Comer es comunalizar
Mañana, organizado desde la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria Río Cuarto, Leonardo Rossi presentará su libro «Teoría política de la comida» en Córdoba. Hablamos con él sobre las urgencias de investigar y debatir «una crítica ecológico-comunal en tiempos de colapso», pero también -y sobre todo- de cuáles son las formas de resistencia, de por qué comer es comulgar y cooperar, y de cómo construir «comunalidad agroalimentaria». Con el alimento en el centro para cuidar los territorios y los cuerpos, pero también los vínculos sociales y políticos.
Llega el libro de Buenos Aires a La tinta. Las tapas impactan en degradé del amarillo al anaranjado, el maíz, las montañas y un personaje calavérico de traje. Como un grabado de José Guadalupe Posada, la ilustración de Ignacio Pardo Vásquez me lleva directamente a una América Latina arrasada, pero frente a eso que parece ser la parca, un hombre sentado en un banquito trabaja apaciblemente y, en la contratapa, unos campesinos desalambran. El colapso, pero también la vida. La muerte, pero también la esperanza. El vaciamiento, pero también el abrazo reconstructor. Leonardo Rossi es miembro del Colectivo de Investigación de Ecología Política del Sur (IRES-CONICET) de Catamarca. Es doctor en Ciencia Política y licenciado en Comunicación Social.
«El maravilloso misterio de la vida se nos presenta a diario, en los actos aparentemente más simples y casi rutinarios. Su complejidad incomprehensible, inabarcable y su deslumbrante potencial de goce, de disfrute de sus exquisitos sabores, se nos brinda —a la vez como posibilidad y necesidad— a cada rato, varias veces al día, cotidianamente, desde que nacemos hasta que morimos, en el mero acto (de preparar la comida y) de comer», dice en el prólogo el investigador Horacio Machado Aráoz.
El libro de Rossi, publicado por la editorial autogestiva Muchos Mundos, aborda las maneras de producir y consumir el alimento en un planeta en crisis y en una Argentina «granero del mundo»; las tramas de vinculación entre comunidades humanas y naturaleza; y los caminos posibles ante un panorama complejo.
—¿Por qué una «Teoría Política de la Comida»?
—El libro es fruto de mi tesis doctoral como becario del CONICET, como doctorando del doctorado en Ciencia Política del Centro de Estudios Avanzados de la UNC. Mi campo de investigación estaba circunscrito a la teoría política.
Hace muchos años, vengo trabajando en lo que tiene que ver con los sistemas agroalimentarios y la teoría política, por lo menos la hegemónica, la que circula de distintas vertientes, lo que podríamos decir genéricamente las teorías liberales -más a derecha, más a izquierda- suelen no contemplar la dimensión ecológico-política, que es el campo en el que trabajo. Y concretamente, el vínculo con la alimentación queda muchas veces circunscripto a cuestiones que tienen que ver con las políticas sociales o con algunos abordajes que, entiendo, no siempre van al núcleo profundo del vínculo humano con el alimento y con el cuidado de los territorios que proveen los alimentos en un sentido político fuerte profundo.
Desde ese punto de partida, trabajamos. Digo trabajamos porque es un trabajo colectivo, del colectivo que integro. La tesis estuvo orientada por Horacio Machado Aráoz y trabajamos en eso: en producir un marco y conceptual teórico basado en evidencia histórica y antropológica de ese vínculo, de cómo nos fuimos humanizando en el proceso evolutivo adaptativo y cuánto tuvo que ver la obtención y la producción del alimento en la producción de comunidad.
— «Comer es comulgar», decís -y dicen- en el libro…
— Sin dudas que comer es comulgar, comer es cooperar, comer es comunalizar. Y esa es un poco la historia humana que obviamente ha tenido otras versiones y algunas, anomalías, que hoy se han convertido en la normalidad, ¿no?
