“Los agrotóxicos nos cruzaron la vida y la salud de nuestros alumnos»
El modelo productivo en las zonas rurales se ha visto afectado por la incorporación de un componente que arrasa con todo lo que se cruza en su camino. Hablamos de las fumigaciones en base a agrotóxicos, un elemento utilizado sin discriminación que no sólo afecta a las plagas propias de los cultivos, sino también a niños, jóvenes, hombres y mujeres que habitan en zonas aledañas.
Por Federico Paterno para ANCAP
En un testimonio en primera persona nos encontramos con Ana Zabaloy. Ella es docente rural en la zona de San Antonio de Areco, en la provincia de Buenos Aires. A ella, la cercanía con agotóxicos le ha afectado de forma física, ya que tuvo problemas de salud, pero también le hizo ver una realidad muy dura que desde entonces no le permitió mirar para otro lado.
“Cuando agarré la dirección lo hice con esa idea del campo que tenía de cuando era chica, alejada de las implicancia del actual modelo productivo” inició su relato Ana Zabaloy y agregó “Estando ahí, inmersa en esa realidad, fui entendiendo el costo humano de este sistema productivo basado en venenos y transgénicos”.
El impacto de usos de transgénicos en fumigaciones
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el uso de los transgénicos en este modelo productivo pone en riesgo a la salud de las personas que se encuentran en cercanías del lugar en el que se utilizan. En este sentido, Ana Zabaloy puede dar testimonio de los efectos que esto produce: “Una mañana, en pleno horario escolar, fumigaron con 2,4 D pegadito a la escuela. Lo inhalé accidentalmente saliendo a la puerta de la escuela, estuve con la cara paralizada varios días y con problemas respiratorios que me duraron meses. Esto fue una toma de conciencia de la realidad muy fuerte”. Cabe aclarar que el 2,4-D es un agrotóxico utilizado en reemplazo del glifosato, pero ha sido prohibido en varios lugares del mundo y la OMS lo ha colocado en la categoria 2B, como posible cancerígeno en humanos. Ante esta situación, Zabaloy comenzó a recapitular en lo que veía en la comunidad.
“Venía viendo algunas cosas que no me cerraban en el entorno, en la salud de los chicos; por ejemplo árboles frutales que se secaban misteriosamente y de una forma muy rara, o los nenes con problemas respiratorios muy grandes, gente con reacciones en la piel que me llamaban la atención” y agrega que al sucederle el hecho en primera persona le hizo tomar conciencia, denunciarlo y contactarse con los padres y familiares de los chicos de su escuela que viven experiencias similares.
En ese momento, hizo un giro su vida y entendió que el compromiso en esta causa era ineludible “Cuando vos ves eso ya nunca más podés ver para otro lado, al contrario, te vas metiendo más y más; y cuanto más investigas y más te vas metiendo en estos temas más te das cuenta que no podes hacerte al costado”.
Concientizar a los más chicos
En las zonas rurales, los trabajadores de la tierra muchas veces son de otros lugares y vienen por temporadas a trabajar en el cultivo de estación. Al encontrarse lejos de sus hogares, se quedan sujetos a la dependencia del patrón que los contrata y les da un lugar donde vivir durante el tiempo que dura el trabajo. Esto hace que en muchos casos no se cuestione la actividad que realizan y las condiciones de trabajo.
Sin embargo, los niños que van a la escuela y las madres que acompañan a los chicos durante el horario escolar, por las distancias entre el establecimiento y los terrenos que habitan, pueden ser abordados para la toma de conciencia. Así es que desde la institución educativa, Ana Zabaloy inició un proceso de concientización sobre los riesgos del entorno en el que viven: “Empezamos a trabajar con la comunidad. Toda la información que conseguía, cada paso que hacía lo compartía con ellos. Lo que hice fue ponerlo como eje del proyecto institucional “Salud y medio ambiente”, y empezar a trabajar todos los puntos posibles. Con los chicos nos encargamos de investigar la biodiversidad en los ambientes rurales. Esto era para llegar a los por qué y abordar desde ese punto de vista el tema de los transgénicos y los agrotóxicos”. Y así fue surgiendo un proceso de reconocimiento y toma de conciencia en los más chicos sobre el ambiente en el que les toca vivir.
