La luchas antipatriarcales en el desafío de la interseccionalidad
Por Marlene Wayar* para La tinta
El periodismo, históricamente, ha sido una herramienta más del patriarcado y, entonces, es una herramienta más de las que nos tenemos que apropiar y a la que debemos desmontar para reconstruirlo desde nuestras propias lógicas, prácticas y experiencias vitales y colectivas. Un periodismo antipatriarcal implica un trabajo continuo de instalarse en el sitio e irnos permitiendo sentir la incomodidad del dolor ante lo sucedido y, en eso propio, descubrir nuestra propia responsabilidad. Lo digo pues el sistema avanza cooptando y empleando formas legítimas de sostenerse, y terminamos observando cómo las fuerzas con las cuales nos oprime se reconfiguran con la incorporación en sus filas de feminidades que vuelven legal su accionar represivo y no por ello antipatriarcal.
Traer los hitos logrados en la lucha colectiva y detenerse a releer nos dará energía para continuar ya con la valoración de esas conquistas que el hacer nos ha dado y poder desglosar los diferentes planos en que hemos conquistado distintas cuestiones. Hemos logrado articularnos de modo autónomo y autoconvocado para un primer grito colectivo bajo la consigna que desmonte un trágico estado de cosas con un Ni Una Menos, dirigido hacia el Estado, hacia la sociedad y cada uno de los espacios que cada quien transita. Y allí juntas, nos lo gritamos a nosotras mismas para afirmarnos en lucha como nunca antes había ocurrido; sabernos juntas y decididas a la sororidad que interpela a un cuerpo social íntegro y el reconocimiento de los modos en que la complicidad entre varones se genera y actúa, y cómo es menospreciada en cada comentario que nos ponía como blanco de la indagación: ¿qué tan culpables somos de nuestras muertes?
Interpeladas a movernos, interpelamos a nivel internacional a que se muevan otras y otres con nosotras, y se logra un Paro Internacional de mujeres que se transformará velozmente para incluir y visibilizar a lesbianas, travestis, trans y no binaries. Y esos momentos en que llenamos las calles con nuestros cuerpos fueron los que nos dieron la posibilidad de sentirnos con la fortaleza y el respaldo necesario para ir enfrentando otras luchas locales y en nuestros campos de acción, acompañando luchas como las de Diana Sacayán, en algún punto subsidiaria del aprendizaje obtenido con las banderas que levantamos por Pepa Gaitán. Y que, si nos entendemos como un todo en el que todas sus partes son valiosas, comprendemos la importancia de cómo nos vemos cruzadas de maneras particularísimas en cada uno de nuestros cuerpos. No solo por el género como variable, sino, además, por nuestra etnia, nuestro territorio, nuestra clase y nuestras edades, y las circunstancias en las que nos toca caminar con estas distintas variables que impactan en nosotras y nosotres.
Que desde la comunicación traigamos esas historias encarnadas nos interpela constantemente a sentir la cercanía con aquellas y aquelles con quienes lo único que nos une es el opresor en común, pues somos constantemente bombardeadas con pedagogías que nos conduzcan al sitio de tranquilidad allí donde no padecer y donde obtener el espejismo de que no estamos siendo acechadas. Romper esos micro ecosistemas donde nos comenzamos a sentir con mayor seguridad es un imperativo y, para ello, se vuelve central la información que comienza a revelarnos un mundo enmarañado en donde nada puede ser visto sin una visión de género, pero tampoco desprovista de una lectura antirracista, no clasista y no xenófoba.
Sacar a la luz desde los medios de comunicación estas cuestiones es un trabajo que opera en contra del orden jurídico consuetudinario operando de manera patriarcal como el núcleo duro de un orden de cosas donde prima la falta de razonabilidad y lo único que los sostiene es nuestra falta de participación. Recorrer estas vidas y su tragedia desmonta la ilusión de justicia impuesta desde la colonización que debemos desmontar en nuestras formas de mirar la realidad, admitir que pensamos de modo colonizado y que la colonización no es solo social-económico-política. Es, antes y sobre todo, de heterosexualidad obligatoria y ello configura un modo de relaciones que impacta en todos los campos de análisis. Pensamos desde la sujeción a esos modos relacionales y, a ello, se le suma la desproporción con la medida humana; cuanto más colapsados nuestros sistemas sociales, mayor es la distancia con les otres. ¿A quién conocemos que esté en situación carcelaria? Si les conociéramos, si les visitásemos, si hubiéramos vivido que nos desnuden y requisen, si hubiésemos escuchado a nuestras espaldas cómo opinan de nuestros cuerpos expuestos, si hubiésemos recibido propuestas sexuales para que una torta de cumpleaños llegue a tiempo a la persona presa, si hubiésemos sido gritadas o manoseadas por personal penitenciario, sabríamos que eso está mal, que es injusto y que nadie puede ejercer violencia, que nada lo justifica, que ese no es el modo. ¿Cuáles son los modos entonces? Hoy, seguramente solo tengamos intuiciones desde donde partir y la única certeza es que el punitivismo, tal como nos ha sido instaurado desde la colonia, es una pésima estrategia y es motivo suficiente para emprender otras nuevas estrategias. Estas nuevas estrategias serán tentativas y lo único que podemos afirmar es que no tendrán la complejidad necesaria sin la participación de las distintas voces que le den pluralidad para ver, desde el género y la interseccionalidad con la migrancia, la racialización, las disidencias sexo-genéricas, lo rural y villero, esto que nos aqueja.
