“Sin perspectiva de género se condena a una vejez vulnerable”

“Sin perspectiva de género se condena a una vejez vulnerable”
1 junio, 2018 por Redacción La tinta

El lunes 28 de Mayo en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) se dió inicio a un nuevo momento dentro del Programa Ancestras, con la puesta en marcha del Curso Taller de Género y Edad para Mujeres Mayores. Mónica Navarro, responsable del Programa y Directora de la Especialización en Intervención y Gestión Gerontológica, nos cuenta cómo el devenir de su trayectoria la invita a pensar sobre las variables edad y género, un espacio poco transitado dentro del feminismo, y cómo desde un marco académico se empiezan a tejer nuevas tramas para pensar y habitar desde lo territorial la vejez.

Por Paula Daporta para Revista Furias

—¿Cómo te definirías?

—Si me tengo que definir soy una vieja de 55 años, madre de tres jóvenes estudiantes. Tengo varios empleos y vengo luchándola para encontrar espacios donde poder transmitir este mensaje, que he ido construyendo a lo largo de los años sobre las desigualdades de género y edad, no como cuestiones separadas sino como dos categorías en intersección.

Feminista inorgánica, ya que no tengo un espacio de militancia dentro del feminismo pero circulo buscando mi lugar o tratar de armarlo. Circulo, escucho, participo. Militante a favor del aborto legal seguro y gratuito.

Digo que milito a las viejas, en el sentido de que quiero darles voz a las personas que están en el último lugar cuando pensamos el feminismo. Esta es una trayectoria que lleva tiempo. Este año cumplo 30 años trabajando vejez. Ingresé hace 30 años en dos cátedras, una de vejez y otra que se llamaba algo así como “problemática de la mujer”, en la carrera de Trabajo Social de la Universidad de Luján y, desde entonces, me vi en condiciones de empezar a formarme y a trabajar con el enfoque de género y edad. Siento que encontré un espacio donde poder decir lo que me interesa, construyéndose desde el 2010 en la UNTREF.

—¿Cómo podemos pensar la vejez en términos generales hoy en día?

—Desde hace un tiempo estamos en una transición demográfica, es decir, formamos parte de lo que les demógrafes consideran país envejecido porque tenemos más del 7 % de personas mayores. En realidad, superamos el 10% de mayores de 65 años. Eso genera una transformación en toda la sociedad, lo que se traduce en un desafío de vivir todes juntes con personas de todas la edades, en un momento que, precisamente, está cambiando la forma de representación de esos grupos de edad. Están naciendo menos niñes, sobre todo en los países desarrollados y algunos en vías de desarrollo como el nuestro. Por más crisis que tengamos, estadísticamente se nos destaca el grupo de mayores porque tenemos menos nacimientos y las personas viven más años.

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Foto: Colectivo Manifiesto

—¿Cómo se cruzan en este marco, las variables género y edad?

—Un dato importante es que aunque nacen más personas asignadas al género varón, quienes llegamos a más edad somos quienes nos autopercibimos mujeres. Una de las características que miro de este fenómeno es que vivimos más años y en peores condiciones. Tenemos peor salud. Esta cuestión es a nivel global. Es interesante pensar y ver el envejecimiento como una construcción social generalizada. Tratar de ver cómo se producen esas diferencias a lo largo de la vida. Cómo se representan y se expresan en esta etapa. Porque ninguna de esas representaciones se hacen en el vacío. Hay unas líneas de fuerzas que trabajan en conformar performativamente la construcción del envejecimiento femenino.


Ser ‘mujer’ y mayor constituyen dos fuertes fuentes de desigualdad. Existen esas dos potentes categorías que se intersectan. Si bien todas podemos pertenecer a una clase social, a una raza o a una etnia, todas seremos viejas. En general no hay mucho que esperar más que transcurra el tiempo para que eso suceda. Salvo que te mueras antes, vas a envejecer y al envejecer van a acumularse durante toda la vida una serie de desigualdades que van a construir un envejecimiento diferencial.


En relación a los sucesos ocurridos en el último diciembre con la Reforma Previsional, desde los medios de comunicación y desde las consignas en las calles durante las movilizaciones, se hablaba de «abueles», dando por sentado que todes habían tenido hijes.

—Es sobre todo reducir a una identidad, que se trata de un vínculo. En general hay una tendencia a considerar a les hijes como un homogéneo que por default es masculino como todas las figuras que se usan para identificar poblaciones. Ahora la Convención por los Derechos de las Personas Mayores en 2015 propone esa denominación en lugar de adultes.

—En relación a lo que se viene visibilizando en cuestiones de género, está el especial efecto de la crisis socioeconómica en las poblaciones femenizadas, ¿hay alguna particularidad en relación a las mayores en situaciones de crisis económica?

—Las crisis amenazan especialmente a las mayores debido a que han tenido que entrar y salir del mercado laboral por el tema del cuidado, incluso algunas no lograron incorporarse y su trabajo doméstico les impidió aportar para una jubilación. El efecto acumulativo de las desigualdades de género lo reciben las mayores. Sin perspectiva de género en las políticas de trabajo y seguridad social se condena a las personas de bajos recursos a una vejez vulnerable.

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Foto: Colectivo Manifiesto

—¿Cómo emerge el Programa Ancestras en el marco de la especialización en Intervención y Gestión Gerontológica?

