Gritos de las madres del monte: memorias y saberes indígenas para el buen vivir
A partir de un Taller de Memoria Étnica, los relatos de “Gritos de las madres del monte, voces de mujeres en lucha” rescatan saberes ancestrales y experiencias del buen vivir de mujeres y personas trans de siete pueblos indígenas del Chaco salteño.
Un grupo de mujeres indígenas se reúne para compartir experiencias e historias, y rescatar saberes ancestrales en el Taller de Memoria Étnica, en la ciudad de Tartagal, al norte de la provincia de Salta. Lo vienen haciendo desde el año 2000 las integrantes de la organización Aretede y de la radio comunitaria La Voz Indígena. A partir del parate por la pandemia de coronavirus, se abrió un proceso crucial: terminar de sistematizar y publicar una serie de cuatro libros y una cartilla, con contenidos basados en sus relatos e historias, producto de ese Taller de Memoria Étnica.
Uno de los libros es “Gritos de las madres del monte, voces de mujeres en lucha”, una obra “escrita comunalmente”. Reúne experiencias de mujeres y personas trans de siete pueblos indígenas que habitan el territorio del Chaco salteño. No sólo denuncian los atropellos en la zona, también señalan la necesidad de oír lo que la naturaleza tiene para decir a través de sus seres protectores y espíritus. La naturaleza, la tierra, dicen, está enojada por el daño que la humanidad le viene provocando y por eso aparecen enfermedades como la COVID-19.
Este es el tercer libro publicado por Aretede (la organización formal con que cuenta este grupo) y la radio comunitaria La Voz Indígena. Las autoras son Felisa Mendoza, Nancy López, María Miranda, Cristina López, Edith Martearena, Mónica Arias, Mónica Medina, Aida Valdez, Yocelin Plaza y Teresa Torres. Buscaron contar las historias de su pueblo y la comunión profunda con la naturaleza, el monte y sus espíritus, necesaria para el buen vivir.
“Habla sobre cómo era la vida de los pueblos en tiempos en que había territorio y monte, cómo era toda la vida de las mujeres, de los pueblos”, “cómo eran las sociedades, las culturas, cómo era salir en grupo a recolectar, a cazar”, dice la antropóloga Leda Kantor, que acompañó la producción de esta obra. Y habla también del después. “Cuando empiezan a construirse las rutas, los pueblos, las ciudades. Del avance de la frontera agropecuaria, la instalación de las empresas petroleras, del inicio del extractivismo”; de “las transformaciones de la vida de los pueblos, todo el proceso de desalojos de las comunidades”, describe a Presentes.
Leda no es una antropóloga más. Las mujeres indígenas la reconocen como “compañera” y parte de sus familias. Hace 25 años, vino por primera vez a la costa del Pilcomayo, a Misión La Paz y Kilómetro 1, casi 200 kilómetros más al noreste, en “el Chaco”. Desde entonces, es parte de este grupo de mujeres dedicadas al rescate de la memoria de sus pueblos. Y por insistencia suya, se inició el Taller de Memoria Étnica, de donde surgieron estos contenidos.
El libro “Gritos… “ se presentó en Tartagal, en una reunión propuesta como un diálogo intercultural, que transcurrió el 12 de marzo, con emociones de un lado y otro. Aunque la idea inicial era presentarlo en la capital salteña y otras provincias, y ponerlo a la venta de ese modo, la pandemia dejó en suspenso esos planes. Presentes conversó con ella y con algunas de las autoras de la obra.
Si bien el libro venía trabajándose desde hace por lo menos tres años, fue concluido en la pandemia. El apoyo de un financiamiento a través de un proyecto del Fondo de Mujeres del Sur ayudó a concluirlo y editarlo. Y en ese devenir, el libro sumó también una reflexión colectiva sobre la pandemia. “Las mujeres lo ven como parte del daño que el humano hizo y hace al mundo, que le hizo y le hace a la naturaleza. Y que todo esto también es parte del enojo de la tierra, de la necesidad de un cambio del modelo extractivista que hace tanto daño al planeta”, dice Kantor.
El libro cuenta en uno de sus capítulos, el segundo, acerca de la llegada al territorio de las actividades extractivistas, pero también de las luchas de los pueblos para resistir. Y acerca de cómo el monte nativo se defiende. “Y esa defensa también es espiritual. A partir de ahí, son una serie de relatos que cuentan sobre todos los espíritus dueños de los montes, de los animales, de los peces”.
