Quiero ser gigante
Financiando estudios, visitando consultorios, haciendo pasar publicidad por ciencia, Danone logró imprimir una preocupación y una supuesta solución en la góndola: los niños de todos los estratos pueden y deben ser más altos, y comiendo Danonino es como se logra.
Por Roly Villani para Bocado
Una niña -que claramente tiene todas las necesidades básicas satisfechas- se sube a un fardo de alfalfa. “Mira qué alta”, dice desde arriba mientras se compara con la mujer adulta que ríe a su lado. En otra publicidad, se ve una animación del hueso de un niño que crece a medida que recibe las dosis de nutrientes que aporta el producto. El niño dice que cuando sea grande quiere ser superhéroe. En otro anuncio, una competencia de niños -sanos y bien nutridos- por ser más altos se convierte en angustia de la madre que se resuelve mágicamente con el consumo del súper comestible en cuestión.
Danonino: un lácteo azucarado, rosado colorante, perfumado a frutilla o vainilla o a durazno, texturizado con la untuosidad única que dan los aditivos, más cuatro vitaminas y minerales agregados. Un producto que, además de energía y defensas, asegura altura: centímetros de más para ese cuerpo en formación que lo consuma.
Las palabras “crecer”, “crecimiento” y “creciendo” son mucho más que un campo semántico para Danonino. Forman parte de un mensaje obsesivo que crea ansiedad y preocupación: si faltan los nutrientes, faltará algo en el pleno desarrollo.
Danonino promete crecer y le habla directamente a esos niños -¿bajitos como todos los niños?- a través de un dinosaurio llamado Dino. Una mascota que remite a algo enorme y huesudo esqueleto prehistórico. En algunos países como México y Brasil, el slogan de la marca es directamente “Quiero ser Gigante”.
A esas publicidades pregnantes y todo su sabor de golosina, el éxito de Danonino se completa con marketing directo a profesionales de la salud. En Argentina, Danone tiene un cuerpo de visitadores que recorre consultorios pediátricos y de nutricionistas que luego, en muchos casos, terminan recomendándolo. Sabrina Critzmann es médica pediatra, se formó en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en el Hospital de Niños Pedro de Elizalde. Tras finalizar su residencia, estudió Puericultura y se especializó en Lactancia Materna, y está de ese lado, del de los profesionales de la salud que no creen que las marcas sean aliadas, sino problemas. “Además de los problemas que genera que estemos hablando de un ultraprocesado que nunca es recomendable para la infancia, en el caso del Danonino, además se adhiere una promesa de crecimiento competitivo: ser más alto. ¿Más alto que quién? ¿Más alto por qué? ¿Por qué tener más altura es mejor? La respuesta no tiene nada que ver con algo científico, es puramente comercial. Las personas tenemos cuerpos diversos y ser alto no es necesariamente una condición de salud positiva”.
¿Podría el mandato de la altura a la que se abraza la industria láctea ser una aspiración hegemónica tan brutal y anticientífica como un cuerpo con curvas de 90-60-90? En 2012, la revista de moda Vogue decidió no incluir en sus tapas modelos demasiado flacas como respuesta a las organizaciones de consumidores que la acusaban de promocionar figuras poco saludables. Mientras tanto, en una publicidad de Danonino, un niño llora porque le dijeron “enano” y, lejos de combatir la discriminación sufrida, su madre estimula la competencia y le quita la angustia con un Danonino que lo convierte en un gigante que vendrá por su revancha.
“Cuando hacía trabajo de campo en la Quebrada de Humahuaca, las madres más pobres hacían enormes sacrificios para comprar el Danonino porque en la tele les decían que iban a crecer fuertes y sanos”, dice Diego Díaz Córdova, antropólogo especializado en alimentación. Su experiencia permite pensar la cuestión de la altura desde una perspectiva menos competitiva.
“En la especie humana, hay pueblos como los Tehuelche cuya talla promedio era de 180 centímetros, eran realmente altos, y en el otro extremo están los pigmeos Mbuti que alcanzan los 120”, dice Díaz Córdova. Esa plasticidad de la especie nos permitió adaptarnos a todos los territorios con sus posibilidades alimentarias. La diversidad cultural juega el mismo papel que la diversidad biológica, ambas son el resguardo de la supervivencia. Pero en una sociedad globalizada, las culturas desaparecen bajo fórmulas desarrolladas en esas fábricas que dan productos que saben, se ven y tienen lo mismo en todo el mundo.
A mediados de la década de los 90, la Organización Mundial de la Salud enfrentaba un debate áspero: cientos de especialistas cuestionaban que se hiciera la evaluación universal de la talla en la infancia con base a un estudio muy poco representativo. Las curvas de crecimiento que había impuesto el National Centre Health of Statistics de Estados Unidos habían tomado datos sobre una pequeña población del estado de Ohio que, además, habían sido en su gran mayoría alimentados artificialmente, con leche de fórmula, lo que generaba una gran distorsión: para alcanzar esos números, había que pasar por esos alimentos artificiales.
Se convocó entonces a un grupo de expertos para revertirlo realizando un nuevo modelo. El Estudio Multicéntrico sobre el Patrón de Crecimiento (EMPC) demandó cinco años de trabajo y obtuvo información de unos 8.500 niños de países tan disímiles geográfica, económica y culturalmente como Brasil, EE. UU., Ghana, India, Noruega y Omán. Marcos Arana es médico y antropólogo, estudia la desnutrición y lactancia materna como miembro de BFANT (International Baby Food Action Network) y vive y trabaja en Chiapas, un estado empobrecido e indígena en el sur de México. Un lugar donde las diferencias fenotípicas con países como Estados Unidos son abismales.
