Córdoba agroecológica: sembrar comunidades críticas
Extracto del nuevo libro “Córdoba agroecológica”, una invitación a conocer el universo de la producción de alimentos sin pesticidas, en las palabras de los productores ganaderos, agrícolas y guardianes del monte nativo, quienes muestran esperanzadores caminos en la búsqueda de una nueva relación entre la producción de alimentos y la tierra. Escrito por Claudio Sarmiento y Leonardo Rossi, y editado por la Universidad Nacional de Río Cuarto, es un material de libre descarga.
Por Leonardo Rossi para Agencia Tierra Viva
En este sendero alternativo, vuelven a tomar protagonismo las agricultoras y agricultores que abonan naturalmente el suelo, que “desyuyan” de forma artesanal y que eligen decirle basta al uso de plaguicidas. Si durante miles de años ese tipo de producción fue la norma, de un par de décadas a esta parte, mujeres, hombres, niños y niñas se encontraban frente a la elección de una fruta o una verdura sin saber —y mucho menos preguntarse siquiera— en qué geografía había tenido origen eso que estaban a punto de llevar a su plato y mucho menos se planteaban conocer si los insumos para su almuerzo tenían restos de plaguicidas.
A la creciente industrialización de la agricultura, se sumaron las cada vez más largas cadenas alimentarias, que se tornaron más y más anónimas. Y en ese recorrido, se perdieron las nociones elementales sobre el alimento y cierto sentido común acerca de qué es nutrirse. Se aniquilaron sabores, aromas y colores de la tierra. Y en ese andar, se destruyeron vínculos humanos, haceres comunes, cuidados de los cuerpos y de los territorios.
Como esos rebrotes de montes devastados por el fuego que lento —para la ansiosa percepción del tiempo occidental— se abren espacio entre los tajos de la tierra, las ferias agroecológicas, las compras comunitarias de consumo consciente, los puerta-puerta —del agricultor/a al consumidor/a— y almacenes ecológicos vuelven a sembrar otra vez la posibilidad de otros encuentros en torno al alimento. Y no lo hacen desde una mirada nostálgica, más bien recorren una circularidad que abreva en un pasado que no es “atraso”, como gustan decir los fanáticos del desarrollo infinito, sino que es posibilidad real de futuro.
Es retomar memorias para dar respuesta a un presente que nos advierte de desórdenes sanitarios, sociales y ecológicos a partir de una agroindustria que ha hecho de la alimentación un profundo caos sociocultural o una “sindemia global”, como lo definió un trabajo de más de cuarenta científicos publicado en 2019 por The Lancet. Obesidad y desnutrición a escalas masivas, destrucción sistemática del ambiente y cambio climático son parte de un mismo patrón empujado por la industria agroalimentaria.
Del otro lado, la esperanza: mujeres y hombres que, al comprender al trama de la vida, cuidan la tierra, nutren las plantas y sanan comunidades en diversas áreas de la provincia de Córdoba, a pesar de los incesantes llamados del empresariado y buena parte de la plana político-partidaria para que la provincia sea una capital global del agronegocio.
Desde las luchas ambientales, sociales y políticas, es amplia la experiencia que la provincia de Córdoba tiene en confrontar al modelo de agronegocios, justamente como patrón, como sistema, como estructura compleja que, artesanalmente y con mucha fuerza, hay que desanudar. En estas mismas acciones, para frenar desmontes, para limitar el uso de agrotóxicos, para proteger las cuencas, detener megaproyectos inmobiliarios suelen emerger respuestas concretas en torno a formas de habitar alternativas, donde la agroecología, una y otra vez, aparece.
Vincular el alimento cotidiano con las formas de concebir y hacerse parte de los territorios es una de las tareas pedagógicas del activismo. “Hay pueblos enteros que no quieren tener un feed-lot adentro o que los fumiguen y hay mucha ignorancia sobre todo eso. Y el consumo de los alimentos agroecológicos está aportando a dar esas disputas. ¿Qué es más caro para la sociedad: que el productor se tenga que ir a vivir a la ciudad y que una gran empresa produzca de la peor manera y maneje todo el mercado como pasa?”, plantea un joven mientras acomoda cajones de verduras que exhiben otras texturas y colores a lo que —mal— acostumbradas se encuentran hoy la mayoría de las personas.
