Feminismo, periodismo, activismo
Marta Dillon es feminista, periodista y militante. Visitó Córdoba en el marco de la Bienal de Periodismo que se desarrolló del 10 al 16 de junio en la Facultad de Ciencias de la Comunicación, de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). En la conferencia inaugural, “Feminismo, periodismo y activismo”, Marta trazó implicancias posibles entre estos términos, desde su propia experiencia personal en el oficio y desde su historia militante.
“Es complicado el cruce porque tanto el activismo, la militancia y el feminismo son palabras que están denostadas, devaluadas cuando se trata de abordar el oficio”. Una de las ideas centrales en su intervención, fue la degradación que sufre el periodismo cuando está ligado a ciertos espacios políticos, abonado además por la persistente expectativa de imparcialidad a toda tendencia política. “Sabemos que no hay periodismo por fuera de los periodistas y las periodistas” explica.
Se refirió además, a las operaciones políticas que no son llamadas militantes, pero que responden a intereses particulares empresariales. Un caso actual es la demonización que sufre el colectivo Ni Una Menos, del cual es parte. “Porque lo que revoluciona del Ni Una Menos es el lenguaje, que se escribe con palabras pero que además se escribe con los cuerpos, y con los cuerpos en la calle”.
Explicó que hasta el momento en que este movimiento salió a la calle, la violencia contra las mujeres tenía imágenes fijas, relacionadas a mujeres dolientes, que sufren, con golpes en la cara y casas destrozadas. Después de la jornada del tres de junio de 2015, cuando se piensa en la violencia machista vienen a nuestras cabezas las imágenes de esas marchas, de la lucha. “Pasamos del lugar de ser sólo víctimas de género a un espacio de rebeldía, de convertir el duelo en potencia igual que nos lo enseñaron las Madres de Plaza de Mayo cuando salen del dolor a generar acción”.
Pero transformar el paradigma enfrentando esta violencia desde el lugar de potencia y deseo, aseguró Marta, trae como consecuencia otra narrativa desde las grandes empresas de comunicación: enormes campañas mediáticas que demonizan las manifestaciones, el activismo feminista, generando miedo en quienes quieren comenzar a participar. La manifestación más exacta de este periodismo militante, pero ejercido desde los centros de poder, la encarnan figuras como Jorge Lanata.
Es un trabajo
Se acomoda en la silla y nos suelta un segundo cruce posible: el riesgo de la precarización laboral en un periodismo con perspectiva feminista. Explica que hay un imaginario que cimienta la idea de que se deben realizar determinados trabajos “para la causa” sin ser necesariamente pagos. Tras sus casi treinta años de experiencia en el medio, asegura que la poca importancia dada a estas temáticas alientan la precarización laboral, ya que de otro modo las notas no son tenidas en cuenta.
“El periodismo es un trabajo, y lo digo en el marco post 2016, donde se perdieron dos mil puestos de trabajo, cerraron infinidad de medios, y que además los que siguen en pie te piden que, ya que vas a escribir una nota, grabes un video, y tuitees, y hagas un post para redes”.
Recalca entonces la importancia de pensarlo como un trabajo, previniendo las dobles y triples jornadas laborales. Es un trabajo que se cruza con la militancia, y que además tiene la responsabilidad de registrar esas militancias. “No vamos a cambiar el mundo desde el periodismo, eso es una falacia, el mundo se cambia desde el activismo. Pero sí el periodismo tiene la responsabilidad de dar cuenta de estos activismos, de maneras no estereotipadas, ofreciendo la posibilidad de leer el lenguaje de los cuerpos en la calle, entender cuáles son los sujetos que requieren ser contados para poder colaborar al cambio social”.
Periodismo desde los bordes
Marta tejió su recorrido personal con las palabras propuestas en la conferencia: periodismo, activismo y feminismo. Comenzó en el oficio ante la necesidad de ganarse la vida. Más tarde aparecería el periodismo como la posibilidad de derribar muros de silencio en relación a su historia personal como hija de una mujer desaparecida, cuando todavía era una identidad denostada, y sobre la que pesaban sospechas sobre sus padres y madres, y la posición de ellas como hijas e hijos.
