Cronicar el renacer comechingón

Cronicar el renacer comechingón
Anabella Antonelli
18 mayo, 2021 por Anabella Antonelli

En el libro Crónica de un renacer anunciado, Pablo Reyna recorre los procesos de expropiación de tierras, invisibilización y reorganización comechingón en una Córdoba que pretende mantener el presente indígena como pieza de museo. Conversamos con el autor sobre esta publicación, que entreteje teoría, indagación, reflexiones colectivas y experiencia familiar y comunal.

Por Anabella Antonelli para La tinta

Pablo Reyna es parte de la Comunidad Camiare-Comechingón Timoteo Reyna, es profesor y licenciado en historia. En diciembre de 2020, publicó el libro Crónica de un renacer anunciado, de Ecoval Ediciones, uno de los poquísimos materiales escritos por integrantes de los pueblos originarios de este territorio.

crónica-renacer-anunciado-pablo-reynaEn sus diez capítulos recorre los imaginarios y representaciones sobre “lo indio”, su reinvención como derecho político, la re-significación del malón winka, el colonialismo cordobés del siglo XIX, las leyes de expropiación de tierras, la pretensión de invisibilización y preterización de los pueblos, y el actual renacer indígena. Todo desde su propia experiencia comunal y familiar, haciendo eje en el proceso particular vivido en esta provincia.

Crónica de un renacer anunciado es ante todo un manifiesto de las Memorias Salvajes no domesticadas por el discurso académico o el estatal, o sea, un discurso que tiene como premisa (…) el hablar por otros y otras”, escribe en el prólogo José María Bompadre y continúa: “Se instala como denuncia para combatir las múltiples representaciones instaladas en el sentido común sobre las asociaciones de lo indígena con el pasado, lo anacrónico, lo exótico, en tanto micropolíticas de la desaparición o del no estar siendo”.

“Era un libro esperado”, cuenta Pablo a La tinta, “cualquier material en el que una persona escribe algo sobre el pasado es esperado, no porque lo haya escrito yo, sino porque nos ayuda a la gente de las comunidades y a quienes venimos de familia indígena a conocer más el pasado y el presente”.

—El título es sugestivo. ¿Por qué elegiste jugar con la popular novela de Gabriel García Márquez para dar cuenta del renacer de los pueblos indígenas?

—El realismo mágico tuvo la posibilidad de describir lo que hoy llamamos cosmovisión. Lo que para una mirada eurocéntrica es imposible, como ciertos acontecimientos y experiencias, por ejemplo, hablar con los muertos y muertas, hoy ya podemos afirmar que, más que una mirada literaria sobre lo que acontece en Abya Yala, la descripción que hace García Márquez tiene que ver con las experiencias cosmológicas de los pueblos, con la mirada indígena sobre el mundo.

Hoy hay un renacer nuestro, que los y las antropólogas llaman reemergencia indígena o procesos de revisibilización. Podemos dar cuenta de que estamos acá, que hemos pasado un proceso muy difícil como pueblo camiare y comechingón, que tuvo que ver con un mecanismo y un dispositivo de invisibilización puesto en escena a fines de siglo XIX y principios de siglo XX. La colonia fue cruenta y difícil de transitar, hubo maltrato y violaciones, desarticulaciones comunitarias, pero permitió que existiéramos como sujetos porque era necesario tener trabajadores y trabajadoras para garantizar la economía mercantil. Ahí estábamos nombrados como indios e indias, como categoría supra-étnica, pero estábamos. Para el Estado nación moderno, desde fines de siglo XIX con el triunfo del proyecto genocida de Roca, ya no fuimos necesarios para la república.

