¿Son posibles crianzas feministas?
Algunas frases que solemos escuchar o repetir: “Les niñes prefieren estar con la madre porque la madre es la madre”, “las madres tienen más paciencia que los padres”, “las madres sabemos cómo hacer las cosas, los padres no porque nosotras les llevamos en el útero, parimos y dimos la teta”. Esta nota busca problematizar la centralidad concedida a las mujeres como responsables de las tareas de cuidado de niñes y adolescentes. A su vez, nos hacemos algunas preguntas para repensar las paternidades y maternidades en el contexto actual de la masividad del feminismo.
Por Redacción La tinta
No somos madres por parir. La maternidad es un hecho cultural, madre es la persona que se autopercibe como tal y se siente madre generando vínculos maternales con la persona bajo su cuidado. Si bien es indudable el rol que juega el cuerpo gestante durante las primeras etapas como el embarazo, el parto y a veces la lactancia, no es casual que a todas las posteriores tareas que se desencadenan durante la crianza las sigamos condensando y reduciendo a una “especialidad” de las mujeres. Si pensamos que el rol primordial del cuerpo que elige gestar termina al momento de parir, lo que deviene luego -como las tareas de cuidado- pueden realizarse por cualquier persona adulta responsable que sienta y quiera desempeñarse en el rol de cuidador.
Las tareas de cuidado no deben ser minimizadas, son todas aquellas actividades necesarias para el desarrollo cotidiano del hogar que implican a las personas y sus derechos. Desde la lógica capitalista y patriarcal constantemente se refuerza la idea de que son tareas exclusivas de las mujeres. Para hacer de ellas un trabajo no remunerado, el sistema económico necesita “naturalizarlo”. Correr(nos) a las mujeres de ese lugar requiere implicar primero al padre, si está presente, luego a la comunidad pensando en redes familiares, amigues y en políticas públicas como licencias más largas por paternidad, espacios maternales, jardines y espacios recreativos en los barrios y en los lugares de trabajo. El Estado y las políticas públicas deben apuntar a la responsabilidad colectiva en el cuidado de niñes y adolescentes, generando infraestructura y normativas que garanticen el derecho al cuidado.
Si el estrógeno, la oxitocina, el cambio hormonal y la luna llena en Acuario en algún momento del embarazo, parto o lactancia tuvieron alguna influencia en los cuerpos gestantes; desde la mirada feminista entendemos que criar, educar y cuidar a niñes y adolescentes lejos está de la biología y la astrología, más bien se encuentra influido por los comportamientos sociales, los roles y las responsabilidades repartidas de manera desigual por patrones sociales, culturales y económicos.
Un lugar poco natural
¿Cómo llegamos a creer y sostener que las mujeres tienen exclusividad en la crianza o son más imprescindibles que los varones en las tareas de cuidado o en el trabajo doméstico? Estudios sociológicos e históricos describen que las primeras sociedades primitivas fueron más equitativas con respecto a la división del trabajo entre varones y mujeres. En las comunidades nómades, recolectoras y cazadoras, las mujeres cumplían el mismo rol que los varones en el abastecimiento de los alimentos para las familias de la tribu. A medida que los grupos sociales dejaron de ser nómades y se fueron asentando en los territorios, los alimentos comenzaron a ser un excedente económico controlados como mercancías. Así, los hilos del patriarcado y el capitalismo se tejieron cuando algunos varones comenzaron a concentrar cada vez más riquezas, aumentando el poder económico y simbólico frente a las mujeres y niñes. La división sexual y social del trabajo se fue naturalizando a la fuerza.
Referentes feministas de la segunda ola como Simone de Beauvoir, Betty Friedan, Shulamith Firestone, Adrienne Rich y Elisabeth Badinter despojaron la maternidad de todo tinte mítico, natural e idílico. Cuestionaron las creencias religiosas, capitalistas y patriarcales que se han perpetuado por siglos naturalizando la opresión de las mujeres y posicionándolas en el rol de cuidadoras. Hoy a las creencias sociales, costumbres culturales y prácticas religiosas de siempre se le suman imágenes y discursos en redes sociales y medios de comunicación que continúan otorgándole mayor significado simbólico a la maternidad y al rol de las mujeres para el cuidado de les niñes.
Los mensajes para los varones y sus respectivas paternidades son diferentes, a ellos no se les dice que necesitan ser padres para completarse o que es un hecho natural de sus cuerpos. Les hijes no son la centralidad de sus vidas. El modelo de paternidad tradicional asocia al padre con la autoridad y la provisión económica. La socialización de género masculina desde la infancia no aborda las emociones y sentimientos, como sí lo hace con una niña que desde chica juega a ser mamá. Los varones han sido educados para rechazar cualquier rasgo considerado como femenino porque equivale a perder hombría, por ende los varones naturalizan las tareas de cuidado como responsabilidad de las mujeres. Para los varones tener hijes es un símbolo para demostrar virilidad y hombría como patriarca (padre de familia).
