Hablemos de la angustia
Treinta y cuatro días de cuarentena, ¿soy yo sola que no doy más y quiero llorar o gritar o estamos todxs iguales? Muchas noticias hablan del aumento de ansiedad, angustia e insomnio como consecuencia del aislamiento y el avance de la pandemia. Hemos visto circular redes de contención y asistencia para llamar o hacer consultas virtuales, tips y consejos para sobrellevar el aislamiento con salud mental. Pero… ¿y si vamos un poquito más a fondo? Hablemos de la angustia.
Por Redacción La tinta
“Casi me animo a poner una foto llorando. Sí.
Hasta ahora, no vi una sola imagen de humanidad y me incluyo,
en esta pandemia de recontra mil mierda y la yuta que la parió.
Ya el look media y crocs, campera deportiva y remera, es un
lujo al lado del llanto que por momento viene,
viene con todos los miedos que ningún arte espiritual puede combatir por momentos,
viene con toda la crudeza de la incontinencia misma a la que me intento entregar,
pero no aflojo”.
La primera semana del aislamiento, se tiñó de imperativos: “Todo lo que podés hacer en esta cuarentena en tu casa”. En los medios, en los grupos de whatsapp, fotos de la vida hiperproductiva instalando mandatos. Si bien muchas personas disponen de mayor tiempo libre en sus casas, hay quienes siguen con sus rutinas productivas; trasladándose al trabajo con el stress que conlleva el miedo a salir afuera y contagiarse, haciendo teletrabajo en sus casas con una demanda laboral inagotable o sumando una rutina más pesada en las tareas de cuidado. Sin embargo, el discurso generalizado es “podés ser un poco más productivx”. Ocupar el tiempo, llenarnos de actividades parece ser algo que nos sale bien. Es un loop que repetimos desde siempre, pues es la lógica capitalista y neoliberal de funcionamiento del cotidiano, donde queda poco margen para la tristeza o la angustia.
La cuarentena siguió avanzando y, mientras parece no tener un fin cercano, la cotidianeidad tal como la conocíamos se desmoronó. ¿Y qué queda en evidencia? No podemos anticipar lo que viene, no podemos tener previsibilidad, extrañamos personas, el sol, el encuentro, nos cuesta sostener un plan, una rutina y, entonces, alguien dice: “Quiero llorar, no doy más”. Que no nos asuste hablar de las angustias.
“Holas, muchachas. No sé ustedes, pero yo estoy bastante afectada estos días,
vienen siendo pesados, ¿no? ¿O sólo yo lo siento así?
Capaz hay otro grupo de wsp para esto, pero si no,
ta bueno encontrarnos un ratito desde el sentir.
Espero que estén bien, abrí palabras x si alguna recoge el guante.
Besos a todas”.
Mara Nazar es psicóloga y feminista. En conversación con La tinta, dice -con una franqueza que puede transmitirnos tranquilidad-: “Sentirse angustiada, en este aislamiento que se da con condiciones de mucho control y represión, hace que el dolor y la angustia se asocien. Muchos se preguntan ¿qué hacer? Lo que estamos viviendo es algo totalmente inédito, lo que veníamos haciendo ya no se puede y la angustia también se asocia a pérdida, amenaza, ansiedad y a frustración».
«Hay miedo a enfermarse, a la muerte y, en época de pandemia, es un real que invade lo cotidiano. Tal vez, haya que aprender a hacer otras cosas, porque el consumo ya no tapa lo que falta. Ha cambiado todo y, en ese sentido, la espera es muy torturadora y estamos en una emergencia con el aislamiento”, expresa Nazar.
Conversamos también con la psicóloga Melina Di Francisco, quien se refiere a la angustia como “lo inquietante, lo enigmático y lo extraño que aparece sin aviso, que nos ubica en una especie de suspensión por lo que no se sabe. Un impasse frente a un encuentro sin cálculos posibles y una certeza que se siente en el cuerpo”.
