La escuela como faro

La escuela como faro
28 octubre, 2020 por Redacción La tinta

La educación rural en tiempos de pandemia. La falta de conexión a internet y el soporte papel tan necesario. Tres maestras y directoras de escuelas rurales en la provincia cuentan la experiencia. Creatividad, pasión, ingenio. Crear recursos en medio de una emergencia sanitaria. El vínculo: lo esencial en la ruralidad. 

Por María Cruz Ciarniello para Enredando

Todos los días alrededor de las 6 y 20 de la mañana, Daniela sale de su casa para recorrer en auto los 25 kilómetros de distancia que hay entre la localidad de Margarita y la comunidad mocoví Paraje el Toba, en el departamento Vera de la provincia de Santa Fe. Allí se encuentra ubicada la escuela secundaria de la cual ella es la directora, la intercultural bilingüe 580. El 90 por ciento de los chicos y chicas de la comunidad asiste a esta escuela que cuenta con un ciclo básico y uno orientado en agroambiente. En total, son 37 alumnxs entre 1ero y 5to año, y 17 docentes, de lxs cuales 15 son mujeres.

Pero no es esa la única distancia que Daniela transita, casi siempre acompañada por otras maestras. Para llegar a la comunidad mocoví de la Colonia Duran, Campo El 94, hay aproximadamente 32 kilómetros, de los cuales solo 8 están asfaltados. Allí se ubica la escuela rural secundaria 1580 del departamento San Javier. Daniela también es la directora de esta institución a la que concurren 21 alumnxs que deben recorrer los casi seis kilómetros de distancia que tienen desde sus casas hasta la escuela, aunque los días de lluvia los caminos se vuelvan barrosos e intransitables.

Desde Margarita, Vera, Romang, Reconquista, Malabrigo y Calchaquí se puede acceder a la escuela. Si todos los caminos conducen a Roma -dice Daniela-, la escuela de Campo El 94 sería la mismísima Roma del norte de Santa Fe.

En ambas escuelas rurales del norte profundo de la provincia, la modalidad educativa es la conocida como pluri-año. Solo hay dos salones y la manera de educar “es muy diferente”, dice Daniela. Al principio, cuesta. Después, “cuando empezás a encontrar el sentido a esta modalidad, es totalmente enriquecedor”. Reconoce que el trabajo en la ruralidad no es nada fácil y que únicamente quienes recorren esos caminos rurales saben lo que significa. “A veces tenemos que viajar entre 40 y 100 kilómetros para llegar a las escuelas, pero es una gratificación enorme sentir el abrazo y el recibimiento de los chicos”.

22 años de docencia en escuelas rurales tiene Daniela Bertschi. “Fue mi primer amor, conocer otras realidades, otras familias”, dice. 22 años recorriendo esos caminos que la hacen feliz aunque muchas veces tenga que lidiar con el barro y el riesgo de caer en la cuneta después de una tormenta, o con la oscuridad, la soledad y el frío en medio del monte. O incluso, con una pandemia mundial que trastocó la cotidianeidad escolar y las formas de educar.

“La escuela es faro” es la frase que en varias oportunidades repetirá Paola Vitola, maestra rural y directora desde hace dos años y medio de una de las escuelas primarias ubicada en la zona rural de Villa Amelia. Son 3 kilómetros hacia adentro del cruce de la ruta 18 y la Ao12 los que hay que recorrer para llegar a la escuela 246. Paola viaja todos los días una media hora desde la ciudad de Rosario y dice que hay 3 caminos que conducen a esta “Roma” del sur santafesino. Pero no siempre se puede dar clases. Acá también los caminos se transforman en pantanos para las familias que los días de lluvia no pueden salir de sus casas. “Lxs maestrxs llegamos en nuestros propios autos porque no hay transporte y lxs chicxs a veces vienen caminando o en moto”. La escuela tiene nivel inicial y primario. En total, son 48 chicxs y hay solo 3 maestras, todas mujeres, entre ellas, Paola. 19 alumnxs son de nivel inicial, con salita de 3, 4 y 5 años integrada, y 29 pertenecen al nivel primario. “Hace dos años y medio que estoy en la escuela y fue todo un desafío. Nunca había trabajado en la ruralidad”, dice. “Acá trabajamos el multigrado y somos dos maestras de primaria. Cuando una trabaja con los chicos de 1ro a 3ro, la otra trabaja con los chicos de 4to a 7mo, y la modalidad de trabajo es diferente, pero es mágica”.