El siglo XX fue muy difícil de transitar para nuestros mayores, porque no se podían nombrar a sí mismos. Su mirada cosmológica del mundo ya no podía ser parte de la vida cotidiana por la relación colonial entre saberes eurocéntricos que llegaron para instalarse y para ordenar la vida social y natural, y saberes subordinados como los cosmológicos. Si nuestros abuelos y nuestras abuelas expresaban, practicaban o contaban sobre ciertas cosas, era tildado de superstición e ignorancia. El siglo XX fue complejo, por eso me permito jugar con el renacer. Fue un siglo largo desde 1880, cuando triunfa el proyecto político de Roca, hasta 1992 cuando se dan esos 500 años, cuando nuestras familias se vuelven a levantar.

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(Imagen: La tinta)

—¿Qué cambia en nuestro presente para que haya un renacer y cada vez más personas podamos escuchar?

—Cuando se analiza la reemergencia desde las ciencias sociales, se dice que tiene que ver con el paradigma de derecho a la alteridad y la diferencia, que está bien porque es cierto que la declaración de las Naciones Unidas sobre pueblos indígenas, el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo de 1989 y las reformas constitucionales ayudaron a que podamos nombrarnos sin miedo ni vergüenza. Pero nos quedamos cortos si solo pensamos que estos cambios estructurales permitieron que nuestras familias hablen. Hay una explicación más profunda que tiene que ver con que para los mayores de muchos pueblos ya era hora de empezar a hablar.

En el pueblo comechingón, en la década del 90, nuestros padres, abuelos y abuelas se animaron a decir “acá estamos, no nos hemos ido a ningún lado”. Por más que haya sido una reivindicación que hoy nos resulte escasa, yo creo que fue muy valiente, porque en Córdoba se construyó un discurso de invisibilización y preterización muy fuerte, destacando siempre la Córdoba conservadora de las campanas, la docta o a lo sumo la revolucionaria de la Reforma del 18 o del Cordobazo, pero nosotros no estamos ahí.

Una tercera cosa es que el capitalismo, que funciona bajo la lógica de la expoliación, nos ha explotado a los obreros y obreras, a campesinos y campesinas, a los y las indígenas, pero la actual reestructuración capitalista y colonial está viniendo por el territorio y los saberes, por lo más sagrado que tenemos como pueblo, porque son los territorios lo que nos da identidad indígena. Cuando empieza a suceder esto, el avance del capital en términos de despojo, dejándonos envenenadas y sin agua, creo que hubo un límite histórico que animó mucho a las familias a decir “ya basta”.

—Además, si sólo pensamos el renacer como consecuencia de los cambios estatales y de reconocimiento institucional, se deja el poder de la invisibilización y de la reemergencia a manos del Estado.

—Sí, y se nos sigue quitando el derecho a ser sujetos y sujetas políticas. En Córdoba, siempre aparecimos en revistas, manuales y relatos historiográficos como sujetos pasivos, donde se narraba que nos dominaron, que vivíamos de determinada manera, pero nunca se nos dio la posibilidad de ser activos sujetos, nunca se visibilizó, por ejemplo, la resistencia de Milac Navira, de Francisco Tulián, del Indio Acevedo, de Félix de la Presentación Reyna. Entonces también creo que hay una negación por considerarnos en nuestras múltiples dimensiones, como seres espirituales, como humanos y también como seres políticos, y esta mirada nos niega esa posibilidad.

—¿Cómo dialoga ser parte de la comunidad Tymoteo Reyna y ser docente e investigador? ¿Qué tensiones y posibilidades aparecieron al momento de escribir el libro?

La docencia es una profesión que, cuando uno la asume en su real profundidad, tiene mucho de introspección y de reflexión colectiva. Creo que fue la docencia la que me posibilitó lanzarme a escribir. Cuando empecé a dar clases, veíamos los contenidos curriculares respecto a lo indígena y comechingón, y me daba cuenta de que había muy poco escrito por nosotros y nosotras, cosas muy valorables, pero pocas. Esa necesidad ante el vacío, el silencio y la ausencia dando clases y reflexionando colectivamente con otros y otras, hizo que me lance a escribir.

