Carlos Briganti, un hombre que quiere cambiar el mundo con las huertas y el compostaje
Por Claudia Regina Martínez para Almagro Revista
Cambiar el mundo empezando por hacer más habitable la urbanidad. A eso aspira Carlos Briganti. Y si los gobiernos no se ocupan, hay que empezar por casa. Hace unos once años, cuando sus hijos comenzaron a hacerse vegetarianos, este docente de plomería empezó a armar una huerta en los 60 metros cuadrados de la terraza de su PH en el barrio porteño de Chacarita.
En ese espacio, se generan hoy en día kilos y kilos de frutas y verduras agroecológicas. Y Briganti encabeza el colectivo El Reciclador Urbano, integrado por proyectos como Frutas en la Ciudad, Club del Compostaje y Acción Huerta Urbana. Este uruguayo de 57 años solía dar cursos y talleres sobre su experiencia en la Feria de Agronomía o el Museo del Hambre, entre otros espacios. La cuarentena no lo detuvo y ahora difunde su mensaje a través de sus redes sociales.
Habla atropellado y rápido, con mucha información, porque nunca para de leer y de formarse. Cada pregunta dispara respuestas interesantísimas, en las que lo micro se vincula con lo macro. Y al revés. Responde con ejemplos, pasando de un tema a otro, con ironía cuando habla de la industria alimenticia, con indignación cuando menciona las cifras que manejan los más ricos y con propuestas para el cambio. Muchas.
—¿Por qué hacés una huerta agroecológica en tu terraza?
—Arranqué produciendo con lo que te daba la agroquímica. Te decían: hay un bicho, póngale esto. Pero nosotros también convivíamos con el caldo bordelés, que venía de los ancestros, que ya traían ese sulfato de cobre y cal hidratada. Trabajábamos con las dos cosas. La innovación tecnológica te lo traían y te lo metían todo el tiempo. Mire, póngale esto, que mata todo. Y uno, como no tenía asesoramiento, le ponía. Y después con el tiempo, te das cuenta de que todo eso tiene un impacto no solamente ambiental, sino a nivel salud. Uno se va enfermando. Después encontrás los porqué. La industria no te va a explicar que vos estás enfermo por la ingesta de veneno. Pero bueno, siempre se filtran esos temas y uno se va avivando.
Aparece ahí un Fabián Tomasi, un Andrés Carrasco, aparece Patricio Eleisegui, Jairo Restrepo. Rachel Carson en la década del 60 ya anunciaba que el DDT era un arma mortífera y que estaba acabando con la biodiversidad. Por eso, publica su libro “Primavera silenciosa”. Es un llamado de atención. Ya en esa época, con el paquete tecnológico venía una cantidad de venenos exponencial. No te das cuenta y no estás advertido, y después te agarrás un cáncer o cualquier otra enfermedad. Diabetes clase 2, todo lo que sea presión arterial. Y todas esas cuestiones, ¿producto de qué son? De la alimentación. Con el tiempo, te vas dando cuenta de que los alimentos han cambiado. Que no es la misma forma de alimentarse la de los jóvenes, los más chiquitos. Hay una ingesta exponencial de ultraprocesados, que no es alimento. Te dicen: Dele esta leche, no le dé la teta. Y al final, te das cuenta de que es un engaño. Es una estafa. Una estafa con licencia porque se la emite una entidad que supuestamente debe cuidarnos y no lo está haciendo. Porque los que nos alimentan o nos curan o nos cuidan, en cuanto rascás un poco, terminás viendo que responden a unos intereses concretos y te están vendiendo, le están dando a tu hijo, algún producto que está repleto de antibióticos, por ejemplo.
Además, estamos hacinados, amontonados, expuestos a todo este tipo de pandemias, producto de la alimentación y producto de que un grupo de inescrupulosos manejan las cuestiones primando el lucro. Y así es como nos vamos enfermando y después el erario público tiene que gastar muchísima plata en hospitales para darte salud. Porque las empresas privadas dan quiebra y salen todos corriendo y arréglate como puedas. Y el Estado nunca se quiebra. Aquellos que dicen hay que achicar el Estado, después son los primeros en mamar de la teta del Estado o su fortuna o su riqueza están basadas en el Estado. Estaba viendo la riqueza ahí en Forbes de los 50 más millonarios del mundo y de la Argentina. No puede ser que un ser humano tenga 500 millones de dólares, 100 millones de dólares, 200 millones de dólares. Es realmente una falta de respeto. ¿Qué hacés con tanta plata? Debería estar prohibido. Yo creo que acá tenemos que empezar a barajar y dar de nuevo, y empezar a hacer entender a estos muchachos que así no va.
