Juani, curaca trans comechingona: “Somos territorio”
Juana Manuela López, la Juani, es casqui curaca trans de la Comunidad Indígena Hijos del Sol Comechingón. Conversamos con ella en un nuevo octubre, repensando cómo sigue operando la colonización sobre los territorios, los cuerpos, las identidades y resistencias indígenas en una Córdoba que quiso invisibilizar a los pueblos preexistentes a la colonia.
Por Anabella Antonelli para La tinta
En la Sierra del Cuniputo, en el departamento de Punilla, en la localidad que hoy se nombra como San Esteban, habita la Comunidad Indígena Hijos del Sol Comechingón. Juani nos espera en la rotonda del pequeño pueblo, 8 kilómetros al sur de Capilla del Monte sobre Ruta 38. Es casi mediodía y el cielo amenaza con cubrirse de nubes oscuras. Sube a su cuatriciclo y nos indica que la sigamos. El camino, minado de cuarzo, se alza hasta una tranquera que anuncia la presencia de la comunidad. Como escoltando la entrada, un antiguo bosque de chañares, testigo de tiempos precoloniales, da la bienvenida. La casa de Juani aparece a la derecha. Caen las primeras gotas, nos sentamos en la cocina y empieza una generosa conversación.
Juana Manuela López, la Juani, es casqui curaca de su comunidad, autoridad espiritual, política y social. “Soy la voz y la cara de la comunidad, y también hay un consejo comunitario. Algunos dicen que hay ‘mucho cacique y poco indio’, pero es porque tienen la imagen colonial del cacique heteropatriarcal, como un hombre que todo lo puede y que no hace nada -explica-. Mis maestros me enseñaron que, cuando se llega a cierto grado de autoridad, no solo porque te hayan votado y elegido los comuneros y comuneras, sino por tu propia capacidad, sos lo mismo que el indio, no existen esas jerarquías, es más horizontal, todo tiene otra forma”.
El territorio, que comprende lo que habita en y con él, fue declarado Reserva Prehispánica. “Lo recuperamos para las comunidades indígenas, estamos acá hace 23 años y, en el 2010, nos conformamos como comunidad. Esto es la sierra de Cuniputo, que quiere decir Cerro de las Tinajas, porque acá se dedicaban a la alfarería, encontramos un montón de vestigios y restos”, nos cuenta. Si bien el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) reconoce la preexistencia del pueblo comechingón en estas tierras y relevó la presencia de la comunidad, no identifica el territorio como indígena: «¿Entonces cómo es? ¿Lo alquilamos?», se pregunta irónicamente.
“Somos la tierra que habitamos, no estamos separados de ella”, repite Juani, sintetizando la cosmovisión. En un capitalismo de saqueo y despojo, el territorio y los saberes están fuertemente amenazados. Para los pueblos indígenas, se trata de lo más sagrado, lo que les da identidad.
Gran parte de la reserva es propiedad de privados. Muy cerca de la casa de Juani, el dueño de un criadero de pollos busca expandirse arrasando el patrimonio ancestral. “Para abrir un camino, destruyó unas pircas, pasó muy cerca de casas, a un metro de morteros y de unos aleros, todo parte de la Reserva Prehispánica”, explica Juani, que se paró frente a la máquina impidiendo su paso. Las denuncias sirven momentáneamente para contener la situación, aunque reconoce que todo pende de un hilo y que la propiedad privada les amenaza constantemente y divide a las comunidades: “Antiguamente, no decíamos ‘de acá para allá, es tu territorio y, de allá para acá, es el mío’, sino que tenía que ver con los recursos, con lo que se necesitaba para poder cosechar, con las medicinas que hay”, explica.
Fragmentos de la identidad indígena
La historia de su pueblo se compone de fragmentos, de una pieza de cerámica que encuentran en el monte, de pequeños relatos atravesados por la colonización, el Estado y la invisibilización de su pueblo. Juani siempre supo de dónde venía, su familia guardó la memoria ancestral. De sangre diaguita, guaraní, mora, italiana, la comechingona la llamó con fuerza. Volver a territorio “fue empezar un camino de conectar más con la ancestralidad y reencontrarnos con nuestra identidad”, dice. Sin embargo, completar la historia no es tarea fácil. Las piezas se pierden en el silencio impuesto al pueblo indígena, en el borramiento patriarcal del linaje femenino, que muchas veces eran las que venían de las comunidades, y en el proceso de rebautismo que operó sobre las personas indígenas esclavizadas en estancias, que fueron renombradas con los apellidos de sus esclavistas.
Conocer de dónde vienen y reivindicar ese origen son caminos que recién ahora algunas personas se animan a conectar. “Es un proceso, hay que recordar que fueron 529 años de colonización, de negación, de muerte, que generaron un terror dentro del pueblo indígena, no era fácil decir que eras indígena”, dice Juani y señala costumbres y conceptos coloniales que su pueblo adoptó como forma de supervivencia. Algunos hoy están tan naturalizados que parecen ancestrales, como la mirada sobre la transexualidad.
Identidad indígena trans
“Yo siempre supe que había algo dentro de mí que no era lo que mi cuerpo expresaba. Toda mi vida me confundieron con una mujer”, explica alternando la sonrisa y la gravedad de lo que significó “ser el hazmerreír” por ser «rara» y por tener «un color de piel que no es el indicado según la norma». Al proceso de reafirmarse indígena, se le superpuso abrazar «eso que sentía y no sabía bien qué era, esa mujer que estaba dentro de mí y que pretendía salir».