A la escuela concurren pibxs que viven en la zona rural de Villa Amelia o en los lotes que pertenecen a la localidad de Alvear. No hay para estas familias una escuela secundaria cercana donde puedan continuar con la trayectoria escolar. En realidad, dice Paola, no hay casi nada, solo la escuela. “La accesibilidad es muy difícil. Son familias que en general no tienen vehículo, apenas una moto y circular por caminos internos a veces se les hace muy difícil”. Por eso, para la directora, la escuela es también el lugar que les permite acceder a otros mundos posibles. “En la mayoría de los casos, es el único espacio de socialización que tienen los chicos. Hay algunos que ni siquiera tienen vecinxs. Pero lamentablemente en esta escuela, no están los cargos asignados para las materias de música, plástica y tecnología. Así que intentamos darlas nosotras, que la música y los dibujos circulen en otras materias, pero no es lo mismo. En una de las jornadas de Escuela Abierta que antes existía, los chicos tuvieron que formular deseos y todos pedían que haya arte para la escuela”.

Fabiana Rodriguez vive un poco en Rosario y otro poco en la escuela Marcos Sastre de la Isla El Espinillo que pertenece a la provincia de Santa Fe. Cerca de las 8 de la mañana, cruza en lancha, a veces en canoa, con el portero, Prefectura o algún pescador, durante unos siete minutos hasta llegar al predio de 10 hectáreas que fueron expropiadas y destinadas al Ministerio de Educación provincial. Allí está emplazada la escuela 1139, el faro de este lado del Paraná para las 29 familias que viven en la isla, en su mayoría, dedicadas a la pesca artesanal.

Fabiana tampoco tenía experiencia previa en la ruralidad. Concursó para el cargo directivo el año pasado y asumió la dirección de la escuela el 2 de marzo, apenas 17 días antes de que el gobierno nacional decretara el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio. “Al principio, me costó un poco porque era nueva, tenía que construir una relación con las familias, que me conozcan. Pero hoy puedo decir que ya tengo un vínculo con la comunidad”. Ese primer día ni siquiera sabía cómo iba a cruzar el río. Fue todo un desafío. Ahora, dice, no quiere volver a Rosario. “Fue un crecimiento en mi sentir docente. Acá todo es diferente, no solo tenés que hacer la gestión administrativa, sino que también te permite seguir teniendo el contacto con lxs chicxs en el aula. Y eso es una retroalimentación que, cuando la perdés, perdés el horizonte”.

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(Imagen: Buhoquemira)

En esta escuela, hay 21 alumnxs entre nivel inicial y primario. La modalidad es la misma que en la de todas las escuelas rurales, el plurigrado. Fabiana es un pulpo con muchos brazos que hacen de todo. Los días que se queda en la casa que tiene el establecimiento para el cargo directivo, no solo dicta clases y cumple con las tareas administrativas. También es el pilar de referencia para las familias que concurren a  la escuela a toda hora, desde los más chicos hasta los adultos. Es que las escuelas rurales -que son las únicas instituciones estatales cercanas que tienen las comunidades- cumplen un rol social mucho más allá que el de solo impartir enseñanza. Son el “faro” del que habla Paola. “Para las familias, la escuela es todo. Vienen personas más grandes para hacer trámites de Anses, o a usar internet, la escuela tiene panel solar y una antena eólica, es decir que acá pueden cargar sus celulares, así que armamos tipo ciber, los chicos vienen y buscan cosas en internet”, cuenta Fabiana. Lo mismo dirá Daniela aunque las distancie cientos de kilómetros. “Es el lugar donde van a consultar, a pedir cosas, hacemos todo lo que es turnos de Anses, trámites, es un nexo y tejemos redes con otras instituciones, con el área de salud estamos vinculados. Dentro de la ruralidad, la escuela cumple una función muy importante. Y también nos involucramos como docentes cuando tenemos algún problema con algún alumnx, enseguida nos contactamos con otras instituciones para poder acompañar. Acá no hay un portero que te puede alcanzar una lavandina o lo que sea, nosotrxs tenemos que pensar todo lo que necesitamos y tenemos que llevarlo, trasladarlo, y entonces tenés que organizar la semana, ver qué falta, qué no”.

