Pobrezas
Por Juan Grabois
El Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) del Gobierno anterior mentía. Todos lo sabíamos, los expertos lo explicaban, la comisión gremial interna lo denunciaba, los grandes medios de comunicación lo publicaban, Jorge Bergoglio denunciaba el “escándalo de la pobreza” en una país rico como el nuestro. El famoso “me quiero ir” de Lorenzino frente a una periodista rusa refleja que hasta a los funcionarios oficialistas les daba vergüenza el engaño.
Sólo unos pocos cara-de-piedra defendían abiertamente esos índices. En general, sotto voce se explicaba la situación como una suerte de fraude patriótico. Los títulos de deuda se indexaban con los datos de la inflación. Había que negarla e invisibilizar a los pobres para pagar menos.
No tengo claro si este INDEC no miente. No estoy tan seguro de la calidad de los datos. No me gusta que trampeen con la composición etaria de la muestra. Me puedo equivocar y me disculpo de ante mano con el Lic. Fernando Cerro que casualmente acaba de renunciar. Lo que tengo clarísimo es que el Gobierno y su aparato comunicacional sí mienten. Utilizan de manera sistemática el recurso de las medias verdades, declaraciones engañosas que contienen una parte de verdad pero trasmiten un mensaje mentiroso. A diferencia del Gobierno anterior, lo hace con la complicidad escandalosa del grueso de los analistas y medios de comunicación. Lo más triste de todo es que pareciera ser que los decisión makers se creen su propia mentira. No se engañen ni nos engañen. No sacaron 2.400.000 pobres de la pobreza. La pobreza no se saca. La autocomplacencia es una enfermedad transversal, típicas del poder y muy perniciosa.
Como indicó Jorge Fontevechia en su última columna de opinión, el engaño más evidente en las recientes declaraciones oficiales sobre la pobreza es tomar como punto de partida el último semestre de 2016 -el peor momento de la crisis social posdevaluación- y compararlo con el segundo semestre de 2017 -cuando no habían impactado las malas políticas poselectorales como los tarifazos o la inmoral reforma previsional y sí las buenas políticas prelectorales como los aumentos en jubilaciones, asignaciones, programas sociales y préstamos personales que otorga la ANSES a personas sin calificación crediticia.
Lamento que Agustín Salvia no haya explicado mejor el contexto de esta medición del INDEC como hizo en otras ocasiones. Creo que hubiese ayudado al gobierno a no engañarse a sí mismo y pensar que puede robarle alegremente el trabajo a los pobres. Eso está pasando: el Ministerio de Trabajo amenaza con eliminar 18.000 puestos laborales del Programa de Empleo Autogestionado. Si la medición se hiciera hoy, los números darían bastante peor. El mismo señor que dijo “hemos sacado de la pobreza a 2,4 millones de argentinos” debería decir “hemos arrojado a la pobreza a 1,2 millones de argentinos”. Sí reducir circunstancialmente el índice de pobreza es mérito exclusivo del gobierno, su aumento también lo es. La omnipotencia siempre tiene dos caras.
La realidad es que el país lo hacemos entre todos. Tenemos responsabilidades diferenciadas pero comunes. La distribución de la riqueza en una sociedad es producto de las luchas, conflictos y acuerdos que se producen al interior de ésta. Por dar un ejemplo: fue precisamente durante lo peor de la crisis de 2016 que los movimientos populares presentamos la Ley de Emergencia Social. La tuvimos que pelear contra tirios y troyanos, en la calle y el parlamento, hasta que finalmente fue sancionada. Esto permitió que casi 200.000 trabajadores de la economía popular, en general jefes y jefas de hogares numerosos, accedieran a un salario complementario equivalente a medio salario mínimo. La medida mejoró los ingresos familiares beneficiando a 1.000.000 de personas y tuvo un gran impacto positivo en la economía barrial
¿Podríamos decir entonces que nosotros, los feos, sucios y malos de esta etapa política, sacamos de la pobreza a un millón de personas? Afirmar semejante cosa sería caer en un error análogo al del señor presidente. El autoelogio nunca es bueno, menos con un cuadro social calamitoso como el que presenta nuestro país y menos que menos para quienes detentan el poder político.
