Feminismo, pan y solidaridad de clase para los tiempos que vendrán
Por Katia Marro para Psol rio das ostras
“Hambriento, ¿quién te alimentará? […]
Si tú quieres pan, ven con nosotros,
los que no lo tenemos […].
Los hambrientos te alimentarán”.
(O todos o ninguno, de Bertolt Brecht)
Para todes aquellas/os que ya estábamos desveladas/os pensando en las tareas necesarias para ensanchar los horizontes de humanidad para derrotar al neofascismo que conquistó mentes y corazones de una parte de las/os brasileiros, la pandemia del capitalismo” viene para complicarnos un poco más las cosas. Además del tan necesario trabajo de base que debemos retomar o profundizar (dependiendo de su trinchera de militancia), vamos a tener que aprender a sortear las dificultades de pautar y construir, en condiciones de distanciamiento social, la salida para esta crisis social brutal. Pero tenemos más problemas, porque, en este lado de los trópicos, el endurecimiento de las relaciones de fuerza, que se expresa en la victoria de un personaje como Bolsonaro, lleva nuestras reivindicaciones a lo básico. Sólo para dar un ejemplo: mientras las/os compañeras/os argentinas/os están alertas para que las acertadas estrategias sanitarias adoptadas por el gobierno no se tornen medidas higienistas que provoquen más segregación social o medios de militarización de los territorios empobrecidos, nosotres, en Brasil, nos tornamos defensoras/os de una cuarentena que una parte ínfima de la población puede cumplir frente a la total ausencia de cualquier estrategia sanitaria unificada y coordenada por el poder central, pues lo que prevalece es un deliberado proyecto genocida. Algo me dice que vamos a necesitar inspirarnos en el preso “que tanta libertad nos ofreció” y entregarnos al desafío gigante de hacer “gran política” en tiempos de supremacía avasalladora de la “pequeña política”: al final, Gramsci nos dejó este legado radical, producido en condiciones extremadas de confinamiento en una prisión fascista.
Muchas/os analistas han destacado la relación clara que existe entre la pandemia, los desequilibrios socio-ambientales producidos por el capitalismo y la destrucción de sistemas públicos y universales durante décadas de políticas de ajuste neoliberal. Vale la pena recordar que estas políticas fueron perpetuadas inclusive en los gobiernos del PT, siendo coronadas por el Proyecto de Enmienda Constitucional “de la muerte” que congeló por 20 años el techo de los gastos que impactan en las condiciones de vida de las/os trabajadoras/os (pero no para el capital). En nuestros países de capitalismo dependiente, donde ya llevamos 40 años de saqueo neoliberal extractivista, tenemos una versión más clara de la crisis social, económica y ambiental que ya enfrentábamos antes de la expansión universal del COVID19. Brasil colecciona, como pocos países, condiciones de desequilibrio ambiental “ideales” para la producción de pandemias: la tragedia de la expansión de la frontera agropecuaria en manos del agronegocio, los desastres ambientales genocidas provocados por la industria minera, la deforestación ilegal y los incendios en el Amazonas, que vienen poniendo aguas, tierras, biodiversidad y poblaciones enteras en la rueda neocolonial del mercado global. Aquí, en Brasil, la letalidad del virus puede adquirir proporciones inconmensurables y es por ello que precisamos reaccionar con urgencia y reconstruir nuestras armas para enfrentar esta crisis civilizatoria: el futuro sólo será más humano si nuestras luchas sociales lo pudieren alumbrar.
¿Quién va a pagar la cuenta de la desaceleración económica que se agudiza con la interrupción de las grandes cadenas globales de valor? El FMI ya dijo que el confinamiento llevará a una caída del PBI tres veces mayor que la provocada por la crisis del 2008 y la caída abrupta del precio del petróleo (en algunos análisis, la mayor de los últimos cien años) son señales de que las salidas propuestas por el capital son promesas certeras hacia nosotres de más desocupación y desigualdad; violencia social; enfermedades; subasta acelerada de nuestras tierras, aguas y biodiversidad; o ritmos más intensos de explotación. Recientemente, la Oxfam señaló que, en 2019, los 2153 millonarios que había en el mundo poseían más riqueza que 4600 millones de personas o también que el 1% más rico de la población posee más del doble de riquezas que 6900 millones de personas. Y para quien aún tiene dudas de los contornos patriarcales y raciales de la desigualdad social capitalista, los datos muestran que los 22 hombres más ricos del mundo poseen más riqueza que todas las mujeres del África. ¿Quién irá a pagar la cuenta?
