Las “super frutas” comestibles del monte en otoño
No todo es algarroba, mistol, chañar o piquillín. En esta nota, Marcela Ledesma, técnica del INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) de la Estación Forestal Villa Dolores e integrante de las Familias Productoras del Monte Traslasierra, nos cuenta sobre otras frutas carnosas y comestibles del monte, menos conocidas: la pasionaria o mburucuyá, el ucle, la ulúa y el quiscaludo. Un paseíto para conocer más acerca de las frutas menos conocidas de nuestras tierras.
Por Soledad Sgarella para La tinta
Así viene sucediendo: veo un posteo en el Facebook, me llaman la atención las fotos, clic, me gusta, escribo, pido información y, ahí nomás, las Familias Productoras del Monte Traslasierra me responden generosamente. Esta vez, las fotos, coloridas y llenas de pepitas, son de frutas que parecen exóticas, pero no: “¡Bien criollas!”, me dicen desde el otro lado de las Altas Cumbres.
Marcela Ledesma es técnica de INTA y trabaja con las familias productoras del monte de los territorios de Chancani, Guanaco Boleado y otros parajes rurales de Traslasierra. Con ella es con quien me comunico esta vez y le pido que nos amplíe la info, que nos comparta estos saberes tan -frecuentemente- lejanos, por lo menos, para mí.
Hermosa diversidad del monte, dice Marcela y explica que, antes de que termine el otoño y el frío sea más intenso, la naturaleza ofrece sus últimas frutas, particularmente en años como estos, en que las lluvias del verano se hicieron esperar, llegaron escasas y tardías, y algunas especies florecieron y cuajaron sus frutos más tarde, para el disfrute otoñal. “No son las frutas más conocidas del monte, como algarrobas, mistol, chañar o piquillín. Son otras frutas, que tienen en común esa posibilidad de la maduración otoñal y también que son frutas carnosas, con propiedades alimentarias similares: ricas en agua, carbohidratos, fibra, vitaminas (A, B, C) y minerales, especialmente potasio, con carotenoides y polifenoles que les otorgan una fuerte acción antioxidante y antiinflamatoria, por lo cual podríamos decir que son unas súper frutas silvestres”.
Marcela señala que, si bien son frutos similares, sus plantas madres son bien distintas: una es una enredadera y las otras tres son cactus: uno columnar, tipo cardón; otro de ramas apoyantes y el tercero es un cactus rastrero. Crecen también en paisajes y condiciones diferentes: el monte serrano, el monte árido, bajo dosel de otras plantas y a pleno sol. “O sea, reflejan mucha de la diversidad del monte”, enfatiza y explica un poco de cada una:
Pasionaria o mburucuyá
«En el monte serrano, podemos encontrar unos huevitos anaranjados que cuelgan sobre algarrobos, talas y espinillos. Haciendo foco, descubrimos que son de una enredadera trepadora, la pasionaria o mburucuyá (Passiflora caerulea), que en esta época sigue floreciendo (con bellas y complejas flores blancas con filamentos azules, muy visitadas por los abejorros) y madurando sus frutas, similares a un huevito blando, de color exterior verde, amarillo o naranja, según su madurez. Si los apretamos un poquito, se abren y muestran una pulpa gelatinosa muy roja, envolviendo pequeñas semillas oscuras, que a los “niños chicos”, como decimos en el monte, les encanta. Además de comerlas como fruta fresca, también se pueden preparar helados de un hermoso color rojo o cocinar jugos, jaleas y mermeladas. Las familias serranas suelen agregarlas a la olla cuando el puchero está casi listo. El color rojo es obra de un caroteno, el licopeno, de fuerte acción antioxidante. Ya mencionamos sus otras propiedades que la hacen una valiosa fruta.
Como si todo esto fuera poco, a los valores alimenticio, medicinal, ecológico y ornamental, la pasionaria suma un súper plus: toda la planta tiene propiedades ansiolíticas y sedantes, que aportan tranquilidad y ayudan a un sueño sereno. Las yuyeras de El Milagro y otras familias recolectoras aprecian mucho la planta de pasionaria y también la siembran en sus casas, donde crece enredada a cercos y trepando en árboles. Es muy buscada por los pájaros silvestres, que dispersan las semillas, dando lugar a nuevas plantas”.
