La Tere: escritora entre lo propio y lo de todxs

La Tere: escritora entre lo propio y lo de todxs
7 mayo, 2019 por Redacción La tinta

María Teresa Andruetto, autora de decenas de poesías, cuentos y novelas, abre las puertas de su casa para contar su lugar como mujer de pueblo y de calle, de libro y de mundo. O para explicar cómo el feminismo, la escritura de mujeres, la literatura como necesidad de los pueblos, el Congreso de la Lengua Española y la situación de la industria editorial argentina se mezclan con su propia historia.

Por Lucía Maina para La tinta

Empecemos por acá. Un caballo atado al alambrado espera que su dueño haga las compras en la Despensa del Nico. Si no fuera por esta presencia, se diría que hoy el gris lluvioso ha ahuyentado a todo el pueblo de Cabana, este lugar mezcla de barrio, comuna y reserva natural ubicado a unos kilómetros de Unquillo, Córdoba, Argentina. Después de andar unas cuadras desoladas por calles de tierra, bajo la loma que desemboca en lo de la Tere, como la conocen sus vecinos y vecinas.

María Teresa Andruetto, la escritora cordobesa. Sí, la que, hace algunas semanas, cerró el Congreso Internacional de la Lengua Española y dijo ante el mundo todo lo que el rey y su Real Academia Española querían silenciar. Sí, la que publicó decenas de libros de cuentos, poesías y novelas como Lengua Madre, La mujer en cuestión o Los Manchados. Sí, esa, la que ganó el Premio Hans Christian Andersen de Literatura Infantil. Ella y también otras: la vecina de Sierras Chicas, la cordobesa enraizada, la militante feminista, la abuela cálida, la promotora de la lectura, la rescatista de narradoras argentinas, la escritora diversa, la mujer que se resiste a nombres y etiquetas como quien lucha contra una camisa de fuerza.

Me pusieron Teresa
porque era el nombre de mi abuela y anduve por la vida
con mi nombre de vieja. Es un nombre
de santas y de reinas pero a mí no me gustaban
las santas ni las reinas. Yo quería un nombre
breve, un nombre leve
y no este nombre de cristiana nueva¹.

Escribir donde la vida está

La casa es esa que cualquier niñx dibujaría como La Casa: una pared larga y recta de ladrillo, un césped prolijo y brillante, algunos árboles, un par de perros y las montañas bajas que se asoman detrás del humo de la chimenea. Y si el niñx fuera más detallista, también incluiría en su dibujo la campana de hierro que ahora estoy haciendo sonar en la tranquera, después de hacer palmas durante un buen rato sin lograr que nadie me atienda.

La puerta de madera y vidrio por fin se abre, y la Tere me pide que pase, que la espere. El humo de la chimenea se vuelve ahora aire cálido en el cuerpo y un naranja que se asoma por la salamandra del living.

—¿Mate o café?

Desde la cocina, ella empieza a hablarme sobre su vida: sus últimas semanas de viajes por el mundo y sus últimos días de habitación de hospital al cuidado de una amiga, días y emociones de los que todavía intenta recuperarse. Yo la miro desde el comedor, esquivando la planta colgada sobre la barra que nos separa.

—¿Cómo es hacer literatura desde la provincia de Córdoba, por fuera de la capital y las grandes ciudades? –le pregunto, ya sentadas una frente a otra y con el mate cebado esperando entre sus manos.

—Uno siempre pudo escribir en cualquier parte, pero, hasta que no hubo la explosión de internet, salir del coto regional en la publicación era muy difícil: había o que irse a vivir a una gran capital, o, a partir de calidad o suerte, y circunstancias, unos poquísimos escritores, aun viviendo en sus provincias, lograban saltar esa valla: un Di Benedetto, un Moyano. Otros se fueron, pero hoy creo que no sería tan necesario. Si yo viviera en Buenos Aires o en París, quizás me iría mejor… ¿mejor? ¿Cuánto mejor querría yo? No sé, de todas maneras, nunca fue una pregunta que yo me hice, porque escribí donde mi vida estaba y, salvo una estancia en la Patagonia durante un exilio interno, he vivido siempre en Córdoba. No todo lo elegimos: me gusta mucho una frase de Demócrito de Abdera que dice “todo está hecho de azar y necesidad”. Pero las circunstancias por las cuales elegí, o acepté o lo que fuere, dónde vivir siempre fue por razones emocionales, afectivas.