Se afirma que el deseo de tener hijes es algo instintivo y “natural” sólo de las mujeres. ¿Pero cómo construimos el deseo? Si lo pensamos de otro modo, el deseo es una elección rodeada de mandatos sociales debido a nuestra socialización de género. Primero, se nos interpela a las mujeres en nuestra identidad femenina: “Ser madre te completa” y luego a nivel pareja los mandatos se direccionan a la monogamia y a la formación de una familia, “les hijes unen más” “son el mayor proyecto para demostrar el amor”. Cuestiones que no siempre son así.
Las personas religiosas se espantan si una familia está conformada por mamás o papás, lesbianas, trans o gays pero la familia tradicional dejó hace tiempo de ser la norma general, y no justamente por el matrimonio igualitario. Si reducimos la familia a los cánones del heteropatriarcado y a las tareas de cuidado a una cuestión sólo de mujeres cis, jamás seremos capaces de realizar otros caminos para la felicidad.
Preguntarse y preocuparse por los cuidados de niñes y adolescentes nos interpela a varones, mujeres y a toda la sociedad. ¿Por qué sigue siendo una tarea desarrollada mayoritariamente por mujeres? ¿Podríamos construir nuestras paternidades desde el feminismo? ¿Nos conmovemos por les hijes de las mujeres asesinadas por la violencia machista? ¿Quién cuida de elles?
¿Por qué nadie me lo dijo?
Cada vez más existen Rondas de mujeres que comparten sus sentires o experiencias sobre el embarazo y maternidades. En cambio, a los padres les cuesta hablar de sus paternidades y crianzas.
En las Rondas de madres como en los Talleres de maternidades feministas, muchas veces nos escuchamos las primerizas decir: “¿Por qué nadie me dijo lo que era ser madre?” ¿Qué debían contarnos nuestras antepasadas o más cercanas que no lo hicieron? Miramos para atrás y el linaje maternal de cada una es diferente, pero a la vez todas tenemos una trama en común. Para muchas mujeres de generaciones anteriores (quizás nuestras abuelas que hoy tienen más de 70 años) su máximo proyecto vital era ser la “esposa de” y una madre totalmente abnegada, entregada a la crianza y al trabajo doméstico. ¿Ellas nos iban a decir, qué? De hecho, muchas veces nos dicen lo contrario de lo que quisiéramos escuchar. Para ellas no fue un soportar y resignar todo por la crianza de sus hijes, para ellas era la vida misma. ¿Y con las hijas de nuestras abuelas, qué pasó? Algo parecido pero tuvieron la ley de divorcio y algunas se animaron a romper con los mandatos y a rehacer sus vidas. Aunque nos encontramos con paternidades ausentes e irresponsables una vez concretados los divorcios.
Poco a poco, fuimos entendiendo por qué nadie nos dijo lo complicado que es ser madres y criar hijes con o sin pareja. Entendimos por qué nadie habla de paternidades, funcionamos bajo la desmemoria y el silencio colectivo: ¿una trampa del patriarcado?
Por otro lado, circula mucha información actual sobre teorías que hablan de la importancia del parto natural, el apego, el porteo, el colecho, la díada, la lactancia a demanda y más bibliografía centralizada en las necesidades fisiológicas de la cría. Esta información está especialmente dirigida a las mujeres. Con esto nos alertamos y nos preguntamos si en algún punto estamos retrocediendo a las maternidades tradicionales y patriarcales. No son teorías extensivas sino más bien excluyentes para los varones porque no promueven la coparticipación y corresponsabilidad de las paternidades en las tareas del cuidado. A su vez, se vuelve una información tan centralizada en las necesidades del bebé que se olvida de las necesidades de la madre y nos quita autonomía. Incluso corremos el riesgo de que dicha información se convierta en una carga y una culpa más para las mujeres que no logramos realizar lo que dice la teoría. Y no, no seremos peores madres por eso.
La opresión de género también se encuentra en los deberes de “la buena madre” y nos debemos una lucha interna para deconstruirnos del modelo de la madre tradicional y patriarcal. A su vez, al padre contemporáneo también le corresponde redefinirse en su quehacer y resignificar su rol desde la paternidad. Después de siglos de familias constituidas desde la autoridad masculina y la ausencia paterna en las tareas de cuidado, poco a poco nace un nuevo concepto, “el amor paternal”, para replantearnos los vínculos afectivos y el tipo de relaciones sociales que se construyen entre padres e hijes.
Dejar de pensarlo como una experiencia aislada de cada mujer, de cada varón y de cada familia es reconocerlo como un acto político para transformar los vínculos afectivos que queremos construir.