De más chica, comenzó a incursionar con drogas, aunque las plantas y lo relacionado a su pueblo siempre llamó su atención. Investigó más, le llegaron libros, su mamá le acercó a Castaneda. “Mi cabeza empezó a volar, me perdí en el monte, me quedaba meses encerrada en el monte, no iba al colegio porque me iba ahí, con un amigo que hoy es un comunero, nos íbamos siempre a acampar al Uritorco, nos hemos caminado toda la sierra, al territorio lo conozco como la palma de la mano”, narra.
En ese proceso, conoció a sus maestros iniciando el camino espiritual indígena. “Al comienzo, fue aprender a sanar y aprender a ver, pero primero para mí misma. Y, en ese proceso de trabajar con las medicinas, empecé a descubrir que yo había tapado una parte en mí -recuerda Juani-. Fui el macho alfa en algún momento, el hombre proveedor de la casa, pero ya basta, no me salía, estaba podrido, mi cuerpo no me daba más y no era lo mío. Era un sufrimiento constante y era hacer sufrir a otra persona, no porque tenía el deseo de estar con un hombre, sino porque quería ser mujer, quería hacer cosas de mujer, me quería vestir de mujer”.
La huachuma o San Pedro fue una de las medicinas que le abrió la posibilidad de sanar esos dolores y redescubrir su identidad indígena y quiénes eran los espíritus que la habitaban. “Descubrí que no era uno solo, que eran dos. Investigando y estudiando, me encuentro con la teoría de los dos espíritus de Norteamérica, que habla de otras identidades que existían y que podía haber más de dos espíritus dentro de una persona”, explica y lo coloca en la cosmovisión: “Tenemos que entender al mundo como un espíritu donde conviven un montón de espíritus, que todo tiene espíritu y que hay varios dentro de una persona y dentro del mundo entero. En esas ceremonias, empecé a ver que había una parte femenina muy predominante en mí”.
En su proceso de aprendizaje con las medicinas, sus maestros le decían que hiciera alguna curación mientras ellos observaban su desempeño y veían si tenía espíritu para eso. “Me decían que, cuando yo pasaba, veían siempre a una mujer, pero yo no veía eso. Hasta que empecé a romper estructuras y a darme cuenta que, dentro del mundo indígena, había un montón de estructuras patriarcales que no me permitían decir ‘soy esto’, porque siempre el discurso era binario: el sol y la luna, la tierra y el sol. Pero es todo un conjunto de cosas, existe todo y hay infinidad de cosas, el mundo es diverso. Empecé a ver desde el espíritu y a darme cuenta de que mi otro espíritu era femenino. No sé qué le habrá pasado a Juancito, pero ahora estoy yo”, dice riendo.
Otra política
Juani recibió de su mamá el rol de casqui curaca de la Comunidad Indígena Hijos del Sol Comechingón. Hubo un pedido y un ofrecimiento, y la elección de la comunidad confirmó su autoridad como líder espiritual, político y social. “Nosotros hacemos política desde nuestra forma, sin dejarnos llevar por un partido político y entrar en ese circo que termina siendo un show mediático y un círculo de violencia interminable, y nosotros no queremos más eso”, afirma. Para ella, no se trata de cuál es el mejor político, sino de cuán funcionales son a un sistema capitalista extractivo para el agronegocio o el desarrollo inmobiliario, “algo que siempre demanda más y más de la Pachamama, y que destruye lo que nos está dando la vida”, afirma.
La colonización es un hilo que cambia sus texturas y colores, pero que no se corta y conecta estos 529 años. “El espejo de color cambió, llama más la atención, pero lo que estamos diciendo las comunidades indígenas es que no compramos más los espejos de colores; ahora reclamamos lo que nos corresponde, tiene que haber un proceso de descolonización, el Estado tiene que desaparecer y tiene que formarse otro tipo de Estado. Tienen que reconocer que hubo un genocidio indígena, las bulas papales que emitió la Iglesia católica para colonizar los pueblos de América y de Europa que no eran católicos -documentos donde se declaraba tierras baldías a las tierras donde no había un católico- todavía están vigentes y, con eso, se conformaron los Estados, que siguen sentados sobre esas bases”.
El proceso de cada vez más personas reconociendo su ancestralidad indígena tiene que ver, para Juani, con un despertar de la sangre y con una mayor visibilización y alzamiento de los pueblos indígenas, pero también es síntoma de un cansancio generalizado y de la falta de opciones. “Es Macri o es Cristina, y, si no, es Milei, que es peor que los otros dos, la mismísima crueldad. Los otros también son crueles, pero te la disfrazan más y no tenés otra opción, y la gente entonces empieza a buscar en distintos lugares, más sociales, comunales, en espacios como centros culturales, generando otro tipo de círculo -refiere-. El Estado no quiere que la gente se reconozca indígena porque perdería peso, tendría que decir que es un Estado colonizador en base a la conquista, que fue genocidio, que están en deuda y que deberían entregarnos el país”.
Ya no llueve y el sol se asoma justo a tiempo para que recorramos el territorio. Juani dice que habló un montón, pero siempre quedan cosas para decir. Abajo de un tacu de 500 años, nos va a contar sobre las medicinas, las manifestaciones del espíritu y las redes disidentes que se sostienen en la zona. Antes de apagar el grabador, retoma una pregunta que para ella es central: “¿Necesitamos un padre Estado o necesitamos una madre comunidad, que sostenga la familia, que dé vida, una madre comunidad en la que trabajemos todos?”.
*Por Anabella Antonelli para La tinta / Imagen de portada: Diana Segado para La tinta.