—El escribir desde la provincia o ese estar en el propio lugar que mencionás, ¿le imprime una característica particular a la literatura?

—Yo siempre sentí algo de eso que dice Cocteau: que todo pájaro canta mejor si está parado en su árbol genealógico. Creo que la escritura se va haciendo con eso que uno va viviendo, en su propio lugar. Pero es misterioso qué lo sostiene a uno, es particular de cada quien: hay gente que vive en el otro extremo del mundo, pero son escritores argentinos porque publican acá y a veces sufren por eso, otros son más de aire y no necesitan tanto eso.

Mientras hablamos, detrás del vidrio que está a sus espaldas, hay una escenografía que alguien parece haber montado con estas palabras que la Tere acaba de soltar: un espinillo con el tronco inclinado hacia el césped va recibiendo la visita de pájaros de la zona. Un zorzal se posa sobre una rama y después aterriza debajo del árbol, un pechito amarillo se asienta más arriba un buen rato hasta alzar vuelo y perderse de vista.

—Yo tengo una historia de un enraizamiento muy grande, me cargan a mí en casa… —dice con esa mezcla de tono maternal y humildad serrana que acompaña de manera permanente el ritmo de su voz, y las dos reímos—. Tal vez porque soy hija de un inmigrante que siempre quiso que nosotras echáramos raíces acá, en el deseo de ser de alguna parte. Soy hija de alguien que se desarraigó y la mujer de un hombre que vivió once años en el exilio alemán: todo eso estuvo siempre como relato alrededor. Yo nunca quise vivir en otra parte. 

Regresábamos en un Citroën
rojo, desde una laguna de sal,
un pueblo ahora de fantasmas,
a nuestra casa, en la luz. Y él
cantaba, de viva voz, como
nunca cantaba, voglio vivere
cosí, con il sole in fronte, y
mi madre y nosotras también
cantábamos²

Esta cosa de cuidar al otro

Mientras seguimos conversando, del otro lado de las ventanas, aparece ahora un perro que corre hacia el fondo del parque. Al seguirlo con la mirada, descubro, al lado de un horno de barro, un nuevo mural. A grandes rasgos, es una mujer con pañuelo blanco que parece invocar a una Madre de Plaza de Mayo, aunque su apariencia descoloca un poco: la boca abierta bien grande, los labios pintados de rojo fuerte, anteojos de sol negro y unos pelos que se escapan de su cabeza para enredarse en la figura de una América Latina puesta patas arriba.

–Yo empecé a estar atenta al tema de las mujeres hace muchos años, cuando no se hablaba de esto… –me dice la Tere elevando el tono de voz mientras camina hacia la cocina a buscar algo-.


Porque, en los años ochenta, con la vuelta de la democracia, hice dos cosas: una fue la militancia por el libro, que la desarrollé más porque fundamos un Centro de Literatura Infantil y Juvenil (CEDILIJ); y la otra fue una militancia barrial feminista en donde yo vivía, en Villa Allende. Ahí, armamos un grupo articulado con un movimiento de mujeres donde trabajamos unos años el tema del aborto, la sexualidad, el trabajo en las mujeres.


—Esa era también la época de los primeros Encuentros Nacionales de Mujeres…

—¡Claro! Estuvimos en los primeros Encuentros de Mujeres, me acuerdo de uno que fue acá en Córdoba… Yo, a la vez, empecé mi trabajo dando talleres y a rastrear escritoras de acá. En algún momento, empecé a tener más conciencia de esto y ya escribiendo o citando, cuando te preguntan quiénes son LOS ESCRITORES –viste que viene siempre en masculino la pregunta- aparecían Borges, Cortázar… y empecé a introducir nombres de mujeres que leía, porque siempre encontré también en esas escrituras afinidades con mis propias búsquedas y con mi sensibilidad. A la vez, tengo una historia familiar en la que siempre valoré mucho ese lugar de las mujeres porque me encontré en situaciones en las cuales tuve que armar redes, no políticas, sino individuales, con otras. Tuve dos hijas, me separé cuando la más chica no tenía ni un año y, como el papá vive en La Rioja, entonces yo articulaba con las tías. A su vez, tenía una hermana que murió dejando a mis sobrinas chiquititas, de las que me ocupé bastante; la amiga con la que militábamos en el barrio murió muy joven y tenía tres chicos, y armamos una red de mujeres para cuidarlos. Muchas cuestiones personales, siempre en esta cosa de cuidar al otro.

