Las aguas visibles. Litio en Fiambalá: entre el pueblo minado y las pantallitas de colores
La minería de litio, que comenzó a instalarse en los últimos años en la zona de Fiambalá de la provincia de Catamarca, tiene sus caras, visibles e invisibles. Entre una y otra, se abre el silencio de gobiernos, las amenazas a un pueblo empobrecido y una asamblea de vecinxs que intentan protagonizar su propio destino. Allí nos detenemos en esta segunda entrega de la serie de crónicas Las Aguas Visibles.
Por Lucía Maina Waisman para Agua para los pueblos
Un cierto aire de tiempo detenido, de pueblo fantasma, circula a una cuadra de la plaza central de Fiambalá. Lo único que habita es un silencio caluroso y una profesora que camina buscando algún alivio de sombra por la vereda del frente. No se trata de ninguna cuarentena, sino del encierro que mandan los 40 grados de la siesta catamarqueña en los primeros días de marzo. Aquí y ahora, las palabras pandemia y coronavirus solo suenan en las pantallas, como noticias lejanas de otros países, aunque en pocos días serán una realidad que lo cambie casi todo. Casi.
Unos metros más adelante, hay una casa de color crema, aberturas de madera y una fachada simple, austera, con un gran cartel que la distingue del resto: “Liex S.A. – Relaciones comunitarias”. No se trata de un centro comunitario, tampoco de un club o una ONG: Liex S.A. es la empresa representante en Argentina de la minera canadiense Neo Lithium, que, en 2016, comenzó el proyecto Tres Quebradas para la extracción de litio mediante salmueras en la región de Fiambalá, a pocos kilómetros del límite con Chile.
Aunque hace ya cuatro años que esta mina comenzó su fase de exploración en la zona y hace un año que posee una planta piloto funcionando en el pueblo mismo de Fiambalá, las palabras Liex y litio resuenan entre lxs vecinxs como un murmullo sin certezas. Esta casa es la presencia más visible de la empresa en el pueblo, el lugar donde, según Google, se encuentra su oficina administrativa. Tiene una reja que permanece abierta y otro cartel grande en su portón de madera que reafirma: “Abierto”.
Detrás de las fachadas, como horizonte de las calles de tierra o por encima del cartel de la remisería, se alzan unas montañas inmensas. Y detrás de ellas, a más de 4 mil metros de altura, en un área natural protegida sobre la misma Cordillera de los Andes, la presencia más invisible de la empresa: la mina donde Liex realiza, en su etapa exploratoria, la salmuera para extraer el litio y el agua. Una de las pocas actividades que permanecerá por aquí cuando las palabras pandemia y coronavirus aterricen en nuestro país y detengan casi todo lo demás.
Pero nada de esto puede deducirse de esta fachada y el cartel que la acompaña. En la vereda del frente, está la despensa de Elena, una radio y un negocio de ropa, aún cerrados por el horario imposible de la siesta.
Las becas de la esclavitud
“Fuera todos los codiciosos. Pagan a mentirosos que están al servicio de las empresas mineras asegurando que todo está bien… el agua es del pueblo sí o sí”. Todas esas frases cuelgan de unas ramas en el frente de una casa. Están escritas con fibrón sobre una tela, por debajo de la cual se asoma una madera escrita prolijamente con un aviso de que se alquila departamento por día. Sin dudas, esta es la casa de Nicolasa, una de las vecinas que integra la asamblea Fiambalá Despierta, organización que lleva años manifestándose en contra de la minería en su territorio.
Mientras cruzo la calle para entrevistarla, aparece una vez más la palabra Liex, esta vez, escrita en grande sobre una camioneta, conducida por un chico joven, morocho, de gorra. Hago palmas a falta de timbre y Nicolasa se asoma detrás de un pallet apoyado sobre la puerta, que impide la entrada de los dos perros que me rodean.
