El alimento sano como esencia del todo
El Buen Vivir es una chacra ubicada en Alpa Corral, al noroeste de Río Cuarto, que lleva dos décadas de experiencia agroecológica. En un recorrido por el lugar, Dario y Viviana, sus impulsores, cuentan cómo trabajan y explican los fundamentos de realizar este tipo de agricultura centrada en el cuidado de la tierra y la alimentación.
Por Leonardo Rossi para El Marco
En 2001, circulaba una frase entre sectores medios urbanos, egresados de universidades desempleados y sin perspectivas laborales: “La única salida está en Ezeiza”. Darío Colaneri (54) y Viviana Peiró (53) vivían en Rosario en tiempos de Alianza, corralitos, corralones y Cavallo como figura fantasmal que reaparecía una y otra vez. Recibido de agrónomo, y con una mirada de la profesión elegida que le hacía cuestionar prácticamente todo lo aprendido, Darío sentía que el futuro era presente y que el hoy debía renacer en otro tipo de suelo, pero sin la necesidad de tomarse un avión y volar miles de kilómetros.
Por el fluir de la vida, se afincaron en Alpa Corral, al pie de las Sierras de los Comechingones, al noroeste de Río Cuarto, zona turística para quienes buscan un respiro bucólico entre tanta urbanidad. “Compramos este campo de 34 hectáreas, con 21 de monte autóctono incluidos, y vinimos con una idea clara desde entonces: producir alimentos saludables”, comparte Darío, sentado al borde de la huerta.
Al llegar al campo, no hay dudas de que aquí están en una búsqueda de otra agricultura, “El buen vivir, chacra agroecológica”, se lee sobre la tranquera. La presentación escrita sobre un cartel no es un mero adorno, Darío y Viviana lo dejarán claro a lo largo de la conversa.
El alimento como guía
Cuando arribaron al campo, la parte cultivable estaba ocupada por un lote de soja sembrada con el paquete dominante (transgénicos, agroquímicos, fertilización química). En la zona, había aún algunas experiencias aisladas de ganadería extensiva, y con el monte a disposición, entendieron que esa práctica podía ser clave para el proyecto. La pareja comenzó a probar diversas alternativas en un área “donde prácticamente no había diversidad productiva”, cuentan.
Poco a poco, comenzaron a sumar actividades, como la apicultura que ya habían practicado en Rosario, como así también el mejoramiento de la huerta familiar y la incursión en el cultivo de una gran variedad de especies aromáticas y medicinales. Cuenta Darío que los guiaba (y aún sucede) cierto incursionar a contracorriente de los saberes académicos que más habían dominado en su paso por la facultad: “Ya desde que estudiaba, me daba cuenta de que la cosa no funcionaba muy bien: millones de litros de agrotóxicos volcándose arriba de la comida para después comerla no me parecía que fuera lo más sustentable, lo más saludable. A partir de esa premisa, arrancamos a pensar la cosa”. Por eso, desde que se asentaron en el campo, en 2002, allí no se utilizan agroquímicos ni fertilizantes de síntesis.
Desde esa misma época, tienen absoluta claridad de que lo que está en el centro de esta chacra familiar es el alimento, es decir, no un commoditie, tampoco un insumo para otra industria agroindustrial ni nada por el estilo. De lo que se trata es de cuidar los frutos de la tierra y, por ende, a la propia tierra, y así obtener las mejores cualidades que transmutarán en vitalidad para los organismos que las consuman.
Viviana revisa las aromáticas y explica sus usos. Darío mueve una carretilla y se frena para explicar: “La base del proyecto desde el origen era cuidar el alimento y cuidar la salud. Primero, alimentar bien a la familia, después, al barrio, después, al pueblo y, después, fuera, como en círculos concéntricos de producción”.
Esta definición es una manifestación pura de principios básicos de la agroecología, entendida como práctica que relocaliza la alimentación no sólo para reducir el gasto energético del transporte, minimizar el impacto ambiental o abaratar costos, sino esencialmente para retejer los lazos comunitarios con la agricultura como eje clave.
Como hacían antes…
“Hoy en día, criamos terneros, hacemos apicultura, de donde obtenemos miel y propóleos, tenemos aromáticas y medicinales para hacer infusiones; hacemos dulces a partir de los frutales (manzana, pera, membrillo, higo, durazno, ciruela) y hay frutas secas (nogal, almendra); cosechamos maíz para uso propio y para otros productores; y tenemos la huerta sobre todo para consumo de la familia (tomate, pimiento, verdura de hoja, choclo, anquito) y, cuando hay excedente, vendemos”.
