El estrés del cuidado
El contexto de pandemia expuso algunas problemáticas en torno a cómo sobrellevar la convivencia forzada o la soledad, la falta de trabajo o el home-office, la escolarización virtual y la sobre estimulación de información digital, y el miedo y la angustia frente a un futuro incierto. Y mientras el distanciamiento social, por el momento, no parece tener alternativas, el desafío es pensar estrategias de cierta supervivencia. Psicólogas de distintas instituciones y colectivos dialogaron con Lalengua sobre la importancia de las tareas de cuidado -al interior de los hogares y en el sistema de salud- durante la cuarentena, pero también de las afectaciones que trascienden la escena individual y la pregunta por quién cuida de los que cuidan.
Por Tiziana Ortoman para Lalengua
El aislamiento es la principal estrategia de cuidado que ha perdurado a lo largo de los siglos para los tiempos de pandemia. La contracara de esta herramienta parece ser la saturación y el estrés del sistema de cuidado en todas sus expresiones. “Salir a hacer las compras puede ser agotador. Las tareas cotidianas y hasta aquellas más automáticas se hacen hoy con una carga extra que es el cuidado que las medidas preventivas requieren”, explicó la psicóloga Luciana Ré, perteneciente a Red de psicólogxs feministas. A nivel de los hogares, es común escuchar sobrecarga, especialmente en las mujeres, “quienes seguimos siendo las que llevamos adelante la mayor parte de las tareas domésticas y de cuidado y crianza. Las personas con hijos e hijas reclaman momentos de soledad”, comentó Ré y agrega que, superados los 100 días de confinamiento, “se acrecientan los niveles de ansiedad y preocupación en torno a tanto la subsistencia como la necesidad de los vínculos” que, justamente por esto último, se viene imponiendo con fuerza “una especie de ‘cuarentena blue’, en donde las familias intentan y ensayan nuevas formas de encuentro”.
De todos modos, la situación de aislamiento no afecta de la misma manera a todas las personas. Tal como explicó la psicóloga Pilar Blanco, integrante de la red Psingular, algunas personas se sienten a gusto y no tienen mayores inconvenientes o malestares de los que venían sintiendo previamente, pero “en otros casos, se produjo una exacerbación de los síntomas ya existentes, a los que se han agregado ansiedad, dificultades para dormir, medidas protectoras obsesivas, entre otras”. La licenciada Cristina del Castillo, psicóloga del Hospital de Salud Mental N° 1, comentó que “quienes solicitan tratamiento están muy angustiados, más que al comienzo de la cuarentena” y como contrapartida genera que los profesionales “estén cansados, ya que no solo aumentó la demanda, sino que los casos son complejos”. Las temáticas que atraviesan a los pacientes, en rasgos generales, “no son únicamente de orden individual, sino que es social”, sintetiza la licenciada.
En cuanto al cuidado en las instituciones públicas, luego de reiterados reclamos acerca de las condiciones laborales por parte del personal, la Superintendencia de Servicios de Salud dispuso la reducción de la atención presencial al mínimo. Es por ello que los profesionales rotan entre sí para asistir a su lugar de trabajo una vez por semana, por si hay alguna emergencia, o para pacientes graves que requieren atención en persona. El resto de los días, se trabaja de manera remota como es el caso del Hospital de Salud Mental N° 1 donde las vías de comunicación telefónica son un gran sostén.
En paralelo al confinamiento general de la población, o la atención en hospitales y centros de salud, las autoridades dispusieron que los repatriados, viajeros o personas con posible COVID-19 realicen cuarentena en los hoteles de la ciudad. Hoy en día, la atención en estos espacios es virtual. La licenciada Cristina del Castillo, quien realizó tareas de asistencia psicológica en distintos hoteles -entre ellos, El Panamericano donde, a comienzos de la cuarentena, se hospedaron los pasajeros del ferry que provenía de Uruguay-, explicó que “las guardias comenzaron siendo bastante caóticas y desordenadas”, ya que no hubo “directivas concretas ni personal capacitado para la organización, ni información clara en materia de bioseguridad”. Si bien comentó que los voluntarios tenían “muy buenas intenciones, se notaba que estaban excedidos en sus responsabilidades y poco formados en sus tareas”. Con respecto al personal no médico, las tareas iban desde repartir las comidas a todos los pasajeros, disponer de todos los insumos médicos y estar disponibles para cualquier problema que surja. “En varias ocasiones, distintos voluntarios han expresado que se sentían más a gusto con la presencia de los psicólogos en los hoteles”, puntualizó del Castillo.
