Relato de un desalojo en plena pandemia
Una familia fue desalojada de forma violenta de su precaria casa en Barrio Independencia. El hecho ocurrió luego de que el gobierno nacional suspendiera los desalojos en todo el territorio nacional hasta el 30 de septiembre.
Por Delfina Pedelacq para Zorzal Diario
Eran las diez de la noche del miércoles 22 de abril en barrio Independencia, en José León Suárez. La familia Stoutd se preparaba para dormir después de cenar mate cocido con pan.
“Señora, señora”, escuchó Sirley Stoutd de 56 años. Cuando se asomó a la puerta, era el comisario Rolando Carlos Aguilar.
–Señora, señora. Tenemos que desalojar.
Tirantes de madera y chapas para el techo. Una cama, una garrafa, una heladera pequeña y una pava eléctrica. Medio tanque azul con agua para lavar las cosas de la cocina. Sirley no salió de la casa. Confundida le pidió al comisario que le mostrara el papel donde decía que debían ser desalojados.
–Yo no necesito orden ni ningún papel, soy el comisario y decido que ya se tienen que ir de acá. Ah, ¿no vas a salir?
De una patada arrancó el cerco, con otra tiró la puerta. En medio de la noche entró a la casa y comenzó a sacar las cosas para afuera. Colchón, sillas, frazadas, ollas. Esto recién empezaba. Afuera había tres patrulleros, veinte uniformados con escudos, dos camiones de policía y una grúa con gancho y pluma que decía “Municipalidad de San Martín”.
La familia había conseguido hace unos meses un freezer pequeño, usado. Como el comisario y los oficiales que ya estaban adentro de su casa, no tenían la fuerza para moverlo, decidieron destruirlo. Lo agarraron con el gancho, lo elevaron por el aire y lo soltaron en el descampado del fondo del barrio. “De rodillas le pedí que no hagan eso”, rememora Sirley.
En la casilla de al lado vive su hija Ángela con sus tres hijos. Una niña de siete meses, otra de cuatro años y un nene de siete. “Cuando quise pasar me pegó un pechazo y me tiró para atrás” contó Ángela Stoutd.
“Les fui a pedir que pararan porque estaban tirando las chapas arriba de mi casa, donde estaban mis hijos. Pateaban todo y se reían, se burlaban de nosotros”, siguió.
La criatura más grande estaba cambiando los pañales de la más pequeña cuando sintió los estruendos de las chapas caer sobre su casa. Corrió hacia la puerta, dejando sobre la mesa el cuaderno con la tarea del colegio.
Afuera, un efectivo de la policía que los revisó y los dejó a la intemperie, sin calzado, sin pañal y sin hogar. “Con el frío que hacía”, murmuró Ángela, agobiada por el relato.
Contagio
Al otro día, el cielo amaneció púrpura. El panorama se asemejaba a una postal posterior al paso de un huracán. Cosas rotas, techos caídos, ropa y comida esparcida por todo el terreno.
“Los policías vinieron sin barbijo, sin guantes, nosotros no sabemos si ellos están contagiados. Todo el esfuerzo que hicimos para cuidarnos se acabó” explicó Sirley.
A través del decreto de necesidad y urgencia 320, el gobierno nacional decidió el 29 de marzo suspender los desalojos en todo el territorio nacional hasta el 30 de septiembre, para garantizar que toda la población pueda realizar la cuarentena correspondiente para prevenir el contagio del virus.
Levantando algunas chapas y corriendo con el pie la tierra, Sirley señaló por dónde habían tirado los policías los paquetes de arroz y fideos que habían recibido del Gobierno.
“El presidente se está matando para que a nosotros no nos falte nada, nos ayuda con mercadería y vienen estos y nos sacan todo. Hay gente que no tiene nada de nada.” aseguró Angela tratando de contener las lágrimas. Vuelve a remover las cosas tiradas e intenta recoger algunos fideos que no están rotos para volver a guardarlos.
El marido de Sirley se llama Alberto Fernández, trabaja en el municipio de San Martín como barrendero y sufre una patología en los ojos que necesita tratamiento. Durante el desalojo perdió sus anteojos y su medicación, esenciales para no perder la vista por completo. “Los encontré todos rotos por el piso” aseguró Sirley.
A principio de mes, Alberto cobró el ingreso familiar de emergencia que sumado a su sueldo, iba a usar para comprar más materiales, los guardo en una latita para poder ahorrar. Tampoco están. “Son cosas que un funcionario público como el comisario, no puede hacer, es el colmo, fue contra toda ley”, dijo Ángela.
Sirley y su familia viven ahí desde el 27 de octubre de 2017. Ella trabaja como responsable de salud en la organización “Barrios de Pie”. Después de la destrucción de su casa, varios de sus compañeros comenzaron a ayudarla para tratar de reconstruir por lo menos alguna parte.
“Habíamos conseguido cosas para la organización como tensiómetros, pero me rompieron todo eso también. Las carpetas de salud, de mi trabajo, se llevaron todo”, cuenta Sirley, se mira las manos llenas de tierra, se rasca y dice: “¿Cómo no me voy a agarrar el virus si estoy así?, llena de mugre porque no tengo donde lavarme las manos”
Esas mismas manos que meses atrás amasaron pan y cebaron mate para los policías que pasaban por ahí. “Ellos también son personas”, pensaba Sirley en ese momento.
¿Quién se hace cargo?
Muchas son las discusiones que se plantearon sobre la situación de los barrios más vulnerables durante la cuarentena y el consejo de “quedarse en casa”. El aislamiento se dificulta, por falta de espacio y recursos.
Ángela cuenta que nadie se acercó a ver como estaban o a preguntarles si necesitaban algo, menos a pedir disculpas por lo sucedido. «¿Vos te pensás que el intendente vino a vernos? No, pero cuando necesitan votos ahí si vienen”, aseguró.
Alberto Fernández busca con dificultad, entre la tierra y las chapas, su único par de borcegos. Al día siguiente se tiene que presentar en la municipalidad para seguir con su trabajo como barrendero. Cuenta que si bien el intendente no se acercó personalmente, fue Oscar Menteguía, secretario de Desarrollo Social quien se reunió con la familia para brindarles alguna asistencia.
Entre tanta injusticia, deciden que de ahí no se van a ir. “Estamos en medio de una pandemia, no nos pueden hacer esto. Esta bien, somos pobres, pero no nos pueden tratar así” expresó Ángela.
El cielo está completamente cubierto y empieza a gotear, los compañeros de la familia se apuran para poder colocar al menos un par de chapas que los cubran de la lluvia.
“Yo no sé si voy a poder empezar de nuevo”, repite Sirley, una y otra vez.
*Por Delfina Pedelacq para Zorzal Diario.