En cuarentena: educación a distancia para quién
La cuarentena desató una masiva digitalización de las actividades laborales, económicas y sociales. La educación no es la excepción: las tecnologías irrumpen como necesidad y como posibilidad para los procesos de enseñanza aprendizaje, pero lo hacen en un contexto en el que las desigualdades sociales ya existentes se evidencian y se potencian en un escenario nacional desarmado tras las políticas de Cambiemos.
Por Redacción La tinta
“En mi casa, no tengo computadora, accedo a los materiales de la escuela por el celular
e imprimo las tareas, pero es mucho dinero y no puedo”.
“Acá en el barrio, nadie tiene wifi, hoy mandaron un video para la tarea,
y si lo vemos, me quedo sin datos”.
“No veo nada, no puedo escribir en el teléfono,
y además solo tenía internet cuando estaba en la escuela.
Además no entiendo qué me quiere decir la seño”.
En medio del vendaval de emergencia, la educación a distancia busca ser un salvavidas temporal. Las voces son muchas y variadas, y las expectativas, definiciones, alcances y valoraciones en relación con esta modalidad educativa también lo son.
Lo cierto es que toda una comunidad educativa está trabajando para intentar acompañar los procesos de aprendizaje desde los hogares, muchas veces, sin considerar las complejidades que se entraman en torno a las nuevas tecnologías, al acceso a las mismas y a las condiciones materiales estructurales de la mayoría de lxs alumnxs (y sus familias) que concurren a las escuelas públicas de nuestro país.
En diálogo con La tinta, la docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNC, Eva da Porta, explica que el tema de la educación a distancia «no es solo una cuestión de dispositivos y de conectividad».
«Si bien es muy importante y central (porque es una educación mediada técnicamente), también implica un conjunto de estrategias, de modos de comunicarnos entre docentes y estudiantes que, en la presencialidad, están resueltos y que hay que poderlos desarrollar de otras maneras, y con otras estrategias en la virtualidad, en la distancia. Esos aprendizajes llevan mucho tiempo y no los vamos a adquirir de una semana para otra. Por eso, creo que hay que pensar este vínculo, forzado, virtual como un proceso gradual, donde no solamente hay que pensar en la transmisión de la información, de contenidos, sino también en las estrategias de comunicación, en cómo vincularnos con nuestrxs estudiantes y en el tipo de actividades que podemos proponerles para que ellxs no solo sean receptáculos de contenidos, sino también puedan producir, trabajar, apropiarse creativamente, trabajar colectivamente a pesar de la distancia. Son un conjunto de desafíos que, con tiempo, se pueden trabajar de un modo adecuado».
«Hay ciertas fantasías en creer que las tecnologías nos van a resolver problemas. Lejos de simplificar los procesos sociales y educativos, los complejizan. Esa complejidad hay que aprenderla y nos va a llevar tiempo”.
Cuando, en noviembre de 2018, el ex presidente Mauricio Macri -a través del decreto 386/2018- terminó de desmantelar el Programa Conectar Igualdad (PCI), nadie nunca imaginó el impacto que esto tendría dos años después con la pandemia. En ese decreto, el Poder Ejecutivo conducido por Cambiemos modificó el objeto del Conectar Igualdad y dejó de entregar netbooks a estudiantes y docentes.
Tal programa (de carácter federal) fue creado en abril de 2010 por el Decreto Nº 459/10 y buscaba aminorar las brechas digitales y educativas en la Argentina. Gestionado por el ANSES, el Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios, y la Jefatura de Gabinete de Ministros. Hasta diciembre de 2015, Conectar Igualdad entregó cinco millones de notebooks a alumnxs de escuelas secundarias públicas de todo el país y construyó más de 1400 aulas digitales con conexión a internet.
