La intensidad de la época
Por Graciela Ramírez para Revista Ají
Este escrito intenta dar cuenta en una tonalidad que fluye, sin intención de generar conceptos ni certezas. Pascal Quignard plantea en su libro El nombre en la punta de la lengua: “La mano que escribe es más bien una mano que hurga en el lenguaje que falta, que avanza a tientas hacia el lenguaje que sobrevive, que se crispa, se exaspera, que lo mendiga de la punta de los dedos…”. La propuesta es explorar cómo el debate contemporáneo sobre la emoción se encarna en la “intensidad”. Su extremo es la patologización de la intensidad o lo tóxico. Se trata así de ubicar desde la maquinaria de control o cierta normativización moralizante e ideal. De señalarlo para estigmatizarlo, dejando como resto la marca de lo que no entra en cierto circuito social.
Surge la interrogación sobre la representación que tenemos de la palabra intensidad. Entre sus acepciones, se encuentra: fuerza, energía, sentimiento. ¿La intensidad es del registro de la pasión en esta época? ¿Por dónde se fuga la intensidad?
Los conceptos son palabras que a veces se los bañan o tiñen con tintes ideológicos, y se apropian como si pertenecieran a un colectivo. Barthes señala: “La lengua es fascista, no por lo que nos prohíbe decir, sino por lo que nos obliga a decir”. Un intento de repensar la experiencia sobre las palabras e ideas es posibilitar la función de reapertura del campo de saber, del no saber y de establecer un límite. Rompiendo la ilusión de que las definiciones nunca son neutras ni nuestras.
Un destello de lo planteado se puede apreciar en la película de Almodóvar, La voz humana. Monodrama donde la protagonista se hunde en el dolor y en la soledad, mientras espera con angustia la última llamada de su amante, la de la despedida. Pasando por etapas de ira hasta encontrarse con el vacío de la pérdida.
Sara Admed, en el libro La promesa de la felicidad, conceptualiza sobre el giro afectivo, poniendo de relieve la compleja relación entre poder, subjetividad y emoción de la teorización política. Habitamos los tiempos del individualismo extremo que nos lleva a creer que somos emprendedores de nuestros éxitos, fracasos, emociones. Cuerpos atravesados por los discursos que pretenden que todo se arregla con pedagogía, autocontrol y la gestión del afecto.
El “giro afectivo” impulsa revisar los dualismos: cuerpo y mente, razón y pasión, naturaleza y cultura. Estos dualismos persisten aún y pueden pensarse en la conjunción entre el ascenso del individualismo que caracteriza nuestra época y, por otro, cierta lógica del positivismo y el racionalismo que siguen subyacentes, e inscribe en lo actual ideas absolutas y sombrías. “Ilustración oscura’’, según lo plantea Bifo Berardi, es una manera eficaz de definir el actual oscurecimiento social.
Según lo planteado por José L. Slimobich en la revista Letra Hora: “En tiempos oscuros, es indispensable mostrar lo que el lenguaje nos dona: la dignidad. No solo nos muestra el horror, el pensamiento común y la valentía”.
Cada época intenta señalar qué emociones se desvían de lo esperable, al modo de una herencia positivista que se mantiene y el efecto es la “despolitización de las emociones”. Se trata de un proceso por el cual las emociones, innombrables u oscuras, por ser irracionales, son expulsadas.
La premisa es que las emociones están marcadas por los vínculos pues no se trata de estados absolutos; ese impacto que el lenguaje produce y expande en el cuerpo es expresado en las palabras que definen o dan cuenta de la emoción. Las emociones son la manifestación de la resonancia que afecta al cuerpo, un latir. Como señala Lacan, la consistencia del “me caliento al calentarme” pues esta sensación invade el cuerpo, su certidumbre en la sensación corporal.
Hay una relación entre el lenguaje y la existencia de cada uno, pues es el nado vivo en que el lenguaje se ve efectuado. Debemos pues intentar mantener la singularidad de la lengua y, en esta singularidad, interrogar lo particular que el lenguaje sitúa.
Al decir de David Le Breton: la oposición entre la “razón” y la “pasión”, entre una afectividad cero (ausencia de emoción) que propicia la inteligencia y, por otra parte, la emoción como causante de extravío moral o pérdida de lucidez, comúnmente se dice, muestra la hilacha, algo se desborda en la pasión. Sin embargo, no está evidenciado que los procesos cognitivos prescinden de las emociones.
El autómata o el zombi sigue ganando terreno gracias al perfeccionamiento de la tecnología digital: el autómata tecnolingüístico es producto de la intersección entre la inteligencia artificial y el big data. La tecno-civilización de las tareas inhumanas.
El análisis de estas “economías afectivas” permite focalizarse en los modos y condiciones de producción de las emociones, en las apropiaciones y marcas que estos producen.