—Y vos, a partir de la huerta, armaste una red de otras actividades y de gente que también te ayuda. ¿Cómo fue ese proceso? ¿Quiénes te están ayudando?
—Comencé esta huerta totalmente solo, una locura, cargando la tierra en el hombro, todo me lo hice yo, o sea, instalé este sistema. Era una verdadera locura. Pero yo era feliz en ese mundo. Y después lo abrí a la comunidad, invitando a la gente que venga a aprender huerta. Y así vino un montón de gente. Algunos ya se fueron teniendo su propia huerta. Otros ya tenían su propia huerta y vinieron en busca de profundizar. La huerta es beligerante, te contiene, te abre caminos y puertas que a veces ni siquiera pensás. Y esta huerta tracciona con lo social. Es una huerta que te marca la cancha. Están aquellos que ningunean una pequeña huertita, pero no es el caso de Vandana Shiva, por ejemplo, que dice que cultivar tu propio alimento es revolucionario. O Carlo Petrini, que es el líder del movimiento de comida lenta (slow food), esa del caracolito, que dice que tener tu huerto es revolucionario. La sociedad cambia a partir de que estos focos de resistencia se van organizando desde lo urbano, porque en la urbanidad es donde tenemos todos los problemas de hacinamiento, de falta de alimento, de falta de comercio justo, de falta de buenas prácticas, también de abuso por parte de algunos intermediarios del alimento. Y hoy en pandemia, se potencian estos espacios. Esta es una manera de encarar un cambio. Y a veces la gente no lo ve. Pero hoy en día, mirá la UTT (Unión de Trabajadores de la Tierra) en el mercado central, mirá los bolsones soberanos.
—Por lo que leí, no te gustaría volver al campo, sino que querés quedarte en la ciudad. ¿Por qué?
—Yo ya vengo del campo. Tuve una hectárea y cuarto. Fui quintero. Producía mi propia verdura en la década del 70. Hacía comercio directo del productor al consumidor. Agarraba mi tractor, lo llenaba de verdura fresca que cortaba una noche anterior y, al otro día, iba a la feria. Ya hice la experiencia, laburé muchísimo, tuve granja. No quiero volver a lo mismo. Y, entonces, me puse a producir alimento y visibilizar la problemática que tenemos en un techo. Creo que es más productivo tener este espacio, porque es una bisagra entre la ruralidad y la urbanidad.
Vos le preguntás a una criatura qué es un pollo y te dibuja un pollo sin patas y sin cabeza. En su vida vio un pollo. ¿A dónde lo llevan? Lo llevan al McDonald’s y al shopping, y nunca lo llevan a una granja temática porque no hay. Entonces, nosotros impulsamos una ley para visibilizar las huertas en todas las plazas públicas (NdE: Se presentó un proyecto en la legislatura porteña) y estamos tratando de hacer una granja temática dentro de la ciudad. Te asombrarías de la cantidad de hectáreas ociosas que hay dentro de la CABA. Acá nomás, a pocas cuadras -yo vivo en Chacarita- en el barrio de Colegiales, desde la calle Virrey del Pino a Federico Lacroze, hay seis hectáreas, todo ese corredor del ferrocarril, de las cuales ya privatizaron cuatro. Quedan dos sin privatizar. Eso no se puede privatizar. No se puede. ¿Para qué? Para hacer megaemprendimientos de torre más torre y que sigamos amontonados. Entonces, ¿qué tenemos que hacer ahí? Una granja temática. Para que toda la gente, grandes, chicos, jóvenes concurran a ese lugar. Totalmente gratis. Imaginate vos teniendo acá a tiro de piedra una granja de seis hectáreas demostrativa para todos los vecinos. Con seis hectáreas, podés producir 600.000 kilos de alimentos. Imaginate lo que es eso. En 60 metros cuadrados, nosotros acá producimos de 400 a 500 kilos de verdura de hoja. No hablemos de zapallito que pesa, de berenjena, zanahoria, todas esas cosas. Mirá la proyección. No la ven, porque los asesores les están zumbando la oreja diciéndoles: acá hay millones y millones. No ven que acá hay millones de sanidad, de salud, de esparcimiento, de espacio verde, recreación. Obviamente, los tipos buscan su negocio.