Y agrega contundentemente: “Atravesando hoy esta experiencia, con tan variadas aristas y problemáticas relacionadas, ya estamos afectados/infectados. Seguramente, encontraremos puntos angustiantes comunes en nuestros entornos sociales, pero sin perder los matices singulares. La pandemia es lo global, la angustia no. Cada quien sabe cómo eso lo toca, pero el ‘algo’ que señala es justamente lo más difícil de nombrar. Es la marca de una afectación que aún no ha encontrado su nombre propio y, por eso, hablar es un intento de localización. La tan famosa catarsis no es efectiva por lo que saca del cuerpo, sino al contrario. Es hablando que intentamos nombrarlo, no para sacarlo fuera, sino para ubicarlo dentro. Y como canta el Indio Solari en su canción Ropa Sucia: ‘El tango que ocultamos mejor (del que preferimos no hablar) es el que nos tiene narcotizados’. A lo que podría responder Lacan: Y sí, «la acción humana por excelencia es precisamente la palabra».
Di Francisco remarca con claridad que la pandemia «es un punto extra-ordinario» que puede profundizar la angustia en el encuentro entre esa rareza de cada quien y la rareza generalizada. «Como si, de cierta manera, asistiéramos a una amenaza desde las tres fuentes de sufrimiento que ya Freud, en El malestar en la cultura, había ubicado luego de la guerra: el cuerpo propio que no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; el mundo exterior que puede abatir sus fuerzas sobre nosotros; y los vínculos con los otros como, tal vez, lo más doloroso. Las tres están fuertemente implicadas en este desarreglo -y, quizás, necesario nuevo arreglo- de las categorías del tiempo y el espacio».
«Al entramado previo de nuestra vida, también podemos pensarlo como una casa armada para defendernos del sufrimiento. Esa casa hoy está revuelta, como suele suceder cada vez que alguien llega a un análisis. Las vivencias que angustian son reales, en tanto podemos estar fuera de nuestra propia casa, por más que estemos dentro. La ropa sucia ha perdido el tacho de siempre y está más afuera y más adentro que nunca”.
¿Y cómo toma dimensión social la angustia? Di Francisco explica a La tinta que vivir la experiencia de un acontecimiento a escala masiva es presenciar a escala masiva los efectos que tendrá en los arreglos, buenos o malos, que teníamos hasta ahora. “Pero la angustia es un afecto originario y propio de lo humano. Eso sí que no es nuevo y no es de temer; nos habita desde siempre como un agente viral primario al que mucha gente vive neutralizando, tapando, evadiendo o negando. Seguramente, lo sepamos o no, ya hemos hecho algo con ella. Con las amenazas por doquier y la casa revuelta, habrá que arreglárselas una vez más para ubicar la ropa sucia”.
“Ayer me fui a dormir feliz con el amor de mi amiga Guadalupe,
el gesto de cuidado y amor siempre ayudará a sanar, definitivamente.
Ella trajo medicina y se llevó dulzor (dulce que le hice con todo mi amor).
Me dormí media embriagada del vino que con distanciamiento social nos tomamos
y de las emociones que movimos, esas mismas que ahora me están haciendo llorar,
de lo y les que extraño, de los planes y sueños que esperan como viejo en cuarentena,
como yo, como vos,
como todes les que alimentamos el alma con la de les otres”.
Mara, que lleva años trabajando con mujeres en los barrios, desde esos territorios, nos ayuda a detener la mirada en la experiencia de lo colectivo, como una orilla de la cual aferrarse: “En lo comunitario, son las mujeres las que siguen sosteniendo la trama que sostiene al colectivo e impide caer al vacío. Para las mujeres, las imposiciones sociales de quedarnos en casa y ocuparnos de las tareas de cuidado hacen un efecto fantasmático, tal vez, organizar la realidad con datos confiables con otras, armar sentidos nuevos y flexibles nos alivia. Estamos dispuestas a cuidarnos y aprender nuevos modos de encuentro, y recordar que también hemos estado con otras en las calles, con consignas liberadoras y que a eso vamos a volver y seguimos apostando porque la salida es con otrxs y es colectiva”.
* Por Redacción La tinta. Imágenes: La tinta.