Todo indica que el hambre será un ingrediente destacado de la olla de presión que puede explotar en cualquier momento y es probable que reviente antes como expresiones inorgánicas y de barbarie, que como rebelión social. Tampoco sería raro que este escenario fuera aprovechado por organismos y agencias internacionales de financiamiento, que, como en otros momentos de la historia, quieran repetir sus fórmulas mágicas de “ayuda alimentaria”, que andan de manos dadas con el aumento de la intervención económica y militar; la dependencia, la destrucción de la agricultura de subsistencia (de la soberanía alimentaria) y la rifa de nuestros bienes comunes naturales. El BM y la USAID son las grandes usinas de las fórmulas de enfrentamiento de la miseria hacia los territorios donde puedan intensificarse los levantamientos populares; fórmula observada en México y en el Ecuador con posterioridad a las rebeliones indígenas de los años 90, en Bolivia con posterioridad de la “guerra del gas” o en Haití después de años de intervención militar.
Como en otros momentos históricos, en la agenda del capital, las mujeres (y las clases subalternas) somos accionadas como “resortes” para amortiguar la crisis. Como si no bastara la cadena de cuidados y tareas reproductivas que se intensifican durante la pandemia (cuidado de ancianas/os y personas enfermas, acompañamiento de tareas escolares de les hijes, aumento del trabajo doméstico, “absorción” de frustraciones y violencias familiares), es probable que las mujeres compensemos con nuestro trabajo el deterioro de las condiciones económicas provocado por la crisis y por la total ausencia del Estado en la promoción de protección social –una especie de refuerzo del trabajo doméstico que promete amarrarnos más y mejor a las cadenas de la división sexual del trabajo. Más hambre; menos salud; educación más precaria; mayores dificultades de acceso a agua o de cultivo de alimentos; menos ingresos; desnutrición o destrucción ambiental se traducen en “malabares” cada vez mayores que las mujeres hacemos frente a la intensa desvalorización del trabajo reproductivo.
Trabajo reproductivo gratuito que es una palanca fundamental de la actual dinámica de la acumulación porque es requerido para mantener los atributos productivos de una fuerza de trabajo que puede ser descartable, pero que debe estar siempre disponible para los engranajes de la superexplotación: desde las/os trabajadoras/es de entrega que andan en bicicleta; las/os que conducen transportes por aplicaciones; las/os profesionales de la salud que están en la primera línea y sin equipos de protección enfrentando el COVID19; pasando por el enorme contingente de fuerza de trabajo utilizada por el modelo extractivista exportador hasta las/os funcionarios públicas/os, todas/os suponen una enorme cantidad de trabajo reproductivo.
Por eso, es fundamental para el capital disciplinar a las mujeres; para que ellas continúen cumpliendo silenciosamente las tareas que las confinan en una naturalizada división sexual del trabajo (la misma que molda y esencializa sexualidades “femeninas” y “masculinas”). No es casualidad que crezca la violencia contra nosotras, en contextos de brutal expansión de las relaciones capitalistas, sea por medio de la acción de fuerzas represivas o milicias, sea por la agudización de relaciones opresivas interpersonales en escenarios de barbarie. Los movimientos de mujeres de México, Colombia, Guatemala, Honduras y Brasil, hace tiempo que denuncian la explotación sexual infantil y la violencia de género que crece al ritmo de la multiplicación en los territorios de mineras, hidroeléctricas y del agronegocio, como lo refleja el trágico asesinato de Berta Cáceres en 2016.
Pero hay también otro factor que puede devolverle centralidad al trabajo doméstico, por medio de la expansión del domiciliar y remoto que se instala en el “laboratorio” de la pandemia. Es probable que, en los próximos años, mensuremos la real dimensión de una estrategia capitalista que podrá descartar oficinas, instalaciones e infraestructura edilicia porque cuenta con una fuerza de trabajo que fue absorbiendo las funciones del proceso de producción en sus espaldas: es el/la trabajador/a que hace entregas y alquila la bicicleta; es el/la conductor/a de la aplicación transporte que alquila el auto en una concesionaria o que adquiere el suyo propio en una interminable prisión de cuotas o “cadenas” bancarias; es la/el profesional que “vende” sus servicios a la municipalidad como “trabajador/a autónomo/a”. En los tiempos que vendrán, además de la intensificación de la explotación y la expropiación, todas/os las/os trabajadoras/es deberemos enfrentar estas tentativas del capital que buscan minar nuestros esfuerzos de organización, rebajar salarios y crear nuevas divisiones entre los subalternos (jerarquías de género, caos social, disputas que nos desarmen para las grandes batallas, antagonismos interpersonales, etc.).
