Las tres luchas del Pueblo Weenhayek
En Salta, a 5 km de Tartagal, las comunidades O Ka Pukie y Quebracho luchan cada día por tres causas simultáneas y relacionadas: la disputa por sus territorios; por el acceso a la salud y el derecho a la vida; y por ser reconocidos por el Estado como Pueblo Weenhayek. En esta nota, Mónica Medina e Isaías Fernández dan testimonio en primera persona de las luchas de su pueblo, dolorosas, pero urgentes y firmes por la justicia, con gran parte del sistema en su contra.
Por Magdalena Doyle para La tinta
“Mi nombre es Mónica Medina. Vivo en la Comunidad Quebracho, km 5 sobre la ruta 86. Soy del Pueblo Weenhayek. En la comunidad nuestra y la comunidad O Ka Pukie (La Torja), somos como 25 familias. Nosotros estamos preocupados, porque estamos en un proceso judicial con la supuesta dueña de unos campos de soja que hay alrededor y ahí se ha prohibido que no se puede fumigar, pero siguen fumigando. Ya no fumigan de día, sino de noche. Parece que, cuando ellos ven que duerme la gente, ahí pasa el tractor fumigando. Y hay veces uno se pregunta… Mientras que uno va durmiendo, respirando, uno va tragando ese olor, uno, los chicos”.
Así empieza este relato en la voz de los propios protagonistas.
Historizar para conocer y comprender
A poquísimos kilómetros de Tartagal, las comunidades O Ka Pukie y Quebracho -donde hoy viven más de una veintena de familias- llevan adelante tres luchas simultáneas y relacionadas, en defensa de sus derechos, con ayuda y acompañamiento de Radio La Voz Indígena y el colectivo de mujeres indígenas ARETEDE.
Primeramente, la lucha por mantener los territorios en que viven, el monte del cual son parte: 95 hectáreas en el km 5 de la ruta 86. Desde hace varios años, una familia local adinerada -los Monserrat, dueños de la farmacia- quiere expulsarles, pese a que las comunidades y el territorio fueron relevados por el INAI, cuentan con la carpeta técnica que demarca que esa zona les pertenece y que no pueden ser desalojados. Esta lucha tuvo un momento más álgido en 2014, cuando, durante dos meses, la policía intentó sacar a las familias: en esa circunstancia, una mujer mayor falleció y, meses más tarde, su hija más joven, luego de dar a luz a dos bebés. Las comunidades resistieron esos meses en la ruta y, luego, recuperaron las tierras de hecho.
Hoy en día, la lucha sigue y hay una instancia judicial de mediación con la familia Monserrat, una mediación que impidió a las comunidades usar la tierra para sembrar y cosechar. A pesar de esto, actualmente, la familia empresaria desconoce dicha instancia y amenaza con volver a pedir el desalojo de las comunidades, en el corto plazo.
Por otro lado, la lucha por el derecho a la vida. La misma familia empresaria fumiga los terrenos pegados, atentando contra la salud de las comunidades. El sistema de salud público no se queda atrás: es deficiente y desatiende a las comunidades indígenas. En diciembre de 2022, cuando las comunidades trataron de detener las fumigaciones y alambrado de sus territorios, una persona disparó al cacique Isaías Fernández, errando el tiro.
La lucha por ser reconocidos por el Estado como Pueblo Weenhayek es la tercera. El Pueblo Weenhayek es preexistente a la conformación de los Estados nacionales del sur de América y ha vivido desde antes de la llegada de los colonizadores en las orillas del río Pilcomayo, en territorios que actualmente corresponden a Bolivia, Argentina y Paraguay. Se trata de un pueblo que ha sido muchas veces trashumante, pero que, además, se ha visto obligado a desplazarse mayores distancias desde la primera mitad del siglo XIX, escapando de los distintos modos de violencia y sometimiento eclesiástico, civil y militar.
En Argentina, la población que pertenece al Pueblo Weenhayek está ubicada en la franja de territorio entre el municipio Yacuiba (en el límite con Bolivia) y la ciudad de Embarcación (en Salta). Hay al menos 12 comunidades que se autodefinen weenhayek y otras que están en proceso de reconocimiento como parte de dicho pueblo.