Julieta a Teresa 

Las hijas sanan algo en sus madres,
la vida funciona de ese modo, un hilo
sigue por las lenguas y los vientres.
Quisiera escribir esto con mi letra,
como le escribe Ema a Julia, en lugar
de un mensaje online esta mañana
de lluvia en Buenos Aires.

Teresa a Julieta

¡Demoré tanto en contestarte!
Estuve internada con mi madre,
pero ayer leí, letra por letra,
como un cuento con ella
tu correo. Y ella dijo: somos
fuertes. Te abrazo,
querida mía³

Ser mujer y ser escritora

Su hija Juana, me cuenta Teresa, también escribe y es una militante del feminismo. Juntas empezaron hace tiempo un blog donde compartir información sobre escritoras mujeres, pero, en el andar la gente, muchas veces familiares de las autoras, empezaron a escribirles para contar que tenían material inédito y que no sabían dónde publicarlo. Fue así que invitaron a Carolina Rossi para armar la colección Narradoras Argentinas, que hoy rescata y difunde obras de escritoras relevantes que permanecían inéditas, olvidadas o perdidas a través de EDUVIM, la editorial de la Universidad de Villa María.


Libertad Demitrópulos, Elvira Orphée, Amalia Jamilis, Luisa Mercedes Levinson y Sara Gallardo: estas son las escritoras que ya no están y que la autora cordobesa considera las grandes de la literatura argentina, la mayoría de las cuales han sido editadas por su colección.


—Pero también es una concepción de la literatura que va más allá de los nombres –aclara-; hay algunas que, a lo mejor, tomadas como obras en sí, tienen un lugar menor, pero abonaron el campo para la escritura de mujeres. Por ejemplo: editamos una novela social de María Luisa Carnelli que se llama ¡Quiero trabajo! Ella fue periodista, cubrió la guerra civil española en el campo de batalla de los republicanos, escribió tangos reos, marginales que todavía se siguen cantando con seudónimo de varón, fue madre soltera, todos datos raros para la época. Y, en esa novela social, está el aborto, la cuestión del trabajo, la mujer saliendo a la calle… En casi todas las mujeres que editamos, aparece el aborto, las relaciones sexuales, la libertad de los cuerpos y la lucha por eso, hablando de los años ´30, ´40, ´50, ´60…

—A la luz de ese pasado, ¿cómo ves el momento actual, con todos los avances del movimiento feminista? ¿Qué es lo distintivo o lo nuevo que las voces de mujeres e identidades disidentes le aportan a nuestra época?

—Hoy tenemos grandes escritores y escritoras, y hay muchas más escritoras mujeres y disidentes. Lo que veo distinto es que la valoración y la consideración en que se tuvo a las mujeres de otras épocas eran como tabicadas: la excéntrica, la que escribe historias pasionales, la que escribe para niños, muchas cosas ligadas al cuidado, a la maternidad o a las pasiones. Y las otras eran las locas.


Siempre hubo etiquetas, nunca eran los lugares de la literatura en general. Algo que a mí me costó mucho es rebatir el encasillamiento de otros, en mi caso, fueron dos: el de escritora del interior y, sobre todo, el de escritora para niños. Pero siempre he tenido claro que quería ser vista como escritora. Y no es que no esté orgullosa de lo hecho en el campo de la literatura infantil, ha sido también una militancia para mí.


La Tere dice que la cosa ha cambiado bastante, que todavía falta, pero que, al menos, ahora hay más espacios editoriales para mujeres e identidades disidentes, porque hay también más lectorxs. Y que eso genera un crecimiento y una mayor diversidad en el campo: «Hay escritoras que escriben sobre cuestiones privadas, o políticas, o que son muy experimentales, o más tradicionales. O sea, se puede ser mujer y escritora, y escribir de muchas maneras: no hay una sola manera de ser escritora mujer. Aunque sí hay algunas cosas que aparecen quizás con más frecuencia, que es lo que tiene que ver con los cuerpos».

Contarnos a nosotros mismos

La mañana avanza. Las palabras van y vienen sobre la mesa, y nos adentramos en ellas. Le pregunto entonces a la escritora sobre el lugar que hoy tiene la literatura en un contexto donde la tecnología ocupa cada vez más las relaciones y la vida cotidiana.