Si con Gramsci podemos afirmar que estamos ante un momento en donde las “fuerzas en lucha se equilibran de modo catastrófico” y, por lo tanto, hablamos de “situaciones de difícil ejercicio de la función hegemónica”, deberemos reinventar las condiciones de la batalla político-ideológica, creando y recreando luchas que posibiliten la expresión autónoma y antagónica de las clases subalternas y de las periferias. “Hambriento, ¿quién te alimentará?”, se pregunta Brecht y responde: “los hambrientos te alimentarán”.
Thompson nos muestra que, en los primeros pasos en la historia de organización de la clase trabajadora en Inglaterra, hay movimientos que parecen “causas perdidas”, que producen aparentes “callejones sin salida”. Pero lo cierto es que, de tanto ensayo de auto-organización, hay momentos en los que las clases subalternas irrumpen con heroicos ejemplos de rupturas de los imposibles callejones sin salida. Por ello, son fundamentales las pautas más radicales que venimos ensayando –sin miedo de gritarlas porque puedan no “caber” en la estrecha correlación de fuerzas–, pues cualquier reedición de una estrategia de colaboración de clase solo irá a hundirnos aún más en la tragedia en la cual estamos y a la cual llegamos también por estas apuestas que desarmaron a la clase. Pero también, al mismo tiempo en que pautamos el impuesto a las grandes fortunas, la nacionalización del sistema sanitario y medidas universales de protección social, defendemos respuestas más viables en el corto plazo para construir el gramsciano “espíritu de escisión” en los grupos subalternos con reivindicaciones como la fila única para la emergencia, la ampliación de los auxilios asistenciales, la protección de los empleos y los salarios. Precisaremos también políticas para enfrentar y deshacer los “nudos” de la división sexual del trabajo que nos confina a las mujeres al espacio doméstico y al trabajo reproductivo.
Para enfrentar la infame y mistificadora oposición entre “empleos o salud”, tendremos que mostrar la enorme desproporción del fondo público utilizado para socorrer a las empresas (y salvar al capital) y los desnutridos recursos invertidos en el auxilio asistencial de emergencia, pero, sobre todo, debemos traducirlo en propuestas que tengan sentido para el pueblo. Y el pueblo es mujer que ahora está más próxima de su verdugo, es india/o que muere quemada con su selva, es negra/o que se enferma más rápido en la periferia, es LGBT que fue expulsada/o de casa o está sin ingresos, es trabajador/a explotado/a por la radicalización de la llamada uberización, es anciana/o abandonada/o por la previsión social pública que fue para los bancos, es funcionario/a público/a que, de una forma u otra, también es atacado por este asesinato en masa que estamos viviendo.
Feminismo, pan y solidaridad de clase serán fundamentales para los tiempos que vendrán. Alguna vez, Brecht también dijo “[…] considerando que los señores nos amenazan con fusiles y cañones, nosotros decidimos, de ahora en adelante, temeremos más la miseria que a la muerte”. Ello nos recuerda que las clases subalternas no se rindieron al hambre a lo largo de la historia. Por ello, las campañas de distribución de alimentos que vienen siendo construidas por los movimientos populares (como “Nós por nós” o “Periferia sem fome”) son estrategias fundamentales de solidaridad de clase. En contextos en que las “ayudas alimentarias” son un componente esencial de la máquina de la guerra neocolonialista, romper el cerco del hambre es mucho más que la entrega de un alimento para el/la trabajador/a superexplotado/a de la ciudad. Hace unos días, un compañero del asentamiento del Movimiento Sin Tierra (el Proyecto de Desarrollo Sustentable Osvaldo de Oliveira, único asentamiento del estado de Río de Janeiro, construido en ese formato, nuevamente amenazado por una orden de desalojo que tramita en la justicia) me contaba el camino de la solidaridad de clase, en la forma de un alimento agroecológico producido por las manos compañeras que, a través de una campaña de donación de alimentos, llega a la mesa del/la trabajador/a de una favela de Macaé, uno de los mayores municipios productores de petróleo del país, que –no por casualidad– concentra índices nada despreciables de violencia sexual contra las mujeres. Con solidaridad de clase, las/os compas enfrentan la actual expropiación capitalista y afirman con testarudez que el hambriento solo puede ser verdaderamente alimentado por quien tiene hambre.
