Lo que mata es la precarización
Por Javier Schurman
A principios de año, fue Diego Paruelo. Unos meses después, Marcelo Rodríguez. Hace horas, Ernesto Rodríguez. Todos tipos de cuarenta y pico, jóvenes, enormes profesionales, solidarios con sus compañeros, buena gente.
Ante cada una de esas pérdidas, la pregunta es la misma: ¿Por qué? ¿Cómo puede ser? ¿Qué pasa que se van de pronto, tan antes de tiempo, tan en su plenitud profesional?
Tan golpeados, también. Más visible o menos visible, más sabido o menos sabido, pero golpeados. Porque los tres casos, y seguramente también en otros que no recuerdo o no conozco como estos, llegaron después de años de vulnerabilidad laboral.
De freelancismo y multitrabajo obligado. De estar acá y allá para (tratar de) llegar a fin de mes. De hacer piruetas para manejar trabajo más o menos formal, trabajos informales y familias. De acompañar sus crisis laborales y las de otros colegas. De ayudar y dejar ayudarse. De convivir con un sistema -con una gente- horrible que no premia a los más capaces ni a los que más laburan, sino a los aduladores, a los serviles, a los funcionales del poder y no de la información.
Dijo, hace unas horas, una querida colega, Ángela Lerena, que «ser periodista, hoy, es un factor de riesgo«. Es un riesgo porque (nos) obliga a la multitarea y a mutar a nuevos rebusques (comunicación institucional, prensa, redes, para quienes tienen suerte de seguir cerca del rubro; cualquier otra cosa, para quienes no encuentran una salida más o menos afín); a salir a la calle a pelear por los puestos de laburo, a tomar y dormir en redacciones, alejarnos de nuestras familias y seres queridos para sumar horas de laburo que nos permitan, no digo llenar, sino poner algo en la heladera.
En estos últimos años, según SIPreBA -el único sindicato de prensa de Buenos Aires que labura para los trabajadores de Prensa-, unos 4.000 compañeros perdieron sus fuentes de ingreso. Pero no es nueva la miseria ni mérito exclusivo de este macrismo desalmado y carente de sensibilidad social. La precarización de nuestros trabajos viene de lejos, de los contratos «full time» por fuera del estatuto de Prensa, de la enormidad de empresas que, durante años, no permitieron tener Comisión Gremial Interna en sus redacciones, del quite de colaboraciones y despidos que obligaban a los que quedaban a trabajar más horas por la misma plata, del miedo que se generaba a perder el trabajo, del cierre de medios o de la apertura de medios que prometieron milagros que nunca ocurrieron, de los sueldos por debajo de lo imaginable. Empecé a laburar en medios hace 22 años y, ya entonces, nací periodísticamente precarizado. No hay nada nuevo: sólo está cada vez peor.
Fuera del gremio, no hay nada para festejar. No hay laburo que sea un gran refugio. El que esté libre de ser despedido, precarizado, maltratado, que tire la primera piedra.
El país -dijo también Ángela- nos está matando. En algunos casos, demasiados, es literal. Excede al periodismo, pasa en todas las profesiones, en todos los oficios, en todas las changas, en todas las provincias. Y al que no lo mata, lo empobrece, lo llena de angustia, lo envejece y golpea. Lo enferma.
Nos deja estos vacíos enormes de compañeros que extrañamos cada día y que también vamos a recordar cada día, ante cada nueva crisis y ante cada oasis de alegría.
No tengo final feliz para este texto ni soluciones ni platillos de cierre. Hoy, sabrán entender, es todo tristeza.
Aguanten las trabajadoras y los trabajadores de prensa como Diego, como Marce, como la Tota.
Aguanten, por favor; aguanten.
* Por Javier Schurman