¿De dónde viene lo que comemos?
Por Ailin Peirone para El diario
El modelo agroindustrial que predomina hoy es un sistema basado en criterios de rentabilidad, monocultivos, producción con agrotóxicos y semillas transgénicas, aditivos, conservantes sintéticos, formas injustas de intercambio y explotación laboral. Frente a la falta de derecho a la alimentación, fuertemente vulnerado para gran parte de la población, tenemos la utopía de que nuestro pueblo tenga la capacidad de decidir sobre los alimentos que produce y consume, que los suelos no sean desmontados y que nuestros cuerpos no tengan problemas de salud producto de alimentaciones industrializadas y súper procesadas.
Orientados por esta utopía, existen personas y colectivos que proponen otras formas de generar el alimento con prácticas agroecológicas, espacios de escucha y de construcción. Natalia Tacconi es una de las que planta la semilla de esta forma más saludable de habitar y entender el vínculo con la tierra. Conversamos sobre La Red Abya Yala de la ciudad, la soberanía alimentaria, el consumo consciente y respecto a qué implica el comercio justo.
Le consultamos cuáles cree que son las discusiones que sería importante frente a la crisis alimentaria actual, respecto a lo cual nos invita a preguntarnos: “¿Hacen falta tantos intermediarios en la cadena alimentaria? ¿Cómo aseguramos la nutrición con proteínas, hidratos, lípidos y vitaminas de la forma más simple? ¿Qué alimentos necesitamos producir en nuestra zona? ¿Qué podemos producir y qué no? ¿Qué se producía antes? ¿Cómo se producía antes?”. “Hay un derecho y hay gente que está sin ese derecho. Considero que las discusiones pasan por estos temas, que se están dando en muchos ámbitos y que faltaría llegar a otros, pero para eso tiene que haber disposición de escucha y de querer interpelarse”, explicó.
Natalia Tacconi se presenta como el producto de un colectivo de gente. “Soy dentro de un somos, soy mujer, villamariense y una amante del maravilloso milagro de la vida”. Se define como una defensora de la agroecología como herramienta humana para mejorar la salud de nuestra población y nuestra tierra.
Natalia se graduó como agrónoma de la Universidad Nacional de Villa María (UNVM) “consciente de la doble responsabilidad en nuestros actos, de aquellos que hicimos, y también, de aquellos que no hicimos. Cursé una especialización en agroecología en la UNLM, cuyo tema de tesis es: “Hacia una política de apoyo y fomento de la agroecología en Villa María y Villa Nueva”, explicó.
También participa de la murga estilo uruguaya “La Cuerda que Falta”, género que ama por su discurso cómico, profundo, alegre y reflexivo. A su vez, lleva adelante el emprendimiento “Lacandona” en el que propone la producción agroecológica de plantines para huertas.
Explicó que la agroecología es un paradigma donde la vida humana está integrada a un ecosistema, con el reino vegetal, con la vida, con la diversidad y la belleza que nutre tanto a la tierra como a la humanidad. Es una esperanza.
El investigador Santiago J. Sarandon en el libro “Agroecología: bases teóricas para el diseño y manejo de agroecosistemas sustentables”, explica que “desde una perspectiva de manejo, el objetivo de la agroecología es promover ambientes balanceados, rendimientos sustentables, una fertilidad de suelo biológicamente obtenida y una regulación natural de las plagas a través del diseño de agroecosistemas diversificados y el uso de tecnologías de bajos insumos”. En este sentido, Natalia refirió que algunas definiciones admiten el uso de agroquímicos en los casos en que no hubiera otra opción, o incluye a producciones que están disminuyendo el uso, como dentro de la agroecología. “Eso personalmente creo que confunde, considero que debería ser sin productos químicos; por lo tanto aclaro que dentro de la agroecología de la que hablo y pregono, no existe el uso de productos de síntesis química”.