*Por Katia Marro para Psol rio das ostras / Traducción para La tinta / Imagen de portada: Verena Glass.
*Trabajadora Social, Profesora de la Carrera de Servicio Social del Campus Universitario de la Universidad Federal Fluminense de Rio das Ostras, Brasil, y Educadora de la Escuela Nacional Florestan Fernandes del Movimiento Sin Tierra.
1 Así llamada por diversos intelectuales en el Dossier preparado para la revista Herramienta. Herramienta Web nº 28, abril de 2020.
2 Expresión del intelectual cubano, Fernando Martínez Heredia, para referirse a Antônio Gramsci.
3 El análisis del biólogo Rob Wallace (que lanzará en junio de este año el libro “Pandemia e agronegocio: doenças infecciosas, capitalismo e ciência”, en Brasil), establece relaciones entre la producción de pandemias con la expansión de industrias que desplazan poblaciones y especies o las confinan para su cría intensiva, destruyendo hábitats naturales de la vida silvestre y perturbando ecosistemas, provocando desequilíbrios favorables a la mutación y reproducción de virus. En la misma dirección, ver también entrevista al investigador francés Serge Morand (“Pesquisador francês alerta sobre o aumento de doenças infeciosas”, en Esquerda Online, 27/03/20) y al investigador boliviano Zambrana-Torrelio, que también señala esta relación entre deforestación / asedio al ecosistema y expansión de enfermidades zoonoticas (“Coronavirus y desmonte: las nuevas pandemias del planeta desvastado”, en latinta.com.ar, 13/03/20).
4 Ver Tiempo para el cuidado: el trabajo de cuidados y la crisis global de desigualdad. Janeiro de 2020, www.oxfam.org.
5 Ver Entrevista a Jose Luiz Fiori, realizada por Lorena de Lucena e Rodolfo Lucena, 10/04/20 (acesso em 20 de abril de 2020).
6 Silvia Federici nos ayuda a comprender las políticas de “ayuda alimentaria” como un componente esencial de la máquina de guerra neocolonialista contemporánea. Ver “Globalização e reprodução social” en O ponto zero da revolução: trabalho doméstico, reprodução e luta feminista. São Paulo, Elefante, 2019. Ver también ALMEIDA, Luiz Paulo de. Ajudas alimentares no Haiti e os desafios dos Movimentos Camponeses na busca por soberania alimentar. Programa de Pós-graduação TerritoriAL, IPPRI, UNESP, Dissertação de mestrado, mimeo, 2016.
7 Ver “A reprodução da força de trabalho na economia global e a revolução feminista inacabada”, en Federici (idem, 2019).
8 Aunque se trata de un cálculo difícil de estimar, este informe de la Oxfam indica que el valor económico del trabajo de cuidados no remunerado que realizan en todo el mundo las mujeres de 15 o más años, llega al valor aproximado de 10,8 billones de dólares anuales; cifra que triplica el tamaño de la industria mundial de tecnología.
9 GUEREÑA, Arantxa. Desterrados: Tierra, poder y desigualdad en América Latina. Reino Unido, OXFAM, 2016.
10 Ricardo Antunes viene mostrando en los debates recientes la inseguridad de un contingente de 50 millones de trabajadoras/es que no están protegidos por un contrato de trabajo. Ver, por ejemplo, Ricardo Antunes e o proletariado em tempos de pandemia, 3/4/20.
11 Gramsci, Antônio. Cadernos do Cárcere. Volume 3. Maquiavel. Notas sobre o Estado e a política. Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 2000 (p.76 y 95).
12 Ver Del Roio, Marcos (Org.). Gramsci: periferia e subalternidade. São Paulo, Edusp, 2017.
13 “Los días de la Comuna”, Bertold Brecht.
14 Como señala Silvia Federici, porque estas políticas vienen acompañadas de estrategias que destruyen infraestrutura y provocan una crisis reproductiva; crean condicionalidades económicas y dependencia alimentaria; impulsan al agronegocio y disponibilizan tierras y fuerza de trabajo para el mercado internacional (2019, p. 162).