En términos políticos y jurídicos, la gente que pertenece al Pueblo Weenhayek es incluida por el Estado argentino como parte del pueblo wichí, dado que integran la gran familia etno-lingüística de los/as wichí-hablantes. Sin embargo, desde hace décadas, luchan en Argentina por el reconocimiento estatal y social de su identidad étnica, distinta a la del pueblo wichí, aunque eso no quita que sigan encontrándose con ese y otros pueblos indígenas en las disputas por derechos que ven avasallados todos los pueblos. Particularmente, demandan que, en Salta, se modifique la Ley 7.121, para que se reconozcan los pueblos weenhayek, iogys, atacama, lule y tastil. El proyecto de modificación tenía media sanción de Senadores en Salta, pero, luego, el debate fue bloqueado en la Cámara de Diputados y se vencieron los plazos para su aprobación. Con ello, se perpetúa la violencia de un Estado que se atribuye el poder de administrar y definir las identidades indígenas.
Mónica Medina e Isaías Fernández, dos voces en nombre de muchas
—¿Hasta dónde llega el campo de soja respecto de la comunidad de ustedes?
—Mónica Medina: Yo creo que no hay ni 50 m. Es cerca de la comunidad, el campo pasa a la orilla. Y, ahí, pasa el tractor. Cuando empiezan a fumigar, es un olor que no se lo aguanta. Hay niños de un año, de dos años, recién nacidos y respiran ese olor… Y eso produce enfermedad también. Es muy peligroso para los recién nacidos que hay en la comunidad. Y están cerca del campo las casas.
—¿Ha habido niños con problemas?
—M: Sí… ya hubo chiquitos con problemas porque la mujer estaba embarazada y tenía dificultad, pero los médicos no terminan de decir qué consecuencia tiene y qué ha tenido. Y ese es otro problema que tenemos aquí: la salud. ¡Aquí hay mala atención en el Hospital de Tartagal, que está a 5 kilómetros! Hay veces que, si la mujer tiene una enfermedad, los médicos no te dicen qué es. Más bien, si uno los lleva, te dicen: no tiene nada, tiene que llevar en la casa nomás. Y la mujer se pone peor. Le ponen calmante nada más y lo llevan a la casa. Cuando llamás a la ambulancia, esperas horas y el enfermo está ahí a los gritos, y a veces no viene… Esos son los dos problemas: la fumigación y la salud, la mala atención en el hospital.
—Y con las fumigaciones, ¿ustedes hicieron reclamos?
—M: ¡Hicimos tantos reclamos! Pero no tenemos respuestas, no hay nada. Y a veces uno se siente cansada. Ahora queremos hacer una caminata: salir de aquí, de la comunidad, y vamos hasta la plaza de Tartagal, y pasar por la Farmacia Monserrat, que es de la supuesta dueña de este campo que está alrededor y fumiga.
—¿Y esa familia es la misma que hizo el intento de desalojo en 2014, que quiso sacar a la comunidad de este terreno en el cual está?
—M: Sí. Ella. Nosotros, ese día, nos despertamos a las 6 de la mañana y la policía ya estaba aquí. Estaba rodeada cada casa. Eran más de 100 policías. Vinieron, nos levantaron todo, sacaron a los chicos. Ha sido muy terrible eso. A la madre de Isaías, el cacique de la Comunidad Quebracho, le agarró un paro, quedó inmóvil. La llevamos al hospital y ellos no nos dieron ninguna respuesta. Y murió cuando la trasladaban a Orán, no llegó ahí. Entonces, en medio del desalojo, hubo un velorio. Un dolor tremendo. Porque seguía acá la policía. Y, a los seis meses, también falleció la hija de ella, que estaba embarazada… Y como nosotros estuvimos ahí, a la orilla de la ruta, haciendo campamento, a ella le picó una víbora.
Nosotros no nos hemos ido igual. Pese a todo, dijimos: “No vamos a dejar esta lucha y vamos a recuperar este territorio”. Esa era la decisión de todos nosotros, entonces seguimos esta lucha. Pero era una cosa… hasta la Justicia estaba comprada ahí… la policía. Y, hasta ahora, sigue eso.
—Isaías Fernández: Sí, estuvimos a la orilla de la ruta dos meses, en 2014. En ese momento, la policía se retiró y nosotros volvimos aquí, a la tierra, salimos de la orilla de la ruta, nos instalamos otra vez aquí. Y, hasta ahora, sigue esta lucha.
—M: Hace poco, nos avisaron que otra vez esta persona que reclama las tierras iba a pedir a la policía que venga a desalojarnos. Entonces, ahora estamos atentos. Es una cosa muy tremenda, que seguimos en esta lucha.