La Red Abya Yala en Villa María
En la ciudad los productores y productoras que tienen bases y enfoque general en la agroecología conformaron La Red Abya Yala. Son familiares, elaboradores/as intermedios y asesores/as que tienen como principales puntos de encuentro las reuniones propias de la red, y los puntos de venta que comparten como la Feria Franca.
—¿Cuáles son los motivos que hace que La Red Abya Yala se reúna y cuáles son sus objetivos?
—En primera medida lo que nos une es la forma de relacionarnos con la tierra, con la producción de alimentos. Y después son los compartires de problemas, de soluciones, de herramientas, de técnicas, semillas, excedentes. Es un espacio de intercambio y apoyo mutuo. Uno de los objetivos de La Red es demostrar la notable resiliencia que los sistemas agroecológicos poseen a los cambios ambientales y económicos, a la vez que contribuyen a la soberanía alimentaria y económica de la región. Otros objetivos son incentivar el consumo consciente y el comercio justo, la difusión de prácticas agroecológicas y protección de la biodiversidad, participar y vincularse con asociaciones, redes y entidades afines, la búsqueda y desarrollo de alternativas tecnológicas apropiadas y socialmente apropiables, mejorar las posibilidades de distribución y comercialización de los alimentos producidos por las granjas, como así también el abastecimiento de herramientas e insumos necesarios.
—¿Cuál es la diferencia entre soberanía y seguridad alimentaria? ¿Quién introduce el término y por qué?
—La diferencia la hace el derecho a ser parte, a decidir, un pueblo con hambre es un pueblo sin seguridad alimentaria; un pueblo sin capacidad de decidir los alimentos que produce y consume, es un pueblo sin soberanía alimentaria.
La soberanía alimentaria fue definida por la Vía Campesina en la Cumbre de los Pueblos en 1996, como el “derecho de los pueblos a definir sus propias políticas sustentables de producción, transformación, distribución, comercialización y consumo de alimentos, garantizando el derecho a la alimentación de toda la población.”
En el mismo año, en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (Roma, 1996), se define que existe seguridad alimentaria cuando todas las personas tienen en todo momento, acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias en cuanto a los alimentos, a fin de llevar una vida activa y sana.”
La agroecología se relaciona con la soberanía alimentaria por la posibilidad de tejer un entramado productivo local que decida qué produce para su población, que la mayoría de los alimentos que se requieren se produzcan en la propia localidad, generando empleo y alimentos sanos, y que estos alimentos no recorran miles de kilómetros.
—Existe un derecho en la Constitución Nacional que es el Derecho Humano a la alimentación adecuada. ¿En qué estado crees que se encuentra?
—Sí hay un derecho, entonces debiera de haber un deber de garantizarlo por parte del Estado. En primera instancia está el acceso físico al alimento, que es muy desigual de por sí, para acceder a esos “alimentos” de alcance general, y más todavía a las opciones alternativas que se encuentran en algunas ferias, locales exclusivos, también lejos de la mayoría de la población y más aún de los barrios periféricos, que son los más afectados.
En segunda instancia lo veo complicado respecto al tipo de alimento que mayormente nos rodea: alimentos de abastecimiento próximo, en paquetes muy llamativos y alegres, pero llenos de conservantes, aditivos, colorantes, saborizantes, derivados de la soja, maíz, trigo, jarabe de maíz de alta fructuosa, azúcares, grasas, y muchas siglas que no sabemos que significan. Además, los componentes en su mayoría son transgénicos y fumigados, porque este es el sistema de producción que predomina, y que es manejado por unas 5 o 6 empresas. Eso está bastante lejos de ser un alimento a mi parecer, y las opciones alternativas, con ingredientes agroecológicos, o al menos sin tanto agregado, no están al alcance diario de las mayorías.
Al decir que están complicados estos dos puntos, también estoy diciendo que no veo que el Estado esté haciendo lo suficiente como para garantizar, por un lado que los alimentos sean sanos, inocuos, variados, y por otro lado, que toda la población pueda acceder a ellos.
—¿El modelo agroindustrial hegemónico actual qué consecuencias provoca en nuestros cuerpos y en la tierra?