Las primeras experiencias en los hoteles se hicieron sin un protocolo. Tanto psicólogos como psiquiatras iban en parejas recorriendo cada piso de los hoteles, consultando detrás de las puertas cómo se sentían los pasajeros, si necesitaban algo y si querían hablar con algún profesional. La mayoría de las personas expresaba su disconformidad ante la situación de realizar la cuarentena lejos de sus casas y sus pertenencias. Otros se sintieron encerrados y sin tener respuesta a cuando se iban a ir. Con el correr de los días, el trabajo en los hoteles, en materia de salud mental, sufrió algunas modificaciones. Hoy en día, ante los reclamos del personal, la Superintendencia dispuso guardias remotas para los trabajadores en salud mental, es decir, psicólogos, psicólogas y psiquiatras atenderán por jornadas de seis horas a cualquier pasajero que lo solicite, por vía telefónica. En los hoteles, únicamente quedará personal de enfermería y médicos clínicos. En caso de una urgencia de índole mental, se llama al SAME.
Pero las instituciones públicas y sus profesionales no fueron las únicas que modificaron su modus operandi. La psicóloga Pilar Blanco planteó que una de las dificultades a las que se vieron sometidos tanto profesionales como pacientes particulares es a adaptar la terapia personal a la virtual y “encontrar un marco de privacidad y tranquilidad”. Además, la licenciada Blanco dijo que uno de los mayores conflictos que tuvo que atravesar como trabajadora fue que como “las prepagas no cubrían las sesiones online, eso generó una resistencia para continuar con los tratamientos”. Ante la insistencia de los prestadores y los pacientes, y luego de la primera extensión de la cuarentena, “las prepagas dieron marcha atrás con esta medida”, explicó la licenciada. Los tratamientos particulares, en muchos casos, es lo primero que recorta ante el desconocimiento del rumbo económico.
Pero ¿quién cuida a los que cuidan? “Esa es una pregunta que nosotros nos hacemos constantemente. Por lo pronto, tratamos de contenernos entre nosotros, tejiendo redes de diálogo”, responde la psicóloga Blanco. Este tipo de situaciones ponen de manifiesto cómo está el sistema de salud tanto a niveles públicos como privados, y que, muchas veces, “nuestra profesión está bastardeada”, sumado a la relación de precarización que padecen varios profesionales.
El personal de salud mental que actualmente está en los hospitales públicos no solo atiende a los pacientes, sino que, muchas veces, sirven de contención para otros profesionales de la salud. Para la licenciada Ré, se trata de “pensar estrategias que posibiliten espacios donde los trabajadores puedan hacer circular la palabra, expresando miedos, preocupaciones, angustias, ya que, justamente, los equipos de salud son los que van a sufrir el mayor desgaste, debido al estrés laboral y la carga mental que deben soportar, y a las condiciones de trabajo que no son siempre las óptimas”.
Con respecto al futuro más cercano, Luciana Ré consideró que “el encierro, la incertidumbre laboral y económica, el miedo al contagio y la posibilidad de la muerte constituyen motivos suficientes como para provocar marcas psíquicas en toda la población”. Lo que ocurra luego del fin de la cuarentena y del paso de la pandemia a nivel global no va a depender solamente de las condiciones subjetivas, sociales, materiales y económicas de cada persona, sino de las situaciones de posibilidad existentes, además de las que se puedan ir generando a nivel social, estatal y comunitarias.
Superados los 100 días de cuarentena, es imposible no percibir un cambio de actitud de la sociedad y una mayor presión sobre el personal dedicado a la atención de la salud. No es la misma situación la de hoy frente a las primeras semanas. “Acatar una medida de confinamiento o aislamiento, como una directiva que viene de arriba hacia abajo, es muy complejo”, explicó la licenciada Ré. Para que las personas se adhieran al 100% a una norma o directiva, es necesario que tengan un sentido, una dirección y “en cuanto este se pierde, o es atacado permanentemente por los medios con discursos anti cuarentena, se dificulta mucho la continuidad y el respeto por lo pactado”. Estos discursos que alientan seguir “produciendo” a cualquier precio y cuestionan la estrategia de cuarentena y aislamiento social se montan sobre estrés de los sistemas de cuidado individuales y sociales, pero no presentan alternativas reales. Y cualquier plan debe pensar el cuerpo colectivo y no meramente en el propio. Como explica Re, “la salida nunca es individual, nadie se sostiene solo ni se cuida sólo, ni siquiera desea solo, siempre es con otros”.
*Por Tiziana Ortoman para Lalengua / Imagen de portada: La tinta.