Pero ahora con esta postpandemia -ojalá salgamos de la pandemia-, tenemos que repensar la ciudad. En los edificios, las terrazas están vedadas a la gente. Deberíamos empezar a conquistar esos espacios. La manera que tenemos de salir es esto, hacer huertas, empezar a asociarnos con los vecinos, comer un alimento que no está envenenado, que tu hijo salga y se ensucie un poco las manos en la tierra.
—¿Y te pasó que, a raíz de esta cuarentena, aumentaron las consultas sobre lo que estás haciendo?
—Las redes explotan. La gente empieza a mirar con otros ojos esos espacios que tenía repletos de cosas que no usaba. Subía a la terraza una vez por año para barrerla. Pero ahora empezó a quedarse ahí porque es el único refugio. El que tiene la fortuna de tener una terraza ahora la valoriza. De hecho, en el negocio inmobiliario, ahora vos vendés un pH con terraza y vale el doble. Porque este es el primer virus que tenemos así tan jodido, de esta magnitud, pero aseguran que vamos a tener más. Entonces, ya hay que agenciarse una buena huerta, una buena palta en la vereda, cosa que salís y cachás un par de paltas, que te cuestan 100 mangos y acá te cuestan gratis. Si la gente se avivara que los alimentos son gratis. Mirá, el domingo le expliqué a la gente ahí en la reserva Laguna de Rocha, que la quieren manotear. Le dieron a Racing 60 hectáreas. Yo no entiendo mucho de fútbol. Seguramente, lo necesitarán. Pero digo: ¿Cuál es la emergencia que tenemos nosotros ahora? Alimenticia.
En Esteban Echeverría, según el censo del 2010, había 300.000 habitantes. Con el modo de producción que tengo acá, había sacado que, en seis hectáreas, le das de comer a 600.000 habitantes. En vez de darle 60 hectáreas a Racing de una laguna, de un espacio que tenía que mantenerse porque es un humedal, ¿por qué no primero llamamos a gente de la UTT y les damos, no sé, 40 hectáreas? ¿Ustedes se arreglan con 10? Vamos a priorizar la alimentación y después viene el deporte. Estoy totalmente de acuerdo, es lindo ver a los jugadores. Y de paso, si gana 500 millones de euros, sacale un poco para darle a los que recién empiezan. A un pibe de 15 años que lo querían llevar a España, no sé cuánta plata le querían dar. Me parece una obscenidad cuando hay mil millones de personas que no comen. Dejémonos de embromar. Deberíamos empezar a ser un poco más empáticos. ¿Te hace falta realmente tener seis Mercedes Benz en la cochera? Ah, es mío y yo hago lo que quiero. Rifá uno, dos, cinco Mercedes Benz. Andá en uno. Yo tengo un par de zapatos para trabajar en la huerta y después zapatillas. Un solo par de zapatillas. Y a lo mejor me duran mil años porque ando en ojotas en verano. ¿El resto hace falta? Libros para llenar la cabeza, para entender el mundo. Nos está faltando gente que tenga sentido común y que diga: no, che, pará, pará, 60 hectáreas no, muchachos, lo lamento, aguanten ahora como puedan, pero vamos a producir alimento. Y dennos una mano a nosotros. ¿Se puede hacer eso? Se puede.
—¿Qué es el Club del Compostaje?