El vínculo que tenemos con el alimento, con la producción agroalimentaria a escala global hoy, tiene muy poco que ver con lo que fue mayoritariamente la historia de la humanidad en ese vínculo, en diversas geografías, en diversos momentos históricos.
— ¿Cómo elegiste los ejemplos de Córdoba y Fiambalá, y con qué criterios?
— Concretamente, los ejemplos sobre los que trabajamos tienen que ver con que mi trabajo dentro de CONICET es en el centro de investigación en Catamarca, en el IRES específicamente. Queríamos, al inicio del trabajo, contraponer dos territorios que estaban siendo acechados por distintas formas de lo que genéricamente denominamos «extractivismo»: uno, la megaminería, y el otro, el agronegocio. Pero a modo de abrir una política de la esperanza, presentar dos experiencias contemporáneas que, sin dejar de estar inmersas en los profundos trastornos del metabolismo del capital, expresaran alternativas ecológico-políticas a las lógicas agroalimentarias hegemónicas.
Fiambalá, en ese momento potencialmente amenazada por proyectos de litio. Ya terminada la tesis doctoral, esos potenciales se han convertido lamentablemente en realidad. Y queríamos ver formas y prácticas en torno a la producción y el consumo agroalimentario como modos de resistencia alternativa.
Finalmente, el trabajo se convirtió en todo un derrotero mucho más extenso que esos casos y esos casos terminaron sirviendo para poner ejemplos contemporáneos de que efectivamente todavía existe ese vínculo, esa producción comunal de la vida con el alimento en el centro para producir comunidad política.
—¿De qué hablás cuando hablás de «comunalidad agroalimentaria»? ¿Y «abrazar» la ciudad con agroecología?
—Hablar de comunalidad agroalimentaria, en realidad, surge del propio trabajo de investigación, de lo que queríamos nombrar y no encontrábamos cómo mencionarlo con los conceptos o con los términos que ya circulaban. Y luego de esa revisión histórica antropológica, entendimos que la forma de nombrar lo que habíamos registrado, lo que habíamos visto y veíamos que hoy también sucedía, esto de habitar en esas manifestaciones y de producir comunidad política con el alimento en el centro, para cuidar los territorios para cuidar los cuerpos, pero también para cuidar los vínculos intraespecíficos (es decir, los vínculos sociales y los vínculos políticos), teníamos que hablar de comunalidad agroalimentaria.
Y bueno, empezamos a trabajar eso para contraponer un poco a la noción de soberanía alimentaria, que nos ha dado muchísimo, que es muy rica, pero que no terminaba de nombrar y de dar estatuto político a lo que nosotros queríamos referenciar.
Sin duda que se puede abrazar la ciudad con agroecología. Y es lo que están haciendo muchas compañeras y compañeros, agricultoras, agricultores, consumidoras y consumidores, tramas y redes de producción y consumo que resisten, a lo que Silvia Rivera Cusicanqui dice esas formas sonámbulas del consumo y formas sonámbulas de la producción. Y sin duda, lo vemos en las ferias, en almacenes, en nodos, en mujeres y hombres que van a las chacras a buscar sus alimentos sanos. Tejiendo un tapiz sobre una ciudad que se presume de moderna, de ser la ciudad capital de una provincia referente del agronegocio -a nivel diríamos latinoamericano- y que, en los hechos, tiene graves problemas de déficit, por falta, por carencia y por exceso en torno a la alimentación. Hay otras tramas que desde abajo, silenciosas y, sobre todo, poniendo el foco en producir otras formas de lo político, están abrazando la ciudad con agroecología.
Viernes 1 de septiembre, 18 h en CC Ojo de Barro, Bolívar 373, Río Cuarto.
Acompañará la charla Nicolás Forlani, Lic. en Cs. Políticas e investigador.
Habrá libros y alimentos agroecológicos y soberanos de la Cooperativa EnRedar.
*Por Soledad Sgarella para La tinta / Imagen de portada: libro «Teoría política de la comida».