Joaquín, pelo rapado, voz gastada y gesto de sonrisa siempre lista, es uno de los jóvenes artífices de Yuyupa, un almacén agroecológico pionero, situado en la zona noroeste de la ciudad de Córdoba. Además de apuntalar una diversidad de producciones, este espacio aporta nada menos que a educar sobre la estacionalidad de los alimentos, las cualidades de una fruta libre de pesticidas, brindar un espacio que va más allá de la compra-venta.
“Viene mucha gente militante de la alimentación sana. También muchas personas que vienen por cuestiones de salud, porque están tratando de curarse, con diversas afecciones, de hacer limpiezas del organismo. Hay madres que están buscando el alimento sano para sus niños y se preguntan de dónde viene la fruta y la verdura que le van a dar a sus hijos”, agrega Martín, un flaco altísimo, pleno de energía y también creador de Yuyupa.
La acción diaria de comprar alimentos deja de lado infinidad de preguntas que, de no ser por el actual escenario crítico ya descripto, no debieran hacerse, pero espacios como Yuyupa las ponen sobre la mesa una y otra vez, día tras día. “La mayoría hoy no se pregunta toda la contaminación, la explotación laboral, el bienestar animal ni nada de lo que se consume, a veces todo está centrado en el precio final y ya”, plantea Joaquín.
Desde el activismo ambiental, Luciana Gagliardo complementa estos planteos. Miembro de Conciencia Solidaria ONG, Luciana lleva largo tiempo de práctica del veganismo, al que combina con una mirada integral del sistema alimentario. Habla de la necesidad de contar con producciones ecológicas, locales, socialmente justas y sostenibles. Luciana habla desde Capilla del Monte, zona donde aún perviven montes y algunas chacras. Su perspectiva se aleja de los perfiles urbano-céntricos que solo piensan en que el consumidor satisfaga su necesidad sin dar cuenta de toda la cadena alimentaria. Con esa línea, apunta también a que, en la elección del alimento, “hay mucho más que lo que una se lleva al plato”. Por caso, detrás de la crianza masiva de animales —en feedlots, por ejemplo—, “hay monocultivos, destrucción de monte nativo, afectación de los ecosistemas, destrucción del delicado equilibrio del planeta, que afectan ciclos hídricos, corrimiento de la frontera agrícola donde se vulneran derechos de comunidades campesinas y pueblos indígenas”, sostiene sobre un escenario global con correlato nítido en la provincia de Córdoba.
Con claridad, Gagliardo deja como idea que “no se trata solo de consumir más sano para no envenenarse uno, sino que hay que entender que nuestros modos dominantes de alimentarnos están envenenando la tierra, las aguas”.
Esta activista llama a “fortalecer los circuitos de consumo local, promover intercambios con los pueblos cercanos, y acompañar a los productores que cultivan alimentos para las poblaciones en vez de seguir alentando a la gran agroindustria”. Para abastecer al veganismo, apunta que existen “una gran variedad de semillas, granos, frutas de estación, frutos de monte con un uso cuidado que ya se producen en zonas de Córdoba y que se deben pensar, con los productores a la cabeza, para que puedan satisfacer a cada territorio”.
Son diversos los espacios que, a lo largo de la geografía cordobesa, buscan cada día abonar otro suelo en materia alimentaria y acompañar el proceso de agricultoras y agricultores. Desde la academia y la investigación, también surge un potente activismo que ha empujado procesos al interior como hacia afuera de las casas de estudio. En estas redes, se ubica Estefanía Moroni, miembro del colectivo Nutricias, un espacio cordobés novedoso formado por más de diez mujeres graduadas como nutricionistas y con diversos recorridos en sus perspectivas específicas —veganismo, soberanía alimentaria, medicina china, saberes indígenas latinoamericanos, ayurveda, entre otros—. Moroni plantea que “el alimento de calidad, sin pesticidas, debería ser para toda clase social porque es un tema de salud, de contar con cuerpos y mentes sanas”.