—No conformes con compostar, todos los miembros del colectivo armamos composteras en la calle para que los vecinos empiecen a compostar. Entonces, vos vivís en un departamento y decís: yo no puedo compostar. Amo la biósfera, soy ecologista, pongo en el Facebook todo me gusta, me gusta, me gusta y soy un gran revolucionario. ¿Compostás? No. Cuando nosotros hablamos de cambio, el primer cambio que siempre le digo a la gente es empezar a compostar. El segundo cambio es empezar a producir alimento. Ah, pero tengo un balcón. ¿Y? Una de nuestras colaboradoras, integrante del colectivo, es la que más germina en tres ambientes en Once. Tiene una sola ventana donde recibe el sol. Y anda deambulando con todas sus plantas de un balcón a otro. Entonces, fijate, cuando uno quiere hacer algo, lo hace.
—¿Qué puede tener en un balcón alguien que quiere empezar a hacer huerta?
—Primero, la compostera. La mejor compostera es un tacho de veinte con un agujerito abajo, dos ladrillos comunes, una tapa y ahí ponés un puñadito de tierra y ponés yerba, té, café, frutas y verduras. Eso es lo primero. Con eso, cambiás el mundo. Eso es revolucionario. Y no gastás un mango, porque basureás. Eso ya te pone en un rango superior. Si empezás a basurear, tu vida cambia paulatinamente. Empezás a ver en la calle cosas tiradas y empezás a juntar. Esto me sirve, esto me sirve. Y, entonces, después tenés que empezar a juntar tachos para contener la tierra. Siempre muestro una huerta que tengo con bidones de agua de seis litros y medio. Y los bidones esos de agua de cinco litros que utilizan para los radiadores son ideales. Los juntás, hacés unos orificios y empezás a basurear tierra. Salís caminando como medio distraída, ves un montículo de tierra… siempre llevás una bolsa o una mochila. Y te venís cargando con tierra.
La calle, o sea, la ciudad te regala todo lo que necesitás. Te regala contenedores, la tierra, los tachos, los ladrillos, todo está al alcance de la mano. La verdulería te regala en época de primavera los morrones rojos, le sacás las semillas, los tomates, le sacás las semillas. A los puerros les cortás la parte de la raíz y sigue creciendo y lo seguís cortando. Las cebollas brotadas y florecidas te las regala la verdulería. Las papas brotadas te las regala la verdulería. Es decir, hay un montón de cosas que la verdulería te regala, que no necesitás semilla. Y después están los intercambios de semillas, lugares de encuentro donde el capitalismo nada tiene que hacer, porque ahí es gratis. Vos llevás plata y no podés gastar, porque nadie te vende nada.
—¿Sos un tipo optimista?
—Si no fuese optimista, no estaría haciendo las cosas que hago. Yo creo que es posible un mundo mejor. Si pensás que un mundo mejor no es posible, entonces, no tenés que traer criaturas al mundo, tenés que vivir una vida light, recorrer el mundo de hippie con una mochila. Y te ponés anteojeras y avanzás, mirándote el ombligo, nada más. A buscar una reconversión interna, solo. A mí me parece que la salida es social. Es colectiva. En esas construcciones, me siento cómodo. Hay muchísima gente que quiere cambiar el mundo. Lo que pasa es que no nos conocemos. Somos un montón de gente que vamos hacia el mismo lugar. Tenemos que empezar a juntarnos, asociarnos, potenciarnos, ayudarnos. Ahí radica la fuerza. Y en decir no. Por ejemplo, tenemos un poder que es indiscutido, en el sentido de que vos, con tu bolsillo, cambiás el mundo. ¿Cómo nos tenemos que hacer escuchar? Bueno, a éste no le compro más. A vos no te compro más porque no tenés buenas prácticas, explotás a la gente, hacés maltrato infantil. Esas grandes compañías de ropa que se mudan de fábrica y las llevan a Tailandia, no sé dónde, y explotan a la gente y la gente se muere quemada. No le compro. Le compro al tipo que está confeccionando acá. Y el alimento mío lo compro acá en cercanías. Al hipermercado comprale las ofertas. Nada más. Un hipermercado no tenés que pisarlo más, porque son formadores de precios. ¡Qué barbaridad lo que decís! Y, bueno, fijate cuánto sale el kilo de papa y cuánto le pagan al productor.
