La educación en la encrucijada de la necropolítica

La educación en la encrucijada de la necropolítica
22 abril, 2021 por Redacción La tinta

¿Quién puede estar en contra de lxs pibxs en la escuela? ¿Quién de nosotrxs, docentes, puede no quererlo, extrañarlo, desearlo profundamente? ¿Quién puede preferir la cocina de su casa y una pantalla al aula y el patio? Absolutamente ningún docente. Hace muchos años, decimos que no es posible educar sin cuidar, que cuando se cuida se está enseñando y cuando se enseña se está cuidando. Plantear este tema como dicotómico es como mínimo, falaz. Sin embargo, la pandemia nos puso en una encrucijada (una de tantas) que es que, para cuidar, tenemos que distanciarnos. Y cuidar es un valor en la educación, no es secundario, quien lo comprende como una cuestión colateral no está entendiendo lo que se pone en juego en el vínculo pedagógico. Pero todo esto está ya muy explicado, prefiero aquí ir por otro lado.

Son días políticamente muy intensos y donde la falta de respeto a estudiantes, familias y docentes se hizo habitual en los medios, entre otras formas, por las informaciones falsas, la manipulación de datos y de declaraciones.

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(Imagen: Ahora Educación)

Propongo que empecemos por los datos. Seguramente, hay quienes no compartan o hasta se enojen por lo que voy a decir, pero, en el fondo, hasta los más positivistas saben que los datos, las estadísticas no son objetivas. La forma de preguntar, la forma de registrar, la forma de recolectar información, siempre tienen un sesgo. Sabemos que la objetividad no existe como tal, que se puede tender hacia ella, pero no alcanzarla. Las estadísticas que se muestran en torno de justificar tal o cual decisión casi siempre son las que sirven a tal efecto, no estoy descubriendo nada con esto, simplemente describiendo. Los que somos futboleros sabemos que, hace poco tiempo, nos dijeron que con el VAR se acababan las discusiones porque la tecnología iba a resolver las polémicas. Se olvidaron que hay personas interpretando a la tecnología y ahora se discute el VAR, su pérdida de tiempo y otras cosas que no vienen al caso.

Pero, entonces, ¿no hay datos en los que confiar? Sí, claro que hay datos en los que confiar, sobre todo, si se muestra cómo se construye ese dato, de dónde sale esa información, cómo se calcula y si es puesto en revisión por otrxs que pueden opinar en contrario. También existen “evidencias” incontrastables, si no hay más camas, no hay. Si fallecieron cientos de personas, fallecieron.

Con lo dicho sobre los datos y la tan vapuleada “evidencia”, solo pretendo salir de la lógica binaria de un dato mata a otro dato, porque, al menos a mí, me parece que es un razonamiento que nos mete en un laberinto sin salida, sobre todo, como dije, si no se comparte la construcción de los datos. Con un micrófono y una conferencia puedo decir cualquier cosa frente a un auditorio con imposibilidad de comprobarlo. Lo mismo sucede si LA revista científica debe aprobar una vacuna o si la misma revista demuestra lo imprudente de la presencialidad en cierto estadío de la pandemia. A veces dice la verdad, otras no interesa lo que diga. Salgamos de este laberinto.


Este debate no es exclusivo de Provincia de Buenos Aires, de la CABA, ni de la República Argentina. Lo que aquí sucede es el efecto local del neoliberalismo global. Lo que se está discutiendo es un Estado presente, que regule, conduzca, proteja y tenga el horizonte en lo común, frente a un Estado mínimo, que sugiera, promueva lo individual, termine de fracturar el lazo social y construya poder a partir de la necropolítica[1]. Lejos de ser un problema argentino es ni más ni menos que neoliberalismo explícito, puro y duro.


La necropolítica no es sólo el derecho a matar, es el derecho a exponer a otras personas a la muerte. De modos variados, con estrategias diferentes, cerrando un ministerio de salud, hambreando al pueblo, guardando vacunas y que se venzan, o desligándose de la responsabilidad de cuidado del pueblo.

Es necesario comprender que esto no es una decisión caprichosa ni un enfrentamiento político más en tiempo electoral, es la consolidación de un modelo de exclusión y de muerte. Quizás podré parece exagerado, ojalá lo sea. Pero si vemos la foto y no la película, le vamos a errar a la respuesta. Cuando se dijo “que muera quien tenga que morir”, se dio por iniciada el capítulo pandemia COVID-19 de la necropolítica en la Argentina, como sucede en el Brasil de Bolsonaro o sucedió en el EE.UU. de Trump.

G. Agambem nos habló hace tiempo de los “nuda vida”, cuerpos desnudos desprovistos de política, por lo tanto, de ciudadanía. Cuerpos que no importan, cuerpos que pueden morir sin que nadie reclame por ellos. Cuerpos, sólo cuerpos. Muertes que no interesan, a veces ni siquiera para la estadística. Niñxs usados para desactivar minas, más acá, en nuestra tierra, niñxs banderilleros rociados por agrotóxicos, muertes colaterales que no les importan a los dueños de todo.

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(Imagen: Lorena Baudriz)

En verdad lo que quiero significar es que esta disputa es un lucha que va mucho más allá de clases presenciales sí o no. Y no la minimizo, allí se juega la vida de nuestrxs estudiantes y de sus familias, de nuestras familias y la propia también. No quiero hacerme a un lado de la discusión, tomo posición y digo las clases deben ser virtuales, la cantidad de casos y fallecidos es la más alta que tuvimos en este año y pico de pandemia.

Pero aclarado esto, creo que necesitamos comprender mejor lo que está en juego. Se busca desdemocratizar el Estado, porque es el modo de correr el eje de lo común y de la igualdad. Porque el Estado fuerte interfiere en el mercado, lo limita, lo regula, lo contiene. En el Estado desdemocratizado, no hay legislación que garantice el bien común. Lo que se busca es la desactivación del Estado Social. Legislar para el bien común pone en jaque esas “libertades individuales” que se desinteresan por lxs otrxs, privilegiando los intereses individuales.

La disputa es entre igualdad o libertad individual. No es menor, se refleja hoy en la educación presencial o virtual, seguramente porque los intendentes de Juntos por el Cambio tienen cruces de Big Data que les dice que una parte importante de sus seguidores quieren la presencialidad. Gobernar por algoritmos es gobernar según la “satisfacción” de un sector, aunque se desatienda la “felicidad” del pueblo o su vida. Aunque esto lleve a la radicalización de las posiciones, aunque conduzca a la muerte. Porque es parte de la necropolítica. Porque es parte del plan del neoliberalismo.

Al mismo tiempo que la política recurre a la judicialización, se niega a sí misma, se corre, se disuelve. Toma el camino de la supresión de la palabra paradojalmente reivindicando un diálogo que es tal sólo si hay consenso, nunca en el disenso. El neoliberalismo busca la negación de la política. Instala en forma permanente que la política es fea, sucia y mala, que la política no debe hacer política.

Nuestro desafío como docentes está en dar esta pelea por las clases virtuales hoy, pero sabiendo que la ola que hace rato está viniendo es más grande, que llega porque quiere quedarse, que se mete en los corazones de los “individuos” y que la tenemos que disputar con mucha organización, claridad política y, sobre todo, con el antídoto más efectivo contra el neoliberalismo depredador: la construcción de redes solidarias.

*Por Gustavo Galli para 737 / Imagen de portada: Lorena Baudriz.


[1] Término acuñado por Achille Mbembé, seguidor de M. Foucault.

Palabras claves: argentina, covid-19, escuelas, pandemia

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