En este esquema, Darío y Viviana, como sus hijos Julián (23) y Emiliano (21), pueden obtener buena parte de los alimentos para cubrir la dieta cotidiana en su chacra. Hacia afuera, comercializan la miel, los dulces, los derivados de las aromáticas y los terneros. Más allá del rol económico, la ganadería juega un papel esencial en la práctica agroecológica de este campo. ”La agroecología busca recuperar el ciclo natural el suelo y entonces tiene que estar el herbívoro. Los animales andan en el monte y, en algún momento del año, pasan por los lotes, sea por un verdeo, una pastura, por el rastrojo de maíz, completando el ciclo de reciclado de nutrientes (mediante el bosteo)”.
Este tipo de prácticas que se han convertido en extrañas y han tenido que reaparecer como agricultura alternativa “es lo más parecido al modelo de chacra que tenían nuestros abuelos; era agroecología, sólo que no le llamaban así”, agrega Darío.
“La agroecología busca diversidad, no contaminación, uso eficiente de los recursos y ellos hacían eso. Vino la Revolución Verde (paradigma promovido por organismos multilaterales y corporaciones químicas en el último cuarto del siglo XX) y convenció de que todo eso no servía más, de que la naturaleza era una industria que debía funcionar con uso de energía e insumos externos”, enfatiza el hombre, mientras se adentra en un sendero para presentar el monte.
Criar mundos con apego (a la tierra)
Se ha escrito mucho y se investiga cada vez más sobre agroecología en términos agronómicos, de planificación territorial, de economía social y de práctica política. Darío sostiene que toda esa problematización teórica es importante, pero agrega otro aspecto que entiende esencial y hace a la subjetividad de quien va a habitar el mundo de la agroecología y termina siendo él mismo habitado por sus tramas. Porque, en ese observar el suelo con apego, vincularse artesanalmente con las semillas y obtener el alimento del suelo que se transita a diario, se puede empezar a comprender de qué se trata el andar por este mundo. “Lo principal es preguntarse cómo quiere uno vivir y eso tiene que ver más con principios, con valores y conceptos éticos. Es otro paradigma del que domina, al que estamos acostumbrados. Desde el paradigma de la producción capitalista, nunca vas a poder pensar esto».
«El Buen Vivir, como se llama nuestra chacra, es eso, ¿cómo querés vivir? ¿cómo lo vas a llevar adelante? Si ponés en primer lugar el tema económico, estás en otro paradigma. Para entender la agroecología, tenés que poner la salud, el placer, qué te gusta de la vida, y lo económico entra, pero como un punto más en el marco de todo un concepto de vida”, dice Darío.
Y continúa: «Si uno no se está preguntando de qué forma quiere disfrutar de lo que hace, la agroecología no te va convencer. Si estás en esa búsqueda, una alternativa es la agroecología y lo económico vendrá después por añadidura».
Viviana agrega otro aspecto que se torna esencial y tiene que ver con reapropiarse del vínculo con la biodiversidad, con dejar que la maravillosa y diversa infinitud de procesos que hilan la vida se expresen en su espontaneidad, tantas veces negada por las prácticas humanas. “Lo que te plantea la naturaleza es ir buscando soluciones con ella, relacionarte con ella, y no tenés una cuestión inmediata, un producto puntual que te soluciona cada cosa. Acá tenés que tener capacidad de sorprenderte permanentemente, de crear, de probar, y eso no está dentro del modelo dominante, donde se quiere toda rápido, empaquetado. Y para esto no es que hay que tener una gran chacra, eso se puede ir buscando desde lo más pequeño como una huerta, que empieza a generar conciencia en uno a partir de ese vínculo con lo cosechado. Ese recibir de la tierra genera un primer paso contagioso”.
Las palabras de estos hacedores de mundos dignos se hilan al planteo del antropólogo colombiano Arturo Escobar, quien insiste en que, para los urbano-modernos, volver a tener intimidad con la tierra es un desafío profundamente político de este tiempo que atravesamos.
Viviana y Darío sienten que la agroecología pulsa cada vez más potente. La perciben en su andar por grupos de agricultores, en ferias y en movimientos urbanos. Y están convencidos de que será la demanda de otro tipo de alimentación. “Cada vez más personas quieren alimentos saludables, y eso ya no es una moda”, reflexiona Darío.
Del ámbito de la agricultura, también se observan movimiento de placas, estructuras que crujen: “El productor que trabaja su campo sabe que el otro modelo está destruyendo su propia riqueza y que a la larga se va a quedar sin nada. Lo ve en las malezas resistentes que empiezan a crecer y no sabe cómo sacárselas de encima; en las napas de agua que suben y las máquinas se quedan encajadas; lo ve en que si tiene sequía o granizo un par de años se queda en la lona. Esos sujetos de a poco se van sumando y empiezan a buscar opciones en la agroecología, y cada vez aparecen más jóvenes de la ciudad que quieren ir al campo a producir alimentos sanos, y ahí tenemos a los que estuvieron siempre enseñando, a los campesinos e indígenas. Entonces, todo esto va en un proceso, que es más lento de lo que uno a veces quisiera, pero que ya es imparable”.
*Por Leonardo Rossi para El Marco. Imagen de portada: Mariana Jaroslavsky.