Estado ausente
Sin embargo, se hizo más duro elevar esto hacia las esféras gubernamentales. Se denunció en el consejo escolar y con las inspectoras del colegio, pero no hubo respuestas salvo la del municipio que permitió reavivar el debate por una ordenanza dormida sobre los límites a las fumigaciones. A pesar de intentos de descalificación de la denuncia de Ana Zabaloy, se pudo generar una nueva ordenanza que si bien prohibió la fumigación aérea, no limitó las fumigaciones terrestres. Las escuelas y las viviendas siguen estando muy expuestas a las fumigaciones terrestres.
“En mi escuela, y en varias otras, el problema no son las fumigaciones aéreas, sino las terrestres. Son terribles. Las aéreas son menos frecuentes. Estas se prohibieron, pero en las terrestres no se extendieron las distancias. Tenemos una ordenanza que prohibe fumigar a menos de cien metros. Y en la mayoría de los casos no se respetan” asegura Ana Zabaloy.
Por otro lado, en términos de los espacios de salud de la zona, Ana asegura que hay una falta de compromiso en la intervención. “Nunca escuché un caso en el que los médicos acá en Areco hayan dado bolilla a esto o que hayan tomado alguna medida” afirma Zabaloy. A pesar de esto, hace la salvedad de un caso en particular en el que tuvo que intervenir personalmente para que se haga algo: “Hubo un caso de una nena que estuvo internada por un sangrado en la nariz. Hablé con el médico y le insistí mucho con esto de cuál era la situación de esta nena porque acá fumigaban con avioneta. Entonces le hizo una tomografía computada y le diagnosticó sinusitis crónica y que había un factor de riesgo muy importante, que era que estaba sometida constantemente a los agrotóxicos”. Esta imagen es algo cotidiano en la comunidad, “es frecuente ver a niños con infecciones de piel terribles, chicos con problemas respiratorios constantemente, sangrados de nariz, problemas digestivos, problemas de tiroides y muy frecuentes casos de cáncer en la comunidad” asevera Zabaloy.
Organizar desde abajo
Existen instituciones y redes de organizaciones que ayudan a dar la pelea en conjunto a esta avanzada del envenenamiento por agrotóxicos. El “Encuentro de pueblos fumigados”, que se realizó el pasado 19 y 20 de agosto en San Andrés de Giles, es vital para compartir experiencias, ayudar en la búsqueda de soluciones y fundamentalmente para no dar la pelea solos. A su vez, también está “Escuelas por la vida” que es una organización que aglutina docentes rurales afectados por las fumigaciones para compartir experiencias y asistirlos en el camino a seguir. Ana Zabaloy acudio a la Universidad de La Plata que prestó servicios para realizar análisis medioambientales en agua de lluvia, de pozo y en suelo. Allí detectaron la existencia de derivas, que es básicamente el plaguicida en movimiento en el medio ambiente. Esto marca que no hay control sobre los plaguicidas. “(El agrotóxico) está en el aire, en el agua y en el suelo; enferma y envenena. No hay buenas prácticas que se puedan utilizar para el uso de agrotóxicos. Creo, por mi propia experiencia, que estas prácticas en sí son malas prácticas. Cultivar con veneno es una mala práctica” asegura Ana Zabaloy.
A esta situación le hacen frente las docentes rurales en gran parte del país. Son la malla de contención de toda una población en riesgo y además, le ponen el cuerpo a la situación. “Los agrotóxicos nos cruzaron la vida y la salud de nuestros alumnos, por eso ya no podemos mirar para otro lado, y yo creo que falta mucho compromiso a nivel del sistema educativo”.
*Por Federico Paterno para ANCAP