Misiones evangélicas avanzan en Amazonia y ponen en riesgo pueblos indígenas y tradiciones ancestrales
Por Tatiana Merlino* para Bocado
Rituales se vuelven fiestas con dulces y globos, y la Biblia se hace ley: luchando contra la tala, la pecuaria y la minería ilegal, indios se encuentran con misionarios incentivados por Bolsonaro para romper el aislamiento garantizado por la Constitución
Primero, las niñas quedan recluidas. Luego, se sientan en un tronco. Sus parientes toman una pequeña vara y le pegan suavemente en la espalda y las piernas. Es un momento importante, de orgullo, cuando dejan de ser niñas para volverse mujeres. Es un ritual de paso de las jóvenes indígenas de la etnia Banawá, que viven en el sur de la provincia de Amazonas, en Brasil.
La ceremonia está a punto de comenzar, pero es interrumpida por misioneros evangélicos que llegan con golosinas y globos, y comienzan a distribuirlos a todos. La chica que sería “iniciada” queda indignada con la situación. Ella se siente desprestigiada. “Y todo un rito de la comunidad se reduce a niños comiendo golosinas y jugando con globos”, relata el biólogo Daniel Cangussu, que presenció varios rituales como esos. Los misioneros interrumpen una costumbre ancestral para imponer su propia manera de conmemorar cumpleaños. Otra vez, como hace 500 años, la religión es una forma de conquista.
Daniel fue coordinador del Frente de Protección Etnoambiental (FPE) Madeira-Purus, de la Fundación Nacional del Indio (Funai), entre 2010 y 2019. Actuaba tanto en la ubicación de pueblos aislados cuanto en el seguimiento junto a los indígenas de reciente contacto en el sur de Amazonas.
Parte de su trabajo ocurría en la supervisión de la actuación ilegal de misioneros evangélicos: “Cuando me preguntan cuáles son las principales presiones territoriales para los aislados, contesto que no son los madereros, los mineros y los pueblos del entorno. Son los misioneros”.
Históricamente, no faltan casos de interferencia de evangélicos fundamentalistas sobre el modo de vivir de los pueblos indígenas, sean ellos aislados o no. Pero el estado de alerta en relación a la embestidas de misiones evangélicas que tienen como objetivo convertir a los indígenas al cristianismo aumentó cuando, en febrero de este año, se realizó el nombramiento de Ricardo Lopes Dias, ex misionero evangélico, como Coordinador General de Indios Aislados y de Reciente Contacto (CGIIRC) de Funai.
Ricardo Lopes actuó a lo largo de 10 años junto a la Misión Nuevas Tribus de Brasil (MNTB) en Vale do Jaraví, intentando convertir el pueblo Matsés –justamente esa región alberga la mayor concentración de pueblos aislados del mundo-. Con origen en los Estados Unidos, MNTB trabaja en la evangelización de indígenas desde los años 1950 y está ligada a epidemias que diezmaron el pueblo Zoé, contactado por misioneros en 1982.
Quien estaba frente a CGIIRC antes era Bruno Pereira, sertanista de larga trayectoria que fue exonerado en octubre de 2019, luego de la presión de ruralistas ligados al gobierno Bolsonaro, pero sin ninguna justificación formal. El despido fue criticado por funcionarios de Funai y entidades indígenas.
El elegido del Presidente Jair Bolsonaro para presidir Funai también es blanco de críticas y preocupaciones de indigenistas, que ven un proceso de vaciamiento y precarización de la institución, además de la fragilización de las políticas de protección a los pueblos indígenas. El elegido fue el comisario de la Policía Federal, Marcelo Augusto Xavier, ligado a la bancada ruralista. En 2019, Funai también sustituyó por lo menos ocho de sus 39 coordinadores regionales, los nuevos funcionarios son, en su mayoría, militares o policías. Algo inédito en la historia de la institución.
Contacto mortal
En Brasil, los indígenas tienen derecho a permanecer aislados. Es una política instituida en 1987, en el contexto de la elaboración de la nueva Constitución de Brasil, que reconoció una serie de otros derechos antes negados –los pueblos originarios no tenían una existencia jurídica autónoma, por ejemplo. La estructura pública encargada de ese asunto fue creada con el objetivo de garantizar la protección a los indígenas y de las tierras en las que viven, impidiendo invasiones. Actualmente, hay registro de 114 grupos de aislados, de los cuales 28 están confirmados– los demás están aún bajo investigación.