—Cuando ya había entrado la minera, hicimos un corte de ruta, para no dejar pasar a una comitiva que venía con la gobernadora –me cuenta desde su piel morena, que hace brillar su remera blanca con corazones y mariposas, cuando le pregunto por la mina de litio-. Éramos casi todas mujeres y, al menos yo, estaba emperrada: no queríamos que vaya a inaugurar 3 Quebradas antes de que venga y hable con el pueblo… ¿Y sabe a quién mandó? A gendarmería, a la policía de infantería.
Poco tiempo después de aquel episodio, me cuenta Nicolasa ya sentada en la galería de su casa de adobe, algunas personas del pueblo recibieron una invitación para asistir a una charla donde serían informadas sobre la nueva minera:
—Allí mismo los han hecho firmar un papel, un acta, y eso le ha valido a ellos como licencia social. A nosotros, a todos los que estamos en contra ni nos han mencionado, ¡han buscado gente que esté a favor!
Desde la asamblea Fiambalá Despierta, cuentan que ese documento fue la única respuesta gubernamental que hasta ahora recibieron sobre el proyecto: ante su pedido de información, la Secretaría de Minería de la Provincia les envió el acta de asistencia a esa charla técnica como prueba de la audiencia pública y la instancia de participación de la comunidad que exigen las leyes ambientales. El problema, señalan, es que esa instancia no fue una audiencia ni tuvo carácter público: solo pudieron enterarse y participar quienes recibieron invitaciones personalizadas, y la mayoría de las firmas correspondían a empleados municipales o jóvenes becados por el gobierno local.
Nicolasa cuenta que, después de aquellas primeras manifestaciones en contra de Liex, la participación cuesta cada vez más, que varias personas ayudan como pueden y de manera anónima en las acciones de la asamblea, justamente por su dependencia laboral con el municipio:
—La gente tiene miedo porque los amenazan… una mujer, cuando le pregunté por qué no venían más, me dijo que, cuando salíamos a manifestarnos por la mina de litio, les dijeron: “No los quiero ver más con esos locos, porque, si no, la próxima vez que ustedes salgan, directamente no vengan a trabajar” –recuerda Nicolasa.
Las becas que otorga el municipio pueden rondar los $3000, pero representan un ingreso esencial para una buena parte de la comunidad de Fiambalá, acorralada por la falta de oportunidades en un gobierno que propicia el asistencialismo por sobre la autonomía y la economía local.
Y Nicolasa no es la única que habla del rol que cumplen las presiones y amenazas para garantizar la licencia social de Liex. Johana, otra habitante del pueblo que forma parte de la ONG Be Pe, repite casi las mismas palabras que su vecina:
—Cuando recién entró la minera, había asambleas, marchas en contra de la minera. Muchos eran becados del municipio y decían: “Sí, yo conozco, sé cómo es el tema este, pero tengo miedo de salir, si llegamos a salir, nos sacan la beca del municipio”.
Además del municipio, Liex ofrece donaciones y ayuda económica a distintas instituciones del pueblo. Mientras juega a girar las bolitas fucsias y celestes que cubren la tira de sus anteojos sobre la mesa, Nicolasa dice que ella es catequista, así que, cuando se enteró de que la empresa también había ido a ofrecer a la iglesia, se fue al cura y le dijo: “Padre, yo no quiero ver que usted reciba de la minera, porque esa minera está ilegal”.
—¿Y qué le respondió el cura? –le pregunto.
—No los quiere el cura. Igual parece que algo acepta… pero así, públicamente, no. ¿Pero se cree que nos acompaña, en una manifestación o en algo? Nooo. No sé si está a favor del gobierno, de la minera… lo único que él dijo fue: “Yo soy padre del bueno y del malo”.
Aprendizajes del saqueo
Con sus manos deslizándose sobre el mantel de hule con girasoles sobre el que conversamos, Nicolasa cuenta que ya lleva más de 13 años en este tema: sus primeras participaciones en asambleas contra la minería fueron allá por 2007, cuando personas de otras localidades y provincias movilizados por esta problemática llegaron a Fiambalá para traer aquí el debate.