Como ocurre en Villa Amelia o en Campo 94, en el Espinillo, todos los caminos también conducen a esta escuela que es el centro de las 10 hectáreas, además del río que todo lo rodea. Es la única institución del Estado con la que cuentan, ya que todo lo demás lo resuelven en Rosario, cruzando en sus botes durante esos 7 minutos que dura el viaje por el río Paraná.

¿Cómo educar en tiempos de pandemia? ¿Qué ocurre con la conectividad en aquellas zonas donde ni siquiera hay redes o antenas que permitan tener wi-fi?

Fabiana, Daniela y Paola son algunas de las muchas maestras y directoras que inventaron recursos para educar en un contexto hostil cuando de lo que se trata es de evitar el contacto estrecho, tan necesario en estos territorios.

El domingo 15 de marzo, el presidente Alberto Fernández establecía la suspensión de las clases en todo el país. Fue 4 días antes de que decretara un confinamiento nunca antes vivido. Daniela se había despedido hasta el lunes, como todos los días viernes. Esa noche no sabía qué hacer. Como muchxs en este país, creía que la pandemia aún estaba lejos, del otro lado del océano. Se puso en contacto con los demás docentes y empezaron a pensar en cómo hacer para no cortar el lazo con las dos comunidades mocovíes que concurren a las escuelas. “Esa fue una semana de lluvia y no pudimos viajar. Eso nos dio el tiempo como para organizarnos, entonces, recolectamos la información, armamos grupos de WhatsApp, tratamos de tranquilizarlos, de decirles lo que estaba pasando. Ambas comunidades no tienen una conectividad buena, hay una antena que les da internet, pero los chicos no tienen en sus domicilios, es una antena comunitaria”. En Paraje el Toba y Campo 94, hay un salón comunitario donde las familias pueden ir a conectar sus celulares y tener internet. Los chicos no cuentan con teléfonos con suficiente memoria como para acceder a buena conexión y descargar materiales. “Fue ensayo y error, día a día”.

Paola lo grafica en pocas palabras. “Fue duro”, recuerda. “Terminamos la jornada, escuchamos el decreto y nos agarró por sorpresa. Nos fuimos reformulando en la marcha, lo que pudimos hacer al comienzo fue indagar qué recursos tenían, inicialmente armamos un grupos de WhatsApp con las mamás que se llama “Separados juntos”. Al mismo tiempo, cada maestra se llevó una pizarra a su casa para copiar las propuestas, filmarlas y enviarles videos o también fotos. “Era una manera de que no pierdan el hábito de la escuela”. Reconoce que al comienzo fueron un “poco ilusas”. Es que no siempre, o casi nunca, los chicos podían realizar las tareas en simultáneo, ya que la mayoría usaba el teléfono del papá o la mamá que en ese horario estaban trabajando. Lo que pudieron sostener en el tiempo es el grupo de WhatsApp donde casi todas las familias utilizan sus propios datos móviles para tener conexión. Es que acá tampoco hay internet y, de solo 22 familias -dice Paola-, una sola cuenta con una computadora y conectividad.

Fabiana nunca dejó de cruzar al Espinillo. En la escuela, hay comedor y, aunque no hubiera clases, ella se ocupó de repartir las viandas y, luego, los bolsones de mercadería que se entregan cada 15 días. La conectividad también es escasa, pero gracias a las gestiones de la radio comunitaria Aire Libre, la escuela cuenta desde hace un mes con conexión a internet además de algunas netbook del Conectar Igualdad. Pero en los hogares no hay acceso y, con suerte, solo tienen un celular por familia. “Acá también hay problemas de energía, entonces, muchas veces no tienen carga en sus teléfonos”. A través de WhatsApp empezaron a trabajar con las mamás de lxs niñxs, a enviarles propuestas y pensar en proyectos colectivos para todos los niveles, adecuados a las distintas edades. Es decir, todos participan de una misma propuesta con aportes diferentes. La escuela de la isla tiene una fuerte conexión con la radio comunitaria de la zona oeste de Rosario. Junto a otras 18 escuelas, participa de los micros radiales donde las voces de los chicos se escuchan por el dial de la 91.3. “Ellos están muy entusiasmados. Nos envían los audios y nosotras los editamos, los limpiamos y se lo enviamos a la radio. En general, los temas de nuestros micros están vinculados a la vida en la isla y atravesados también por la quema del humedal. Entonces, hicimos foco en lo que ellos viven día a día, en toda la riqueza de su territorio, en cómo cohabitan con animales que los chicos de las zonas urbanas solo conocen a través de los manuales”.


