La cárcel y el deseo como motor de transformación

La cárcel y el deseo como motor de transformación
14 diciembre, 2021 por Redacción La tinta

Lucía fue a ver a los Fundamentalistas del Aire Acondicionado. La mitad del recital lo hizo en medio de una videollamada con uno de los estudiantes de la Unidad Penitenciaria N° 1 de Olmos. Él es fanático del Indio y le pidió que por favor le enviara fotos y videos del espectáculo. Durante buen tiempo de la llamada, Diego estuvo apoyado sobre la reja del pabellón en el que está guardado hace unos 8 meses. Al otro día, Diego le escribió para agradecerle y confesarle que no solía emocionarse porque la cárcel lo había endurecido (estuvo 9 años preso). “Se me piantó un lagrimón. Acá tenés un amigo”.

Por Julia Pascolini para La tinta

Dolina dijo en una entrevista con Novaresio que el pensamiento tiene que estar al servicio del deseo. En la misma, se pregunta: “¿Por qué no les dicen que van a ser mejores amando?”, en relación a la educación de les pibes en la escuela. ¿Y qué pasa con la cárcel? ¿Hay motor de deseo? ¿Dónde está el deseo, dónde lo vemos? El deseo muchas veces es el que mantiene alerta las cabezas de las personas privadas de su libertad. El deseo es su pulsión de vida.

Leyendo Vigilar y Castigar, de Michael Foucault, me percaté de que el proceso histórico del punitivismo, al contrario de reducir su intensidad quitando los castigos físicos inhumanos y crueles a los cuerpos que cometían delito, lo igualó o empeoró a través del castigo al alma de la persona privada de su libertad. No digo, claro, que la privación de la libertad sea igual o peor a ser desmembrado y torturado públicamente al grito de una horda enardecida, pero es cierto que 50 años de cárcel pueden constituirse como una muerte lenta y dolorosa. Ese proceso está caracterizado por la privación de muchos más derechos que el de la libertad ambulatoria. Se rige por la privación del acceso al derecho a la salud, a la educación, a la vivienda digna y al deseo. Una persona que no es considerada como tal no puede ser un sujeto deseante, respectivamente.

Para ser sujeto de deseo, sujeto que desea, es necesario tener acceso a herramientas que lo garanticen. Por ejemplo: no se puede ejercer el derecho al deseo plenamente si no se cuenta con los medios económicos para hacerlo o si se fue víctima de ciertos abusos que hayan censurado la posibilidad de desear con otres. Abusos de todo tipo, desde los sexuales hasta los de tipo policial. Es necesario constituir un proceso de reparación simbólica, pero también de otros tipos (económica, por ejemplo) que ayude a esa persona a volver a ser un sujeto deseante.

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Una persona sin trabajo, por ejemplo, no puede concretar ver fútbol gratis cuando el Fútbol para Todos ya no es un derecho. Esa persona se tiene que conformar con ver una tribuna que le transmite una felicidad que no está viviendo y de la cual conoce motivos solo a través de la voz de un relator. Por eso le molesta tanto a ese otro gran sector de la sociedad que las personas en situación de pobreza tengan tele, equipos de música con altos parlantes y antena de cable, que tomen coca o tengan un celu piola. Porque, tal como dijo Foucault, las nuevas herramientas del punitivismo consisten en arrancarle a la persona condenada (en los dos sentidos, socialmente y legalmente) su derecho a desear. Las nuevas formas del punitivismo consisten en la deshumanización de esa persona, tanto para que crea que su vida no vale y que no tiene derecho a acceder a lo mismo que el vecino o el ciudadano que va por la calle con su celular, tranqui. Sin embargo, el robo de ese celular se podría constituir como un método de resistencia a esa desigualdad estructural. El acceso a esa zapatillas piolas o a ese celular última moda puede significar mucho más que la concreción de un delito, puede significar una forma de revolución individual ante la inhabilitación del deseo.

Cuando tenía 12, un amigo de la escuela me dijo entre risas: “Iba caminando con los pibes, un pibito iba por la misma vereda que nosotros y se cruzó de calle. Así que fuimos y le robamos las zapatillas”. Él dejó el colegio al año siguiente. Repitió dos veces y no porque no tuviera la posibilidad de seguirle el ritmo, sino porque el pibe chorro no estaba bien visto. Él pertenecía a otro lugar: las personas de la escuela se lo hacían saber, a través del desprecio, del miedo, cruzando de calle. Él no robaba porque “no tenía para comer”, como algunos sectores del progresismo insisten en justificar, él afanaba por deseo, por impulso, por bronca. No todos los casos son iguales, sin dudas. Hay pibes que afanan para dar de comer a sus familias, otros porque siguieron los pasos de sus hermanos, amigos, otros por bronca y a todos ellos los mueve el deseo de acceder a lo mismo que el resto de la sociedad: alimento, objetos de valor, plata, una coca, un equipo de música, una buena tele.

Cuando se niegan derechos, brotan resistencias. Más o menos dañinas. A veces un robo puede terminar en la muerte de alguien y sin dudas debe ser observado en su integralidad y no dejarlo pasar solo porque “era un pobre pibe”. Lo que sí hay que observar, necesariamente, es qué lo llevó a ese punto. Qué trayectorias familiares tuvo que atravesar para estar en ese lugar. ¿Por qué otro pibe, pero de otro sector socioeconómico, no está preso por robar? La cuestión no es si la cárcel debe existir o no, sino para qué existe. ¿Para encerrar gente y deshumanizarla, o para transformar una realidad estructural de desigualdad? Sin dudas, la respuesta no es la segunda.

Que el deseo sea un motor de vida muchas veces pone en riesgo la vida de los propios pibes. ¿O acaso salir a robar no significa terminar en un posible ”enfrentamiento” con la policía que termine en un nuevo gatillo fácil o en un linchamiento social en la vía pública? Y luego, ¿qué pasa con la privación de la libertad? Como decía, esa instancia constituye arrancarle el derecho al deseo. Por eso, en la cárcel, destruyen las tortas de cumpleaños que quieren ingresar las familias, destruyen todo lo que pueden en las requisas a las celdas o pabellones, etcétera. Ayer, mientras Lucía videollamaba a Diego, Diego se sentía fuera de la cárcel. Por un segundo o varios, o una hora, Diego no estuvo privado de su libertad, sino disfrutando de escuchar y ver a la banda de su ídolo.

*Por Julia Pascolini para La tinta / Imagen de portada: PROCUVIN.

Palabras claves: argentina, cárceles, punitivismo

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