El equilibrio, las semillas y el Covid-19. Primera parte

El equilibrio, las semillas y el Covid-19. Primera parte
20 mayo, 2020 por Redacción La tinta

Soberanía alimentaria, reinvención de la solidaridad, autocuidado y sanar en comunidad son algunas de las premisas que llegan a nuestros oídos desde la organización campesina Tierra Libre en el Cauca, Colombia. Entrevistamos a Cristhian Camilo Cruz Barbosa, quien nos brinda pistas para enfrentar al capitalismo en el marco de esta pandemia global.

Por Débora Cerutti para La tinta

En esto de andar cuarenteneada, intento equilibrar un poco las emociones que me habitan el cuerpo. A veces, siento que es una serpiente que me estruja los pulmones y no me deja respirar. Pero afloja y, así, ella y yo, logramos una convivencia donde, de a poco, fortalecemos nuestros corazones, nuestros espíritus y nuestro andar.

Uno de esos días oscuros en que la serpiente me estaba enroscando, en este largo aislamiento social obligatorio en la ruralidad transerrana, llegó a mis oídos la voz de Cristhian. Escuché un audio que él envió el Día de la Lucha Campesina, en abril. Acerqué mi oreja al celular: “Estoy muy sorprendido de la casi profética palabra que siempre hemos dicho que es la soberanía alimentaria, la agroecología, la reforma agraria popular. Es el proyecto. Hoy, me encuentro sembrando unas semillitas de caraota y maicito capia, con toda la intención de que nuestras luchas campesinas nazcan y germinen y en buenas cosechas, como estas semillitas me van a dar a mí, si dios quiere”.

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(Imagen: Cristhian Camilo Cruz Barbosa)

Dice “si dios quiere” y sonrío mientras pienso que esa expresión sintetiza tanto; que mis abuelas que eran brujas la decían siempre cuando terminaban una expresión de deseo propio y que no se refiere al dios patriarca y sanguinario que creó el catolicismo, sino, más bien (y simplemente), a aquello que como humanidad no podemos determinar. El audio sigue: “Hoy es un momento muy importante para producir el alimento. Quien produzca alimento en esta crisis, en esta recesión presente y futura, pues va a ganar autoridad social y política porque es así que se establecerán las nuevas bases de los proyectos en disputa”.

Escucho y veo esa autoridad en Fermín, mi vecino de 86 años, trasplantando unas ciboulette que yo le había regalado hace tiempo ya. Él me habla de la luna, de los sembradíos de tabaco en los que trabajó, de los ajos que no nacen, de las acelgas que están hermosas, de las cotorras que se comen las nueces, del té de ajenjo y ruda que es tan bueno para todo. Escucho y veo a Aylén sembrando frutillas con su hermana mientras me cuenta que los frutillares saben a su infancia o que acaso es su infancia que sabe a los frutillares. Veo a Agus criando gallinas felices que ponen huevos todos los días y a Flopi regando la rúcula, los rabanitos, las habas, las arvejas, atenta a cada nuevo brote.

Escucho y veo a las compañeras de la CTO (Comunidad, Trabajo y Organización) y sus huertas comunitarias, tan crecidas, tan verdes, tan esperanzadoras. Veo la larguísima fila de conocidas y desconocidos buscando e intercambiando semillas para hacer huertas familiares, junto a abrazos nuevos en la vía pública. Veo y siento que esto que Cristhian llama autoridad política tiene su asidero en muchas personas que me rodean. Y que, en esta cuarentena interminable, la producción de alimentos en la ruralidad transerrana está muy presente en su faceta familiar y comunitaria. La serpiente se me desenrosca del cuerpo.