Las embestidas de los misioneros evangélicos en tierras de indígenas aislados no son novedad, pero se intensificaron con la elección de Bolsonaro y el nombramiento de la pastora evangélica Damares Alves como ministra de la Mujer, Familia y Derechos Humanos. Ambos afirmaron ser favorables a la revisión de la política de aislamiento de indígenas.
Figura conectada al activismo conservador y religioso, Damares es un pilar del bolsonarismo en relación a pautas que animan a los apoyadores más militantes del presidente, como la llamada “ideología de género”. La ministra también es criticada por impulsar el desmantelamiento de las políticas de derechos humanos en el país y por actuar en las embestidas de evangelización de los pueblos indígenas aislados y de reciente contacto. Damares también es fundadora de la ONG Atini, investigada por el Ministerio Público Federal por tráfico y secuestro de niños.
“La aproximación de los evangélicos a los aislados ha aumentado también por la facilidad que el gobierno Bolsonaro da, al desarticular a Funai y no realizar inspecciones”, afirma Eliesio da Silva Vargas, abogado indígena que es representante jurídico de la Unión de los Pueblos Indígenas de Vale do Javarí (Univaja).
Por la situación del aislamiento, esos pueblos son mucho más vulnerables a enfermedades y epidemias, e intentos de contacto colocan en riesgo sus vidas. En relación a la pandemia de COVID-19, por ejemplo, de acuerdo con un levantamiento hecho por la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (Apib), hasta 5 de octubre, habían 34.816 casos de indígenas contaminados por el virus, 837 fallecidos y 158 grupos étnicos afectados.
“El gobierno brasileño es connivente con esa situación. No hace nada y, en la medida en que Funai se sigue omitiendo, la institución apoya la manera en la que estos grupos (misioneros) intentan ‘salvar el alma’ de los indios. Pero están condenando a muerte a esas personas porque, con el ingreso ilegal (a las tierras indígenas y territorios de aislados), van a hacerlos morir como indios pecadores. No tiene sentido”, se indigna Eliesio.
Los aislados son pueblos que viven de manera autosuficiente, con recursos ofrecidos por la naturaleza. Pero precisamente a causa del aislamiento, son mucho más vulnerables a enfermedades y epidemias. Contactarlos puede ser mortal. De acuerdo con Douglas Rodrigues, médico sanitario experto en salud indígena, luego del contacto, algunos pueblos perdieron 90% de su población. Es el caso de los Nambikwara. Antes del contacto, eran 10 mil individuos. Nueve mil murieron a causa de epidemias de sarampión, gripe, tos ferina y gonorrea. La información consta en el documento “Asedios y resistencias: Pueblos Indígenas Aislados en Brasil”, producido por el Instituto Socioambiental (Isa).
Vuelos en helicóptero
Helicópteros sobrevuelan el Vale do Javari. Con motores ruidosos, hélices violentas, rompen el silencio armónico de esa zona de bosques, sitio de mayor concentración de indios aislados del país. Sin permiso, los misioneros de la Misión Nuevas Tribus de Brasil se financian con donaciones de Estados Unidos para su campaña.
Para impedir la entrada de nuevos misioneros y pedir la expulsión de los que ya están en tierra indígena, Univaja impulsó una acción civil pública en el ámbito de la Justicia Federal en Tabatinga, Amazonas.
El descontento con el nombramiento de Ricardo Lopes es compartido por entidades indígenas como Apib y la Coordinación de las Organizaciones Indígenas de la Amazonía Brasileña (Coiab), preocupadas con que la presencia de ese gestor abra caminos para cambios en la política de protección de aislados de Funai y la institución se vuelva una herramienta de proselitismo religioso.
“Es aberrante tener a un misionero en la coordinación de los indios aislados, porque el rol de esa coordinación es preservar la integridad física y la autonomía de esos pueblos”, afirma Beatriz de Almeida Matos, profesora de Antropología y Etnología Indígena en el Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas, y en el Programa de Posgrado en Antropología de la Universidad Federal de Pará (UFPA).
La antropóloga contextualiza que la lógica de la mayoría de esas iglesias es que, “si todos los pueblos del mundo conocen la palabra de Jesús, Él volverá”. Entonces, completa, “tener a un misionero como coordinador de la política que debería ser de no-contacto es otra perversión bolsonarista”.