“Hoy en día, estamos viviendo un envenenamiento crónico con los alimentos, que mantiene a la sociedad enferma”, apunta en torno a la ingesta cotidiana de agroquímicos en microdosis residuales a través de frutas y verduras.
Lucrecia Oliva, otra Nutricia, agrega que “si bien el Estado, mediante el Senasa, por ejemplo, ha reconocido la presencia de agroquímicos en frutas, esa producción es la que mayoritariamente sigue circulando”.
Entonces, plantarse como nutricionista frente a esa realidad implica un des-aprendizaje intenso. Porque, como grafica esta mujer de Marcos Juárez, “es más cómodo armar una dieta, poner marcas de alimentos, nombres de frutas y verduras, mandar a la persona al supermercado y ya, pero una no sabe dónde y cómo fue cultivado eso”.
Desde esa mirada crítica, entienden que “se debe cuidar la salud de la persona, entonces, hay que tratar de saber que lo que va a poner en su organismo no tiene agroquímicos”.
Las Nutricias han comenzado a vincularse de forma directa con redes de agricultoras y agricultores agroecológicos, entendiendo que los alimentos de origen vegetal son una base clave desde donde pensar la alimentación frente a las problemáticas sanitarias y ambientales derivadas de —entre otros sectores— la industria cárnica.
Cuando deben recomendar alimentos de origen animal —carne, leche, huevos—, “se apunta a producciones que sean familiares, lo más sanas y ecológicas posibles, alejadas de la megaindustria que tiene un altísimo impacto”, agrega Sofía Alzuarena, otra integrante de este colectivo.
Este entramarse con la producción agrícola de pequeña escala en forma directa se torna una tarea política mayúscula frente a la desconexión de saberes que domina en los ámbitos académicos formales.
Con este tiempo recorrido, Moroni comparte que el espacio es “una semilla en expansión que busca crear conciencia sobre la alimentación natural, con alimentos cercanos a la tierra, que tienen un gran poder de sanar”. En definitiva —agrega Lucrecia Oliva—, “el objetivo es recuperar saberes sobre la comida y sobre el cuerpo que den autonomía a las personas y dependan lo menos posible de un médico y del propio nutricionista”.
Todas estas expresiones en torno a la alimentación saludable dan cuenta de que “en Córdoba, hay un número creciente de experiencias que quieren correrse del consumo tradicional, del supermercadismo”, según Julieta Seplovich, nutricionista, investigadora y miembro del colectivo político MTE-Rural en Patria Grande.
Como parte de su trabajo de campo, indagó algunas percepciones en torno a la feria agroecológica de la ciudad de Córdoba, espacio que funciona desde hace más de seis años en la ciudad universitaria. “La alimentación saludable se ve asociada en ese ámbito a ciertas emociones, no solo como cuidado de la salud en términos biológicos, sino con cambios de estilo de vida, con lo espiritual, donde la feria agroecológica era parte de la respuesta”. El contraste nítido es el supermercado, ese “no lugar”, un espacio de anonimato, donde no hay diálogo con lo que está adelante nuestro, mientras que, en la feria, “uno puede hablar con el agricultor, preguntar, consultar”.
En definitiva, lo que el supermercado censura como posibilidad, en la feria agroecológica, se abre y esa debería ser una búsqueda en cada espacio en torno a la adquisición de alimentos.
En este tipo de ámbitos, aún hoy alternativos, entran varias dimensiones en juego para definir lo que se entiende por un modelo alimentario soberano: “Se propone como un sistema justo, sustentable, sano, con poca o nula intermediación, sin explotación laboral, que tiene en cuenta desde el uso del suelo hasta el consumo”. Si pensar en una nutrición enmarcada en la soberanía alimentaria tiene sus dificultades, estos ámbitos marcan un camino, una guía para donde comenzar a recorrer, que —como dice Seplovich— “habrá que seguir traduciendo a más casos puntuales y, sobre todo, ampliarlo a estrategias que incluyan a los sectores populares, el gran desafío que todavía tenemos”.
*Por Leonardo Rossi para Agencia Tierra Viva / Imagen de portada: Agencia Tierra Viva.
**Córdoba Agroecológica. Editado por la Universidad Nacional de Río Cuarto. Libre descarga aquí.