Las capas de la memoria: la comida no es buena si no es compartida
Boios, falafel, boreca, shakshuka, un té turquí con menta. El artista cordobés Salvador Pérez recopiló e ilustró las recetas y relatos (sobre la cultura judeo-turca) que, desde Estambul a Córdoba, acompañaron su vida y la de sus ancestrxs. Servir la mesa, abrir la puerta de la casa, liberar el recetario familiar. Honrar los legados y compartirlos, para que sigan viviendo. ¡Chin chin, labriut, lejaiim!
Por Soledad Sgarella para La tinta
“Somos nuestra memoria,
somos ese quimérico museo de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos”.
Jorge Luis Borges
Hace unos meses y habiendo recién pasado el Rosh Hashaná, mi suegra me regaló un recetario de comidas típicas judías que le habían obsequiado en la colectividad de Rafaela, Santa Fe, y aunque Eva no cocina, sus relatos en torno a esas comidas son para mí también un festín. Me lo traje cuidadísimo en mi mochila y tiene un lugar privilegiado en la biblioteca de casa, al ladito de varios otros -heredados o regalados- que versan sobre las tradiciones culinarias, sus itinerarios y lo que sucede cuando un plato de comida irrumpe una mesa, y con ello, nuestras vidas.
Desde que tengo una memoria consciente, ando chusmeando recetas familiares, propias y ajenas. Me puedo sentar horas enteras a ver cómo se hace un locro de verdad, unos neules italianos o unos knishes de papa, pero también a escuchar las historias que vienen con esos sabores. Disponerme a recibir esos tesoros intangibles intentando averiguar cómo es que -en nuestras cocinas y en nuestros corazones- aromas y gustos componen nuestras identidades.
En el puesto de la editorial cordobesa Cielo Invertido, de la Feria Feminista, un pequeño objeto toma mi atención: “Las capas de la memoria. Un viaje de sabores, recuerdos y pasiones, de Estambul a Córdoba”. Es un libro-bitácora del docente, diseñador gráfico y gestor cultural cordobés, Salvador Pérez, ilustrado por él mismo con acuarelas y una caligrafía que me hipnotiza.
La comida, ese lenguaje común
Salvador me cuenta que el proyecto nació hace unos años tratando de recopilar la información de todas las recetas que daban vueltas por su familia, de ascendencia turca. Un homenaje gráfico a sus ancestrxs que llegaron a Argentina, escapando de la guerra y el hambre.
“Mis abuelos paternos, los Pérez-Perpignal, llegaron después de un viaje bastante largo desde Esmirna, Turquía. Es un viaje muy curioso ese, porque mi bisabuela parió a mi abuela en un salón en Francia, en una parada que había hecho el barco entre Turquía y Latinoamérica -y Buenos Aires-, y ahí se quedaron durante 2 años donde mi bisabuela fue nodriza de una familia muy rica cerca de Lyon, y mientras le daba la teta al niño rico, también le daba a mi abuela. Después de muchos periplos y de meses de viajes, llegaron a Argentina, a Tucumán concretamente. La familia materna, los Bali-Samanon, llegaron a Córdoba desde Estambul en 1917 y mis abuelos vivían en la bajada Alvear, allá en la zona de los boliches, del ex Mercado de Abasto, en Cochabamba casi esquina Juan B. Justo. Mi bisabuelo vino con algo de dinero, porque era de profesión era hojalatero y montó una pequeña pensión en la calle Cochabamba, y adelante de la pensión construyeron un taller de hojalatería. Así que mi abuelo, ya con 16 años, se empezó a empapar del oficio y fueron hojalateros muy exitosos, hizo los techos de los galpones de Porta -cuando fabricaban licores y no químicos- y del Palacio Ferreyra”.