Ucle
“Si nos vamos hacia las serranías más áridas y a las llanuras del monte seco, encontramos el cactus columnar más grande del oeste cordobés: el ucle (Cereus haenkeanus = Cereus forbesii), un cardón de tipo arbóreo con ramas largas y erectas verde azuladas, espinosas. Florece de noche y la flor (grande, blanco rosada, bellísima) perdura en las mañanas de días nublados. Ahora están terminando de crecer sus frutos (de forma ovoide, sin espinas) y, al madurar, pasarán del verde al morado. Su interior es asombroso: una pulpa de color fucsia con abundantes semillas negras crujientes, muy poco frecuente en el universo de las frutas. Esta pulpa es de sabor dulce, muy refrescante y su particular color se debe a un pigmento de propiedades antioxidantes. Lo comemos como fruta fresca, en licuados y helados de color sumamente atractivo, y también elaboramos jaleas, fruta en almíbar y hay quien hace aguardientes para consumo familiar. Los frutos son muy valorados por las hilanderas, como colorante natural para lanas. Las ramas son forraje de emergencia de vacas, caballos, cabras. Al ucle, lo podemos cultivar como planta frutal (como si fuera un tunal), partiendo de trozos de ramas, que enraízan fácilmente”.
Ulúa
“Otro cactus frutal, pero que crece abajo de jarillas y talas, es la ulúa (Harrisia pomanensis). Es un cactus de tallos cilíndricos espinosos de hábito apoyante, por lo que forma densas ruedas de tallos entremezclados. También es de flores fugaces, grandes y bellas, de color crema y de apertura nocturna. El fruto es globoso, con la piel de un llamativo color fucsia, con escamas, pero sin espinas. La pulpa interior es blanca, con muchas semillas negras, crujientes. Es de un suave sabor cítrico dulzón, muy refrescante y diferente a todo lo conocido. En el monte, se lo come para saciar la sed. Además de comerse frescas, podemos hacer licuados, helados o jaleas y dulces. Como los del ucle, es un fruto rico en agua, hidratos de carbono, fibra, vitaminas, antioxidantes, polifenoles y pectinas. Muy preferida por aves, conejos de los palos y hormigas, que dispersan las semillas”.
Quiscaludo
“En los sitios más áridos y desnudos, encontramos al quiscaloro o quiscaludo (Opuntia sulphurea), un cactus rastrero de pencas redondeadas y rugosas, muy espinoso, que crece formando matas. Las flores son medianas, de un color amarillo limón. A los niños y niñas les gusta tocar sus estambres con un palito y ver cómo se mueven hacia el centro de la flor. Los frutos son muy espinosos, como una tuna pequeña de unos 4 cm, con forma de barril. Los hay de color amarillo y de color rosado. La pulpa es dulce, de sabor muy delicado y delicioso, un tanto cítrico, con muchas semillas duras como piedritas, que no pueden masticarse. Se puede comer fresco, pero las familias rurales, sobre todo, elaboran el arrope de quiscaludo, uno de los más apreciados en el monte. También se pueden hacer mermeladas y frutos en almíbar. Son valorados por sus propiedades medicinales antirreumáticas y expectorantes. Y es una especie forrajera de emergencia, para cabras y vacas, rica en agua, proteínas y materia grasa, aunque se requiere quemar previamente las espinas. Otro plus del quiscaloro es que en ellos vive la grana cochinilla, pequeños insectos silvestres (Dactylopius sp.) que dan el tinte carmín, muy buscado como colorante natural por las mujeres hilanderas, para colorear sus lanas y por las infancias rurales, para jugar pintando”.
Como dice Marcela, queriendo hablar de las frutas del monte otoñal, terminamos hablando muchas otras cuestiones: “Siempre pasa eso cuando hablamos del monte… Y es porque tiene una riqueza y una diversidad de aplicaciones enorme, que las familias rurales han sabido aprovechar como parte de la cultura local, vivida y reproducida cotidianamente. En el actual contexto de globalización, vamos perdiendo o desvalorizando aquellos saberes locales, en vías de una homogeneización cultural aplastante. No quiere decir que los alimentos del monte hayan dejado de estar presentes; es que, en esta cultura dominante y globalizadora, no reparamos en ellos. Tampoco significa que las frutas del monte tengan que reemplazar a las frutas tradicionales; es que el monte estuvo y está para sumar”.
Coincidimos: falta mucho por hacer. “Si bien la academia realiza estudios sobre los frutos del monte, mucho se desconoce todavía o no se aplica, porque los nuevos conocimientos circulan muy poco. Con las Familias Productoras del Monte, buscamos divulgar saberes, en un camino de resignificar y revalorizar nuestro monte. Y lo hacemos desde adentro, desde las huellas de la memoria territorial, porque nos interesa que la valorización sea del territorio y del modo de vida. No queremos idealizar, pero tampoco banalizar ni mercantilizar, el monte en el que siempre hemos vivido”, concluyen desde el otro lado de las Altas Cumbres.
*Por Soledad Sgarella para La tinta / Imagen de portada: Familias Productoras del Monte Traslasierra.