—¿Y ustedes tienen acá relevamiento del INAI, de estos territorios?
—M: Sí, tenemos relevamiento, tenemos la carpeta técnica. Pero ni aun así no se respeta. Cuando está el relevamiento, la Ley 26.160 dice que no se puede desalojar a la comunidad una vez que fue relevada y que se cuenta con la carpeta técnica aprobada por el INAI. Pero, acá, esta familia hizo que unos hombres vengan a alambrar la mitad de este territorio donde estamos las dos comunidades, desde la ruta y hacia atrás, hacia el cauce del río Tartagal.
—¿Cuántas hectáreas son el territorio de las dos comunidades?
—I: Son 95 hectáreas que están en el relevamiento.
—M: Es esta comunidad Quebracho y O Ka Pukie, desde el campo de soja que está a la izquierda hasta la pista de aterrizaje que hay en la ruta 86 y desde la ruta 86 hasta el río Tartagal.
Y ellos querían alambrar y desmontar este territorio… ellos y nosotros no lo permitimos, los sacamos a esos hombres. Ellos pusieron los postes de noche y nosotros, entonces, los sacamos al día siguiente y los tiramos ahí nomás. Y les dijimos que no se puede alambrar, porque este es territorio de nosotros ya. Pasaron dos o tres días, y otra vez pusieron el alambre y los postes ellos, de noche. Y otra vez sacamos los postes y enrollamos los alambres.
Además, hay un aeroclub acá cerca, que reúne a empresarios del agronegocio que también quieren ampliar sus zonas.
Y estábamos en todo eso y, un día, apareció un hombre de ahí, con una camioneta a toda velocidad. Y gritaba: “¿Qué hacen ustedes? ¡Eso lo puse yo!”. Y nosotros le dijimos: “Esto es territorio de nosotros, vos no podés venir a alambrar. Si ponés el alambrado, es como que ustedes nos están encerrando” . Y ahí el hombre casi atropelló a una mujer con su camioneta. Y después se fue y volvió, y sacó un arma, entonces le apuntó a Isaías. Dice: “A vos te conozco, a vos te voy a seguir y te voy a matar”. Isaías dice: “Bueno, si me querés matar, acá estoy, pero vos no podés venir a alambrar el territorio que es de nosotros”. Y el hombre dice: “Ustedes no tienen territorio, son manga de indios que no sirven para mierda, vagos de mierda, chiretes sucios”. Y ahí disparó un tiro y le erró a la cabeza de Isaías.
¡Y ahí nos pegamos un susto! Entonces, el padre de Isaías agarró un palo y lo tiró a la camioneta, pero el hombre arrancó la camioneta y con todo se fue. Y, bueno, nosotros quisimos seguirla, pero no quisimos hacer lío. Si ellos nos quieren ensuciar, nosotros no vamos a hacer lo mismo que ellos. Lo vamos a hacer por ley, como dicen los blancos, que siempre hay una ley. Entonces, nosotros tenemos que hacerla valer. Pero si este hombre le llegaba a pegar el tiro a Isaías… ahí la gente iba a saltar. Se vino cantidad de gente de las otras comunidades del kilómetro 6. Pero esta gente empresaria no tiene miedo. ¿Por qué no tiene miedo? La política la protege, la cubre.
—¿Y en qué situación está la cuestión legal del tema del territorio de ustedes ahora?
—Desde la Radio La Voz Indígena, nos ayudan para que las abogadas que trabajan con ellos nos acompañen en eso… Se inició un juicio y se estableció que había que haber una mediación. Y nos dijeron que nosotros no teníamos hacer nada en el territorio: no teníamos que hacer sembrado de verduras, no teníamos que sembrar nada ni modificar. Y nosotros cumplimos esa parte, pero, en cambio, ellos sí vinieron a sembrar, a fumigar. Pero nosotros después salimos y paramos la máquina para que no siembre y para que no fumiguen. Nos paramos nosotros al frente de la máquina… Éramos cuatro: yo, mi hijo, el changuito de enfrente y el hijo de la Nancy. Y no quería parar la máquina. Agarramos varillas, piedra, si no para la máquina y nos quiere atropellar, le tiramos eso. Se paró cerca de nosotros y nos largó todo el veneno, con nosotros ahí nomás, sin tapaboca ni nada… Era un olor terrible.