El 9 de septiembre, el indigenista Rieli Franciscato murió cuando una flecha lo alcanzó en el tórax. La flecha fue lanzada por un grupo de indios aislados que fueron vistos cerca de una hacienda en la ciudad de Seringueiras, en Rondonia. En la ciudad, viven nuevos pueblos étnicos distintos, de los cuales cinco son aislados. Rieli era uno de los mayores expertos en pueblos indígenas de Brasil y estaba siguiendo al grupo avistado cerca de la hacienda como parte de su trabajo para Funai.
Tales pueblos son frecuentemente perseguidos por madereros y hacendados. No se sabe el motivo exacto del ataque contra Rieli ni si lo confundieron con otra persona. Pero la muerte del indigenista generó conmoción y preocupación entre entidades del área, que hicieron pública una nota en la cual afirman que su muerte “revela aún la urgente necesidad de implementación de medidas efectivas de protección de esas poblaciones y de sus territorios cada vez más vulnerados por madereras y personas interesadas en hacerse con la tierra, en una de las áreas más vulnerables del país”. Rieli era coordinador de Frente de Protección Etnoambiental Eru-Eu-Wau-Wau de Funai y dedicó 30 años de su vida al cuidado y a la protección de los pueblos aislados.
“Su muerte pone en jaque la política de no contacto. Él representaba todo el acervo técnico para el trabajo sobre el terreno, que está siendo socavado en Funai”, afirma Daniel Cangussu.
El censo del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) apunta que el porcentaje de indígenas evangélicos saltó de 14% a 25% entre 1991 y 2010. Una encuesta de 2020 del Instituto Datafolha muestra que los evangélicos ya representan el 32% de la población brasileña y, en el Norte del país, 39% del total de la población.
Los números indican que las estrategias de los evangélicos para la región han tenido éxito. El proceso de evangelización vive hoy lo que se llama “tercera ola misionera”.
Nueva fe acarrea pérdida de soberanía alimentaria
La Iglesia Católica pasó casi cinco siglos dominando y catequizando indígenas. Desde la Patagonia a los desiertos de América del Norte, pasando por la Mata Atlántica, en Brasil, por el Altiplano y por Amazonía, no faltan historias que terminaron en tragedia.
“Y, cuando logramos romper el bloqueo de la Iglesia Católica, cuando ella paró de hacer esas cosas, cuando se fundó el Consejo Indigenista Misionero (CIMI), hace 50 años, comienza a aumentar la presencia de los misioneros formados en Estados Unidos y que vienen a Brasil a evangelizar. Y hacer barbaridades”, se lamenta Lucia Helena Rangel, antropóloga y profesora del Departamento de Antropología de la Facultad de Ciencias Sociales y del Programa de Estudios Posgraduados en Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP).
Al apuntar a las creencias originarias, los misioneros también atacan a las fiestas religiosas y a las bebidas fermentadas, hechas a base de maíz, yuca y maní, pues ellas son, supuestamente, “cosas del demonio”. Las bebidas fermentadas son muy importantes para la cultura de esos pueblos, explica la antropóloga Aparecida Villaça, de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). “Hacen parte de rituales que son centrales para la perpetuación de la cultura y de la religión”.
No solamente las bebidas se volvieron enemigas de la fe. También los rituales se volvieron un blanco. “Todo se vuelve ‘cosa del diablo’, los chamanes que lideran el ritual, los especialistas que están comandando los rituales, las músicas son todas condenadas y llamadas de ‘cosas del demonio’. Hay un ataque general a la cultura, a los dispositivos, a las prácticas de casamiento y control de la natalidad. Atacan todo lo que no concuerda con lo que ellos (los misioneros) entienden como cultura cristiana”.
De acuerdo con un funcionario de Funai que actúa en la provincia de Amazonas y concedió entrevista bajo condición de anonimato, los misioneros impactan fuertemente a la vida comunitaria de los pueblos y los rituales. Demonizan, por ejemplo, a Jurupari, un personaje mitológico de los pueblos indígenas, y prohíben el consumo de caxiri, bebida alcohólica hecha a partir de yuca.
Menos recolección, más café
Antes de la llegada de los evangélicos, muchos de los pueblos indígenas vivían de manera seminómada, caminando por los bosques y haciendo uso amplio de sus recursos naturales, recolectando, pescando, cazando. Con la actuación de los misioneros, hubo una alteración en la manera como se alimentan y se relacionan con la tierra, impactando la soberanía alimentaria de esos pueblos, “porque la evangelización implica la sedentarización de los pueblos indígenas”, explica la antropóloga Adriana María Huber Azevedo, de CIMI.
