El monstruo de dos cabezas y mil manos

El monstruo de dos cabezas y mil manos
4 mayo, 2020 por Redacción La tinta

Por Juan Pantano para La tinta

“No se trata de temer o de esperar, sino de buscar
nuevas armas”.
Gilles Deleuze

En una de mis tantas noches de insomnio durante la cuarentena, mientras, por tercera vez en mi vida, veía la película “La Mala Educación” del compañero Almodóvar, tuve una especie de inspiración. En una escena de la película, Ignacio (uno de los personajes principales) hace lagartijas en el patio de la escuela junto al resto de sus compañeros. La escena dura aproximadamente 15 segundos, en donde podemos ver a unos 300 niños subiendo y bajando de cara al piso, y dos curas sentados en reposeras gritando, contando y vigilando. Entre tanto iba mirando esa escena, más todos los sentimientos que la película me iba generando, comencé a recordar algunos de los libros o artículos que había leído en algún momento de mi vida de Foucault y Deleuze. Y como, cada vez que miro una película, tengo el vicio absurdo de relacionarla con mi vida, esa relación me hizo desempolvar los recuerdos sobre estos pensadores. Pensar la cuarentena, en un ejercicio de mezcla, confusión, insomnio, Deleuze y Foucault.

Sociedad disciplinaria y sociedad de control

La furiosa mezcla entre la sociedad disciplinaria, sus más profundas características, con la más visible cara de la sociedad de control. Eso es a lo que nos enfrentamos en la actualidad. Un monstruo de dos cabezas, pero con infinitas manos. Disciplina y control. Nuestra libertad grita desesperada. Foucault dijo, hace ya más de 50 años, que las sociedades disciplinarias, aquellas que se erguían por crisis capitalistas y que se moldeaban para que el sistema siga su rumbo, hoy, resurgen con una fuerza, posiblemente, nunca antes vista. Aquella forma del capitalismo, en donde el poder disciplina cuerpos mediante el control social y de masas, hoy, ya no es una receta de las instituciones, ni siquiera de los hospitales, pues bien, ya es un virus que se coló profundamente en nuestros cuerpos.
Observo por la ventana. Veo aquella persona que camina. Me pregunto qué hace. Aquel anciano sentado en la plaza, mirando los árboles y escuchando a los pájaros cantar, corre peligro, inminente peligro. Aquellos tipos sentados en la vereda, fumando un cigarrillo tras otro sin parar, son una amenaza. ¿Por qué esa niña camina sin cubrirse la boca? ¿Por qué se escucha música tan alta en la casa del lado? ¿Por qué no todo el mundo está en su casa? ¿Qué debo hacer? ¿Denunciar?

El autogobierno de sí. Tal cual lo describió Foucault, aquella disciplina ya hecha cuerpo y el fin de las instituciones como la hegemonía disciplinaria, es decir, la propia institucionalización de la disciplina en el cuerpo. Aquí, Deleuze entra en escena. Sociedad de control, aquella en donde el control ya no necesita del encierro, sino de la vigilancia en espacios abiertos, mediante flujos informáticos, datos y datos y datos que parecieran ser la lluvia que ahora cae. Pero nuestro momento nos trae nuevamente a la disciplina, porque ahora nos encerramos, nos autogobernamos. Pero ese encierro, ese auto-gobierno, esa ética represiva, se alimenta, se nutre del control informático. Del internet. De las redes y de los siempre podridos -estos no mutan- medios de comunicación hegemónicos. La disciplina y el control, la furiosa mezcla que debemos destruir.

Los noticieros nos repiten, una y otra vez, el teléfono de denuncia para cuando veamos alguien en la calle que no respeta la cuarentena. Estamos alerta a cualquier tipo de vínculo espacio–territorial que podamos observar. Cualquier elemento de circulación, de relación, de afecto, bajo un prisma de control, vigilancia y paranoia. ¿Disciplina y control? Pues intento alejarme de los efectos del virus, de los casos, de las medidas de los gobiernos y de la necesidad o no de la cuarentena.

Este escrito no intenta cuestionar lo que ahora pareciera ser una bandera de algunxs fachxs: “Están perdiendo sus derechos, no se la coman entera”, gritaba Baby Etchecopar en su programa, mientras agitaba el puño e insistía a sus televidentes que estamos perdiendo la democracia. ¡No! ¡Mierdas! Me parece que, de lo que se trata aquí, es de descifrar algunos elementos del capitalismo que, hoy en día, salen a la superficie.