Es un lugar incómodo, pero me parece que las ciencias sociales y la historia llegaron a un punto de reflexión en el que tenemos que dar cuenta todos y todas desde dónde estamos escribiendo, desde qué lugares sociales, étnicos, etarios, de clase. Esas reflexiones antes no estaban en los libros de historia. Hoy es muy necesario ese ejercicio de reflexividad, esa gimnasia en la que uno está implicado como sujeto que investiga. Al comienzo, me pareció que era incómodo ese lugar, pero a medida que lo iba transitando, decía “yo escribo sobre mi pueblo y no puedo ni debo ser neutral, porque la ciencia no es neutral ni objetiva”. Ahí me empecé a sentir más cómodo.

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(Imagen: La tinta)

—El libro recoge las leyes de expropiación de tierras en el siglo XIX, ¿en el proceso de indagación hubo algo que te sorprendiera o se trató de corresponder con archivo una crónica que se viene narrando en las familias y comunidades?

—Desconocía que había existido un proceso legal de expropiación de tierra. Lo sospechábamos, pero no sabía que había habido un marco legal y normativo mediante el que se llevaron adelante las expropiaciones de miles de hectáreas en estos seis pueblos de reducción. Fui entendiendo relatos familiares a partir de conocer la cuestión normativa, fui haciendo ese juego.

Al indagar en los archivos, trataba de comprender cómo fue la política de nuestras autoridades ante estos procesos de expropiación. La praxis política de Juan Antonio Tulián y de Félix de la Presentación Reyna, en tanto autoridades de la reducción indígena de ese momento, en tanto nawanes, en tanto curacas frente a un proceso de expropiación de tierras que se estaba dando, consustanciaba o sintetizaba un montón de experiencias previas sobre cómo relacionarse con el Estado. Su práctica política en ese momento no fue improvisada. Por un lado, porque fue consensuada con un montón de familias y de otros linajes familiares, en ámbitos de decisión colectiva comunitaria, hay un parlamento funcionando detrás. Pero además, esas decisiones tienen un origen en cómo se van construyendo las relaciones interétnicas desde el momento en el que se instala la colonia. Esto último me llevó a pensar que nuestra actual práctica política tiene mucho que ver, sin darnos cuenta, con la forma en que se relacionaban estas dos autoridades con el Estado.

Me parece que es una particularidad de Córdoba, por cómo se dieron las relaciones interétnicas. Hay un modo no dicho, no expresado en palabras, no consciente de llevar adelante las relaciones con el Estado de nuestras familias camiare-comechingón, que tienen mucho que ver con cómo se tejieron, desde el momento de la invasión, las relaciones entre colonizados y colonizadores.

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(Imagen: La tinta)

En la presentación del libro, decías que se trata de un libro colectivo, ¿cuáles son esas múltiples voces que lo componen y de qué modos?

—Es colectivo en el sentido del producto en sí, porque está corregido por mi sobrina Antonella Gatti, en la fotografía de tapa sale mi papá, dando una charla en la universidad, tiene dibujos de mi hermano y una escultura de mi tío Ruly, que fue el primero en mi familia en nombrarse comechingón en el ámbito público, en la década del 80 y 90. Además tiene muchas reflexiones colectivas, cuando vamos a las asambleas de los parlamentos, cuando discutimos con los hermanos y hermanas, uno va aprendiendo un montón de cosas. Traté de que esas voces estén. Hay reflexiones de charlas con personas más jóvenes, como las que he tenido con Erik Rojas Gómez, de la Pampa de Pocho, que es tejedor, el nawan de su comunidad y una de las autoridades ancestrales de nuestro pueblo. Otras reflexiones reflejan charlas que tuve con gente de La toma, de la organización Cami henen. Son voces colectivas, pero como digo en el libro, los errores de interpretación son míos, no de los hermanos y hermanas.

El libro está en las principales librerías de Córdoba, en la web www.ecovalediciones.com.ar o al teléfono 0351 153961053.

*Por Anabella Antonelli para La tinta / Imagen de portada: UNCiencia.

Palabras claves: Comechingón, cordoba, pueblos originarios

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