Las mujeres cuentan las situaciones que pasan, el desmonte, los accidentes inexplicables y “las cosas que provienen de la defensa espiritual de los mismos montes”, cuando se los invade sin pedir permiso y sin respeto. Este capítulo, el tercero, termina con el relato “de las madres de los montes” y de “todos los espíritus femeninos que de alguna manera componen la naturaleza y cómo ellos están salvaguardando el mundo”. Todos los relatos surgen de las reflexiones en el Taller de Memoria. También de entrevistas que hicieron a otras mujeres mayores de sus comunidades, portadoras de sus devenires y saberes.
Contar la historia del buen vivir
En la conversación con las autoras, surgen ideas comunes, expresadas de variadas formas. La importancia de recuperar la historia de sus pueblos, con sus dolores y su felicidad. La convicción de que la riqueza no tiene nada que ver con la propiedad privada; que el buen vivir solo puede alcanzarse respetando a los otros seres vivos y, por eso mismo, no es posible en un sistema extractivista; que los pueblos indígenas guardan saberes buenos para toda la humanidad.
A sus 72 años, Felisa Mendoza es quizás la mayor de las integrantes del colectivo que laboró el libro. En la presentación, contó que lo hicieron para hacer conocer a sus pueblos, para contar lo que vivieron de niñas. “Teníamos el monte, antes decíamos el buen vivir, que ahora no lo tenemos. El buen vivir es tener el monte, el territorio, todos los alimentos que nos da el monte, la medicina” y “todo eso ahora ya no lo tenemos”, está todo lleno de desmontes “para poner la soja. Cada vez estamos pobres de las cosas que teníamos antes. Antes éramos ricos, ricos de todo. Teníamos monte, teníamos sembrados, teníamos de qué vivir. Teníamos nuestros ríos donde nunca se terminaba, donde nosotros podíamos ir tranquilamente. Pero ahora, no”.
“Gritos… “ contiene “nuestra historia”. Habla del dueño del monte, de ese espíritu que cuida todo lo que hay en él, un ser amoroso siempre dispuesto a ayudar, pero capaz de provocar un daño si se maltrata a la naturaleza. El libro es también una acción para que no se pierdan estos saberes. “Son muy importantes los libros para que quede para nuestros niños”, para “que sepan cómo era la historia de las mujeres de antes”, expresó Felisa.
Mujer trans guaraní
Yocelin Plaza tiene 36 años, es una mujer trans de la Comunidad del Pueblo Guaraní Misión La Loma (Tartagal). Le encanta jugar al fútbol y es una de las que se unió al Taller de Memoria Étnica. Nancy López, una histórica dentro del Taller, comunicadora indígena y referente de la Comunidad El Quebracho, del pueblo Weenhayeck, la llama “mi compañera, mi hermana”. La convocó cuando vio en ella el mismo sufrimiento que experimenta cualquier mujer indígena, ese dolor causado por la discriminación. La abrazaron, dice Nancy, “es un ser vivo igual que todos nosotros”.
En su infancia, Yocelin alternaba la escuela con el trabajo y los juegos. “Tratamos de contar nuestra historia, de contar cómo éramos felices, cómo en nuestra niñez íbamos al cerco, corríamos por los montes, cazábamos con nuestros padres. Este libro está basado en todo lo que hemos vivido, contado con el alma, con el corazón”, dice Yocelin. Y explica que “el dueño del monte es una persona que nos protege. Cuando entramos, pedimos permiso para cazar como para sembrar”.
Mi niñez hermosa
Mónica Medina, de la Comunidad Weenhayeck El Quebracho, también tiene buenos recuerdos de la infancia. “Cuando había monte muy sano, no había desmontes, todo eso”. “Mi niñez ha sido muy hermosa, antes de salir a buscar algarroba con mi abuela, mi abuela primero conversaba con el sol”. Si hacía mucho calor, ella le decía (lo dice en qom): «Nala’, avi’imaqtq, qaica hntap naie, hinaectagueto naua hiua’alle, ñató ca hamap seroua’a ca hima’ nache sacheguenaq».
“Sol, quedadito, no te calientes tanto hoy día, estoy llevando mi nietecita, mi nietecito, porque voy a recolectar algarroba para que yo pueda llegar a mi casa y alimentarlos a ellos”.
