cómo generamos una experiencia colectiva que nos permita sobrevivir al despojo que estamos sufriendo? ¿Cómo accionamos frente al avance de este cansancio que quiebra, cada día, una historia en forma de silencio? La oración de Freud vuelve, como pregunta, a interpelarnos en los tiempos que vivimos: ¿cómo crear y sostener un espacio de cuidado común frente a la muerte que cada día erosiona, destruye y silencia la advertencia que el pasado viene comunicando en forma de grito? 


Pero ese pasado no es sólo aviso de tormenta: también es memoria del refugio que supimos construir. Memorias de los pañuelos que se enfrentaron en Plaza de Mayo al terror mientras los medios, que hoy defienden la quita de derechos básicos en democracia, miraban (y miran) para otro lado. Memorias de las redes que, frente a la adversidad del 2001, se crearon para resistir en el país destruido que el neoliberalismo nos dejó. Memorias de Jáuregui y Perlongher que cobran vida en cada Marcha del Orgullo, y hoy han permitido que por las calles el amor sea otro. Memorias, en definitiva, de una justicia que a veces se vuelve tenue, pero no por eso menos poderosa. Sería muy precipitado realizar un pronóstico sobre lo que vendrá, pero sí tenemos en claro que el espíritu de aquellas memorias toma forma de una experiencia de resistencia que, si bien débil, aún ocupa un lugar en un pueblo que, frente a la adversidad, reconoce -aunque a veces le tome tiempo- que es su vecinx quien lo salva y no el mercado de capitales.

*Por Federico Uanini y Sasha Hilas para La tinta / Imagen de portada: Alan Monzón / Rosario3.

Palabras claves: 19 y 20 de diciembre de 2001, crisis economica, memoria, Psicología, Sigmund Freud

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