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(Imagen: Autor desconocido)

Sociedad disciplinaria

Cuando, a fines del siglo XVII, las instituciones se hacían cargo del disciplinamiento social, mutábamos de una sociedad soberana hacia una disciplinaria: “Hacer morir para dejar vivir” por “dejar vivir para hacer morir”. Es decir, de una sociedad en donde el poder era absoluto y déspota (aquel rey o monarca te dejaba vivir), hacia una en donde el poder se enmascaraba en diferentes instituciones como la cárcel, la escuela, el ejército, la fábrica, la familia, el manicomio y los hospitales. Esas instituciones formaban sujetos mediante el disciplinamiento. Médicxs, enfermxs, presxs, soldados, locxs, profesorxs, alumnxs, padre, hijxs, madre. Y en su perfeccionamiento, el control sobre los cuerpos (anatomopolítica) se condujo hacia un control sobre la población, el cuerpo social (la biopolítica). De hecho, Foucault analizó, desde la epidemia ¿o pandemia? del cólera, cómo los diferentes Estados perfeccionaron el control social a fines del siglo XIX y el control de las principales características de las poblaciones; cómo vivimos, cómo morimos, cómo resistimos y, por sobre todas las cosas, cómo vigilarnos.


Se podría decir que el pensamiento de Foucault tuvo tres momentos: el análisis de los diferentes modos en que se construyen dispositivos de saberes y verdades (arqueología del saber), el análisis de los cambios que han tenido los poderes para hacer que las sociedades sigan siendo productivas (genealogía del poder) y los procesos de subjetivación social, el autogobierno (la ética del sujeto). Es decir, cómo se instala el saber, cómo se disciplina y se construyen sujetos y pueblos dóciles, y, por último, cómo esa disciplina ya es autogobernada por los sujetos.


Esta última etapa me parece muy interesante para nuestro espacio–tiempo. Foucault se encargó de analizar los procesos de subjetivación social a partir de la relación entre política y estética (ética), entre nosotrxs mismxs y lxs otrxs. Es decir, luego de analizar cómo se construye el saber–poder, cómo cambia y se manifiestan las relaciones entre el control, la disciplina, la productividad y el poder, llegamos a entender cómo todos esos mecanismos, dispositivos, discursos y elementos del capitalismo se hacen cuerpo y, principalmente, perfeccionan un ojo vigilante, una mirada sagaz y feroz sobre esx otrx que nos rodea.

Entre el afuera y el adentro, hoy, vivimos presionadxs a constantemente poner en práctica una ética que, en demasía y por el sistema que la perpetuó, es discriminatoria y controladora, o mejor, disciplinadora y vigilante. El adentro y el afuera, ya sea espacio–territorio casa, departamento, monoambiente, rancho, etc., o ya sea espacio–territorio cuerpo, se tiñen de una psicosis que no es casual, que no es producto de nuestra cabeza, sino de todos los elementos estructurales y biopolíticos que se insertan en el interior, modificándolo, controlándolo y, por ende, construyéndolo.

Mi papá es médico y se encuentra trabajando. Él está constantemente expuesto, pero no sólo al virus, sino también a la mirada de sus compañerxs de trabajo; que si saludó o no a unx paciente, que si se cubre la boca, que si sale a tomar unos mates bajo el sol y saludar a lxs vecinxs, que si pone carteles y le dice a la gente sobre la distancia y el cuidado, que si se rasca la nariz o se le cae un moco o si su cuerpo transpira o se le escapa un estornudo. Pero lo que más me impresiona son mis reacciones, mi extremo autogobierno y vigilancia al compartir este tiempo con él. Y es que, cuando mi padre llega de trabajar, vigilo y controlo cada movimiento. Observo todo el tiempo sus manos, hacia dónde se mueven, qué toca, qué acaricia, qué roza. Me vuelvo loco cuando él quiere cocinar o me ofrece un jugo exprimido con sus propias manos. No puedo moverme sin lavarme las manos. Excepto en mi cuarto, divago por el resto de la casa con una pistola de alcohol y unos ojos atentos al extremo: qué dice, hace, respira o contagia mi padre. Es decir, el orgullo o el miedo o la infinitud de sensaciones que podría sentir por él y su trabajo, en este contexto, quedan tapadas, escondidas y a la sombras de mi propio monstruo disciplinario.

Sólo como ejemplo, nos ayuda a pensar que lo que atravesamos, a nivel político, ético y social, es condicionado, moldeado y determinado por el miedo, la disciplina y el autogobierno. Esos mecanismos que comenzaron a desarrollarse a fines del s. XVII, hoy, se sumergen profundamente sobre nuestras formas de ser y nuestras formas de vida, tanto como una roca cayendo sobre las ollas de los ríos que tanto añoro en este momento.

