“María Jimena nació con su mamá esposada y una 45 en la cabeza”
Matilde Glineur Berne, militante del PRT-ERP, fue arrestada el 13 de junio de 1975 en Río Cuarto, tres días antes de casarse. Tuvo a su única hija esposada a una camilla y con un arma al borde de su cabeza. “Después del parto, el médico me hizo una extracción manual de placenta y la hemorragia casi me mata”, recuerda.
Por Esteban Viú para La tinta
Matilde está sentada debajo de un árbol grande, con ramas muy verdes que caen y proyectan una sombra generosa. Espera, en la punta de una mesa de madera, a que termine de cruzar el patio de su casa para comenzar la entrevista que pactamos hace algunos días.
A su alrededor, formando un semicírculo de lealtad, descansan cinco perros que rescató de la calle. Mientras nos saludamos, agradece la visita y, antes de sentarse nuevamente, dice: “Los setentistas, como nos dicen ahora, tenemos la obligación y el deber de contarle al mundo nuestra verdad. No digo la verdad, digo nuestra verdad”.
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Matilde se crió en “una casa política”. Su papá fue candidato a vice-gobernador de Córdoba por la democracia cristiana y de niña vio transitar por su hogar a decenas de personas vinculadas a la política provincial y nacional. “Para mí, la política era algo corriente, no estaba aislada de todo lo que pasaba”, dice con seguridad.
En 1970, se mudó a Córdoba para estudiar Medicina y muy lentamente comenzó a acercarse al PRT-ERP, en una ciudad álgida y combativa. “Un amigo de mi hermano, que fue arrojado desde un avión años después, me decía que era una pequeña burguesa y eso me enojaba mucho. Yo le preguntaba por qué pequeña”. Esa frase fue, según su relato, un disparador para acercarse a una forma diferente de la política que conocía hasta el momento.
“Desayunábamos, almorzábamos y cenábamos hablando de política y de una posible revolución. Al principio era una idea romántica, hasta que empezamos a cruzarnos con personas que planteaban la posibilidad de concretarlo”, recuerda. Por momentos hace pausas prolongadas, toma aire y sus ojos parecen proyectores que rebobinan la cinta de su biografía. “Queríamos subvertir el orden, para eso disputamos poder”, sentencia.
El 13 de junio de 1975, Matilde estaba en Río Cuarto con su compañero de entonces, Jorge Mele, también militante del PRT-ERP. Juntos organizaban su casamiento, que iba a ser solo tres días después. “Ese día llegaron parapoliciales a mi casa, en un Falcon verde y un Peugeot celeste. Me confundieron con otra mujer y me acusaron de asesinar a tres policías. Por suerte, al momento del hecho, yo estaba sacando turno en el registro civil y eso quedó asentado. De todas formas, me inventaron muchas causas, por ejemplo, que había estado en el copamiento de las bases militares de Villa María y Catamarca, que fueron el mismo día”, aclara. Ella y su pareja fueron detenidos en el momento y trasladados a Córdoba.
Matilde y Jorge viajaron separados, para facilitar la tortura de ambos. “En el camino, me hicieron el submarino seco, con una bolsa en la cabeza; simularon fusilarme al borde de la ruta y me abusaron con un arma. Llegué deforme a Córdoba”, cuenta. Estuvo alojada 15 días en la D2, sentada y esposada en una escalera de un patio interno, en pleno invierno. Cada vez que un policía subía o bajaba las escaleras, recibía golpes en todo el cuerpo. “Ahí aprendí a querer a las ratas. Al lado mío había un tacho de basura en donde se juntaban las ratas y, cuando escuchaban que venía alguien, se escapaban. De alguna manera, las ratas me informaban”, recuerda entre risas.
Fue trasladada a la Unidad Penitenciaria 1 de Córdoba y, al mes de llegar a la cárcel, que también funcionó como centro clandestino de detención, Matilde se enteró de que estaba embarazada. “Me hicieron solo dos controles durante todo el embarazo. Elegí tenerla en la Maternidad Provincial. Al lado mío, había siempre una mujer policía con un arma que me custodiaba. María Jimena nació con su mamá esposada y una 45 en la cabeza”, dice. El parto duró 18 horas y el médico que la atendió le realizó una extracción manual de placenta que le provocó una hemorragia que casi acaba con su vida. Demoró 4 días en volver a la cárcel, cuando el promedio era entre 8 y 12 horas. Sus compañeras pensaron que la habían desaparecido.
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“Al final, volví con mi gorda en brazos y hoy me doy cuenta de que soy una afortunada. Porque no me desaparecieron y porque, a los 20 días que nació, le pude entregar a María Jimena a mi mamá. Dos semanas después, se vino el golpe y muchas compañeras les tuvieron que entregar sus hijos a los milicos”, agrega Matilde.
Narra sus últimos días en la UP1 y su traslado a la cárcel de Devoto, donde recuperó su libertad en 1979. Recuerda con cariño a los presos comunes por todas las enseñanzas y el acompañamiento que tuvieron de ellos. “Las puertas de las celdas tenían un espacio por donde pasa la comida y no tenían el plástico que las cierra, estaba descubierto. A través de esos espacios nos comunicábamos con mis compañeras, porque los presos comunes nos enseñaron a hablar con las manos”, dice. Su cabeza trabaja a toda máquina para recordar los detalles que configuraban su vida hace 47 años, recluida con sus compañeras de militancia en una celda de 2×2, sin baños y con un contacto limitado. “Éramos consideradas presas de máxima peligrosidad y no teníamos información del exterior. Entonces nos trepábamos un poco por las ventanas y los presos comunes nos leían las noticias. Hasta nos enseñaron a comunicarnos con pañuelos de colores y en código morse. Fueron muy amables”, relata.
Matilde ubica en esos actos de resistencia la voluntad inquebrantable que los militares no pudieron romper a pesar de acribillar y desaparecer a 30 mil. “Cuando pasaban compañeros a la enfermería, desde las celdas gritábamos resistir, resistir sin arrodillarse. En la cárcel se resiste así, sin enfrentarse al pedo. Si me pedían que me sacara la ropa, llegaba hasta la bombacha, pero no pasaba de ahí porque ya era denigración”, dice.
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La entrevista está por terminar, llevamos algo más de hora y media de charla. Matilde cuenta que, cuando se inscribió en Medicina, quería hacer cualquier especialidad menos pediatría. Después de parir esposada y no poder amamantar a su hija recién nacida, decidió especializarse en Neonatología y tiene una maestría en Lactancia. “Todo está atado, no puedo separarme de mi historia”, dice y agrega que la relación con su hija, ahora, es una relación hermosa, pero que costó: “A veces me miraba y me decía: ¿Por qué no te volvés a la cárcel?”.
Para concluir, le pregunto si esta situación u otra le produjo algún tipo de arrepentimiento de las decisiones que tomó. “No”, dice con claridad. Toma aire, hace una pausa silenciosa que dura algunos segundos y repite: “No”.
*Por Esteban Viú para La tinta / Imagen de portada: Esteban Viú.