La sedentarización llevó a transformaciones, ya que las personas fijaron sus viviendas en torno a una estructura armada por las misiones, con pozo artesiano, pista de aterrizaje. “Eso deja a la comunidad muy poco propensa a desplazarse a otro sitio, en caso de que los cultivos de subsistencia declinen o que no haya suficiente pescado”.
Y, al cambiar la relación con la tierra, cambia todo. “Eso afecta a la soberanía alimentaria de esos pueblos, ellos se vuelven más vulnerables y dependientes del suministro de alimentos, incluso sal, azúcar, café”, cuenta Adriana. “Y, a medida que van conociendo estos alimentos, van perdiendo la autonomía que tenían antes”.
Entretanto, ella señala que el proceso de sedentarización ocurrido con los pueblos indígenas no es responsabilidad exclusiva de los misioneros. En donde hubo puestos de Funai, por ejemplo, y donde las misiones católicas actuaron “ese mismo tipo de proceso ocurrió”.
El impacto de la presencia evangélica sobre la práctica alimentaria de los pueblos indígenas “es dramático”, dice Daniel Cangussu, que trabajó en la organización Frente de Protección Etnoambiental (FPE) Madeira-Purus, de Funai, entre los años de 2010 y 2019. Antes, “ellos accedían a los productos de los bosques en itinerancia y movilidad natural, y tuvieron esa dinámica interrumpida. La cadena de usos del bosque es una colecta muy elaborada”.
El resultado es que algunas aldeas, como la São Francisco, en el pueblo Jamamadi, son marcadas por el hambre y la falta de recursos hídricos, pues experimentan una rutina muy distinta a la que existiría sin la presencia de los misioneros, dice Cangussu. Hoy, viven en un sitio de chapada, en el cual es fácil aterrizar aviones. “La logística misionera es facilitada en perjuicio de una vida más dinámica para esas personas”.
Divisiones internas y tiendas
Una comunidad dividida entre los que son creyentes y los que no lo son. Los que son amigos de los misioneros y los que no lo son. Los que reciben regalos y los que no los reciben. Uno de los principales daños de la actuación de los religiosos en las aldeas indígenas se da en la organización sociopolítica de las comunidades, apunta Adriana, de CIMI. “Se crean divisiones internas, ellos (los misioneros) quieren indicar a los líderes, moralizar el comportamiento. Ellos consiguen crear desigualdades económicas, influenciar políticas y crear conflictos, interferir en la organización del cotidiano”.
También se introduce la relación con el dinero y el estímulo a la venta de lo que se produce. “Las aldeas que son creyentes se monetizan muy rápidamente. Las relaciones que antes se basaban en intercambios, en relaciones de parentesco, pasan a ser monetizadas”, explica la antropóloga Beatriz de Almeida Matos. “En Marubo, hicieron una tienda, cosa absurda entre los indígenas, parientes vendiendo cosas a otro pariente”.
Los jóvenes indígenas que salen de las aldeas y van a vivir a la ciudad también se vuelven blanco de los misioneros. “En Atalaia do Norte, por ejemplo, el padre manda a uno o dos hijos a estudiar a la ciudad y aprender a defender a la familia. Los jóvenes quedan en la ciudad y los misioneros atacan: les dan material, hacen abrigos, actividades, los llevan a cultos. Muchos jóvenes Matsés que tienen entre 15 y 20 años y viven en las ciudades se están convirtiendo. Y acaban por convertir a sus padres”, relata la antropóloga. El pueblo Matsés vive en la región de frontera de Brasil con Perú, en la tierra indígena de Vale do Javarí, en el extremo oeste de Amazonas.
Para ella, ese tipo de conversión ocurre a causa del debilitamiento de la política pública de educación indígena diferenciada. “Cuando había inversión en calidad de educación en las aldeas, no había necesidad de irse a las ciudades”.
*Por Tatiana Merlino* para Bocado / Imagen de portada: Daniel Cangussu.
«El reportaje contactó a Funai, Sesai, el Ministerio de la Mujer, Familia y Derechos Humanos, y el ex senador Magno Malta, y ni el pastor ni las instituciones se pronunciaron hasta la publicación de este texto».
*Este reportaje pertenece a una serie de investigaciones periodísticas financiadas por la red latinoamericana Bocado.