Todo el año se sacaban frutos del monte. “Termina el tiempo de algarroba, viene ya el tiempo de la recolección de chañar. Cuando termina eso, viene la recolección de otras frutas que ya están listas. Después, está la última cosecha, porotitos del monte”. “Eso es lo que nosotros buscábamos, pero en este tiempo ya no hay. Uno mira y hay solamente campo. A veces pasan aviones a fumigar, yo creo que estamos perdiendo nuestra cultura, ya les niñes no la conocen. Cuando llevé un libro a mi casa, entonces lo leí, ellos (sus hijes) estaban ahí sentados y muchas preguntas me hacían ellos, cómo era la vida, y yo le explicaba tanto”.
Mónica también salía con su padre a buscar miel. “Yo sé que ha sido una vida muy hermosa que viví con ellos”. “Han sabido darnos alimentos, porque él también era cazador”. Antes, “hablaba con el monte también, ellos decían: Eh, aquí estoy, no te enojes conmigo, yo no vengo a buscar para matar así nomás, sino que yo quiero alimentar a mis hijos, a mi familia, quiero cazar solamente lo que a mí me hace falta este día nada más”.
Ahora, en cambio, “ya no hay monte, hay tanta escasez ya de toda esa fruta. Hay campo, siembra de soja, fumigación y a través de todo esto, uno empieza a pensar tantas enfermedades que nos vienen desconocidas”.
Mónica dice que hace poco volvió a experimentar el poder del espíritu del monte. Su marido contrajo COVID, estaba mal. Se negaban a llevarlo al hospital, les daba temor que lo dejaran solo. Ella recordó las palabras de su abuela: “Si pasa una cosa grave, acudan al monte”, y las enseñanzas de su bisabuela sobre el poder curativo de algunas plantas. Le pidió a Nancy López que la acompañara al breve pedazo de monte que queda en su comunidad en la ruta nacional 86, rodeada de fincas sojeras.
“Pedí permiso, hablé: Yo sé que estás aquí, tú existes, tú estás aquí y ahora que estoy con esta aflicción, yo necesito que me ayudes y yo quiero que me indiques las medicinales que hay en este monte”. Y fue caminando y olía cada planta, que cada una tiene su fragancia. Y cuando es medicinal, tiene un olor que se puede sentir con mucha claridad. Cortó ramas de cada una de ellas, las hizo hervir y con eso alivió a su marido. “Experimenté que existe el dueño del monte” y cuando se le habla desde el corazón, él escucha. Por eso, defienden ese pedazo de monte, porque “yo sé que su dueño está ahí también”.
Las abuelas conocían el monte sano
Entre los grandes cambios, a los desmontes y las fumigaciones, Nancy López sumó “las rutas”. Con 54 años, Nancy conoció a les ancianes y supo de sus saberes. Las abuelas conocían cuáles eran los algarrobos que tenían los frutos dulces y cuáles los agrios.
“Hoy estamos teniendo muchas enfermedades desconocidas, por ejemplo, la enfermedad de piel que nunca hemos conocido”, como no sufrían de “dolores de cabeza, dolor de estómago”. Recuerda que andaban “descalzas recorriendo el monte”, nunca tuvieron accidentes, “jamás hemos sufrido de esa forma” porque “antes de entrar al monte, pedíamos permiso, también antes de ir a sacar materiales para nuestro trabajo”. Ahora, como mayores, lo siguen haciendo porque “todo lo que vemos tiene dueño”. Ahora hay que tener mucho cuidado al entrar al monte. Hay muchos campos de soja y entonces ven “plantas que están medio enfermas” porque “ya le llegó la fumigación, los agroquímicos que nos están matando”.
Por eso, también escribieron este y otros libros: “Para que mucha gente conozca por qué el monte es muy importante para nosotros. El monte es nuestra vida, por eso hemos crecido bien sanos. Basta de desmontar. Queremos el monte sano, queremos la medicina, no la medicina enferma, aquellas cosas enfermas no queremos ya, queremos cosas reverdecidas, con flores que animen, eso desconoce mucha gente, pero nosotros tenemos la sabiduría”.