Yo no entendía nada, pero fui a escuchar, dice Nicolasa y recuerda la presencia de investigadorxs y especialistas que advertían sobre las consecuencias de la minería. Pero lo que más le impactó fue escuchar a una directora de escuela de la ciudad de Andalgalá, quien les contó todo lo que había sufrido su comunidad después de más de veinte años de albergar a Bajo la Alumbrera, la mina de oro y cobre más grande del país ubicada aquí, en Catamarca. Después de escuchar, Nicolasa empezó a viajar: con su marido asistió a asambleas en Tucumán, en Belén, en Tinogasta. Y así fue cómo comenzó a formar parte de la asamblea de su propio pueblo.
Ahora, la mujer de cuerpo ancho y pelo largo, con su trenza cayendo sobre su hombro izquierdo, se indigna con el silencio que reina en las pantallas del pueblo en torno a la minería: en la tele, solo ve pavadas, en la radio, otras pavadas. A ella, dice, le gustaría que esto empiece a salir en los medios y repudien la mentira que hacen las mineras. Son capaces de hacer cómplices a todo el mundo… agrega con su voz demasiado baja que se pierde entre el sonido de las motos que pasan por la calle.
«Justamente ahora, estaba mandado a la radio un repudio, porque la Secretaría de Minería no habla con la gente que reclamamos: nos dice ignorantes, que nos oponemos al progreso, que a los viejos ya se nos ha pasado el tiempo, y le lava la cabeza a los jóvenes para que apoyen a la minera».
Después, retoma las palabras de la bandera que cuelga en la entrada de su casa:
—Lo que deja la minería es para los gobiernos y para algunos pícaros, porque el resto… algunos dicen: “Ah, les gustan los vehículos, les gustan los celulares”. Sí, ¡pero los pagamos! Yo me quería comprar un anillito de oro, ¿y sabe cuánto me querían cobrar? –me pregunta con su tonada catamarqueña y suspira-. ¡50 mil pesos! ¿Cuánto pagan ellos? ¿10 centavos? ¿Y el oro que se llevan? Con una monedita de oro, nosotros pagamos el agua, este piso, que no lo terminamos nunca porque tenemos que pagar rentas… ¿Cuándo va a ser nuestra nuestra casa?
Pensativa, Nicolasa recuerda entonces los relatos de su padre. Él era minero en esta misma provincia, en la época en que ese oficio significaba adentrarse en la montaña en busca del brillo de alguna veta entre la oscuridad de los socavones. Pero él tampoco se quedaba con las moneditas: “Las mineras son buenas pagadoras -le contaba su padre ya jubilado cuando Nicolasa era chica-, pero yo les envidiaba cuando cargaba los camiones llenos de oro, de plata, y nosotros no podíamos ni sacar una piedrita porque nos mataban, nos corrían de ladrones”.
Escuchar al otro
Una pintada escrita con aerosol blanco sobre una pared de adobe, frente a un monte de algarrobos, anuncia: “Si no tengo nada, no tengo nada que perder”. Sigo caminando en dirección opuesta a la plaza principal.
De a poco, la siesta cede y la gente aparece. Dos adolescentes con uniforme esperan a una tercera que se les suma y arrancan en moto. Una señora sonríe y me saluda mientras espera a su hija debajo de un altar de la virgen de Lourdes, frente al comité de la UCR. Después, el hospital, la Casa de la Juventud y, ya donde la calle se transforma en ruta, según indican las líneas amarillas que aparecen en medio del asfalto hirviente, de nuevo Liex. Tres galpones grandes de chapa protegidos por un alambrado, cubierto con media sombra que no deja ver dentro del predio, y un nuevo cartel, que, esta vez, advierte: “Prohibida la entrada a toda persona ajena a la empresa”.