—El modelo agroindustrial, llamado así por la industrialización de cada etapa de la cadena agroalimentaria (producción, transformación, distribución y consumo), es el que se dice el hegemónico, el que predomina hoy en día, y el que domina cada etapa de la cadena desde criterios de rentabilidad, y bajo concentración por parte de pocas manos. Vale aclarar, que este modelo agroindustrial, se basa en monocultivos, genéticamente homogéneos, que cubren actualmente el 80% de las 1.500 millones de hectáreas cultivables del planeta, y que Argentina basa sus exportaciones en la producción primaria de esos monocultivos. Es decir que la mayor parte de esa megaproducción se exporta. Otra parte es para consumo de animales que también después terminamos consumiendo, y otra se procesa y se hace alimento empaquetado de consumo frecuente como el que está en los supermercados y almacenes.
Este modelo además, está basado en el uso de semillas transgénicas de propiedad privada, fertilizantes para una supuesta compensación de nutrientes y de agroquímicos que bien podrían llamarse agrotóxicos (agrupando con esta denominación a todo tipo de productos de síntesis química, también llamados agroquímicos o productos fitosanitarios, pero que en el contexto del uso desmedido que se les da, en los territorios, sobre las personas, sobre los ecosistemas y sobre los alimentos, me suenan más a agrotóxicos). Estos usos provocan hectáreas de suelos muertos, desmontados, sin absorción, con contaminación de napas, sin biodiversidad, dependientes del petróleo con lo que implica ambiental y económicamente, y dependientes de insumos dolarizados.
Ese es el campo que dice alimentar al mundo, y que con ese lema pide subsidios al Estado para sostener lo insostenible. Ese es el campo que busca solo la rentabilidad, que vende mercancía (alimento) y regala veneno a la tierra por cada grano cultivado.
Este modelo produce en nuestra tierra mucha pérdida de la vida del suelo, de nutrientes, de estructura del suelo y produce aumento de enfermedades, presencia de plagas, de gases con efecto invernadero, de sequía, de inundaciones. En nuestros cuerpos genera problemas de salud, en diferentes planos y por diferentes causas. Por alimentaciones industrializadas y súper procesadas nos genera obesidad, un sistema inmune débil y fármaco dependiente. Por su precio dolarizado y los kilómetros que recorren nos genera hambre y por su cercanía nos genera malformaciones, cáncer y muerte.
La base de la salud es la alimentación, que tu alimento sea tu medicina se dice. Lo mismo para el suelo, la base para la salud de las plantas y por ende de los alimentos, es cómo alimentemos el suelo, no es matarlo.
—¿Cómo crees que podríamos generar condiciones para que exista menos hambre en el mundo?
—La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) sostiene que el incremento de la producción de alimentos es una condición necesaria, pero no suficiente, para resolver los problemas del hambre y la pobreza en el mundo.
El problema del hambre en el mundo no es un problema de producción de los alimentos sino del acceso a ellos, ya que en su conjunto se producen más alimentos de los que se necesitan para alimentar a la población mundial. Así que creo que hay que ir por políticas públicas integrales y profundas en este sentido. Por otro lado, también creo que en las universidades (sobre todo las públicas) la formación agronómica debería estar más orientada a esta problemática, y no a seguir alimentando los monstruos de las multinacionales y del agronegocio. Poder ver el alimento como un derecho y no como una mercancía.
—¿Qué es el consumo responsable? ¿Cómo hacemos en Villa María para llevarlo más a la práctica?
—Somos responsables de lo que hacemos y de lo que no. Creo que tiene que ver con salir del automático, correrse del lugar pasivo como si los consumidores no pudiéramos hacer nada, dejarse interpelar por lo que pasa alrededor en este sentido que venimos hablando, buscar las alternativas. Responsable creo que es tratar de buscar las opciones locales, lo que se produce acá, leer las etiquetas, ver los ingredientes, cuántos menos kilómetros recorre cada paquete, cuán próximo está el productor. Es poder verle la cara al productor, a alguien que responde por lo que está produciendo y valorar su trabajo.