—La literatura siempre ofrecerá ese espacio para pensar en disenso, para conmoverse, en el sentido también de movilizarse junto con el otro: quien escribe y quien lee. Uno a veces confunde el soporte con la literatura. Pero la literatura en sí es una necesidad de los pueblos, porque ahí donde existe una comunidad, hay palabras y hay historias. Es el modo que los seres humanos encontramos para contarnos a nosotros mismos: quiénes somos, qué hacemos, qué queremos, qué soñamos.


—En tus libros, te inspirás bastante en la realidad social y en lo autobiográfico, ¿creés que existe entonces un límite claro entre ficción y realidad?

—Creo que no. Hay una decisión de quien escribe de instalarse en una zona o en otra. Creo que Sartre es el que dice que la imaginación es un vuelo bajo, que no se aleja demasiado de lo real: aun en el género de fantasía, en el maravilloso, hay un salto de lo real a lo imaginario, pero, dentro de todas esas formas, están las literaturas del realismo, que es a donde yo más tiendo a ir. Me interesa un realismo que incluye las subjetividades. Porque la escritura ha sido eso para mí: el deseo de comprender algo de la enorme complejidad de lo humano. Entonces, si bien lo autobiográfico aparece mezclado en lo que escribo, nunca aparece completo. Hurgo en mi propia vida, pero no es contar mi vida lo que me atrae, sino imaginar la vida de otro. Donde es más autobiográfico es en la poesía, que está más cerca del yo real que en los cuentos y novelas, donde juego con esos bordes, con hacerle creer al lector que estoy contando mi vida. Es entre lo propio y lo de todos, entre lo individual y lo social, esa tensión siempre me interesa mucho.

¡Qué lindo!
Es una zamba, ¿te gusta la música?
Me gusta todo lo humano que tiene4

Hablar de lo de todos hoy en Argentina es como hablar de un derrumbe. Este contexto de ajustes y recortes -le digo- impacta especialmente en la cultura y, con ella, en el mundo editorial. Ella asiente o, más bien, sacude la cabeza como gesto de indignación y agarra su celular para leerme una información que acaban de enviarle en un grupo de militancia de mujeres:


—En 2014, se producían 249 millones de libros, hoy, 43 millones. Fuente: Cámara Argentina del Libro. Es tre-mendo -dice y me alcanza un mate-. El mundo del libro sufrió un deterioro brutal, porque, además, ha bajado la compra de libros el 50 por ciento o más, se suspendieron las compras de los estados provinciales y nacionales…


Además antes -agrega-, durante la gestión de Cristina, algunos beneficios impositivos iban para libros impresos en Argentina y, si tenían ISBN argentino, no podían entrar por aduana. Pero ahora, con Macri, esas barreras se levantaron, entonces mis dos últimos libros se imprimieron en Corea, por ejemplo, porque claro, para la editorial es más barato. Y eso afecta sobre todo a la gente del mundo de la imprenta, que se queda sin trabajo. En ese sentido, la literatura es diferente de otras formas artísticas, porque no existe sin la industria: necesita del libro en el sentido de la masividad de los lectores. Ahora hice un video de apoyo a la Ley del Libro que se acaba de presentar en Diputados, un proyecto del espacio de Filmus que tiene mucho apoyo de escritores, editores, comunicadoras, porque de sancionarse funcionaria con apoyos, subsidios, exención impositiva, apoyo a traducciones.

A veces, escribir es percibir algo que está dando vueltas.


Hace algunas semanas, esta mujer de mirada sensible que, en unos minutos, saldrá de su casa en la montaña para buscar a su nieta al colegio, se sentó en el Teatro San Martín de la ciudad de Córdoba como oradora de cierre del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española y, ante cientos de personas, dijo: «Hay una grieta en todo / así es cómo entra la luz, dice Leonard Cohen. Y entonces es ahí, en las fisuras, donde quisiera mirar».


Así empezó un discurso que iluminó, con sus palabras agudas y dulces a la vez, cada una de las fisuras del mundo de la lengua que el poder real había intentado mantener en la oscuridad: desde las injusticias del colonialismo hasta los negocios de las multinacionales y la ausencia absoluta de debate sobre el lenguaje inclusivo. Algunos pasajes:

“Más del 90 por ciento de los hablantes de lengua española habita en países de América y menos del 10 por ciento, en España. Sin embargo, las variedades idiomáticas americanas no tienen tantas posibilidades de ser reconocidas por la Academia y, cuando lo son, pasan por formas folklóricas, americanismos. (…) el bien decir se decide fuera de nosotros”.

