El exilio de los cóndores
Por Silvana Melo para Agencia Pelota de Trapo
Una tierra sometida a un paradigma en el que se matan cóndores, abejas y mariposas para producir alimentos, no es una buena tierra para nacer y crecer con buenos dientes, huesos fuertes y riñones eficaces. Ni para soñar, en cuerpo y alma, con transformar una vida hostil y emperrada. Los veintitrés cóndores muertos en los pies del sur del mundo se suman a los 19 de Jujuy y los 34 de Mendoza el año pasado. Todos cayeron atravesados por el carbofurano, un agrotóxico letal que fue prohibido por el Senasa hace pocos días. Y que seguirá siendo instrumento de muerte hasta que se acabe el stock, como el endosulfán que mató a Nicolás Arévalo (4 años) en 2011 en las tomateras de Lavalle, que fue prohibido en 2013 con la salvedad de que se podía seguir utilizando hasta que no hubiera más. El stock es palabra sagrada en las escrituras del capitalismo. Donde no está permitido perder una moneda ni alterar la divina rentabilidad.
Qué iba a imaginarse el cóndor andino, jefe del cielo, que su límite vital sería uno de los venenos mimados por los agronegocios; aquel que le disputaba el trono al glifosato por su inteligencia en discriminar maleza de soja. El cóndor sabe que en los últimos años nacen menos de los que mueren. Pero nunca pensó que la muerte los arrasaría disfrazada de carbofurano, como a las abejas las visita con bufanda de glifosato y agroquímicos neonicotinoides. Que evitan la polinización, por ejemplo, en la flor del naranjo, para hacer una fruta sin semillas. Que es lo que exige el mercado norteamericano.
Desde el sur las abejas y las naranjas resistentes miran morir a los cóndores y la infancia se prepara para verlos apenas en los libros escolares y en las nostalgias de la cordillera.
El uso ilegal de agrotóxicos los fulmina cuando les deja vacas y perros muertos embebidos en el veneno. Y el ave reina de todos los cielos, que además es carroñera, cae en picada ante el manjar propuesto. Que es una trampa mortal de los agricultores contra los pumas y los zorros. Un acto criminal que amenaza a la vida con la intensidad de aquellos a quienes no los turba matar un cóndor o un niño.
El vuelo perturbador y misterioso del cóndor lo impulsa a hacer sus nidos en Chile y a trasladarse casi 400 kilómetros diariamente para alimentarse en la Argentina. Ellos no creen en las fronteras y deciden dormir en tierra chilena y tener el comedor en la Patagonia argentina. Sin saber que ese exilio cotidiano los lleva a la muerte y a la extinción. Los 90 cóndores muertos en menos de un año implican gran parte de la población local que sobrevivía en estos cielos. En Venezuela apenas quedan 12 ejemplares. Y unos 60 en Ecuador.
“En 26 años logramos que nacieran 64 cóndores. Esos pichones tardaron 12 años en ser adultos. Y esos adultos, que son monógamos, tienen una cría cada 3 años por lo que el impacto de lo sucedido es desastroso, demoledor. Han quedado en un grado límite. Es muy grave”, dijo el presidente de la Fundación Bioandina, Luis Jácome, después de la mortandad mendocina.
Dónde irán a guarecerse los cóndores para no acabarse. Dónde a comer. En qué casa a dormir. Dónde irán las naranjas para no ofrecerse como una gema dorada con 34 venenos engajados (informe oficial del Senasa). Dónde los chicos chaqueños de Charata, que viven y van a clase a 50 metros de un sembrado. Y que en el mismo octubre en que mueren los cóndores fueron llevados al hospital después del paso impune de un mosquito fumigador encima de sus pulmones. Dónde los chicos de la escuela entrerriana 110 de La Paz, que todavía tienen la tos de mediados de octubre, cuando el avión pasó por el recreo y los regó de veneno. Pero todos negaron que fuera veneno, en la provincia donde se limitó fuertemente el uso de agroquímicos. A pesar de la reacción del poder económico y sus coreutas que ya buscarán la herramienta precisa para regresar.
Porque los que se van son los cóndores, los niños y las naranjas. Hasta que un día se fumigue con rabia mojada de abajo hacia arriba. Y entonces habrá que aprender a volar otra vez.
* Por Silvana Melo para Agencia Pelota de Trapo