—¿Cuál es el rol del Estado en la lucha por la soberanía alimentaria? ¿Cuáles son las políticas públicas que deberían existir para favorecer a quienes generan prácticas agroecológicas?
—En primer lugar creo que el rol es reconocer que tiene un papel importante en la soberanía alimentaria, es decir, en la producción local de la variedad y cantidad necesaria de alimentos inocuos y nutritivos que requiere la población local. Por otro lado, existen tramas que construyen horizontalmente, como son las huertas comunitarias, las compras comunitarias, la búsqueda por parte de productores y productoras para producir y comercializar sin agroquímicos, los talleres barriales, proyectos de investigación; hay mucha gente haciendo cosas en este sentido. Esto puede ser positivo porque demuestra que hay cosas que pasan, pero también puede ser una limitante porque están sujetas a voluntades particulares que un día están, pero que no son permanentes, y que además son actividades que a veces están por fuera de las normalizaciones. Quedan aletargadas en función a los hechos y necesidades y muchas veces generan trabas y limitaciones que dispersan y desgastan, incrementando así la fragilidad de los emprendimientos, perdiendo además fuerza las propuestas alternativas.
Creo que los espacios de escucha y de construcción conjunta entre la gente que produce los alimentos, la gente que se organiza para resolver demandas de acceso a alimentos, y los organismos de función pública enriquecería mucho a la aparición de las políticas necesarias. Que por nombrar ejemplos, uno podría ser que se repartan tierras municipales para la producción agroecológica, con acompañamiento técnico para los productores y productoras que quieran producir de otra forma. Hay una normativa que establece una zona de resguardo ambiental donde no se puede aplicar agroquímico, bueno, generar una política de fomento para que en esa zona haya gente produciendo agroecológicamente. También pasa que hay problemas en los usos agrícolas de las superficies de esa zona. Por un lado, la convivencia entre los sistemas de producción extensivos con gran uso de agroquímicos; por otro lado, hay investigaciones que dicen que “en Villa María y Villa Nueva existe una amenaza del cambio de uso del suelo dinámico del periurbano, tendiente al uso habitacional, quedando desplazada o invisibilizada la necesidad del abastecimiento local de los alimentos que se consumen en las dos ciudades” (Guzmán, L., et. al. 2016).
Otra política podría tener que ver con la agricultura urbana, huertas en la ciudad, en hospitales, en escuelas. Hay que enseñar, por un lado, a que los alimentos vienen de la tierra, con todo lo que eso implica, y no de un supermercado, y por otro lado qué es una alimentación saludable, a cocinar y elaborar comidas sanas, y eso se tiene que enseñar a todas las personas, no solo de los bulevares para adentro. La posibilidad de contar con espacios de abastecimiento próximos, es una fortaleza estratégica para asegurar la provisión continua de alimentos frescos (garantizando el acceso físico a los mismos), pero también para contar con alimentos que no recorran grandes distancias, para generar empleo, para vestir más de verde que de gris cemento a la ciudad, con todos los beneficios que eso trae. Una política de este tipo creo que tiene que ser interdisciplinaria, integrando diferentes áreas municipales, con participación de organizaciones sociales, instituciones, a largo plazo, profunda y acompañada en el tiempo por el Estado local. Tiene que poder llegar a integrar desde la producción hasta el consumo de todos los alimentos que necesita la población local, que hasta el momento está en manos de un par de corporaciones.
—¿Qué es para vos Lacandona?
—Es un proyecto en el que trato de hacer lo que me gusta. Es un mundo posible que quiero compartir, es un proyecto con semillas sanas (sin curaciones), es alimento que sana, familia, vida, amor, paz, es naturaleza de tres reinos, es ciclo vital, es cuatro estaciones, es trabajo, es desconexión, es prueba y error, es semilla, es plantín, es flor.
*Por Ailin Peirone para El diario / Imagen de portada: Colectivo Manifiesto.