Diez pistas para construir una fuerza docente
Por Ariel Rivero* para La tinta
1) Nombrar el malestar que experimentamos en vez de soportarlo, silenciarlo o aceptar que sea silenciado. Describirlo detalladamente para sentirlo y que la sensación nos oriente hacia una posible salida. Conversarlo y exponerlo porque lo contrario, anestesia. Y la anestesia está bien para las cirugías, no para dejarse gobernar. Nombrar el malestar que experimentamos y describirlo de forma minuciosa, por último, para que el hábito de aceptar el empeoramiento planificado de nuestras condiciones materiales de vida, hábito que le ha sido impuesto a los pobres con mucho éxito, no aumente.
2) No hacer como si: como si no pasara nada, como si en los talleres docentes habláramos realmente de lo que nos importa, como si no pudiéramos hacer algo para defendernos. Hacer como si nos lleva a vivir vidas que no queremos. Dejar la capacidad de fingir para usos mejores.
3) Decir no, al menos para conquistar el mínimo de libertad al que todavía podríamos aspirar y para construir un NO colectivo. Decir que no, no porque tengamos fuerza sino para tenerla: primero el ejercicio, después el músculo.
4) Dejar de justificar nuestras conductas con frases hechas: “no se puede” o “es mi trabajo”, pongamos por caso. Hacerlo exime de reflexionar y de asumir las consecuencias que tienen las decisiones que tomamos o no tomamos. En La banalidad del mal, H. Arendt cuenta que Eichmann, encargado de diseñar el sistema de transporte que llevaba a los judíos a los campos de concentración, justificaba su accionar diciendo que sólo hacía su trabajo. Y tenía razón: sólo hacía su trabajo, esto es, no pensaba.
5) Contestar, dejar de permitir que nos humillen con comentarios o respuestas que nos ubican en posiciones infantiles. Contestar porque el abuso de poder, con la impunidad, crece.
6) No esperar a estar peor para hacer algo porque, de hacerlo, ya no vamos a tener ni fuerzas. De hecho, si ahora nos cuesta reaccionar, imaginémonos cobrando menos aún. Los recortes bruscos de salarios paralizan. Tal vez porque cuando menos tenés, es más lo que hay para perder.
7) No conformarnos con la queja, salvo que esté más cerca de ser el inicio de una reflexión colectiva dispuesta a modificar algo o la chispa que enciende una mecha y no mera resignación disfrazada.
8) Ocupar espacios, los que nos niegan, no los que nos dan. Pretender que nos habiliten un tiempo y un lugar para oponernos o protestar, además de ser absurdo, nos debilita. Tiene una explicación, sospecho: la precarización laboral ha conseguido que el cuerpo docente llegue a pedir autorización hasta para no cumplir.
9) Oponernos a la decisión política que consigue que nuestra energía, inteligencia y capacidad reflexiva se vaya en tareas insignificantes o exigencias absurdas y no en reclamos justos. Oponernos porque es mejor que cansarnos de hacer nada. Oponernos porque las luchas sociales nos han enseñado que la justicia se reclama, no se espera. Oponernos porque, si nuestro objetivo es colaborar para que exista una sociedad más justa, la docencia que reclama es preferible a la que calla.
10) Interrumpir: transité el primer día del taller docente movilizado por lo que no pasaba más que por lo que pasaba. Había tanta distancia entre lo que hacíamos y lo que nos sucede como entre el nombre que le dieron, escuela posible y la realidad de las mismas. Escuelas imposibles hubiera estado mejor: luchar para que las palabras no nieguen las experiencias vitales es algo a lo que también nos conviene atender. Sea como fuere, movilizado, escribí este texto con la intención de leerlo al día siguiente, al principio de la jornada, pero cometí el error de pedir permiso. Me lo concedieron, aunque para el final de la reunión. Es decir, me iban a permitir hablar cuando ya no hubiera capacidad de escuchar, conversar o debatir. Si esto fuera una guerra, mi error se hubiese parecido a preguntarle al enemigo a qué hora podía atacarlo. Pedir permiso hace que incluso las mejores cosas que se nos ocurren pierdan eficacia, es aceptar ser neutralizados. En cualquier ámbito de la vida cuando tenemos una urgencia, interrumpimos y dejamos los buenos modales para otras ocasiones. Pedir permiso para interrumpir es como afirmar, sin querer, que aquello que nos hacen no es tan grave. Y puede esperar.
En el verano leí La fragilidad del bien de M. Nussbaum. El libro gira en torno a dos preguntas: qué elementos componen una tragedia y qué tenemos los seres humanos para no simplemente sufrirla. Los dos interrogantes, en gran medida son respondidos con la frase acomodación emocional. Las decisiones políticas pueden ser y de hecho son muy malas, pero aceptarlas tan rápido, acomodarse emocionalmente, como una complicidad tácita, las vuelve peores. Y lo contrario, tal vez logre impedir que algo trágico se convierta en destino.
*Por Ariel Rivero, profesor de Filosofía, para La tinta / Imagen de portada: Colectivo Manifiesto.