Campesines del mundo, miraos

“Nosotrxs no tenemos salud, no tenemos servicio hospitalarios, pero estamos sanos. No tenemos bancos, pero nuestra economía funciona. No tenemos dinero, pero somos generosos. No tenemos tierra, pero sí la hacemos producir a la poca que tenemos. Y yo creo que esas capacidades que los pueblos organizados al sur occidente de este país hemos alcanzado, nos han permitido entender que solos no podemos. Que una sola golondrina no llama agua. Que estamos llamados los pueblos a decirle a capital, a decirle a los sujetos que piensan en la individualidad como una salida a pervivir en este mundo, que están equivocados. En este mundo, se vive en comunidad para poder vivir tranquilamente. En este mundo, sólo es posible respetar la naturaleza para vivir duraderamente y con ella”.

Habíamos intentado comunicarnos antes, pero ni yo ni él tenemos buena conexión a internet en nuestros cotidianos campestres y rurales. Qué bonito el lugar donde vives, me dice Cristhian cuando lo logramos. Le digo que sí, le cuento que, aquí, la cuarentena viene siendo bastante digna, que cobra dimensiones propias muy distintas a las de las ciudades en este contexto, que la cosa está difícil, sí, pero que aquí, en Córdoba, en el valle de Traslasierra, la cosa está amable, solidaria y con mucho camino de tierra para andar sin toparte con un control policial. Le cuento que aquí hace mucho frío y que sobrevivir al invierno es estar al sol con el cuerpo en movimiento afuera, bajo los árboles que se van desnudando.

Cristhian Camilo Cruz Barbosa es colombiano y se presenta diciéndome que viene de una familia obrera, donde su papá es constructor y su mamá, una pequeña comerciante. Su abuela y su abuelo eran campesinos y su infancia transcurrió entre una extensa familia y sembradíos de yuca, café, plátano, maíz y frijoles. Cristhian se fue del campo a la ciudad para estudiar ingeniería agronómica en la universidad y, después, volvió.

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(Imagen: La tinta)

La presencia de Bayer, Syngenta, Dupont y Monsanto, por nombrar sólo a los monstruos del agronegocio, fue infalible en la universidad donde estudió Cristhian, quien recuerda que siempre se sintió lejos de la lógica que esas empresas tenían (y proponían) de entender el campo: “Más bien, me interesé por ser parte de una organización estudiantil. Primero, fue la Federación de Estudiantes Agrarios de Colombia (FEAC) que, más adelante, se convertiría en un gran movimiento social y político llamado Tierra Libre en la cual hago parte hasta el día de hoy”.

Escucho esa tonada que suena a trópico, ese arrastre de palabras concatenadas y perfectamente ubicadas en las frases que arman quienes habitan el territorio colombiano. La voz de Cristhian me lleva a ese lugar al cual nunca fui. Él, en cambio, sí anduvo por aquí: hace dos años, visitó la comunidad rural de Las Calles y la experiencia organizativa de la CTO, colectivo que lleva más de ocho años en el valle de Traslasierra aportando al fortalecimiento comunitario y construyendo poder popular. Me dice que ama Córdoba, que le gustaría volver, que fue gracias a estar organizado que pudo viajar al mundo transerrano a compartir experiencias de lucha y resistencia latinoamericana.

Existir en territorios campesinos

“Una cosa es lo que nos imaginamos y otra cosa es cómo la naturaleza lo hace. No quiere decir que nosotros como seres humanos no seamos parte de la naturaleza, pero lo que sí es cierto, a mi forma de ver, es que, muchas veces, hemos olvidado. Y empiezas a entender a ella, a entender su funcionamiento, sus equilibrios, entender sus formas de equilibrar. Creo que el sistema mundo capitalista es un sistema de desequilibrios, de desigualdades. Por eso, no funciona. Por eso, está mandado a recoger. Por eso, es caduco y lleva a la existencia del hombre y la naturaleza a su fin. Yo creo que los pueblos que entendemos y vivimos de la naturaleza debemos poner como primera medida los principios que hemos aprendido de ella para vivir”.