De las experiencias concretas, podremos comenzar a extraer qué experiencias micropolíticas vienen resultando con mayor éxito. Hay comunidades pequeñas con escaso contacto con lo patriarcal capitalista donde, cuando alguien violenta a otra persona, el cuerpo social le interpela y la pregunta se colectiviza: ¿por qué nos has hecho daño? Esto va al hueso buscando la etiología del malestar y, en el involucrarse, surge el límite para quien ha tenido una reacción fallida hacia ese malestar, no es a esta persona que debes responder, es a toda tu comunidad. Una comunidad que, en ese límite, está, a su vez, abrazando y conteniendo con responsabilidad, y ese límite también es para la víctima que, entonces, no tiene lugar al pedido de venganza. ¿Cómo hacer esto traducible a nuestras sociedades tan desproporcionadas en sus desarrollos poblacionales?
Tal vez el activismo feminista y disidente está con las herramientas, incluso, del periodismo, en esta primera acción de denuncia de un estado de cosas, para marcar una enfermedad social que es generada por estos patriarcados capitalistas y al límite hay que exigirlo porque nos matan. Los travesticidios y femicidios se suceden y nos duelen. Si lo pensamos como un síntoma devenido de las matrices de aprendizaje alienantes del sistema patriarcal capitalista instalado desde lo colonial, podremos descolonizar/nos enfrentando formas concretas de acciones con efectos palpables. Entender que el sistema carcelario es ineficiente como respuesta simple a un problema de semejante complejidad y erguirnos como víctimas activas y exigir que el sistema judicial se comprenda como parte de la génesis criminal en el sostenimiento de un status quo que nos enferma con matrices de aprendizaje que nos marcan a todas las personas para ser sostenedoras de estas formas relacionales enfermas; a unas, como victimarios en sus formas de expresión de un tipo de subjetividad y, a otras, co-dependientes de esas y no otras formas de relación desde subjetividades adiestradas en la sumisión a esas formas relacionales ante el miedo de pensar que no pueden existir otras.
Debemos enfrentar la responsabilidad de señalar y sostener que lo que viene sucediendo en los juzgados patriarcales es criminal, tanto si se nos violenta epistémica y hermenéuticamente con la invalidación de nuestras declaraciones y pruebas materiales como con la descalificación de nuestras interpretaciones de los hechos, como así también si las respuestas son solo punitivas y no se transforma el sistema carcelario en dispositivos para dar una respuesta terapéutica. Que conlleva trabajar con esas matrices de aprendizaje en cada persona, con vistas a una transformación social de estas. Implica también trabajar para no continuar sosteniendo las pedagogías que van cristalizando estas matrices patriarcales desde la infancia y sus rosa y celeste heterosexual obligatorio. De lo contrario, lejos de encontrar soluciones efectivas, estaremos imponiendo nuevas estrategias colonizadas que no nos apartan del pensamiento patriarcal o solo nos apartan un poco para acercarnos al matriarcal ingenuo que no se atreve al límite.
La política del límite implica una estructuración nueva para todas las personas, incluidas las víctimas y sus contextos comunales e institucionales, y, por tanto, nuevas estrategias en la reproducción de la vida, nuevas estrategias económicas, nuevas estrategias pedagógicas y nuevas estrategias de impartir justicia, ¿o alguien se atreve a decir en este estado de cosas cómo o con cuánto se repara a una víctima? Iremos encontrando esas estrategias con una hermenéutica compleja de las directrices marcadas por la Convención de Belém do Pará que señala Prevenir, Sancionar y Erradicar la violencia contra las mujeres. Es arduo, implica gasto y conlleva dolor, pero toda decisión al respecto lo que supone el tema aquí es qué resultados buscamos obtener. Además, se necesita coraje político, un coraje con el cual el patriarcado rehúsa accionar y que, con nuestras acciones activistas, venimos demostrando que podemos sostener.
*Por Marlene Wayar para La tinta / Imagen de portada: La tinta.
*Activista travesti, escritora, psicóloga social, periodista, Doctora Honoris Causa y fundadora de la Asociación Civil Futuro Trans.
**Prólogo del capítulo 1 «Lo que podemos juntes. Luchas antipatriarcales y el desafío de los TransFeminismos», del libro «Hasta Mancharse. Tintas para resistir y re-existir» de La tinta. Aquí podés comprarlo.