“Si queremos un campo diverso, tenemos que promover platos diversos”
Entrevista a Pablo Tittonell, reconocido investigador argentino en ecología de la producción agropecuaria.
Por Leonardo Rossi para La tinta
En la tierra de los ‘agronegocios’, un agrónomo, con un cargo de coordinador en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria habla de ‘soberanía alimentaria’, pone en debate la lógica de los fondos de inversión en torno a la tierra, y promueve la agroecología. Suena extraño. Esperanzador. Pablo Tittonell coordina el Programa Nacional de Recursos Naturales, gestión ambiental y ecorregiones del INTA.
Con un vasto currículum, este egresado de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, ha desarrollado su carrera profesional durante largos años en Europa, donde aún dicta cursos de posgrado. Hace un par de años decidió regresar al país teniendo ya un amplio reconocimiento internacional. Conocedor de variadas geografías argentinas y del mundo, reflexiona: “Más allá de los gobiernos, donde hay que discutir cada política, creo que la transformación de fondo viene más desde abajo”.
De paso por la ciudad de Córdoba, donde dio una conferencia en el marco del Congreso Argentino de Producción Animal, y se hizo tiempo para visitar emprendimientos agroecológicos, Tittonell abre espacio para la conversación.
—Se ha formado con una base agronómica ¿cómo define su enfoque técnico actual?
—Soy agrónomo, y estudié ecología. Me interesa la ecología de la producción, la agroecología, la ecología de los sistemas agrarios. Es decir, la ecología pero con las personas adentro. A eso lo llamamos sistemas socio-ecológicos, una escuela relacionada con términos como la resiliencia. Trato de aplicar esos principios a mi trabajo, que actualmente es coordinar un programa con 1500 participantes en el INTA sobre recursos naturales, gestión ambiental y eco-regiones. Desde que estoy el programa traté de poner esta mirada y transitar desde su rol histórico que fue medir los impactos ambientales de la agricultura y la ganadería a buscar soluciones y alternativas frente a esos impactos. Eso entiendo que no podemos hacerlo solos, lo tenemos que hacer con diferentes actores sociales, pero sobre todo con el productor.
—En su exposición mencionó que Argentina hoy no cubre la cuota productiva de frutas y hortalizas para una dieta mínimamente equilibrada ¿ni siquiera hay seguridad alimentaria?
—Los nutricionistas nos dicen que tenemos dos dietas, una mínima que es de tres tomas mínimas de frutas y hortalizas frescas por día. Y la óptima que sería de cinco tomas diarias. Hoy Argentina no tiene capacidad de abastecer eso, y si quisiera cumplirlo tendría que importarlo. Esto es verdad, pero hay que decir por otro lado que si estuviese la demanda, el productor produciría más lechuga u otras verduras. Eso nos muestra que la realidad del campo no está desconectada de la realidad de tu casa; si queremos un campo diverso tenemos que promover tener un plato diverso. Esa interacción entre consumidor y productor es clave.
—Más lejos aún pensar en la soberanía alimentaria.
—Me gusta problematizar con compañeros que están abordando ese tema, y decir que hoy en Argentina 95 por ciento de los habitantes son urbanos, que la mayoría de la gente se alimenta a través de supermercados, y sobre todos los sectores pobres, que comen hidratos de carbono de base, y productos industrializados. Argentina es el país con mayor consumo de productos industrializados de América y con mayor obesidad infantil. La gente más informada tiene acceso a ferias agroecológicas, y eso avanza. En otros países ya se pide comida agroecológica por Amazon. Pero mi gran pregunta y el desafío es ¿cómo ampliamos entonces la soberanía alimentaria a los pobres urbanos?
—¿Cómo abordar la cuestión con estas mega-urbes que crecen descontroladas?
—Una posibilidad es avanzar con anillos concéntricos, donde alrededor de las ciudades se produzcan alimentos de proximidad y a medida que nos vamos más lejos producimos alimentos que requieren menos recursos urbanos, como es la mano de obra. Más lejos uno puede hacer ganadería extensiva, porque además hace un producto con un alto valor que justifica el transporte. Transportar zanahoria desde Jujuy para llevar a Buenos Aires es un sinsentido. Nosotros pagamos el alimento mucho más que en Europa por ejemplo, y en parte tiene que ver con esta falta de diseño, de pensar las distancias.
Otra alternativa son los parques agroindustriales-alimentarios para las grandes urbes como es en México o Beijing, con áreas bien delimitadas donde se producen alimentos. Es una zona de producción cerca de la ciudad donde podés reciclar recursos, como el agua de la ciudad, nutrientes, energía de la basura, sobras del arbolado urbano. El trabajador es urbano, puede trabajar ahí y volver a su casa. Y además hay otras opciones, en países como Grecia o Italia que están en crisis ha habido un regreso de jóvenes el campo, que vuelven con otra cabeza, con emprendimientos asociativos, con producciones agroecológicas. Esa apertura del campo a los jóvenes también en fundamental, y hay que promoverla.
—¿Qué rol asigna a las políticas públicas del sector?
—Veo muy importante el rol del Estado a diferentes niveles, por supuesto la orientación de las universidades y de los sistemas de investigación, pero también creo que es central el tema de las políticas macro. Por ejemplo, veía tiempo atrás productores del norte que se quejaban por las retenciones a la soja y que tenían que hacer porotos y otras producciones. Pero eso implicaba una diversidad de quince cultivos, y una baja de las retenciones nos vuelve de golpe miles de hectáreas al monocultivo de soja. No hay que menospreciar el impacto de esas medidas.
Hay otros factores que son socioculturales, por ejemplo lo que ocurre con los pooles de siembra, empresas acéfalas, que no tienen responsabilidad sobre los impactos sociales y ambientales. La lógica es hacer plata, y librar eso al mercado es sumamente riesgoso. El productor chico de pueblo tiene un peso social en su actividad, entonces ahí tenés otra posibilidad de modificar los sistemas productivos. Y ahí no hay que dejar de lado los aspectos socioculturales, un productor usa la semilla nueva transgénica, tiene la camioneta nueva, y el vecino va a hacer lo mismo, y el que se quiere salir de eso ya es mirado como ‘bicho raro’. No hay que dejar solo a esos productores que intentan hacer otra cosa, hay que acompañarlo en la transición. Los productores saben que tienen que hacer algo, que hay una crisis con este modelo, pero hay que mostrarle los indicadores económicos de la agroecología, que los costos bajan y todos los beneficios.
—Hay una maquinaria enorme que sostiene el modelo de agronegocios ¿por dónde ve la salida?
—Pienso que la política agropecuaria y la política inmobiliaria de la tierra en Argentina parecen ser políticas de Estado. Es decir, desde hace décadas, subsisten a los cambios de gobierno. No cambiaron en los trazos gruesos: se abrió el paso a las multinacionales, los pooles de siembra, no se protegieron las comunidades campesinas, indígenas, los habitantes peri-urbanos. Sí, hubo programas de agricultura familiar pero el grueso fue en ese sentido que menciono. Me parece que hay que ir peleando política por política con quien esté de turno gobernando. Pero creo que la transformación viene más desde abajo, del trabajo de los técnicos y científicos comprometidos, de los productores y los consumidores.
*Por Leonardo Rossi para La tinta. Foto: Colectivo Manifiesto.