¿Podemos desalienarnos de las tecnologías digitales?
Nuestras vidas están completamente mediatizadas y, como nunca antes, habitamos ecosistemas digitales. Entre los contrapuntos de la idealización y la demonización, el grupo de reflexión de Red ZADIG entrecruza el psicoanálisis con otras disciplinas y se pregunta sobre los impactos y consecuencias sociales, subjetivas y políticas de la digitalización de la vida cotidiana.
Por Redacción La tinta
“Las máquinas están inquietantemente vivas
y los humanos aterradoramente inertes”.
Donna Haraway
¿Qué efectos en las subjetividades, producto de habitar un ecosistema digital, somos capaces de captar? ¿Cuáles son algunas de las consecuencias de las tecnologías digitales en las subjetividades, las lógicas políticas, las gestiones sanitarias, las prácticas educativas y artísticas? Fueron algunos de los interrogantes en el conversatorio Ecosistemas digitales, organizado por la Red ZADIG Argentina, que forma parte de la Red Internacional ZADIG (Zero Abjection Democratic International Group), que trabaja por la incidencia política del discurso psicoanalítico.
En Córdoba, la red lleva por nombre La Patria del Sinthoma y está conformada por núcleos que trabajan alrededor de una temática de actualidad. Desde 2021, el núcleo Telemática y lenguaje, coordinado por Silvina Sanmartino y conformado por María Marta Arce, Laura Schapira, Alejandra D´Andrea y Camila Monsó, reflexiona sobre las tecnologías digitales. «Todavía transitando medidas de aislamiento por la pandemia, la pregunta que fue puntapié de nuestras búsquedas fue: ¿un tratamiento por videollamada es psicoanálisis? Las respuestas a esa pregunta fueron variadas, sin embargo, apostamos por sostener esa interrogación cada vez», expresaron desde el grupo.
Desde el ejercicio de la profesión y en diálogo con otras disciplinas, les interesa dimensionar el impacto que tienen las tecnologías digitales -más precisamente, las tecnologías de la información, la comunicación y la cultura, o TICC- e intentar comprender cómo inciden, nada menos que en el modo de hablar de las personas, lo cual necesariamente toca el cuerpo y los lazos sociales. “En 2020, con las medidas de aislamiento y distanciamiento, asistimos a lo que podemos llamar shock de virtualización, un proceso vertiginoso de digitalización de distintos aspectos de la vida cotidiana; trabajo, educación, socialidad, las prácticas clínicas en medicina y también en psicoanálisis. Con la finalización del aislamiento, se nos hizo más palpable el modo en que las tecnologías digitales no solo inciden, sino que configuran el lenguaje: la velocidad de los mensajes, la cantidad de información, las lógicas de circulación, el predominio de imágenes”, expresó María Marta Arce.
Ya no solo se piensan las tecnologías digitales asociadas al uso y consumo en términos de generaciones millennial o centennial, sino que cada quien está -en diferentes modos, frecuencias y posibilidades de acceso- habitando y siendo parte de ecosistemas digitales. ¿Qué preguntas necesitamos hacernos ante el inminente efecto de estas tecnologías?
La rueda sigue girando y las reflexiones empiezan a ocupar nuevos espacios, como el caso del conversatorio presentado por Gabriela Dargenton como responsable de ZADIG Córdoba y coordinado por Silvina Sanmartino como responsable del grupo Telemática y lenguaje, que se realizó el pasado sábado en la Facultad de Arte y Diseño (UPC) con la gestión del Centro de Estudios Experimentales dirigido por el Lic. Franco Pellini.
Participaron el Dr. Agustín Berti, director alterno de la maestría en Tecnologías, Políticas y Culturas del CEA-UNC; Dr. Oscar Atienza, docente universitario de la UNC y médico activo contra las operaciones de desinformación durante la pandemia; Dra. Rosanna Forestello, coordinadora del equipo de Tecnología Educativa e Innovación de la FCEFyN-UNC; Dr. Jorge Agüero, psicoanalista y coordinador del programa Psicoanálisis y Civilización. Incidencias del CIEC; y Dra. Anahí Alejandra Ré, investigadora y coordinadora del proyecto Escrituras algorítmicas en las artes en FAD-UPC.
El puntapié de la conversación fueron algunas ideas ancladas al sentido común, que funcionan más como un obstáculo que como una posibilidad crítica. “Una de ellas es cuando se habla de ‘el’ algoritmo, como si fuese una entidad única, lo que no permite dimensionar que son millones. Siempre hubo algoritmos, en el sentido de patrones que se repiten, secuencia de pasos que siguen un fin. Todo proceso humano con vistas a ser repetido puede ser incluido dentro del término de algoritmo en sentido amplio”, explicó Agustín Berti. La aclaración es interesante, en tanto permite pensar que la automatización es necesaria, a la vez que puede resultar alienante, y no es exclusiva de los sistemas digitales, explicaron desde la Red.