—El Programa Ancestras surge de esta pasión que me despierta y que voy incorporando a medida que investigo, para generar distintas posibilidades de participación de las viejas en diferentes espacios diseñados para que tengan voz y puedan sentirse incluidas.

Empiezo por nombrarme a mí misma como vieja. Un nosotras como un posicionamiento político respecto de la vejez. Es una forma de empezar a transmitir esta cuestión, desde una perspectiva situada y políticamente definida.

Ancestras, es un proyecto en el que hemos podido converger distintas personas conformando un equipo muy interesante e interdisciplinario. Surge de varias experiencias y plantea un objetivo que es trabajar en el sentido de permitirles ser pensadas y pensarse a sí mismas desde un lugar de poder. Situarse desde un lugar poderoso tiene que ver con, de alguna forma, indagar colectivamente cuáles son los lugares de las mayores que debemos recuperar como capital social para poder construir un modelo de vejez deseable. Entonces bucear en las identidades. Bucear en los valores colectivos. De alguna manera es un desafío enorme para una universidad como la UNTREF, lo cual agradezco muchísimo porque estoy subvirtiendo una forma de lo académico, al desarrollar esta experiencia de trabajar con círculos de mujeres y al incluir la música y el arte como parte del aprendizaje.

El primer desafío es nombrarnos. Desafiar la lengua. Subvertirla. Transgredirla. Ancestras en el diccionario no existe y eso fue una señal clara que por ahí era la cosa. Me interesa pensar la posibilidad de hacer disidencia desde la práctica para neutralizar un discurso poderoso, performativo, que nos tiende a homogeneizar y discriminar. Ese objetivo epistemológico implica resistir la tendencia a esta homogeneización y realizar el borramiento de las diferencias. Entonces lo que necesitamos es mostrarlas. Mostrar la diversidad. Mostrar la acumulación de experiencias en el curso de vida. Tomar consciencia de varias acumulaciones y desigualdades, por ejemplo la instalación en forma estereotipada y performativa en el mundo privado. El mundo de las “mujeres” como un mundo naturalizado de la construcción de roles domésticos. Justamente, Ancestras pretende ser un programa que constituya una acción positiva a favor de la eliminación de los prejuicios de género y edad en las mayores. Nos dirigimos a cubrir esta área vacante o poco transitada en lo referente a políticas de género y políticas de edad que pueden articular ambas cuestiones.

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Foto: Colectivo Manifiesto

—¿Qué áreas de acción se propone el programa Ancestras?

—Intervenir intencionalmente en la trama de género hilando saberes, cuerpos y territorios atravesados por la memoria. Por eso el programa tiene un componente de acción en el territorio. Llevamos la propuesta a distintos lugares para trabajar localmente estos entramados que pueden permitir emerger nuevas figuraciones y representaciones del envejecimiento femenino y habilitar un espacio nuevo para las viejas. Tenemos programado viajar en junio para Tierra del Fuego, que será nuestro primer Ancestras fuera del conurbano bonaerense.

Otra de las tareas radica en develar lo socialmente construido de los significados y valores de la vida de las mayores. Para eso tenemos ese otro componente que es el Curso de Género dirigido a mayores, abierto a todas las edades. Veníamos trabajando con la idea de dirigirlo sólo a mayores pero en nuestras jornadas se dio un maravilloso emergente: acudieron personas de todas las edades. El rango iba de 20 a 95. Fue un hallazgo. Debíamos incluir a todas las edades porque estamos elaborando la vejez feminizada de forma anticipada y ahí los cambios reales pueden darse lugar de una forma más significativa. Para eso trabajamos en otro componente de este programa que es el equipo de investigación, donde nos proponemos trabajar con las normas culturales que limitan la libre elección y examinar las condiciones de vida derivadas de la diferencia sexual en este momento del curso vital. Los múltiples roles, la sobrecarga, las consecuencias del cuidado, la medicalización del malestar, la negación del erotismo y el placer sexual.

Necesitamos reconocer que las mayores llevan un efecto muy potente contra esas acumulaciones del malestar que tiene que ver con lo ancestral. Ahí están las tejedoras, las campesinas, las profesionales, las trans, las que cuidan, las que profesan algún culto, las militantes, las feministas. Todas. Las que eligen ser madres y las que no. Ahí están armando círculos para conocerse para verse cara a cara y para transitar lo cotidiano, pensarse y reconocerse en la otra.

Entonces el dispositivo del círculo para nosotras es un componente fundamental como dispositivo potenciador de capacidades emergentes en la interacción de las mayores. Lo digo pensándolo porque es una construcción que estamos haciendo desde el equipo. Pensando cómo habilitar este dispositivo dentro de un contexto universitario. No es un círculo de sanación. Es un círculo donde van a estar jugando todas las dimensiones. Nadie puede planificar si en un encuentro tiene efectos terapéuticos o no. Aunque los tendrá sin duda, lo que estamos tratando de encontrar es un dispositivo que permita habilitar y circular la voz. Encontrar un espacio de escucha y aprendizaje pero que al mismo tiempo esté habitado por aquello que nos hace bien. El movimiento, la música que nos conectan con nuestras raíces.

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Foto: Eloísa Molina para La tinta

*Por Paula Daporta para Revista Furias.

Palabras claves: feminismo, feminización de la pobreza, Reforma previsional, Tercera edad

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