Hay gente que no le gusta hablar de esto, pero es la realidad. ¿Por qué te crees que la UTT tiene tanta presencia ahora? Porque es del productor al consumidor. No hay intermediarios. Y ahí nos beneficiamos todos. Y hay que ser un necio para no darse cuenta de eso. Entonces, dicen: Ah, pero este gordo es político. Claro que soy político. Todo es una actitud política. Ay, no, no, no, yo en política no me quiero meter. Estás hasta acá de política. Hay una confusión generalizada. La gente ha perdido la costumbre de leer, de procesar su propio alimento intelectual. Come todo digerido, prende la televisión, mira y ya está. Y ya me diste un análisis sintético de qué es lo que tengo que pensar. Bueno, curioseen, investiguen, averigüen cuántas son las tierras fiscales, cuántas hectáreas tenemos, quiénes son los dueños de las tierras. Hay tipos que tienen acá un millón de hectáreas. Es obsceno. Benetton, Lewis. ¿Para qué querés tener un millón de hectáreas? No se puede. Ah, no, porque yo produzco. ¿Qué produce usted? Nada. No, señor, discúlpeme. Usted no puede tener un millón de hectáreas. Usted no puede tener 200 departamentos ociosos para especular en el mercado. No se puede. Está mal. Entonces, digo: Che, eso también forma parte del buen vivir. La comida, el hábitat, la biósfera. Ah, bueno, la empresa que haga lo que quiera. No, que haga lo que quiera no. Es la biósfera de tu hijo. Tu hijo respira aire. Y el aire se lo están contaminando. ¿Y quién lo contamina? Hay empresas que te están contaminando. Tienen nombre y apellido.
—¿Qué mostrás en tus directos en las redes?
—Es muy divertido. Los domingos, hay más de 200 personas solamente en Instagram. En Facebook, son más de 600 personas. Porque por ahí dicen: Ah, este gordo es un charlatán, porque habla de composteras y andá a saber si tiene composteras. Y les digo: Vení, vamos a ver las composteras. Acá tenés. Acá tenés el humus cosechado. Acá tenés los puerros, mirá estos tomates. Mirá la acelga. Y los paseo por todos lados y la gente ve, en vivo y en directo, cómo arrancás un nabo, una acelga, cómo hago una sopa. Arranco todas las verduras. La gente no es tonta. Empieza a ver que esa forma desprolija que tengo funciona. Me decía un compañero de Chile: Yo busqué mucho material y te encontré a vos, Carlos, y tu huerta es creíble, es una huerta de verdad. Porque lo demás le parecía ficticio, entre los cajoncitos, la distancia de la planta, la planta impoluta, aséptica, la tierra toda negra, todo era inmaculado. Y esas cosas en mi huerta no se dan. Las plantas en asociación no las respeto. Se juntan las acelgas con los tomates. Los tomates con cualquier cosa. Rompo todo el esquema que hay de una producción normal. Acá todo es basureado, todo es cirujeado. No te cuesta un mango. Entonces, la gente entiende que esto no es una estafa, que es algo que existe en un techo. De a poco, trato de inducir a la gente a que se ponga a producir alimentos, que se ponga a compostar. Va a ser la salvación.
En los futuros estos que son distópicos, no tan distópicos, vas a tener que generar alimento en tu casa. Ahí salió un informe de un diario de Inglaterra: la casa pasó a ser el gimnasio, la sala de estudios, el trabajo, todo. Ese es un futuro distópico que ya llegó. Así que tu casa va a tener que ser un polo de distintas actividades. De resistencia, también. ¿Por qué no una huerta? ¿Por qué no el compostaje? Esos futuros distópicos llegaron para quedarse y para recordarnos la finitud del ser humano. Tenemos una existencia tan, pero tan efímera y no nos damos cuenta. Y seguimos produciendo y contaminando. Solamente Estados Unidos y Australia necesitan más de tres planetas para mantener el sistema de consumo que sostienen. Ah, pero este gordo es un tirabombas. No, yo soy re optimista, pero en tanto y en cuanto nos asociemos. Y si hay un uno por ciento de los más ricos del mundo que nos estrangulan y nos aprietan, bueno, somos el 99 por ciento. Si nosotros nos disponemos a avanzar, chau, otra será la historia.
*Por Claudia Regina Martínez para Almagro Revista. Fotos: Mariano Campetella.