De cuando el monte era un parque de diversiones
Teresa Torres tiene 65 años y es otra de las mayores del grupo. Del Pueblo Wichí, también vive al costado de la ruta 86, cerca de Tartagal. Sus recuerdos son más que dolorosos, pero también más que felices, aunque parezca un contrasentido. En algún momento, contará que antes vivían felices, “tranquilos, dormíamos bien, comíamos frutas, en cada mañana disparábamos jugando, agarrando palitos, hojitas como para muñecas y no había cosas de aflicción”. Que el monte era “como un parque (de diversiones)”, donde jugaban subiendo a los árboles, con hamacas. “No había peligro, no les decían tené cuidado, te van a agarrar”. Hoy viven con miedo, “cuando tenemos una hija, es no vayas hijita, por ahí está el peligro. Antes no había peligro, comíamos de todo del monte, sano era y nosotros también éramos sanos”.
“Hay gente que se avergüenza de su historia. Nosotros no conocíamos lo que es el colchón, nosotros teníamos los cueritos abajo. Hacíamos fuego en el medio cuando hacía frío, muy tranquilos”. No tenían calzado ni ropa buena. “Era muy triste, pero éramos felices de estar en ese lugar”.
“Hoy no puedo buscar chaguar, no puedo salir a buscar un palito de leña, porque no hay. Todo está limpio. Hay soja, hay poroto, están fumigando los aviones sobre nuestras casas. ¿Y quién nos respeta? No nos respetan. Queremos el monte, que sea como antes. Que podamos caminar y jugar, reír y tocar esas frutas que tocábamos antes, que comíamos esa fruta, el chañar, el poroto, el mistol”.
Ese vivir en felicidad se acabó un día en que los echaron, dice Teresa. “Nos volvieron del lugar que estábamos” como a esos perros que “nadie va a defender, que nadie podía decir ‘paren este momento, ellos son gente también’. No era así, sino que nos corrían, las cositas nuestras desparramadas”. Les decían: “Disparen, porque pueden disparar, acomódense en otro lugar porque este lugar no les pertenece, nos pertenece a nosotros”. “Ahora todos estamos desparramados, un poco para allá, otro poco para allá. Ya no estamos juntos en un solo lugar, porque no quieren que estemos, nos corren”.
“Yo creo que si nos vuelven a correr de aquí, no sé donde podemos ir. Quiero decir basta. Hasta ahí nomás. Yo quiero que vuelva el monte, quizás mis últimos tiempos que yo estoy pasando quisiera ver ese monte”. Yo soy esta mujer que quiero que paren, hasta aquí. Y que dejen de fumigar, y que dejen los árboles”.
El hombre ha faltado el respeto al mundo
Mónica Arias tiene 30 años, también es de Kilómetro 6, una comunidad grande donde conviven habitantes de los pueblos wichí, chorote y qom. Es hija de padre wichí y madre qom, Lidia Maraz, también integrante de este grupo de mujeres, ya fallecida. Mónica es bisnieta del cacique Taikolic, aquel legendario jefe qom que resistió por décadas la invasión blanca al territorio del Pilcomayo.
Igual que las otras autoras, declara que la naturaleza tiene su dueño y el monte tiene espíritu. Y señala la necesidad de preservarlo para las generaciones futuras. Advierte: los desmontes afectan las costumbres, la cultura de los pueblos indígenas. Además de otros perjuicios más visibles: muy cerca de Kilómetro 6, está la pista de aterrizaje de una finca. “Cada año (el avión) empieza a echar veneno para sembrar y nos perjudica, estamos ahí al lado nomás”.
Mónica dice que la COVID-19 se relaciona con “tanta contaminación que hay”. Es parte de “las consecuencias” de lo que hacen las personas: “El hombre ha faltado el respeto al mundo a través de la deforestación, de la quema del monte”.
Recuerda otro libro publicado por ellas: “Un peyak danzando en el viento. Voces del cacique Taikolic”, que refiere la resistencia del Pueblo Qom a la invasión blanca. Esa lucha se llevó a cabo, dice la bisnieta, con ayuda de los espíritus. Cada vez que había una batalla, les ancianes se reunían y pedían ayuda a los espíritus. Así se vencía al enemigo.