Las emociones pueden ser visibles y socialmente reconocidas, categorizadas, entendiéndolas como instrumentos y categorías sociales preestablecidas, como lo plantea Illouz. Las aportaciones del concepto que la autora da de la emoción, en su libro Intimidades congeladas: La formación del capitalismo emocional, argumenta que la emoción es una energía interna que nos mueve a actuar; la misma es, a la vez, psicológica, cultural y social. Al estereotipar las emociones a través de categorías sociales, hacemos de ellas objetos encerrados que podemos observar y manipular. Entonces, las emociones pueden configurarse como una economía mercantil que clasificamos, cuantificamos. Pensado en la actualidad como algoritmización de las emociones.
La intensidad de la intimidad de la época pasa en estos tiempos por la realidad virtual, se ha convertido en un ágora, disminuyendo, atemperando o dejando de lado el encuentro con la presencia del otro.
Se despoja de la otredad, es una época que nos confronta con una disminución de la potencia simbólica de la palabra y el cuerpo queda al mando de su propia anarquía, siendo los síntomas actuales no dirigidos al otro, quedando en un goce autónomo, solitario.
Vivimos sacudidos por la prisa, andamos en marcha, apurados, sin tiempos, también aquejados por síndromes conceptualizados como hiperactividad, trastorno de déficit de atención, adicciones, estrés, burnout, cansancio crónico. ¿Qué hay detrás de este creciente malestar?
El uso generalizado de tablets y smartphones, además de generar ensimismamiento, nos mantienen en continuo estado de alerta, con notificaciones que nos avisan de cambios de estado, de emociones al tiempo que propician un consumo acelerado de contenidos al incitarnos a responder a varias aplicaciones o, incluso, pantallas simultáneamente. No hay corte, pausa, es un discurrir continuo.
La velocidad y la intensidad se han convertido en un componente más de nuestra cotidianeidad. Vivimos más deprisa, fruto de la exigencia constante de nuestra atención, y somos cada vez más impacientes, producto de la cultura de la inmediatez en que estamos insertos. Como plantea Berardi en su libro, La segunda venida: “La cultura digital es el punto de llegada de la binarización epistemológica y el comportamiento social. Lo que emerge en lo contemporáneo son la velocidad y la intensidad de la información estimulación, y, por consiguiente, la enorme cantidad de atención que es absorbida por la información, los estímulos. La saturación de la atención pone en peligro nuestras habilidades críticas”.
Freud aborda, en El malestar en la cultura, el renunciamiento pulsional que exige la cultura al sujeto, la pérdida de una satisfacción individual que implica la vida en sociedad, el lazo con otros: “El hombre contemporáneo ha trocado una parte de su posibilidad de felicidad por un poco de su seguridad”. ¿En la sociedad actual sigue operando la recompensa a esta renuncia exigida?
Para Hobbes, el “hombre es lobo del hombre”, por lo tanto, el miedo es la única garantía para la paz y su seguridad. Entonces, hay pasiones razonables y compatibles con las del consumo, y otras intensas que marchan en el circuito de lo consumible. ¿Es acaso el consumo la pasión y la seguridad de la época?
El capitalismo necesita las fantasías fetichistas de positividad, de la fuerza vital, ya que únicamente puede sostenerse en la ilusión de que todo marcha perfectamente bien en el mejor de los mundos políticos, al continuar haciendo aceptable la explotación para la mayoría de los sujetos. Tiene una marcada intención de anular lo que nos hace singulares, particulares, en el modo que cada quien goza en su existencia.
Para Spinoza, los afectos y las pasiones son formas de relacionarse del sujeto con sí mismo y con los otros. Un transitar, un descubrimiento del propio sujeto que deambula por las diferencias de sus propios goces y de las experiencias con sus objetos de amor y deseo.
La actualidad promueve un anestesiar y regular las emociones, implantando una uniformidad inhumana. Esta propuesta puede verse en la película Crímenes del futuro del autor Cronenberg, donde juega con la idea de lo poshumano, habitar un cuerpo sin dolor, un cuerpo devenido máquina, un cuerpo mutante.
El capitalismo va extirpando la fantasmática, vaciando los cuerpos, quitando el velo al objeto, mostrándolo en su obscenidad, a puro brillo, capturando y fascinando la mirada. La elección se juega en el orden del consumo. Al decir de Byung Chul Han: “La libre elección es, en realidad, una elección consumista”. Así, hoy, la libertad de acción se reduce a la libertad de elección y consumo.
No obstante, seguimos actuando como individuos capitalistas porque nuestros deseos, anhelos, están atravesados por el capitalismo. Por eso, Fisher plantea que la búsqueda de posibilidades reales para la acción política implica, ante todo, aceptar “nuestra inserción en el nivel del deseo en la picadora de carne del capital”.
Para ir concluyendo, el postcapitalismo se caracteriza por un neoliberalismo cuya principal característica es la desregulación amoral que persigue la mercantilización ilimitada y va siempre acompañada de un neoconservadurismo moralizante. Entendemos lo neoliberal no como un poder meramente exterior, sino la voluntad de organizar la intimidad de las emociones y de gobernar estrategias existenciales, maneras de hacer vivir.
¿Hasta qué punto lo sensible se ha convertido en un campo de batalla?
*Por Graciela Ramírez para Revista Ají / Imagen de portada: fotograma La voz humana (2020) Dir. Pedro Almodóvar.