Los incendios que arrasan con gran parte del Delta entrerriano también afecta la vida en El Espinillo. Más allá de que las columnas de fuego, por suerte, se visualicen a lo lejos, la proliferación de víboras y roedores que escapan buscando tierra segura es un problema cotidiano. Tampoco hay lagunas interiores, como consecuencia de la gran bajante del río, que puedan actuar como cortafuegos, cuenta Fabiana.


La creatividad lo es todo para estas docentes que, coinciden, las mueve el deseo, la pasión y la profunda vocación por ser educadoras en contextos rurales. “Si no sentís esa vocación, tenés que dedicarte a otra cosa”, dicen. Daniela viaja hasta las comunidades para repartir, al igual que Paola y Fabiana, los bolsones con alimentos cada 15 días y también los cuadernillos que ella misma confecciona durante horas.

Ante la falta de internet, el papel sigue siendo esencial. Fue el soporte fundamental que encontraron para que sus alumnxs pudieran seguir con las propuestas pedagógicas. Entonces, los distintos profesores le envían a Daniela las actividades y ella se toma el tiempo de recopilarlas, compaginarlas, diagramarlas e imprimirlas para cada una de las familias de las dos escuelas rurales. “Son cuadernillos, uno para el ciclo básico y otro para el orientado, que tienen entre 30 y 40 páginas, y reúnen actividades para todo un mes”. A su vez, los chicos tienen un horario al que pueden ir al salón comunitario, conectarse y tener contacto con los distintos docentes para recibir la devolución de los trabajos.

Paola y Fabiana también apelaron al papel para seguir con las actividades, sabiendo que nada es lo mismo, que nada reemplaza la presencialidad, el abrazo diario, la mirada de los chicos, el diálogo en el aula. “Intentamos armar un classroom, pero fue imposible”, dice Paola, lamentando la falta de políticas públicas para que los chicos puedan tener una computadora en su casa

No hay plataformas virtuales que en la ruralidad suplanten las clases como tal vez ocurra en las zonas urbanas. Acá, lo artesanal se vuelve “mágico”, como describe la docente y directora de Villa Amelia. “Utilizamos los cuadernillos que armó el Ministerio de Educación de la Nación y la provincia, y cuando vamos a llevar la copa de leche cada 15 días, se los repartimos”. También se las ingeniaron para preparan kits escolares con distintos materiales para que nada les falte. Incluso, al comienzo del aislamiento, se ocupaban de cargarle ellas mismas crédito a los celulares para que pudieran tener datos móviles. “Armamos combos, por ejemplo, de cuentos de la biblioteca que tiene la escuela y así, cada 15 días, se los van prestando entre ellos”. Videos, saludos cumpleañeros, actividades por el día del maestrx, todo es parte de ese mundo creativo que recrean las docentes para seguir con el vínculo cotidiano. “Tenemos un compromiso con estas infancias, no podemos fallarles”. Y ese compromiso es el que lxs chicxs sienten cada vez que llegan a la escuela. «Extraño el patio, la merienda, los juegos, el recreo, pero más te extraño a vos que sos mi seño. Extraño llegar a la escuela primero y ver como tu auto se acerca de a poquito  y cuando el que llega tarde soy yo, vos me esperás en la puerta riéndote y diciendo ¡dale, Francisco!», le escribió a Paola uno de sus alumnxs.

Además de los micros radiales, en la escuela El Espinillo utilizan los cuadernillos escolares y diferentes manuales que Fabiana se ocupa de llevar a la isla. Aunque no solo traslada libros cada vez que cruza. También carga mercadería y bolsones con todo tipo de productos que aportan distintas organizaciones que colaboran con la comunidad. En este contexto, Fabiana dice que es fundamental poder acompañar a los papás y las mamás. En el Espinillo, son las mujeres quienes se ocupan de las tareas escolares aunque también se dediquen a pescar y a tejer redes. A pesar de ser una comunidad patriarcal, la figura femenina es muy potente: las mujeres asumen un trabajo tan invisible como esencial.

