Economía Política de Bolsillo: Pobreza – Parte II
Por Rocío Alonso y Gonzalo Ávila para La tinta
En la primera parte de esta entrega de Economía Política de bolsillo, tratamos de dejar en claro dos visiones de pobreza: la del INDEC y la de la UCA. Las conquistas se dan al calor de las luchas sociales y la marea verde y feminista está haciendo los movimientos más dinámicos, masivos y radicales. Ahora, complejizando lo que creímos entender en la primera entrega, nos vamos a poner los lentes/multicolores.
Pobreza de tiempo: ¿quien es dueña de su tiempo?
“El tiempo es dinero”. Los días tiene 24 horas, de qué manera disponemos de esas horas varía enormemente entre las personas. Las Encuestas de Uso de Tiempo, inauguradas en Argentina con el censo de 2010, presentan la participación y el tiempo destinado por las personas desde los 18 años a las tareas domésticas, al cuidado de miembros del hogar y al trabajo voluntario.
Los resultados de estas encuestas nos han demostrado que las mujeres, independientemente de si están o no empleadas en el mercado “formal”, dedican el doble de tiempo que sus pares varones. Los datos más actualizados muestran que en la ciudad de Buenos Aires en el 20161, en general las mujeres dividen su jornada diaria en: 7 horas en el mercado de trabajo, 3 horas en el trabajo doméstico no remunerado y 5 horas en el cuidado de las personas. En contraste, los varones dividen su jornada diaria en: 8 horas en el trabajo en el mercado, 1 hora en trabajo doméstico no remunerado y 3 horas al cuidado de las personas. Esta diferenciación se agrava en cuanto comparamos de acuerdo a los quintiles de ingreso, dejando sin alternancias la distribución de horas de los varones, pero duplicando las horas dedicadas por las mujeres del quintil más bajo a las tareas no remuneradas y manteniendo iguales las horas dedicadas al trabajo de mercado. Esto es, las mujeres que pertenecen al quintil más bajo de los ingresos dedican 7 horas al mercado de trabajo y 7 horas al trabajo no remunerado (más las horas dedicadas al cuidado de los otros).
Esto nos introduce a los conceptos de doble y triple jornada laboral: las mujeres practican una primera jornada laboral en el mercado, una segunda jornada laboral en sus casas y hasta una tercera jornada laboral en el caso de las mujeres organizadas, que trabajan también en los barrios y organizaciones sociales, merenderos, salones comunitarios u otras expresiones de red de organización popular.
Es por todo lo anterior, y más, que entendemos la pobreza de tiempo como una dimensión de la pobreza de riquezas, pero también como causa y consecuencia y, por último, como un mecanismo de desigualdad de clase y de género.
Feminización de la pobreza
Feminización de la Pobreza es un concepto analítico que, bajo tres planos distintos, nos conduce a una posición sobre la realidad: la pobreza (palabra que aquí estamos desentrañando) tiene cara de mujer.
Primero, cuando analizamos cómo está compuesta a grandes rasgos nuestra población, el 70% de los pobres son mujeres, a nivel mundial – cabe mencionar que la definición de pobreza está siguiendo la primera definición de este artículo, el cual es en clave mercantilista, midiendo consumo e ingreso, dejando por fuera muchas variables que sabemos impactan sobre nuestro bienestar -. Además, el grupo poblacional más vulnerable y el que más absorbe el impacto de las crisis son las mujeres pobres menores de edad.
Segundo, los hogares con jefatura femenina (las mujeres como el único ingreso económico) están reconocidos como los más pobres dentro de lo pobres. Sobre esto, Sylvia Chant (2003) hace la siguiente reflexión: “Los debates sobre la jefatura femenina del hogar y la pobreza también han puesto en el tapete temas como el ‘poder’ y el ‘empoderamiento’, en la medida en que han subrayado cómo la capacidad de controlar y asignar recursos es tan importante —si no más— que el poder de obtener recursos, y que no existe una relación simple y unilineal entre el acceso a los recursos materiales y el empoderamiento femenino”. Esto invita a reflexionar sobre la importancia del poder de decisión y la independencia económica por encima de las posibilidades materiales, lo cual nos lleva al último punto.
Tercero, ajena a la clase socioeconómica a la que estaremos observando y en esto rompemos en cierta medida – ojo, cierta medida – con la concepción de pobreza material o mercantil, notamos que generalmente la distribución para dentro de los “hogares” (o unidades económicas familiares, básicamente la famosa esfera de lo privado) de los recursos se da de manera desigual, en detrimento de las mujeres de la familia, jugando además con la desvalorización de los trabajos de cuidado no remunerado. Cuando decimos recursos hablamos no sólo de los económico, materiales, también contemplamos todo lo que haga a la autonomía, puede ser económica como también política, social, etcétera; cómo repartimos nuestros tiempos, cómo se dan los espacios de toma de decisión en lo que respecta al presupuesto familiar, al contrato o no de ayuda, a la gestión de dicha ayuda en el caso de poder acceder, cuánto trabajo es para una y cuanto es para otros, entre muchas muchas otra “variables”.
En definitiva, lo que hemos tratado aquí de desentrañar es que no hay una forma de entender la pobreza, y por lo tanto no hay una forma de luchar en contra de las desigualdades. Si bien, no somos quiénes para poder decirle a cada movimiento social y sindicato, cómo debe luchar ni contra qué, cuanto menos nos permitimos abrir preguntas para que los colectivos puedan seguir reflexionando sobre cómo esas desigualdades nos atraviesan.
*Por Rocío Alonso y Gonzalo Ávila para La tinta.
*Rocío Alonso es integrante del Espacio Feminista en la SEC de Córdoba.
*Gonzalo Ávila es integrante del Colectivo de Pensamiento Crítico en Economía (CoPenCE) de la SEC.