Economía Política de Bolsillo: Índice de Precios al Consumidor e inflación
Por Gonzalo Ávila y Pablo Díaz para La tinta
La semana pasada se difundió el valor del Índice de Precios al Consumidor (IPC) de Cobertura Nacional elaborado por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos de la República Argentina (INDEC) para el mes de junio, el cual asciende a 3,7% mensual. Este valor es el mayor en lo que va del año y supera a todas las variaciones mensuales desde junio de 2016. Ahora bien, ¿alguna vez usted, que lee esta nota, se ha puesto a pensar de dónde salen esos valores que parecen regir nuestras vidas cotidianas? ¿Se ha preguntado cómo es que se elaboran esos índices y por qué es importante conocer cuál es su evolución para el conjunto de los sectores populares y sus movimientos sociales?
En esta nota, más que preocuparnos por el valor en sí del índice (cosa que igualmente tocaremos), intentaremos poner de manifiesto algunos puntos importantes de esta “caja negra” de la economía política: las construcciones de índices de precios. De esta manera cada cual podrá elaborar sus propios índices ¿por qué no?, comparar los ya existentes y/o proponer acciones para modificar o morigerar sus impactos.
IPC: desarmando y armando rompecabezas
Calcular el aumento porcentual en un bien determinado para un periodo de tiempo es algo simple. Pero cuando hablamos de inflación, la construcción del indicador (ejemplo: IPC) toma la variación porcentual de precios de un conjunto de bienes y servicios.
Una manera de calcular ordenadamente el indicador de inflación es: 1) separar el consumo total en rubros (ej: alimentos, transporte, educación, etc.); 2) calcular qué proporción o porcentaje representa cada uno de esos rubros en el gasto total (esto se llama ponderación); 3) calcular la variación de precios en cada uno de esos rubros (esta inflación por rubro es publicada mensualmente por INDEC); 4) multiplicar en cada rubro la ponderación por la inflación por rubro (aporte a la inflación por rubro); 5) sumar los aportes a la inflación por rubro para obtener la inflación total.
La inflación en un hogar particular de clase trabajadora
Desde 2010 un integrante del Colectivo de Pensamiento Crítico en Economía (CoPenCE), Pablo Díaz, elabora un índice de inflación llamado IPCDR. El cual mide el aumento de los precios en la canasta de bienes y servicios que compran en su propio hogar. Es decir que tanto los artículos como el peso (o ponderación) de cada uno en el gasto total, son propios de su hogar.
Haremos el ejercicio propuesto en el apartado anterior para obtener un indicador de la inflación anual para este hogar particular de clase trabajadora. En la tabla siguiente (*) se toma la inflación por rubro publicada por INDEC para la región pampeana (primera columna). En la segunda columna las ponderaciones de esos rubros según las compras de este hogar (que son distintas a las ponderaciones del INDEC, las cuales son ¡del año 2004!). En la tercera, el aporte a la inflación resultante (producto de las dos columnas anteriores). Al sumar estos aportes a la inflación por rubro, se obtiene la inflación particular calculada con las variaciones de precios del INDEC, pero con las ponderaciones acordes al gasto de este hogar. Como vemos, la inflación de este hogar sería del 34,82 % anual (mayor al 30,0% que informa el INDEC para la región pampeana). Esta discrepancia se da por las diferentes ponderaciones.
(*)
Si, en lugar de tomar la inflación por rubros del INDEC, nos basamos en los precios enfrentados en el hogar de nuestro compañero al hacer las compras, la cosa empeora. Ya que la inflación anual registrada por el compañero asciende a 40,99% anual. La misma en el mes de junio resultó 4,13% acumulando en la primera mitad del año un 17,62%.
Bolsillo: ¿quién acompaña al IPC?
Si bien el IPC, como se vio en las secciones anteriores, de por sí solo ya nos dice muchas cosas importantes para nuestra vida cotidiana en sociedad, no por eso debemos dejar de lado las relaciones que se pueden establecer con otras variables. Este tipo de relaciones son las que permiten complejizar nuestra mirada de la realidad social, de manera que las acciones que tomemos de acá a un futuro no se hagan al “tun-tun”, sino que tengan un mayor grado de certeza de su eficacia (nunca completa por cierto).
Un “amigo” con quien suele ir de la mano el IPC es el salario. La relación entre el IPC y el salario es conflictiva. Si por ejemplo, el IPC aumenta y el salario no, es decir, aumentan los precios de un conjunto de productos que necesito para vivir, pero lo que yo gano para comprar esos productos no lo hace, pues estamos perdiendo. Compramos menos productos que antes. Ahora bien, lo contrario también se puede dar. Si el salario aumenta, pero el IPC no lo hace, estamos ganando las trabajadoras. Incluso más, pueden ambos subir, y si el IPC sube menos que el salario, ganamos las trabajadoras. Cabe recordar igual, que tenemos una desventaja. Nuestro salario se ajusta con paritarias (acuerdo entre gobierno-empresarios-trabajadoras) una o dos veces al año, y ¡los precios suben casi que todos los días!
¡Imaginemos cómo sería la situación (peor aún) en caso de que no cobremos un salario! Este es el caso de una gran parte de la población trabajadora que vive de la economía popular, sin una relación de dependencia directa de un patrón y cuyos ingresos se ven afectados cada vez que la inflación le gana al salario.
Otro “amigo” del IPC es el tipo de cambio, es decir, la capacidad de compra de nuestra moneda en relación a las otras. Si se produce un aumento del tipo de cambio, los productos que importamos y que exportamos (bienes transables) valen más caro en términos de nuestra moneda. Un celular que antes me salía $2000 ($2000/$30=U$S66 aprox), con un tipo de cambio más alto (ejemplo: $35 por dólar en lugar de $30) se nos hace más difícil porque ahora saldría $2310 (U$S66x$35=$2310). Podemos pensar lo mismo para muchos bienes transables, por ejemplo, del rubro alimenticio o energético. Esto hace que varios de los productos necesarios para vivir aumenten sus precios en moneda nacional y los sectores populares perdamos poder adquisitivo, tengamos salario o vivamos de la economía que generamos popularmente.
*Por Gonzalo Ávila y Pablo Díaz para La tinta.
*Integrantes del Colectivo de Pensamiento Crítico en Economía (CoPenCE).