Las nuevas generaciones jóvenes, cree, vienen perdiendo estos saberes. “Quizás para adaptarnos al mundo de hoy, para no sentirnos rechazados”. Mónica escuchó de primas que van a la universidad y que sufren lo que en el mundo occidental se conoce por su nombre en inglés, bullying. “Por esa razón es que muchos de nosotros que somos jóvenes no tenemos esa oportunidad. Muchas veces nos sentimos rechazados como originarios. No culpo, pero quizás muchos de los jóvenes que salen de la universidad prácticamente se olvidan de que son indígenas para ser como ellos, para ser aceptados y no rechazados como pueblos originarios, para no sentirse discriminados más que todo”.
Por eso, el libro busca enseñar sobre sus ancestros, su cultura, la necesidad “de respetar el mundo, la naturaleza, los animales”. Porque es necesario volver a esos conocimientos y que “se respete nuestra cultura”.
Los pájaros no saben dónde posarse
“Ahora es el momento de decir basta de desmontes, queremos el monte. Porque el monte nos da vida, nos da salud. Porque ahí tenemos nuestros remedios medicinales”, refuerza María Miranda. Ella es hija de Felisa Mendoza, que la convenció de unirse al grupo, porque “las mujeres también tenemos derechos”. “Hoy muchos van a desmontar” y los animales están perdidos, “los pájaros no saben dónde posar porque no hay árboles”, describe.
“Decimos basta, basta ya de deforestar, basta de sufrir esta pandemia, esta enfermedad que no conocíamos antes y que ahora está en medio de nosotros. Nuestra madre naturaleza está enojada con nosotros, con todos nosotros, en todo el mundo está pasando esta pandemia. Decimos nuestro Yanderu Tumpa (o Ñanderu Tupa, el creador) está enojado, cuando escuchamos nosotros en otros lados la lluvia, el viento, los destrozos, es porque nuestro Yanderu Tumpa está enojado por todo lo que estamos haciendo. No estamos cuidando el monte. Queremos a través de este libro que nuestros jóvenes, nuestros niños, sepan cómo nuestros ancestros venían cuidando este medio ambiente y que ahora seguimos luchando”.
María afirma que el desmonte sumió en la pobreza a los pueblos indígenas, aunque este concepto tiene un significado distinto al que se le da en el mundo occidental. Riqueza en la cultura indígena es simplemente contar con lo necesario para el buen vivir, no más que eso, ni menos.
En el caso de la comunidad de María, que fue alcanzada por urbanización de Tartagal, ya no pueden sembrar. Tampoco tienen el monte para cosechar sus frutos. “Antes éramos ricos y ahora somos pobres porque nos están destruyendo el monte”.
De riquezas y pobrezas
Del Taller de Memoria Étnica, emergieron también los dos primeros libros, “Lunas, tigres y eclipses”, y “El anuncio de los pájaros”. Ahora, imprimieron cuatro libros más la cartilla “Cuerpos y libertades”. Y se han planteado generar un fondo para poder reeditar los libros.
Leda pide que, en esta nota, se destaque el trabajo incansable de las compañeras del grupo del taller de Memoria. “La presencia de Felisa Mendoza, mujer increíble luchadora también por la memoria, de Lidia Maraz, de Nancy López, María Miranda, Cristina López, Yocelin Plaza, que se sumó también ahora, desde su lugar de mujer trans guaraní, ella contando también sus vivencias, Aida Valdez, que contó sus memorias de la lucha en la comunidad con diferentes procesos extractivistas que hubo ahí; Mónica Arias, Edith Martearena, un grupo de mujeres extraordinarias”.
Se conocen de hace muchos años. “Somos amigas, nos sostenemos, somos familia y el trabajo con ellas es un orgullo y un placer. Mi reconocimiento a ellas, a su trabajo, a su trayectoria, y por poner el cuerpo a la lucha y ser la única organización de Tartagal que se sostiene con una lucha diaria de tantos años”, dice. Este trabajo de memoria está muy vinculado a la radio La Voz Indígena. Es el espacio donde todas estas voces se expresan y estas memorias se cuentan día a día.
Dice Leda Kantor que este libro “refleja una riqueza única”. En él, las mujeres también cuentan de los espíritus madres del monte, espíritus que enseñan. Cuentan que si se entra con una necesidad y se habla con el dueño del monte y con las madres del monte, se experimenta una sabiduría que viene a terminar con esa aflicción. Y destaca: por eso, proponen un diálogo intercultural que acorte esa distancia que permite conocer la pobreza de los pueblos indígenas, pero no su riqueza.
*Por Agencia Presentes / Imagen de portada: Agencia Presentes.