Al patriarcado lo patrocina el capitalismo
En una sociedad capitalista del consumo siempre se vendieron modelos y discursos sobre “la fantástica maternidad”. Son tapas de revistas famosas poniéndole el cuerpo a un modelo de madre ajustado a los mandatos de belleza. Las vemos espléndidas, angelicales y de buen humor. Poco lugar para hablar y mostrar la diversidad de experiencias sobre la maternidad o sobre las crisis vividas durante la crianza. Mucho menos encontramos relatos sobre paternidades.
En el mundo de las madres que no somos tapa ni salimos en programas televisivos, estamos y nos reencontramos las que nunca volveremos a tener el cuerpo de antes del embarazo con las que tenemos ojeras por los meses que llevamos sin dormir de noche, más brotes de mal humor y mucho cansancio porque a veces nos toca atender las necesidades de más de un hije. Estamos las que chorreamos leche y las que decidimos no amamantar y dimos mamadera mandando al carajo todas las teorías. Estamos las que nos encontramos suspendidas en el puerperio, lidiando solas con nuestro cambio de vida o tenemos una ronda de madres para acompañamos en las crisis. En fin, todas somos madres que se nos hace difícil e injusto articular nuestra vida, el trabajo doméstico con la vida laboral, el estudio o la militancia. Es difícil si sólo nosotras somos las responsables del trabajo doméstico y de las tareas de cuidado y además queremos trabajar, estudiar y participar en política.
Dependiendo de la clase social y situaciones personales de cada una, algunas para poder realizar actividades personales pagamos a otras mujeres para el cuidado de les hijes y para la limpieza del hogar. Vale aclarar que somos mujeres las que en el mercado laboral nos encontramos ocupando estos trabajos de menor remuneración. Otras estamos solas, no podemos pagar y tenemos una doble o triple jornada laboral entre el trabajo doméstico, el remunerado y las tareas de cuidado (olvidate de estudiar, militar o salir a comer con amigas). Quizás contamos con una red de familiares, por lo general también mujeres (abuelas, hermanas, tías e hijas mayores) y nos dedicamos al autocuidado pero otras veces no. Algunas decidimos (a conciencia o no) que haremos el trabajo de cuidado y el doméstico, tal vez porque junto a la pareja pensamos que así es más fácil para el hogar pero también nos pasa que nos rendimos al saber que en el mercado laboral él consigue trabajos mejor pagos que nosotras.
Existen múltiples experiencias posibles que no lograríamos nombrar por completo. Pero en la diversidad y en la desigualdad de clases todas tenemos algo en común. Nos preguntamos por la injusta distribución del tiempo: ¿Cuántas horas le dedicamos las madres y cuántas los padres a las tareas de cuidado y al trabajo doméstico? ¿Ambos tenemos los mismos tiempos y posibilidades para hacer proyectos personales? ¿Podemos las mujeres realizar actividades personales o salir a bailar de noche sin ser señaladas como malas madres o malas esposas?
Camino al Paro internacional de mujeres
Cuando gran parte de la sociedad está cuestionando constantemente al patriarcado, las feministas ponemos en jaque a los modelos tradicionales de maternidad y paternidad. Históricamente cuando el sistema patriarcal ha sentido que las feministas amenazamos su orden social y a sus valores, salen sus defensores encarnados en “la moral” a decirnos que nuestro papel “natural” es ser madres y quedarnos en la casa. Sin embargo, hemos logrado muchas transformaciones sociales en pos de nuestra libertad. Y seguimos, la lucha por la igualdad y por las mismas libertades entre varones y mujeres no está terminada. Entre madres y padres, es una conquista diaria.
El Paro internacional de mujeres sostiene una frase contundente: “Si nosotras paramos, paramos el mundo” y es aquí donde las feministas cis, lesbianas, travestis y trans le hacemos un paro económico al sistema patriarcal. En el año 2018 se convocó a huelga de jornada completa o algunas horas, según las posibilidades, interrumpiendo las tareas de cuidado, el trabajo doméstico y el trabajo remunerado a nuestro cargo. En nuestras casas y en nuestras calles, este año volvemos a parar.
El feminismo es político porque lleva sus ideas a la práctica, es crítico con las situaciones de desigualdad y nos ayuda a repensar los roles que ocupamos mujeres y varones en las tareas del cuidado y en las tareas domésticas. Nos acompaña y nos da como horizonte desafiar todos los días al patriarcado privado que vivenciamos en nuestras familias como al orden social que lo sustenta.
¡¿Que queremos destruir el orden familiar?! Sí, para reconstruir familias que sean comunidad, basadas en la igualdad y la libertad, con lazos afectivos respetuosos de los derechos, las decisiones y emociones de todas las partes implicadas.
*Por Redacción La tinta.