Las formas de la guerra, hoy
La guerra ha sido siempre parte esencial del desarrollo histórico. Hoy está retomando presencia a un ritmo más que inquietante. Por Enrique Lacolla.
Hay una cierta resistencia, de parte de los estratos intelectuales y académicos, en considerar a la guerra, la estrategia y los problemas militares, como datos esenciales para comprender la historia y la actualidad. Se tiende a dejar esos asuntos en manos de especialistas de alguna manera relegados a un costado del flujo central de los estudios sobre la historia. Estos se construyen más bien en torno a la sociología, la economía y la política. Bien está que Clausewitz expresara que la guerra es la política por otros medios. No importa, para muchos la cuestión pasaba y pasa esencialmente por la valoración y el estudio de datos que se organizan sobre una plataforma que tiene en su centro a los desarrollos socioeconómicos y a los componentes éticos o no éticos de la evolución humana, sin prestar mucha atención al instrumento a través del cual se la ejerce y se la modifica en las situaciones límite: la fuerza bruta y las formas en que a esta se la ejerce.
Se trata de una tendencia más bien nueva, propia de los tiempos posteriores a 1945; antes, el peso de los factores bélicos ocupaba una parte muy importante (y tal vez desproporcionada) en los datos de la historia “evenementielle”, de la historia concebida principalmente como un relato dramático, en el cual por supuesto los hechos de armas resultaban el factor más resaltante y por lo tanto el más tomado en cuenta. La historia estructuralista relegó este punto de vista al valorar sobre todo al complejo tramado de la evolución socioeconómica como factor determinante de las corrientes del cambio. Fue un correctivo eficaz de los abusos de los relatos constituidos alrededor de las “dramatis personae”, pero a su vez tendió a dejar de lado en ciertos momentos el peso de las individualidades en la historia y, por cierto, al hecho de que la guerra es el testigo del desarrollo económico y social, que tiene una enorme incidencia en la evolución tecnológica y que a la vez expresa, como ninguna otra cosa, el choque con la realidad en todo lo que ésta tiene de terrible. Lo cual a su vez devuelve a quienes la protagonizan a una comprensión más cruda de las cosas, si es que alguna vez se han hecho ilusiones en torno a ellas.
Libros como los de Paul Kennedy, John Keegan, Victor Davis Hanson, Andreas Hillgrüber o Joachim Fest han devuelto a la polemología mucho del prestigio que había perdido, al evaluar los hechos de la historia en una compleja relación entre la economía, la psicología de masas, la conducción política, la tecnología bélica, los condicionamientos geopolíticos y las ambiciones encontradas que se suscitan en torno a estos. Echar un vistazo a lo ocurrido desde un siglo a esta parte puede ilustrar sobre lo que decimos: las tensiones inter-imperialistas precipitaron la primera guerra mundial; ésta provocó la revolución rusa, que a su vez generó al fascismo y al nazismo como su antídoto; el nazismo fue el elemento activo que precipitó la segunda guerra mundial; la segunda guerra mundial desembocó en la guerra fría y en el mundo bipolar, y la desintegración de ese universo nos sumió en el caos en el que actualmente estamos.
Por lo tanto, en la actualidad el tema de guerra está como nunca sobre el tapete, mal que les pese a quienes provienen de un izquierdismo desencantado, que ha abjurado del concepto revolucionario, que en el pasado nunca se había pretendido pacifista. Los datos que lo corroboran están a la vista: guerras abiertas o larvadas en todo el medio oriente, en Afganistán, en numerosos países de África, en el Cáucaso y en Ucrania, a lo que se suman los conflictos “fríos” entre la OTAN y Rusia, y entre la China y Estados Unidos, que involucran a su vez las relaciones con una miríada de estados cuyo favor se disputan los poderes globales. Con el peligro permanente de que algunos de esos conflictos enciendan una conflagración mayor, de alcances imprevisibles.
Los Estados Unidos tienen 700 bases militares dispersas por el mundo, la carrera armamentista está en su apogeo y Donald Trump acaba de manifestar que, cuando llegue a la presidencia de su país (cosa improbable pero que está lejos de ser imposible), lo primero que hará será reforzar el poderío militar de Estados Unidos que, según él, se está quedando obsoleto. En cuanto a la política de seguridad de su contendiente demócrata, Hillary Clinton, ha sido ilustrada por su permanente belicismo respecto a Rusia y a los estados díscolos del medio oriente. Con lo que no ha hecho sino seguir la línea de acción que ha caracterizado a la clase dirigente de su país no bien el establishment estadounidense sintió que con la caída de la URSS se le abría el camino a la hegemonía mundial.
La guerra no linear y el jeroglífico turco
Según Vladislav Surkov, consejero de Vladimir Putin, la situación actual del mundo puede definirse con el término de una “guerra no linear”, que incluye “una compleja técnica de manipulación mediática y financiera que apunta a crear un sistema tan confuso al que es difícil oponerse porque resulta indefinible”[i]. El concepto admite también la inclusión de elementos tales como la estrategia militar, la cibernética y las políticas de inteligencia.