Al consultar a Da Porta sobre el desarme del Conectar Igualdad y los impactos concretos que implicó, la investigadora cordobesa explica que los efectos son más que negativos: “Fueron medidas de retracción de derechos, el PCI no solo era un programa de índole educativo, sino socio educativo que apuntaba a acortar la brecha digital, a partir de que cada estudiante y cada profesor pudiera tener su propio dispositivo, personalizarlo y usarlo para distintas cuestiones, no solamente para estudiar. Es decir, desde que se empezó a desarticular, lo evalué como una retracción de derechos por parte del gobierno de Macri y, hoy, los efectos de su ausencia se ven. Hay que comprender la política del PCI como una política socio educativa que ampliaba derechos, vinculados a la educación, pero también a la ciudadanía, es decir, a la posibilidad de participar en el espacio público digitalizado. Y eso fue muy valioso y un programa de avanzada que quizás no se comprendió en su magnitud y que, ahora, por ausencia, sí se comienza a comprender».
«Es evidente que hacen falta computadoras para poder estudiar y que hoy nuestrxs estudiantes tanto secundarios como los que ya están en la universidad (y hubieran podido tener sus computadoras cuando iban al secundario) no tienen esos dispositivos y cuentan, a lo sumo, con celulares”.
La docente de la Facultad de Ciencias Sociales es clara: las computadoras, inclusive con sus problemas técnicos de desactualizaciones (propios de cualquier dispositivo), eran muy valoradas y útiles para trabajar en procesos de enseñanza y en procesos de aprendizaje, no solamente porque permitían el acceso a internet, sino que posibilitaban trabajar offline. En comparación, “los teléfonos celulares, si bien permiten el acceso a internet, son dificultosos para la producción de textos, por ejemplo. Las netbooks hubieran sido realmente una solución de mucha utilidad en estos momentos que tenemos que suspender la presencialidad y empezar a iniciar y ensayar vínculos a distancia”, acentúa Da Porta.
Por otra parte, lxs docentes están respondiendo a la creación y adaptación de sus clases a la modalidad virtual y esto ha implicado muchas más horas de trabajo, a la par de atender las tareas de cuidado familiares. Aparecen nuevas y más exigencias desde algunas instituciones, la disponibilidad y la creatividad parecen estar a la punta junto con las dificultades técnicas que pueden aparecer. En este estado de situaciones, no es tan fácil profundizar en las estrategias pedagógicas.
En este sentido, es necesario tener en cuenta lo que explica Da Porta: “es importante decir que no van a ser clases virtuales, porque ni nuestras escuelas ni nuestras universidades -que son presenciales- se pueden preparar en dos o tres semanas para la plena virtualidad, que es lo que nos está pasando en este momento. Entonces, van a ser procesos de acompañamientos a los estudiantes y procesos de aprendizaje de parte de los docentes también para poder aprender a transmitir con otras modalidades, con mucha complejidades y seguramente también con muchas dificultades técnicas, no solamente para los estudiantes (por los problemas de conectividad y por los dispositivos estos)”.
Hace muchos años que el discurso de las TIC caló hondo en la escena escolar y su materialización se implementó de manera dispar en la vida de las escuelas. El Programa Conectar Igualdad permitió achicar algunas brechas y sentar bases para un nuevo orden de posibilidades digitales. Hoy, estamos ante las consecuencias que dejan las políticas educativas neoliberales.
“Como toda situación social -atravesada por las desigualdades-, siempre quienes tienen menos acceso, menos posibilidades, van a ser lxs perjudicados. Ojalá que esta situación no perdure por mucho tiempo y que se puedan ir encontrando estrategias para compensar el trabajo. Una que sí hemos desarrollado, por ejemplo, es el trabajo en equipo.
Lo importante es pensar en comunidad y no pensar estos procesos de manera aislada. La soluciones siempre son colectivas y los aprendizajes también siempre son colectivos. Nadie aprende ni enseña solo. Son momentos de pensar lo colectivo, de forma mediada, pero no olvidar que ese es el horizonte para resolver cualquier problemática social y, particularmente, esta educativa.
«Las tecnologías tienen su doble cara también, aquella que nos lleva al trabajo individualizado, centrado en el hogar, pero también aquella que permiten el trabajo colaborativo y el trabajo colectivo. Me parece que por allí deben venir las estrategias educativas y sociales mediadas por estas tecnologías”, culmina Da Porta.
*Por Redacción La tinta.