Desde el otro lado del océano, Salvador aclara que, aunque tuvo una educación bastante tradicional respecto a las tradiciones judías -como pasó frecuentemente con familias inmigrantes-, sus abuelos no quisieron enseñarles la lengua materna: “Es que hubo muchas persecuciones a lxs judíxs en esa época y, al llegar a Argentina, decidieron empezar una vida nueva. La lengua turca no es una lengua muy útil y está estigmatizada por todas las cuestiones que tuvieron que ver con el holocausto armenio, pero la cultura turca es una cultura muy rica, muy, muy colorida, de muchos sabores… Una mezcla de mediterráneo con las montañas y con el mar”.
En 2017, el artista y sus hermanxs tuvieron la oportunidad de viajar a Esmirna y Estambul, conocer los lugares donde habían vivido sus abuelxs y conectar con la cultura familiar. “Todo eso que recibimos de manera verbal lo pudimos entender: los mercados, los olores, las comidas. Nos sentimos muy en casa, porque sentíamos que lo que nuestros abuelos nos habían transmitido estaba muy presente en nosotros. A pesar de no haber entendido la lengua y no habernos compartido muchas cosas de la cultura, por esa idea de recomenzar una nueva vida y de que las generaciones futuras no sufrieran la doble persecución de ser judío y, además, de ser turco”, explica Pérez.
Así nace esta “pequeña y divertida enciclopedia de cultura y sabores orientales”, una traducción amorosa, para compartir y -por qué no- sanar. “Decidí tomar las recetas y cosas que nuestras familias compartían de manera verbal y ponerle palabras y dibujos. Y bueno, fue también una especie de duelo porque mi madre había fallecido. Ahí me puse en campaña de recuperar esas recetas, de buscar todas las notitas y todas las cosas que estaban dando vueltas en papelitos, y pintar. El dibujo nace como una necesidad de eso, de poder comunicar un poco todos estos saberes y traducir toda esta cuestión oral que estaba en la familia”, agrega Salvador, quien plasma sus creaciones en su proyecto Mate con yuyos, un mini-estudio de ilustración, diseño editorial y audiovisual itinerante.
La mesa está servida
“Estamos invitados a degustar esta porción de historia familiar para que estas recetas y relatos traspasen las distancias geográficas, atraviesen las generaciones y se fundan con regocijo y alegría en cada reunión”, dice Salvador en la primera página del libro y es claramente el espíritu de la bitácora. En Las capas de la memoria, Pérez nos invita a pasear por su casa. En un recorrido libre, el pequeño recetario te embarca en la inmensa intimidad de una parte de su mundo privado.
Con el libro, Salvador abre la mesa familiar. En la charlita, me dice algo que ya sabemos: hay pocas personas que dan este paso y comparten las recetas tradicionales. “Casi todo queda en el seno de las comunidades, las tradiciones quedan encerradas en burbujas y yo decidí un poco irrumpir ahí y compartir estas cosas que uno conoce y sabe con todos. Abrir y construir un saber universal, las cocinas como lo declara la UNESCO: patrimonios inmateriales, ¿no?”, agrega.
Siempre conectado con proyectos abiertos y para hacer girar, el autor hace hincapié en que la intención es poder mostrar otras miradas, otras maneras de vivir, otras cosas que pasan en el mundo, con el foco puesto en compartir lo que sabemos, lo que vemos, lo que descubrimos. Con la coherencia que amerita, Salvador aclara que el proyecto tiene la licencia de Creative Commons y que, comunicándose con él o con Cielo Invertido, es posible tener acceso libre, para reimprimir y disfrutar.Además de las recetas y sus respectivos trucos (claramente transcriptos de los “papelitos” encontrados), el libro tiene un apartado de objetos familiares y sus historias, y otro de dichos y refranes, explicados para quienes venimos de visitantes. «Masharlá”, por ejemplo, es una expresión de admiración, alegría, regocijo, orgullo o bendición. En los agradecimientos, Salvador añade el quid de la cuestión: la comida no es buena si no es compartida.
Masharlá, que no cese el convidar y el hacer circular.
Gracias por invitar.
*Por Soledad Sgarella para La tinta / Imagen de portada: «Las capas de la memoria. Un viaje de sabores, recuerdos y pasiones, de Estambul a Córdoba”.