Según las comunicaciones oficiales de la firma, esta es la planta piloto de la minera, puesta en marcha en 2019. Allí, se realiza la producción de carbonato de litio a partir de la salmuera que proviene de 3 Quebradas, en la Cordillera. “El proyecto 3Q se encuentra en la provincia de Catamarca, la mayor área productora de litio en Argentina. El proyecto cubre aproximadamente 35,000 hectáreas y el salar dentro de esta área es de aproximadamente 16,000 hectáreas”, señala Neo Lithium en su página oficial. En ese enorme territorio en alturas, la empresa avanza con perforaciones, estanques de evaporación y pozos de producción para extraer el mineral que se destina a la fabricación de baterías para autos, celulares, computadoras y demás productos electrónicos. Una extracción que, a la escala que se pretende, requerirá el uso de millones de litros de agua por día, con consecuencias en los sistemas hídricos de una zona árida, donde la escasez de agua ya es la regla.
La salmuera concentrada que se obtiene de la montaña, luego, es transportada por unos 160 km hasta llegar a estos galpones en el pueblo de Fiambalá. Una vez aquí, según indica la propia empresa, “se ajustan detalles para lo que será la Planta en su etapa de producción”, que, por ahora, tiene una capacidad de unas 40 toneladas de carbonato de litio por año. El comienzo de la producción se espera para el año 2021.
Mientras tanto, en algún cajón del Concejo Deliberante y de la Municipalidad, duermen las notas presentadas por vecinxs e integrantes de la asamblea Fiambalá Despierta basadas en el derecho a la información pública.
Desde la primera, realizada cuando se conoció la llegada de la mina cuatro años atrás, hasta la última, presentada en septiembre de 2019, que solicitaba a sus representantes respuestas sobre “la instalación de una planta piloto de tratamiento de litio de la empresa minera Liex SA”. Tanto los concejales del oficialismo, Frente para la Victoria, y de la oposición, Frente Cívico – Cambiemos, expresaron no tener información al respecto y, hasta el día de hoy, con la planta piloto en pleno funcionamiento, las respuestas aún no aparecieron.
“Consenso no significa estar de acuerdo con todo, sino tener una mayoría que acuerda y una minoría que es escuchada y respetada”, afirmaba en agosto de 2019, un mes antes de la presentación de aquella nota, Roberto Lencina, consultor de Relaciones Comunitarias y Prensa de Liex, en una publicación de la Cámara Argentina de Empresarios Mineros (CAEM). Y agregaba: “Nuestra industria para crecer necesita comunidades fuertes y protagonistas de lo que les está pasando, porque ese es nuestro mejor reaseguro. Comunidades que cuestionen con información válida y con una enorme capacidad de escuchar al otro”.
Bordeo una acequia, acompaño el agua marrón que corre en un estrecho canal de piedra frente a los galpones de Liex, para volver al centro del pueblo y escuchar más voces de esa comunidad, fuerte y protagonista.
El zorro en el gallinero
—Soy yo –me dice la mujer que viene caminando desde el fondo con su camisa blanca y negra, y su pelo negro y largo cuando me escucha preguntar por Elena, ahora que ya son las ocho de la noche y la puerta de la despensa está abierta.
Ella también es parte de la asamblea Fiambalá Despierta. Es, además, radical, partido por el que hace tiempo fue concejal del pueblo y que hoy es oposición en el municipio, en la provincia y en la Nación. Cuando le pido una entrevista, ni lo duda: deja a cargo a un chico en el negocio y saca dos sillas de plástico a la vereda para que el aire nos ayude a resistir un poco mejor el calor que todavía permanece. Ahí nos ubicamos, justo al frente de la oficina de Liex, de su cara visible.
—Ellos vienen a vender espejitos de colores. Vienen y le dicen a la gente: “No necesitamos agua porque se evapora y vuelve de nuevo a los campos, al río…”. MENTIRA, MENTIRA –grita Elena con un énfasis puesto en cada gesto, en cada letra, cuando le pregunto sobre el proyecto de minería de litio-. Todos sabemos que utilizan mucha agua, muuucha agua utilizan. Y después vamos a tener nosotros el gran problema.