En el terreno laboral, la madre de todas las batallas sociales, las medias verdades del gobierno llegan al clímax. Hay menos empleo y de menor calidad que en 2015. El presidente afirma que «hoy casi 270 mil argentinos más tienen un empleo registrado» pero no dice que la población crece y que se requieren 250 mil empleos anuales para quedar empatados. Vamos 230 mil abajo, señor presidente. Si los programas sociales no son la solución (chocolate por la noticia), por favor no los cuenten en la estadística como “empleo registrado”. Por otro lado, medir la pobreza exclusivamente por ingresos, aún interpretando los índices estadísticos con honestidad intelectual, expresa una marcada incomprensión de la crisis social de nuestros tiempos. No recepta las diferencias de patrimonio: si tenés ingresos familiares de 18.000 y pagás un alquiler de 6.000, sos pobre pero no se sabe. No muestra la exclusión estructural: una mejora económica coyuntural puede sacar a una familia de la indigencia estadística pero no resuelve problemas más profundos como el acceso a los servicios básicos de luz, agua potable, cloacas, asfalto, espacios verdes, alimentación sana, educación de calidad y atención sanitaria que sufren millones de argentinos. No refleja la distribución etaria de la pobreza: estando hipotecando el futuro permitiendo que el 50% de nuestros niños y niñas sean pobres.
Recientemente nos hemos enterado que Pobreza Cero era un concepto filosófico y una meta de largo plazo. No es lo que dijeron en la campaña electoral, pero concedamos que es un problema multicausal y difícil de resolver. La indigencia sí puede resolverse ya. Hoy nuestro país podría terminar con esa inmoralidad aberrante. Se necesitan 25 mil millones de pesos al año para crear 400.000 nuevos empleos en la economía popular y liberar a nuestro Pueblo de este flagelo. Los ricos lo pueden pagar. Los pobres no pueden esperar. En cuanto a las soluciones estructurales: ¿Cuál es el plan del gobierno para alcanzar el pleno empleo, la integración urbana de los 4300 barrios populares del país cuya proyecto de regularización duerme en Jefatura de Gabinete, la construcción de los millones de nuevas viviendas sociales que se necesitan para cubrir el déficit habitacional, el repoblamiento de nuestro campo y pequeños pueblos? ¿Hay que esperar la lluvia de inversiones que el pensamiento mágico neoliberal prescribe como receta para el éxito?
En su artículo, Ernesto Tenembaun plantea un punto importante. Pareciera que algunos dirigentes opositores se alegran de que las cosas vayan mal por el hecho de ser opositores. Antes de publicar esta nota, hice un ejercicio de introspección al respecto. No quisiera caer en esa tentación. Me considero opositor a los lineamientos sociales, económicos y culturales de este gobierno. Creo que, efectivamente, es un gobierno de ricos para ricos, con el que a duras penas cada tanto se puede dialogar. Creo que el rol de los movimientos populares es tirarle de las orejas al poder de turno, ejercer el pensamiento crítico y denunciar las injusticias sociales de este gobierno como hicimos con los anteriores. Todo eso es cierto. Pero a mí no me alegra nada la realidad que enfrentan mis hermanos más humildes cada día. No me alegran las colas en los comedores barriales, ni la superpoblación de nuestras comunidades terapéuticas, ni la precariedad de nuestros compañeros cooperativistas que hacen maravillas con lo poquito que tienen para trabajar. Nuestro rol también es buscar soluciones concretas siempre, incluso cuando no compartimos la cosmovisión de un gobierno. Si las cosas mejoran, también es un triunfo nuestro. Me gustaría estar festejando que lo logramos, que entre todos los actores políticos, económicos, sindicales y sociales, aún con nuestras diferencias, estamos derrotando la pobreza. Pero la realidad no es esa. No vamos bien. No estamos derrotando ni la pobreza, ni la corrupción, ni la violencia, ni la desunión. No hay nada que festejar. No se puede vivir comparando Guatemala con Guatepeor a ver si la frontera se corrió medio milímetro para allá o para acá. Menos con comparaciones truchas, críticos asustados y aduladores a sueldo.
La pobreza nos está carcomiendo. La pobreza material, la pobreza intelectual y la pobreza moral.
*Por Juan Grabois, publicada en Infobae / Foto de portada: Colectivo Manifiesto