—El debate fue muy interesante. En primer lugar, se estableció que la alimentación de los niños evaluados debería ser la leche materna con complementación alimentaria basada en alimentos locales no industrializados, principalmente frescos y sin adición de azúcares ni sal. En segundo lugar, que esos alimentos estén en condiciones higiénicas y que los niños tengan acceso al agua potable. Tercera condición, que no haya habido problemas durante el embarazo. Y el principal tema era evaluar niños cuyas madres estuvieran bien nutridas, que supieran leer y escribir, y que no estuvieran expuestas al humo de cigarrillo.
El resultado fue publicado en 2005 y una de las conclusiones que subyacen en el texto es que las diferencias en la talla son por diferencias sociales y económicas. En ningún lugar del estudio se dice que los niños puedan o deban crecer como la fantasía que promueve el dinosaurio.
Danone invierte millones en la construcción de un discurso científico. Lo hace a través de institutos que financian estudios que destacan información que luego deviene productos. Actualmente, son diez centros ubicados en Bélgica, China, Francia, Indonesia, Italia, Japón, México, Marruecos, Estados Unidos y España. Tiempo atrás, la región sudamericana tenía su centro local -el Instituto Danone ConSur-, pero fue desarticulado.
Algunos de los títulos que publicaron antes de desaparecer son: Alimentos Fermentados: Microbiología, Nutrición, Salud y Cultura” ; “Crecimiento Saludable. Entre la Desnutrición y la Obesidad en el Cono Sur”. O “El Papel del Calcio y de la Vitamina D en la Salud Ósea y Más Allá. La Perspectiva desde el Cono Sur”. En cada publicación, se establecen déficits y consecuencias, lo que allana el camino para que luego aparezca el postre con el que esa deficiencia puede cubrirse.
“Tiene tres veces más calcio que la leche”, dice el estribillo de la publicidad de Danonino, aunque jamás se ha publicado evidencia que muestre que comer un Danonino haya generado efectivamente algún impacto positivo en la salud ni en el crecimiento general de nadie.
Cada vez que un consumidor elige un producto por los nutrientes que promete su envase, ratifica su confianza en sistema experto que se erige no con ciencia, sino con publicidad. “La absorción de los nutrientes depende de muchos factores, uno de los más importantes es la salud de la microbiota, lo que históricamente se conoció como flora intestinal”, dice la pediatra Sabrina Critzmann. Si tenés el intestino permeable y tu sistema digestivo está inflamado, yo le puedo meter toneladas de nutrientes aislados, pero no los va a absorber. Y comer ultraprocesados impacta negativamente en la microbiota”.
Danonino es una mezcla espesa y pesada irreproducible en el hogar que se viste con los personajes de moda y saca ventaja en la confusión. Eso incluye la edad a la que se empieza a consumir el producto. Si bien no está recomendado para bebés, es ese el momento de mayor vulnerabilidad paternal asociada a una preocupación sobre el crecimiento adecuado donde se empieza a dar. En Facebook, hay grupos donde madres y padres narran episodios de vómitos luego de suministrar el producto. Están vinculados a la sobrecarga proteica que el postrecito genera en la primera infancia. Pero algunas familias también dudan de sus ingredientes. Cuatro años atrás, entre los ingredientes de Danonino, se podía leer la lista de aditivos con su correspondiente señalización alfanumérica internacional. No era información de fácil comprensión, pero con un poco de paciencia, se podía hacer una búsqueda de esas letras y números. Esa información ya no está. Amparados en la legislación que les permite no describirlos cuando están incorporados en un subproducto que hace a la preparación, los rótulos ya no informan qué conservantes, espesantes, coagulantes y emulsionantes contiene el producto.
Hoy, Danonino pasó a tener una fórmula casi secreta (o, al menos, oscura).
En Argentina, se presenta como yogur endulzado parcialmente descremado. Hecho con leche entera, preparado de frutillas con calcio, zinc, hierro y vitaminas A y D, aćido fólico, azúcar, proteínas lácteas, almidón modificado, gelatina, cultivos lácticos, colorante carmín, aromas.
En Brasil, como queso petit suisse con preparado de frutos. Leche descremada, preparado de fruta, agua, fructosa pulpa de frutilla, jugo de limón concentrado, concentrado de zanahoria negra, almidón modificado, vitamina D, espesantes, carragenina carboximetilcelulosa, goma guar y goma xántica,
En México: es queso petit suisse con fruta, bajo en grasa. Leche entera pasteurizada, sólidos de leche, goma guar, carmín, sorbato potásico y beta caroteno, inulina, maltodextrina, almidón modificado, azúcares añadidos (azúcar) cloruro de calcio, cultivos lácticos, carragenina y cuajo. Preparado de fresa 12,5% azúcares añadidos (azúcar y fructosa), puré de fresa, almidón modificado, fosfato tricálcico, saborizantes, maltodextrina, ácido cítrico, vitamina C y D.
¿Podría algo así ser considerado un alimento que garantiza un crecimiento saludable? Los profesionales de la salud libres de conflictos de interés son claros y rápidos en dar una respuesta negativa. Pero su voz queda tapada bajo toneladas de publicidad del tamaño de un dinosaurio.
*Por Roly Villani para Bocado / Imagen de portada: A/D.