Cuenta que comenzó mirando las historias cotidianas de policiales, que aparecen en la crónica roja sólo como víctimas o victimarios. Pero las miró a contraluz: “en lo que ocultan los hechos emergentes, están las historias que para mi gusto merecen ser contadas”. El desafío, explica, es buscar las razones que hacen que estos hechos emerjan a la luz, porque no alcanza con el hecho, hay que ver las condiciones que llevan al hecho. La periodista cuenta que en ese punto se suele caer en la idea de “dar voz a quienes no tienen voz”, y que esa es una primera pelea a dar “porque nadie tiene la posibilidad de darla, porque ya cada una tiene. Pero se puede tener escucha con las voces que pugnan por ser escuchadas, hacer un cambio de posición necesario”.
Para contar esas historias, según la periodista, hay que “situarse en los bordes de las secciones jerarquizadas de los diarios”. Hacer periodismo desde el borde es mirar esas historias que “merecen ser contadas”, hacer el ejercicio de escucha, tener proximidad, pero después tomar distancia para poder contar y que el lector sienta el eco de otras historias en las historias personales.
“Hacer un periodismo en el borde, es ampliar lo que significa el periodismo, sacarlo del ágora de la política o de ese sistema de jerarquización del poder. Narrar la calle, ahí aparecen las grandes poblaciones del borde, por ejemplo el feminismo”.
Cuerpos que merecen ser narrados
“Mis propias experiencias han sido laboratorio de experimentación, y esta máxima de que lo personal es político, es lo que me permitió andar en estos treinta años de oficio poniendo en juego esas experiencias personales, que sirvieron para amplificar y encontrar (…) qué cuerpos eran necesarios ser narrados según la época en el que estamos inmersos”.
Marta parece estar segura de cada palabra, mira por momentos su libreta roja, toma aire y sigue. A principios de los 90´, entonces, los policiales se llenaban de historias a contar, ante un contexto de crecimiento de enormes grupos de marginalidad. “Con la irrupción de la pandemia del SIDA, esos temas se empiezan a cruzar con otros, que tenían que ver con la emergencia del cuerpo, de la sexualidad, la construcción de lo monstruoso, y también con la experiencia de ser mujer”. Recuerda que, por ejemplo, mujer y VIH era una relación inexistente en el discurso público, así como la sexualidad vivida desde el placer y el deseo, y no desde desde la represión y el disciplinamiento.
Ese es el punto donde Marta se encuentra con el concepto de mujer como sujeto subalterno. “Ahí entra el feminismo en mi trabajo, que implica siempre cuando una es periodista, un activismo, porque el feminismo está devaluado, porque no tiene lugar en los medios, porque resulta incómodo, porque interpela a todas las páginas del diario, pero siempre te pone en el lugar más marginal (…) entonces la elección del feminismo en su cruce con el periodismo, siempre es una militancia y siempre es un activismo”.
Siguiendo con la cronología, nos propone otros hitos, pensando en que “el feminismo mira a contrapelo, transversalmente, todas las historias”. En plenos ´90, a partir del debate en Buenos Aires, de los códigos contravencionales, aparecieron en la calle los cuerpos trans como nuevo sujeto monstruoso, “reclamando su lugar dentro de la circulación en el espacio público, y que nos interpelaba desde la disidencia corporal, reclamando derecho, y reclamándose salir de ese lugar de lo monstruoso”. Esto coincide con la aparición de H.I.J.O.S., en 1996, que posibilita pensar la sexualidad en una perspectiva de derechos humanos, en su cruce con cuestiones de género y diversidad.
Los jóvenes fueron otros cuerpos a narrar, estigmatizados, perseguidos por la policía, con los reiterados intentos de baja en la edad de punibilidad. Justo ahí, según el recorrido que propone la periodista, aparecieron otros cuerpos que cambiaron la calle: los movimientos de desocupados y los piqueteros. Y allí estaban ellas: las piqueteras. “Este periodismo que se hace en los bordes hace notar estos cruces que se condensan en el 2001”.
El aula 6 de la Facultad de Ciencias de la Comunicación estaba repleta. Mientras las miradas se concentraban en esta mujer de hablar seguro, ella lanzó el último cruce: “es un buen momento para el feminismo, y es un pésimo momento para el periodismo, lamento decirlo”. Y cerró su intervención pasando la pelota a los y las estudiantes que la escuchaban: “estará en manos de periodistas generar los medios que merecemos y seguir construyendo un compromiso con la verdad que cada uno entiende, pero sobre todo la capacidad de escucha, para traducir una verdad que pueda ser incontestable”.