“Argentina (…) es un país que nunca vivió el purismo idiomático, la necesidad de conservar la “casticidad”, palabra por otra parte tan cercana a la castidad”.

“Se dijo que hay 250 ponentes de 32 países… 250 ponentes y ni una sola mesa de discusión sobre un tema como es la inclusión de género, vivamente presente en la agenda actual, tanto de América Latina como de España. Nunca nada es tan visible como cuando no está”.

Un silencio incómodo y compacto se mantuvo durante los 37 minutos que duró el recorrido de su voz. Después del punto final, un estallido de aplausos y ovaciones dijeron todo el resto.

—En el Congreso de la Lengua, te tocó estar en un lugar difícil, ¿cómo lo viviste? –le pregunto ahora en la comodidad de su hogar, a un mes de aquel día.

—Bueno, tomaría esa palabra que usás y otra vez la idea de que todo está hecho de azar y necesidad: me tocó y lo tomé. Decidí tomar eso que me desafiaba, que, a la vez, va acorde con el resto de mi vida. Lo que cambia es el lugar en que se dice, que, a la vez, me honraba en el sentido de poder estar ahí, diciendo algo que me parecía que era de mi comunidad, no solo mío. En cuanto a las repercusiones posteriores, me imaginé que iba a encontrar eco en mi entorno porque eso que dije yo sentí que estaba en el aire.


A veces, escribir es eso: percibir algo que está dando vueltas, no solamente lo propio, sino lo de otros. Pero no me imaginé la recepción que tuvo, que fue enorme la verdad, tanto en las redes como en espacios de cátedra que lo tienen como lectura. Lo tomaron desde acá de Córdoba, del resto del país y también de México, Ecuador, Colombia, que son los lugares de donde me ha llegado.


—¿Y las repercusiones por parte de los organizadores del congreso?

—Sinceramente, creo que lo que más los tocó es la cuestión económica, más que lo del lenguaje inclusivo, lo del nombre castellano, político y todo. El tema del dinero es un gran negocio y me parece que eso es lo que nadie mencionó o nunca se había mencionado en otro congreso. Y pasan cosas: un par de horas después de leer el discurso, antes de que circulara mi propia voz, en la web, me salta una imagen mía fija con el texto abajo, dicho por una voz mecánica de un software, en castellano español. Todo funciona así, todos esos mundos convergen hacia el castellano español. El tema es: si el 90 por ciento de la lengua se habla en otra parte, ¿de quién es el negocio? ¿Quién maneja esa plata?

La respuesta a esa pregunta clave la dio ella misma, en el cierre del evento organizado por la Real Academia Española: “Empresas y capitales multinacionales promueven la ampliación del mercado del castellano, en su modalidad española o en lo que llaman americano neutro para, en lo uniforme y hegemónico, reforzar el monopolio de la lengua como negocio; buscan un idioma de modalidad única a costa de su depredación, del mismo modo que los monocultivos, en su búsqueda desmedida de dinero, van contra la riqueza del suelo y la diversidad que nos ofrece la naturaleza. (…) se trata de una demanda de uniformidad no sólo en los modos de decir, sino también en los modos de pensar”.

Aquel día, María Teresa Andruetto, ante un teatro repleto, cerró su discurso con estas palabras: “Aunque no sepamos encender el fuego ni encontrar aquel lugar en el bosque, ni seamos ya capaces de rezar, podemos seguir contándonos unos a otros nuestras historias y la Historia. Perder eso sería perdernos, sería una nueva forma de barbarie”.

Ahora la Tere se acerca a la salamandra con el pañuelo verde en la muñeca y, como una poesía feminista, agrega troncos para avivar las llamas, que pronto serán humo en la chimenea, historias esparcidas por el cielo.

*Por Lucía Maina para La tinta

¹Fragmento del poema Teresa del libro Cleofé, de María Teresa Andruetto (Caballo Negro, 2017)
²Poema Citroen del libro Kodak, de María Teresa Andruetto (Argos, 2001)
³Poema Mensajes del libro Cleofé
4Poema Música del libro Cleofé

Palabras claves: Congreso Internacional de la Lengua Española, literatura, María Teresa Andruetto, Mujeres

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