Después de un largo recorrido de articulación con organizaciones del campo, indígenas y campesinas y afrodescendientes, Cristhian se fue a vivir a la comunidad campesina de la Venta, corregimiento del municipio de Cajibio en el departamento del Cauca. Allí, comenzó, junto a su comunidad, a pensar un proyecto político, social, cultural, económico y de poder en aquellas tierras fértiles del sudoccidente de Colombia: “Creo que, para mí, ha sido muy importante ser parte de un pueblo organizado y en rebeldía, que no es de ahora, no es de dos o tres o cinco años ni de diez, sino que es un pueblo que, históricamente, se ha revelado y se ha organizado en contra de los proyectos que se le han querido imponer”, me dice Cristhian.


No es fácil el contexto de violencia en el que desarrollan la soberanía alimentaria las comunidades del Cauca: guerra interna, profundas desigualdades en la tenencia de la tierra, miles de defensores de la vida asesinados en manos del ejército, de los paramilitares o el narco, y una población campesina que se resiste al proyecto de ciudad, al proyecto de muerte y de saqueo del agronegocio en el campo.


Él nombra a la cacica Gaitana (mujer guerrera que se rebeló contra la corona española) y, luego, trae a nuestro presente varias rebeliones de los pueblos indios en el departamento del Cauca que marcaron hitos contra el acaparamiento de tierras y contra los poderes centrales de la república colombiana. Una lucha, que continúa hasta el día de hoy, es por reclamo del territorio y el reconocimiento como pueblos campesinos, indígenas y afrodescendientes. Una lucha que es constitucional, legal y legítima, me dice Cristhian, y que ha derivado en la construcción de figuras territoriales de hecho que llaman “territorios campesinos”, donde reclaman el derecho a existir como pueblos del campo.

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(Imagen: La tinta)

Existir es ejercicio permanente en la construcción de la territorialidad y la identidad campesina, me dice Cristhian. Existir implica reclamar el justo reconocimiento como sujetos políticos en Colombia: “Pese a ser aproximadamente el 30 por ciento de la población, según cifras del último censo agropecuario nacional, proveemos el 60 por ciento de la alimentación del país”, afirma.

Cuidar y amar el paraíso, entre ríos de sangre

“Nosotros vivimos en un paraíso terrenal. Todos los pueblos que vivimos del campo y conocemos qué es sentir la naturaleza dentro de nuestra espiritualidad no podríamos caracterizar el lugar donde vivimos por debajo de ser un paraíso”, dice Cristhian. Para que podamos dimensionar el lugar que habita y lo que allí está en juego, lo describe: un territorio bañado por aguas permanentemente donde el frío no llega, donde el trópico y el verde intenso de las montañas, los Andes y la Amazonía lo hacen un lugar megadiverso.


Al respecto, manifiesta: “Nos resistimos al proyecto de la uniformidad, de la muerte, del conocimiento europeo porque sabemos dónde vivimos. Sabemos lo que nos ha costado vivir en estas tierras en dignidad porque no son pocos los que se han querido apropiar de toda esta riqueza y nosotros no nos apropiamos de ella, vivimos con ella, vivimos en ella. Vale la pena vivir y morir por ella”.


Allí, en aquellos paraísos terrenales, la violencia se ha asentado en los cuerpos de los referentes comunitarios, campesinos, indígenas, afros, estudiantiles, urbanos. El peligro y la guerra se han naturalizado, los ríos de sangre que han corrido por la apropiación de la naturaleza y del trabajo han sido gigantescos, me dice Cristhian, a la vez que la muerte se ha naturalizado, se ha vuelto indolente, sentencia. Pero también me dice que, en su comunidad, una muerte pesa bastante y que la ruptura entre el campo y la ciudad, esa que estuvo, incluso, marcada por la forma de concebir la muerte, es la que hay que sanar. La propuesta política de Cristhian y su comunidad para esta cuarentena es sanar con acercamiento más que con aislamiento.

*Por Débora Cerutti para La tinta / Imagen de portada: La tinta.

El equilibrio, las semillas y el Covid-19. Segunda parte

Palabras claves: agroecología, coronavirus, soberanía alimentaria

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