Su indignación lleva años: fue cuando ella todavía era concejal que presentaron una de las primeras notas pidiendo información sobre la mina de litio. Quedó ahí, sin respuestas, dice y agrega:
—Aquí nos han vendido atado de pies y manos, sin preguntar por lo menos al pueblo, a la sociedad, qué es lo que uno quiere. Han tomado la decisión intendenta, gobernador. No sé cuánto viajes van haciendo para hacer “inversiones”, según ellos. ¿A traer qué? ¡El saqueo de nuestro pueblo! Nosotros somos los responsables que hemos permitido esto, ¿por qué? Porque aquí la gente realmente es pecho frío, mamá… A la gente no le importa: vos le decís y miran para otro lado.
Mientras charlamos, la gente pasa, la saluda, le paga, pero ella ni se fija en lo que le entregan: está concentrada en responder sus propias preguntas. Y en desmentir a la empresa:
–La gente que ellos dicen que toman para trabajar son muy pocos del pueblo, porque tienen que traer gente especializada, y nosotros acá, lamentablemente, no tenemos. El otro día, estuve conversando con el tipo de la minera y le preguntaba: ¿Quién va a controlar todo eso? Y me dice que ellos tienen la gente especializada para controlar. Ah, muy lindo, le digo: es lo mismo que poner un zorro dentro de un gallinero.
Más allá de que la mina todavía está en fase de exploración, Elena dice que ya está, que ahora, en cualquier momento, van a empezar con la explotación. Y buscando imaginar el futuro, dice que ellos ya tienen ejemplos de lo que pasa en Chile, que, en todas partes a donde ha habido minería, lo que quedan son pueblos fantasmas. Después, menciona el conflicto por minería de litio que sufren en Antofagasta de la Sierra, aquí en esta misma provincia, donde, desde hace más de veinte años, la empresa FMC, ahora Livent, se encuentra instalada en el Salar del Hombre Muerto.
—Ahí, el Río Trapiche ya no tiene agua, las vegas ya están secas y los pastos todos amarillos –dice Elena mientras barre el aire con la mano para describir la situación. Y cuenta que ahora la comunidad de Antofagasta está peleando para defender el río Los Patos, el de mayor caudal de la región.
La minera Livent busca construir un acueducto en ese afluente para extraer el agua que requiere la producción de litio. A ella, se suman otras cuatro empresas mineras que también pretenden sacar agua del río Los Patos.
Según la Asamblea Pucará –espacio que reúne a asambleas ambientales de toda la provincia-, la cantidad que se solicita extraer de ese acueducto en el Informe de Impacto Ambiental es descomunal: 650.000 litros de agua por hora.
Anormalidades que permanecen
—Y las relaciones comunitarias… -dice Elena tragándose la risa cuando le pregunto qué significa ese cartel que vemos enfrente-. Eso es si vienen, por ejemplo, los jugadores del club y necesitan una camiseta, unos botines, y la empresa se los da, cosa que no es nada para ellos: NADA. Con todo lo que se van a llevar o se están llevando ya de los recursos naturales nuestros… ¡Eso es igual que sacarle un pelo a un gato!
Aunque, en junio pasado, la empresa informó que su oficina se trasladaba a su base central, es decir, a la planta piloto, sus “relaciones comunitarias” están más activas que nunca. Durante la cuarentena, mientras mantuvo la extracción en la mina, en el pueblo ya donó una máquina fumigadora para el dengue al municipio, barbijos a la Policía, el Hospital y a Gendarmería Nacional, y solo se vio obligada a suspender temporalmente su “Clínica de Running”, a cargo de un atleta local al que Liex le paga viajes y viáticos para participar de competencias desde el año 2017.
“La nueva ‘normalidad’ que tanto anhelamos debe ser, sin dudas, mejor; plena de diálogo, acuerdos y vínculos positivos. Hacia allí los invitamos a caminar juntos”, afirma la empresa en el boletín que publica bajo el nombre de Comunidades.
Desde dentro de la despensa de Elena, un cuarteto suena en la radio. Nos despedimos frente a la oficina de la empresa con el caer de la noche. Encima del negocio de ropa, como un diálogo de vereda a vereda, otro cartel: Sarcasmo.
*Por Lucía Maina Waisman para Agua para los pueblos.