Y el chofer bajó y dice: “Yo no sé nada, a mí me mandaron nomás, pero, si es así, nosotros nos vamos”. Y se fueron. Nosotros los seguimos hasta el portón para ver que se fueran. Y cuando nosotros vinimos a casa, era insoportable el dolor de cabeza, empezamos a vomitar. Todo por el veneno ese.
—¿Y es la misma empresa la que tiene los campos y fumiga, y que los quiere sacar de acá para sembrar soja en estas 95 hectáreas?
—M: Sí, es la misma empresaria. Nosotros hemos vivido siempre en el monte. Como Pueblo Weenhayek, siempre hemos existido y vivido en el monte, aunque nos fueron corriendo. Y nosotros mezquinamos el monte porque acá siempre hay medicinales en este monte. Cuando los médicos dicen: “No podemos hacer nada”, entonces ahí nosotros sabemos cómo curar, sacamos las medicinas del monte. Para hacer artesanía ya queda poco, porque han desmontado y sacado mucho. Ya para sacar hilos de chaguar hay que ir mucho más lejos. No hay ya cedro ni yuchán…
—¿Y cuántas son las comunidades que están peleando por este territorio?
—M: Son Quebracho y O Ka Pukie, pero ahora se están levantado otras comunidades que están acá, frente del campo de esta gente. Y cuando fumigan y viene el viento, el olor va todo para allá. Todos los caciques firmaron un acta diciendo que no se puede fumigar sobre la gente, que basta de fumigación. Son como 15 caciques que firmaron. Eso se presentó acá en la Ciudad Judicial en Tartagal. Pero parece que no hay resultado. Porque el viernes ya vinieron otra vez a fumigar.
—¿Y en cuánto al reconocimiento como Pueblo Weenhayek?
—I: Y, a la vez, nosotros estamos luchando por que nos reconozcan como Pueblo Weenhayek aquí. Que cambie la Ley del aborigen de Salta y reconozcan que hay más pueblos, que tengamos participación y reconocimiento.
—M: Siempre hemos existido como pueblo, no es de ayer, no es de anteayer… siempre hemos existido. Nosotros hemos hecho marcha desde aquí hasta Salta para pedir que se nos reconozca. Pero el Estado no quiere, porque tienen miedo que surjan muchos otros pueblos pidiendo ser reconocidos. Y los van a tener que reconocer, porque ellos han negado que hay tantos pueblos.
—I: El Pueblo Weenhayek hace mucho tiempo que venían luchando. Los primeros caciques, que ya no está ninguno. El coordinador general, que falleció en 2019 por COVID. Después, otros caciques weenhayek, que falleció también por tema de esto, COVID. Y, bueno, esos caciques han sido muy luchadores también del reconocimiento del pueblo. Y, por ahí, en la época del gobernador Juan Carlos Romero, quizás más… ya los hermanos venían luchando por tema de reconocimiento. Después, viene Urtubey que asume como gobernador y todo ese proceso ha sido como estamos viviendo ahora. O sea, no cambia nada directamente. El Pueblo Weenhayek nunca han tenido posibilidad de hablar con funcionarios o si hablamos del IPIS, asuntos indígenas, en ningún momento hemos sentado con ellos, de dialogar o, por lo menos, entrar a un acuerdo… Solamente hay trabas, hay discriminación.
—¿Y qué quiere decir… no sé si tiene traducción, pero qué significaría en castellano la palabra weenhayek?
—I: Sí… weenhayek quiere decir “pueblo diferente”. Eso.
—Cuando ustedes dicen diferente, ¿a qué se refieren?
—I: A los criollos, al europeo, al inglés, al español.
—¿Ese nombre viene de los ancianos?
—I: Sí. Nosotros, cuando éramos chiquitos, vivíamos cerca del río. En el Pilcomayo. Tomábamos agua del río, pescábamos. Yo me acuerdo de que éramos comunidad bien escondida. Bien en el medio del monte. Y la gente tomaba del río, comían miel, maíz, anco, poroto. Esa era la vida. Hasta los 12, 13 años. Y ha llegado un misionero ahí donde estábamos nosotros. Y mi abuela era curandera. Y ella era que guiaba a la comunidad a la par del cacique, del niyat. Y ella sabía todos los tiempos… qué va a suceder, ella siempre advierte eso. Si el dueño del monte le mezquina… todo sabía. Eso era muy lindo para mí.
*Por Magdalena Doyle para La tinta / Imagen de portada: Leda Kantor.