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(Imagen: Autor desconocido)

Sociedades de Control

Ahora bien, en las sociedades de control, Deleuze plantea que las instituciones ya no son las encargadas de implantar el control y la disciplina, sino, más bien, se “encierra en lugares abiertos”. ¿Qué significa esto? Pues bien, hacer, de nuestros espacios, territorios en donde, de diferentes maneras, desde diferentes axiomas, el capitalismo puede ejercer un dominio sobre las propias formas de vida. Es decir, la forma en la que el poder transmuta es de ya no necesitar exclusivamente de las cárceles o los manicomios para señalar, controlar y vigilar, sino mediante flujos, datos e informaciones.

Cámaras de seguridad, tarjetas de crédito–débito, deudas infinitas, cerraduras electrónicas, controles biométricos, celulares como extensión del cuerpo, hashtags, flujos de dineros y redes sociales en donde todxs formamos parte de un metadato, de un código abstracto. De un código que, en realidad, significa un medio claro de conocimiento sobre lo que somos, hacemos y, más aún, de aquello que formamos parte y que va muchísimo más allá de cómo y con quién nos relacionamos en la calle, sino cómo, con quién y de qué manera nos relacionamos virtualmente, del sujeto virtual que creamos.

Deleuze dijo que, en las sociedades de control, ya no necesitaremos a las escuelas, lxs maestrxs estarán sujetxs a la formación permanente, sus saberes formarán parte de una maquinaria abstracta de formación constante y no real.


Nuestro cotidiano actual nos lleva a afilar nuestro sujeto virtual. Ese que enseña, aprende, baila, se autosatisface, habla, hace fiestas y se vincula. Ahora, todxs debemos formar parte de espacios virtuales. Ahora, todxs tenemos que aprender a realizar videos, ser cada vez más creativxs, tener cuentas en diferentes plataformas y, sobre todo, saber relacionarnos, sentirnos y disfrutarnos mediante conexiones virtuales.


“Estamos en una crisis generalizada de todos los lugares de encierro: prisión, hospital, fábrica, escuela, familia (…) sólo se trata de administrar su agonía y de ocupar a la gente hasta la instalación de las nuevas fuerzas que están golpeando la puerta. Son las sociedades de control las que están reemplazando a las sociedades disciplinarias”.

Antes de la pandemia, escuchábamos a los gobernantes hablar de reformas supuestamente necesarias en los diferentes lugares e instituciones de nuestra vida cotidiana. ¿Qué escucharemos cuando esta pandemia termine?

¿Querrán limpiar los espacios públicos de gente, circulación y amontonamiento para que exista menos “delincuencia”? ¿Se dirá que las clases virtuales y la escuela desde la casa son más efectivas que la vieja escuela? ¿Se dirá que los hospitales necesitan de menos hacinamientos y que la gente debe tener antes turnos, papeles, permisos, burocracia y más burocracia? ¿Se restringirá, más aún, las fronteras, las rutas y todo movimiento territorial? ¿Las oficinas virtuales desde la casa remplazarán los diferentes lugares de trabajo? ¿Se pensará, más que nunca, en una forma de descartar la vejez? ¿Se necesitarán cada vez más personas explotadas y en negro para que lleven los productos que consumimos? Interrogantes que necesitamos hacernos ahora para que mañana las reformas y las nuevas formas de control no nos dejen boquiabiertxs y sin posibilidad de reacción. Se fusionan la disciplina y el control, y caemos en lo que, posiblemente, sea una de las etapas más difíciles de sortear.

Ahora, ¿qué hacer ante todo esto? No tengo la menor idea, pero me atrevo a pensar que es una necesidad desenmascarar ese monstruo, esa máquina y, sobre todo, desenmascarar las diferentes relaciones que lo conforman como tal. No es posible pensar, desde nuestros lugares, que este tiempo no nos sirva para reflexionar y pensar nuestro futuro. Pues bien, yo me vuelvo loco por creer que, de una vez por todas, descubriremos los secretos de esa máquina monstruosa de destrucción y, de una vez por todas, la veremos y la haremos caer. Y este contexto, y lo que escribo y lo que siento, no puede resumirse a una dualidad de si acordamos o no con las medidas, o que tal o cual gobierno está ejerciendo lo que, hasta aquí, he descripto. Lo que sí creo es que lo que hoy estamos viviendo pone en evidencia, saca a la superficie, lo que cientos de años de capitalismo genera sobre nuestros cuerpos, ya sean individuales o colectivos. Porque, en definitiva, es el capitalismo el monstruo de dos cabezas e infinitas manos al que debemos combatir.

* Por Juan Pantano para La tinta

Palabras claves: capitalismo, cuarentena, Gilles Deleuze, Michel Foucault

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