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(Imagen: Buhoquemira)

“Tienen una fuerza increíble, son las que acarrean los baldes, las que se ocupan de las tareas de los hijos”. La comunidad del Espinillo, como tantas otras comunidades de pescadores, atraviesa por una situación económica crítica ante la bajante exorbitante del río Paraná.

“Las familias ponen mucho empeño, económicamente están muy mal y también hay un nivel socioeducativo bajo, sin embargo, le ponen mucha garra”. Paola comparte la mirada: “Las familias se ven atravesadas por un montón de problemáticas, hemos tenido familias que se han tenido que mudar a pesar de estar el decreto, que han perdido el trabajo, que han perdido familiares. Es un contexto muy adverso, muy desigual”.

“En la zona urbana, los chicos están acostumbrados a trabajar con la tecnología, pero acá no, acá los chicos buscan el contacto, el abrazo”, dice Daniela. Aprendieron –con el aislamiento obligatorio– a que las clases ya no serían las mismas. Pero eso no significa que no haya aprendizaje. “Sé que no es fácil para los padres, pero siempre les digo que hoy ellos son los verdaderos profesores, son los que tienen que motivar a los chicos a que puedan estudiar, a que no bajen los brazos. Entender que este año los aprendizajes son diferentes, que siempre se aprende algo para la vida”. Ambas comunidades sufren una misma realidad socioeconómica: la desigualdad social las atraviesa como también ocurre en la zona rural de Villa Amelia. “La escuela es la institución que les brinda todas las cosas: contención, útiles, ropa, hacemos colectas, hay mucha gente que colabora para que los chicos tengan las mismas condiciones que cualquier otro chico de una escuela urbana”.

Despertar sueños, pensar otros proyectos de vida, dice Paola. La escuela tiene que poder aportarles y acercarles otras herramientas para la vida. “Queremos ofrecer estos espacios donde los chicos y las familias eleven su autoestima y que confíen en ellos mismos porque suelen ser comunidades muy oprimidas y a veces se naturalizan ciertas injusticias, por eso, tratamos de incluir a la comunidad a las familias, para que puedan mejorar sus condiciones de vida”.

Santa Fe atraviesa uno de los momentos más críticos de la pandemia, con más de 1.000 casos diarios en todo el territorio provincial. En estas comunidades no se registraron contagios y eso es un alivio. Lo que se extraña, dicen, es el cotidiano. El contacto con los chicos, la vida en la escuela. “La presencialidad no se puede reemplazar con nada”, dice Fabiana quien reconoce no limitar el horario para responder, por ejemplo, ante una consulta de un alumnx. “A veces me escriben a las 9 de la noche para preguntarme algo y no puedo no responderle porque quizás es el único momento del día en que lograron tener carga en el celular o pudieron conectarse a internet”.

“Acá no podés mirar para otro lado”, siente Paola. El compromiso para esta docente es mucho mayor que en cualquier otro contexto. La realidad las atraviesa. “Me duele la desigualdad que hay. Pero creo que nuestra misión es correr algunos velos y acercar herramientas a las familias para que lxs chicxs puedan soñar con proyectos de vida”. Recursos o experiencias a las que de otra manera no podrían acceder como, por ejemplo, la de contemplar un eclipse solar con lentes de la Nasa que Paola logró, mediante un proyecto, conseguir para sus alumnxs de Villa Amelia.

Daniela siente orgullo por haber “caído” en la pública y por ser, desde hace 22 años, una docente dedicada a la ruralidad: “Es fundamental sentir lo que hacemos. Hoy, el desafío más grande es relacionarnos con otras personas que son diferentes y no hacer la diferencia. Tener empatía, creo que es algo que pudimos aprender con esta pandemia. Como docentes, podemos hacer un mundo un poco mejor”.

*Por María Cruz Ciarniello para Enredando / Imagen de portada: Buhoquemira.

Palabras claves: educación popular, escuela rural, Santa Fe

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