Los embargos, la guerra económica dirigida contra los estados a los que se elige como objetivos, el martilleo mediático que deforma o silencia la realidad, los bruscos golpes de timón en conductas diplomáticas que de repente resultan no ser tales sino simples cortinas de humo para velar la continuación de viejas políticas; la utilización del terrorismo a gran escala gracias al despliegue de una superioridad militar abrumadora a la que se finge esgrimir como arma legítima contra enemigos connotados por su bestialidad; la fabricación de estos mismos enemigos al fogonear un terrorismo adverso que brinda el pretexto para poner en práctica al terrorismo de estado y para promover la disgregación cultural e identitaria de países que se encuentran recorridos por tensiones confesionales, es apenas una parte del arsenal que las potencias imperialistas están usando en estos días para extender su control sobre las áreas estratégicas que les interesan.
Un ejemplo de esta “guerra no linear” es el jeroglífico turco posterior al fallido golpe contra Recip Erdogan. ¿Qué está pasando en Turquía? ¿El golpe fue un golpe fraguado por Estados Unidos? ¿Turquía deriva hacia una alianza con Moscú, Teherán y Damasco, o por el contrario, el “coup” de Estambul no fue sino el pretexto para el desencadenamiento de una purga de elementos militares, políticos y judiciales que se oponían a la radicalización de la política exterior turca y a lo que en estos momentos se está llevando a cabo, la invasión de Siria, camuflada como lucha contra el ISIS?[ii] Pues en el fondo la invasión turca apunta a la contención de los kurdos y a la utilización, con la venia de Estados Unidos, de formaciones terroristas rebautizadas “moderadas”, como Al Nusra, no tanto para destruir al estado islámico como para neutralizar a las tropas sirias y a las de sus aliados Rusia, Irán e Hizbollah, que apoyan al gobierno de Damasco en su propósito de mantener la integridad del territorio.
Otro de los expedientes que califican a la guerra hoy es el deseo de los Estados Unidos de librar sus batallas de manera indolora para ellos o actuando por interpósitas personas. Los drones, las fuerzas especiales, la privatización de la guerra gracias al empleo de mercenarios, el control del aire, del mar y de las comunicaciones para golpear a distancia segura y penetrar las redes de comunicación del enemigo sin verse expuestos a sufrir bajas propias o, en el caso de tenerlas, sólo entre las fuerzas especiales o entre soldados de fortuna, son expedientes que consienten mantener la presión sin necesidad de afrontar el riesgo de alborotar el frente interno, como ocurriera con la guerra de Vietnam.
Por último, no olvidemos el caso del estado islámico y sus diversos antecedentes. El terrorismo fundamentalista es el fruto de una manipulación cognitiva, ejercida desde el centro del poder mundial, que lo ha armado en todas sus piezas para usarlo como agente provocador de estallidos que rompen el balance de situaciones estáticas y promueven así situaciones que favorecen la injerencia de las fuerzas que buscan un sistema-mundo basado en la globalización asimétrica.
Es obvio que los fanáticos que se hacen volar en atentados suicidas, los asesinos enmascarados y con túnicas negras que exterminan a prisioneros o a quienquiera se les ocurra que infringe una presunta ley islámica o es un enemigo, ocupándose además de grabar y viralizar en videos la comisión de esas atrocidades, es obvio que esas personas no representan al islamismo ni a su tradición. Reclutados entre jóvenes desarraigados en la diáspora migratoria o desesperados por las horrendas condiciones en que los ha puesto la guerra, son utilizados por fanáticos a su vez movidos por los hilos de las corporaciones de inteligencia para servir como detonantes del caos. Un caos que dificulte, complique o haga imposible cualquier intento de organización racional de las sociedades en las que esos energúmenos hacen blanco. Pues al crear un ideal tipo de musulmán alienado del contexto social y cultural en el cual vive, estos maestros del terror generan un fenómeno utópico y nihilista que por un lado dinamita el camino de las sociedades musulmanas a un mundo que conjugue la modernidad con la tradición, y por otro genera en las sociedades occidentales un reflejo defensivo que las aliena también, a su vez, de la consideración de los verdaderos problemas que las afligen.
La sociedad moderna vive en guerra. Sólo la recuperación de un pensamiento crítico de parte de los sectores de vanguardia y del pueblo en general, que vaya al meollo de las cosas y no se pierda en falsos debates, puede devolver las opciones prácticas para enfrentar a los hechos. Frente a este objetivo se eleva, sin embargo, el muro maleable, inconsútil, pero elástico y resistente, de la desinformación. Luchar contra ella es el primer deber de todo comunicador que se respete.
(*)Por Enrique Lacolla para su página Perspectivas.
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[i] Giovanni Caprara: “Il concetto di guerra non lineare”, en Eurasia del 28 .08.15. [ii] “La purga contra los conspiradores ha comenzado de inmediato, con el arresto de 2.839 miembros del personal militar y la detención de 2.745 jueces y abogados. En menos de una semana, 60.000 personas fueron despedidas o detenidas y 2.300 instituciones cerraron sus puertas”. Felicity Arbuthnot, citada por Michel Chossudovsky en “Mondialisation”.