—¿Qué consecuencias sociales, políticas, subjetivas tiene el hecho de que las máquinas tengan una velocidad y capacidad de procesamiento de datos que supera absolutamente cualquier capacidad humana?
—“A partir de las redes sociales, los matices en las discusiones y deliberaciones políticas tienden a dicotomizarse porque las máquinas operan a velocidades que escapan a las capacidades de procesamiento humanos. Se dan operaciones combinatorias de símbolos que llevan a resultados y lo hacen a una velocidad que genera una aceleración de los procesos”, señaló Agustín Berti.
Por su parte, Oscar Atienza compartió su experiencia durante la pandemia por COVID en 2020, en contra de las campañas de desinformación de la población, “además de la generación e instalación de las fake news en redes sociales y en los medios televisivos, lo destacable fue la temporalidad vertiginosa, en aceleración, de la producción y circulación de desinformación. Hubo que intervenir desde las redes sociales con especial atención a las particularidades de cada una, en cuanto a usuarios, forma de comunicar y el momento en el cual hacerlo”.
¿Qué nos pasa con la atención? ¿Estamos en una constante dispersión? Para Anahí Ré, “en un mundo digital donde la ‘economía de datos’ está regida por el objetivo de capturar la mayor cantidad posible de datos -likes, seguidores, consumos culturales, transacciones- para generar un perfil o modelo sobre qué puede consumir ese usuario. Para eso, se necesita que esté permanentemente conectado, frente a múltiples estímulos para que así suceda, generándose competencia entre redes y plataformas que se disputan la atención, que como tal es un recurso escaso, tiene un límite subjetivo. Nuestra forma de operar en el mundo es algorítmica, hay un funcionamiento maquinal en la vida cotidiana. Hay momentos de interrupción de ese funcionamiento, porque algo llama nuestra atención de manera concentrada, una experiencia del tiempo diferente, y es el tipo de atención al que le hace falta darle lugar”.
En relación a la atención, también comentaron que una de las cuestiones mencionadas fue y es la dificultad para lograr que adolescentes y jóvenes estén conectados con sus procesos educativos en formatos digitales. “La pandemia puso en evidencia la alta deuda que tiene el país en cuanto al acceso a la conectividad y la formación docente en tecnologías educativas digitales; por ejemplo, no existe una asignatura específica en la mayoría de los planes de estudio de formación docente”, señaló Rosanna Forestello.
—¿Qué consecuencias tiene para las vidas singulares y para las poblaciones que estemos permanentemente suministrando datos -sobre nuestra localización y movimientos, sobre nuestros gastos y consumos- a máquinas conectadas con agencias de recopilación de datos?
—Desde el momento en que gran parte de la existencia humana es susceptible de digitalizarse y de convertirse en un dato que le permita tener una existencia en el mundo digital, es importante preguntarnos qué se hace con esa información. “El sistema digital funciona de manera interconectada, captura datos de infinitos instrumentos de percepción maquínica (información capturada por cámaras de seguridad, dispositivos de geolocalización, celulares) y, luego, tiene la capacidad de procesarlos, de identificar regularidades que los seres humanos jamás podrían identificar y construir imágenes de mundo en los que el sentido no existe”, señaló Agustín Berti.
Las tecnologías digitales, como mecanismo sofisticado de implementación de las lógicas neoliberales, implican una dimensión económica, pero, principalmente, modos de subjetivación. ¿Qué malestares epocales nos trae habitar en estas condiciones el mundo digital? “Podemos observar cierto aplanamiento de la subjetividad y podemos hacernos la pregunta de si los malestares actuales, que se les presenta a las personas como verdades indiscutibles, tienen relación con la intensificación de la digitalización”, señaló Jorge Agüero.
“Si las máquinas funcionan por fuera de la interpretación equívoca y polisémica del lenguaje humano”, desde el grupo Telemática y lenguaje, se preguntan si eso podría tener consecuencias en un aplanamiento del sentido de los mensajes que circulan en los medios digitales: ¿estamos volviéndonos más literales? Entre la delgada línea de no idealizar ni demonizar las tecnologías, la apuesta es pensarla en términos críticos. “Así como la utilización de dispositivos digitales puede tener el objetivo y el efecto del control, la desvitalización, la alienación en la técnica, también se pueden establecer relaciones de potenciación con las tecnologías para lo cual es importante, en primer lugar, comprender cómo funcionamos con ellas”, expresaron desde el grupo.
*Por Redacción La tinta / Imagen de portada: A/D.